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Camino del aeropuerto, Patrick había echado un vistazo al periódico del taxista, sólo la página del tiempo. La previsión para el norte de Wisconsin era de tiempo bueno y soleado. Incluso la meteorología era de buen agüero.

La señora Clausen había expresado cierta inquietud por el tiempo, porque sobrevolarían el lago rumbo al norte en un pequeño hidroavión. La misma Green Bay formaba parte del lago Michigan, pero el lugar adonde se dirigían estaba aproximadamente entre el lago Michigan y el Superior, en la zona de Wisconsin que está cerca de la Upper Península de Michigan.

Puesto que Wallingford no podía llegar a Green Bay antes del sábado y tenía que estar de regreso en Nueva York el lunes, Doris había decidido que tomarían el pequeño hidroavión. Era un trayecto demasiado largo desde Green Bay para un solo fin de semana. Así dispondrían de dos noches en el piso del cobertizo para los botes en el lago.

Para ir a Green Bay, Patrick había probado anteriormente dos conexiones distintas desde Chicago y un vuelo vía Detroit. Esta vez optó por un cambio de planes en Cincinnati. Sentado en la sala de espera, le acometió un momento de característica incomprensión neoyorquina. (Esto sucedió sólo unos segundos antes del aviso para subir a bordo.) ¿Por qué iba tanta gente a Cincinnati un sábado de julio?

Desde luego, Wallingford sabía por qué iba allí: Cincinnati era tan sólo la primera etapa de un viaje en tres partes. Pero ¿qué podía atraer a toda aquella gente a esa ciudad? Jamás se le habría ocurrido a Patrick Wallingford que cualquiera que conociera sus razones para el viaje consideraría el atractivo de la señora Clausen como la más improbable de todas las excusas.

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