»Por ejemplo, el estetoscopio corriente necesita una mejora radical. Quiero estudiarlo profundamente. Pese a su aceptación y uso general, tengo idea de que necesita una reevaluación total, aunque constantemente están apareciendo nuevos modelos. Hace años que no se ha efectuado un estudio básico acústico del mismo. Y algo tiene que ir mal, algo tiene que faltar, de lo contrario no sería tan evidente la necesidad de mejorarlo.
»Por ejemplo, debería existir una vía de sonido directa del pecho del paciente al oído del que escucha, y así excluir todo sonido ambiental. Las tres diferentes ondas…, pero, ¿por qué te aburro con todo esto? ¿Ves lo que te decía? Cuando estoy contigo mi mente sigue su curso, sólo que con una energía creadora mayor de lo normal, como si tu presencia me prestara un ambiente de ondas conductoras. ¿Por qué no? Existen pruebas fisiológicas de que se da tal clase de cosas. Apenas si sabemos nada del efecto eléctrico de una personalidad en otra.
Ella escuchaba el monólogo y durante la pausa replicó con comprensión literal:
– Totalmente posible, desde luego… y probable. Y me encanta la forma en que tu mente salta de aquí para allá, por todas las cosas, como un animal inquisitivo totalmente separado de ti. Llegará un momento, como es lógico, en que tendrás que ejercer las dos disciplinas del artista y del científico, cosas ambas que tú eres, y entonces tendrás que elegir dónde concentrar tu dirección. (Y como él sacudía la cabeza, añadió): Oh, sí, eres un artista… ¡Ya me he fijado en cómo dibujas en papelitos mientras piensas en alguno de tus inventos!
Y era cierto. En el cuarto de la casa de Vermont había encontrado trozos de papel en el escritorio, donde él había esbozado animales, caras (una de ellas la suya) e intrincados dibujos geométricos. En el cuarto de huéspedes de la enorme mansión de Filadelfia había descubierto otros dibujos y los había guardado todos con sumo cuidado.
– Y no es que desdeñe los inventos -continuó-, pero los inventos nunca son permanentes. Siempre hay alguno a quien se le ocurre mejorarlos y el invento en el que un hombre se ha pasado quizá la vida entera queda obsoleto. Pero el arte es eterno, sin edad, completo en sí mismo.
– ¡Dios, con qué exactitud lo has expresado! -exclamó admirado Jared-. Es totalmente cierto y no lo olvidaré. Pero ¿sabes qué has hecho? De pronto, aquello que yo pensaba sería la labor de mi vida lo has convertido en un pasatiempo. Tendré que volver a pensarlo todo.
Su atractivo rostro se cerró en serias arrugas, la boca se apretó con firmeza y se puso a musitar para sí sonidos ininteligibles. Edith se dio cuenta de que se había olvidado de ella y se alegró.
…Aquella noche, ya de regreso y al detenerse en la misma hospedería, él la estrechó en sus brazos antes de separarse y, reteniéndola contra sí, la besó, se apartó para mirarla a los ojos con intensidad, y volvió a besarla una y otra vez antes de soltarla y marchar a su cuarto. Edith cerró la puerta de comunicación, sonriéndole por última vez al hacerlo, pero el joven la abrió de nuevo y asomó cabeza y hombros.
– Esa sonrisa… -empezó y se detuvo en seco. Ella se hallaba ya ante el espejo, soltándose el pelo y le miró por encima del hombro.
– ¿He sonreído?
– Ya lo creo… y vaya sonrisa a lo Mona Lisa que ha sido -replicó Jared volviendo a cerrar sin más comentario.
