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– Esto es tuyo -le dice, y sigue charlando conmigo como si tal cosa-. Continúa con lo que decías. Ibas por lo de la calefacción que no funcionaba.

– Pues eso -prosigo-. Y luego, cuando te levantas, vas a darte una ducha y te encuentras con que funciona con un termo jurasico al que sólo le dura tres minutos el agua caliente. Y cuando vas a la nevera a buscar algo de desayunar sólo hay un yogur caducado y una cerveza sin gas. Y a veces ni eso. Ya me dirás tú si lo de follar compensa.

Line se ríe con la risa cómplice de quien sabe de qué le están hablando.

– ¡Y, además, luego tienes que volver a casa! -apunta ella-. Porque yo no sé cómo lo hago, hija, pero siempre acabo ligando con naturales del extrarradio. Creo que a partir de ahora voy a preguntarles dónde viven, por muy puesta que esté, y si no dicen que viven en el centro, la han cagado. Aunque vaya de éxtasis.

– Lo que es por mí, como si viven en la plaza Mayor -respondo con aire de superioridad-. Paso total de todos. Al final, los tíos con los que ligamos son idénticos a sus viejos, que le echan a la parienta el casquete de los sábados mientras piensan en los culos de las azafatas del Telecupón. Y no miro a nadie -remato, dirigiendo una explícita mirada al obrero mayor, por si no se había dado por enterado.

– 0 sea, que has decidido dejar de follar -concluye Line.

– Más o menos. Como mi hermana Rosa. 0 hacerme lesbiana, como Gema.

– Quita, quita, que bastantes problemas tiene la pobre Gema. Estoy segura de que se ha colgado con la tesis esa que está haciendo sólo porque no folla… Oye, ¿tú has leído a «freud»? -pregunta sin venir a cuento, y pronuncia «freud», como suena.

– ¿A quién? -pregunto a mi vez, con una mueca de asombro.

– Pues hija, a «freud» -responde Line encogiendo los hombros, para dar a entender que me habla de algo muy obvio-. El padre del psicoanálisis… Me vas a perdonar, pero me sorprende que no lo sepas.

– Querrás decir «froid». Y sí, lo he leído -respondo ofendida, porque acaba de llamarme inculta con todo el morro, ¡a mí!

– Bueno, pues ése, «froid» o como se diga. He oído que escribió una cosa muy interesante que se llamaba teoría de la sublimación.

– Sí, y también escribió que las mujeres tenemos envidia del pene. Menuda tontería. Es evidente que con un solo coño te puedes agenciar todos los penes que te de la gana, así que no sé por qué íbamos a envidiarlos.

– Sí, vale, pero yo de lo que hablo es de lo de la sublimación esa. 0 sea, que si toda la energía que concentramos en el sexo, que en nuestro caso es mucha, la empleásemos en otra cosa, nos haríamos ricas. Tú, por ejemplo, si has decidido dejar de follar, puedes ponerte a escribir una novela. Piensa en todo el tiempo que te va a quedar libre.

– Pues mira, a lo mejor me lo pienso…

– Además, no te hablo sólo de la energía que empleamos en hacerlo, sino también de la energía que empleas en pensar en ello y en buscarte con quién hacerlo y en desembarazarte luego de él. Bueno, pues si toda esa energía la empleas en hacer otra cosa más importante, pues eso, que la sublimas.

Yo la miro con aire condescendiente, aparentando prestar interés, pero convencida, en el fondo, de que a Line se le ha ido un poco la olla.

– Ejemplo -prosigue Line-. Cuando estaba en COU el gilipollas de tu primo Gonzalo me pasó unos hongos.

– Típico de él.

– Y tuve que pasarme casi un mes sin follar, porque la cosa se complicó y se me inflamó la vulva… No voy a describírtelo. Gore puro. Pues ese mes tenía exámenes y saqué tres sobresalientes por primera vez en mi vida. Sublimación.

– ¿Tú has tenido sobresalientes alguna vez? -pregunto yo, incrédula. Entre nosotros, Line es de las que para leer un libro tiene que ir siguiendo las líneas con el dedo índice.

– Sí, pero no creo que la cosa se repita, porque yo, qué quieres que te diga, por muy mal que me salga soy una adicta al sexo. No pasa una semana sin que lo intente otra vez. Ellos, los muy cabrones, sí que lo tienen fácil -suspira-, porque al final no importa que la cosa les salga mejor o peor, el caso es que siempre se corren, mientras que nosotras… es como jugar a la lotería.

– Exacto, como la lotería; nunca toca.

– ¡Tampoco exageres…! Aunque la verdad es que son todos unos inútiles. La mayoría se cree que con metértela, ¡hala!, ya está todo hecho. Y todavía tienen el descaro de preguntarte después si te lo has pasado bien.

– Y no creas -sigo yo-, que a veces casi pienso que eso es lo mejor, porque cuando les da por hacer de amantes hábiles entonces sí que no hay quien les aguante. Hay algunos que deben de creerse que trabajan en el circo; una vueltecita, ¡hop!, ahora otra vueltecita, ¡hop! Qué manía con el vuelta y vuelta, ni que una fuera un filete.

