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«¡Míster Carlyle!», oyó exclamar a mistress Browning y en ese instante – recuérdese que la travesía fue muy mala – se acabó de marear Flush. Acudieron marineros con baldes y lampazos, «…y echaron de allí al pobre perro. Pues la cubierta del vapor era aún inglesa; los perros no deben marearse en cubierta. Este fue su último saludo a las playas de su isla natal.»

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