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Tras los ojos cerrados surgió y desapareció una interminable sucesión de fantasmas. Al cabo de un rato empezaron a adquirir cierta forma. Una serie de flechas doradas voló muy cerca y se alejó. Había en sus puntas jacintos de un profundo violeta. En los extremos había orquídeas de diversos colores. Parecía extraño que las flores no se cayeran a semejante velocidad. Eguchi abrió los ojos. Había empezado a adormecerse.

Aún no había tomado las píldoras sedantes. Dio una ojeada a su reloj, que estaba junto a ellas. Eran las doce y media. Las tomó en la mano. Pero parecía una lástima dormir esta noche, cuando no sentía nada de la melancolía y la soledad de la vejez. La muchacha respiraba pacíficamente. Cualquiera que fuese la píldora o la inyección que la había dormido, no parecía sentir ningún dolor. Quizás era una gran dosis de somnífero, quizás un veneno ligero. Eguchi pensó que le gustaría sumirse al menos una vez en un sueño tan profundo. Bajó de la cama sin hacer ruido y se dirigió a la otra habitación. Pulsó el timbre, decidido a pedir a la mujer la medicina que había sido administrada a la muchacha. El timbre sonó una y otra vez, informándole del frío, interior y exterior. Era reacio a llamar demasiadas veces, aquí en la casa secreta y en las profundidades de la noche. La región era cálida, y las hojas marchitas aún se aferraban a las ramas; pero, debido a un viento tan tenue que apenas era viento, podía oír el susurro de las hojas caídas en el jardín. Las olas rompían con suavidad contra el acantilado. El lugar era como una casa encantada en medio del silencio y la soledad. Se estremeció. Había salido con un kimono de algodón.

Cuando volvió a la habitación secreta, las mejillas de la muchacha estaban encendidas. La manta eléctrica calentaba al mínimo, pero ella era joven. Eguchi se calentó con su contacto. Tenía la espalda arqueada bajo el calor, y los pies al descubierto.

– Te enfriarás -dijo Eguchi.

Sintió la gran diferencia entre sus edades. Hubiera sido un bien poder tomar a la muchacha pequeña en su interior.

– ¿Me oyó tocar el timbre anoche? -preguntó mientras la mujer de la casa le servía el desayuno-. Quería la medicina que le dio a ella. Deseaba dormir como ella.

– Eso no está permitido. Es peligrosa para los ancianos.

– No debe preocuparse. Tengo un corazón fuerte. Y no me importaría nada irme del todo.

– Está pidiendo mucho para alguien que sólo ha estado aquí tres veces.

– ¿Qué es lo máximo que se puede obtener en esta casa?

Ella le miró fijamente, con una ligera sonrisa en los labios.

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