Line saca una lima del bolsillo y comienza a limarse las uñas con pinta distraída.

– Joder, que mal tengo las manos… A lo que íbamos, yo a veces tengo la impresión de que se acaban de empollar el Kamasutra y que pretenden ponerlo en práctica conmigo, que casualmente soy la primera pardilla con la que topan dispuesta a hacer de conejillo de indias. Pero a los que menos soporto es a esos que no controlan un pijo y se empeñan en durar horas y horas, traca, traca, y cuando están a punto de correrse…

El autobús se detiene bruscamente en una parada.

– … paran -remato yo. Sé perfectamente de lo que me está hablando.

– Exactamente, y hala, otra vez, horas y horas, hasta que acaba por dolerte el coño.

La parada está en medio de un descampado que tiene aspecto de pesadilla tóxica. Sube al autobús un jovencito de pelo largo y rubio. Es raro que suba aquí. Debe de venir del Cerro de la Liebre. Habrá ido a pillarles jaco a los gitanos. Como si lo viera. Es mono. No le echo más de veinte años. Lleva una camisa a cuadros sobre una raída camiseta de los Sonic Youth. Enseña su pase al conductor y busca dónde sentarse. Mientras cruza el pasillo Line le dirige una mirada breve y voraz. Una vez que ha calibrado su coeficiente de presa potencial, retorna la conversación.

– Lo peor de todo es cuando quieren que se la chupes -dice, y suelta una risita sarcástica.

El jovencito melenudo ha ido a sentarse, precisamente, en el asiento posterior a Line.

– No me hables -digo yo-. Hay algunos que se ponen de un pesaaado con eso… Parece que no hubiese otra cosa en el mundo.

– Y encima tardan una barbaridad. -Line abre exageradamente la boca hasta que casi se desencaja la mandíbula-. Dezpued de un dato con la boca así, acabas con ajujetaz en la lengua.-Vuelve a cerrar la boca-. Te juro que más de una vez me han dado ganas de pegarle al tío un buen mordisco en la polla y acabar de una vez con el asunto.

El conductor se gira a mirarla, sorprendido. Un bocinazo le hace volver la vista a la carretera y le obliga a dar un volantazo para esquivar un coche. Nosotras dos pegamos un nuevo respingo en nuestros asientos.

– ¡JOOOODER! -exclamo yo, con la voz de cazallera que me sale cuando me cabreo-. ¡YA VAN DOS! Este autobús es más peligroso que un misil crucero.

El conductor frena bruscamente y se vuelve hacia mí. Si las miradas mataran, ya habría caído fulminada.

– Mira, guapa -me dice el conductor-. La culpa es tuya por no bajar el volumen. ¿0 te has creído que los demás estamos aquí para escuchar vuestras vulgaridades?

– PERO ¿USTED QUIÉN SE HA CREíDO QUE ES, OIGA? -respondo, a berrido limpio. Vaya por Dios, mis niveles de testosterona se han vuelto a disparar.

– Diga usted que sí, señor conductor -Interviene el obrerete mayor-. A éstas me las llevaba yo a la obra y se les iban a quitar las ganas de cachondeo.

– No nos caerá esa breva -musita el obrerete más joven.

– Pues no le gustarán a usted nuestras ganas de cachondeo, pero bien que no se ha perdido palabra de nuestra conversación. ¡Si sólo le ha faltado sacar una trompetilla para poder escucharnos mejor! -responde Line al obrero mayor con su vocecita aguda.

– Mira, rubita -replica él-. Tengo una hija que debe de tener tu edad, y te aseguro que si alguna vez la oigo hablar como tú, le doy cuatro hostias y le lavo la boca con jabón.

– Se creerá usted que su hija no folla -intervengo yo.

– Pues mira por dónde, más bien no, porque la ha dejado su novio, como a otra que yo me sé, que no me extraña que no pudiera contigo, hija. -El obrero sonríe, complacido ante el golpe bajo que sabe que acababa de atestarme.

– ¡USTED QUÉ SABRÁ! -respondo, roja de rabia. Su observación me ha sentado como un tiro.

Line me coge del brazo.

– Anda, no te sulfures. No hagas caso a estos RE-PRI~MI~DOS. -Dirige al obrerete una mirada de despectiva superioridad-. Mejor nos bajamos. Prefiero seguir andando que quedarme en este autobús lleno de MA-CHIS-TAS. -Y recalca con desprecio la última palabra, dejando una pausa evidente entre cada sílaba.

Miro alrededor. El treintañero chandalista esboza una sonrisa que pretende ser seductora y sólo consigue ser ridícula. El obrerete mayor y el del traje de alpaca han adoptado un rictus serio. El obrerete joven pone cara de circunstancias. Probablemente le gustaría reírse, pero la presencia de su ¿jefe de obra? no se lo permite. El estudiante sigue con la cabeza enterrada en sus apuntes. Sólo el joven grunge indie pop, el mono, sonríe abiertamente.

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