Edith se quedó inmóvil ante el espejo y se vio reflejada en él, ya no sonriente, sino seria, encendido el rostro, demasiado brillantes los ojos. Había llegado un momento, un momento de decisión. Si abría la puerta y sencillamente entraba en el cuarto de él sin decir palabra, al instante sería suyo, la herida se cerraría, sus exigencias se verían satisfechas. Porque en verdad, ¡cuán poco la conocía él! Ella le pedía algo inmenso, la exigencia final: “¡Con mi cuerpo te venero!” ¿Estaba temerosa de verse rechazada? En absoluto… ¡en absoluto! Sola con él en terreno desconocido, en una posada medio vacía, en la noche que todo lo ocultaba, él, no podría resistirla. El que no fuera virgen, el que hubiera hablado con tanta libertad sobre sí mismo, no hacía sino atizar su propio deseo. No sería violar a un muchacho. Sería ofrecer su amor a un hombre. Porque para entonces ya había rechazado por completo la palabra encaprichamiento. Le amaba. Por poco prudente, por increíble, incluso por poco deseado que fuera, estaba enamorada sin remedio…, no con la emoción superficial de una jovencita, sino con toda la profundidad y el poder de una mujer.
Dio dos pasos hacia la puerta y se detuvo. Luego, decidida, volvió de nuevo al espejo y siguió quitándose las horquillas hasta que el cabello le cayó sobre los hombros en una masa brillante entre la cual aparecía su rostro, pálido y de sorprendente belleza.
– …Tengo una cuenta que ajustar contigo; más bien varias cuentas.
Así inició Jared la conversación al encontrarse al día siguiente ante la mesa de desayuno en el casi vacío comedor del hotel.
– Cuenta por cuenta, por favor -le suplicó al sentarse.
Se sentía profundamente fatigada aquella mañana, pues no había dormido bien. Sueños interrumpidos que siempre concluían en alguna clase de frustración, un camino por donde marchaba sola y que de pronto, sin razón alguna, terminaba abruptamente en un río por el que se veía nadando sin poder alcanzar la orilla, un niño que lloraba y al que trataba de llegar sin encontrarle… de tales sueños había despertado como sin fuerzas, apagada, sin experimentar su habitual energía matinal.
– En primer lugar, una excepción a tu frase de que los inventos científicos se envejecen a sí mismos. ¡Las matemáticas nunca! Toda matemática, si se hace correctamente, es cierta. Nuevos descubrimientos exigirán nuevas ecuaciones, pero las matemáticas, si son correctas, permanecen ciertas. Hay algo eterno en las matemáticas. ¿Quién dijo…, alguien fue…, que la matemática es la música del pensamiento lógico y que por supuesto, la música es la matemática del arte?
Se había sentado mientras soltaba su torrente de palabras y ella alzó las manos protestando risueña:
– ¡Espera…, espera! Todavía es tan temprano…
¿Sería aquello en lo que él había estado pensando durante la noche mientras ella tejía sus fútiles ensueños?
– Lo siento -replicó penitente-. Pero es que me has mimado demasiado, sabes. Me he acostumbrado a empezar sencillamente allí donde estoy, cuando me encuentro contigo. Anoche, por alguna razón, no podía dormir. Hasta casi pensé en despertarte, pero hubiera sido demasiado egoísta, aunque ya lo soy mucho, bien lo sabe Dios, así que yací pensando en lo que habías dicho y tratando de justificarme en mi elección de tarea razonando la relación entre ciencia y arte… que esta mañana me parece que el arte trata de la belleza y la ciencia de la realidad. Tal vez no seríamos capaces de enfrentarnos a la realidad desnuda sin ver también la belleza. Necesitamos las dos cosas, ciencia y arte.
– ¿En una misma persona?
– Si la persona es lo bastante grande -replicó con firmeza-. ¿Quieres revuelto de huevos?
– Sí, por favor.
…A lo largo del día continuó el dúo verbal en el dar y tomar no planeado que ella tanto empezaba a aprender. Aquel deslizarse dentro y fuera de los efímeros incidentes cotidianos hacia las verdades eternas era algo que no había conocido antes. Había prestado atención a su padre y a Edwin, obediente a su edad y sabiduría, pero guardando para sí sus pensamientos y argumentos. De vez en cuando, durante su vida de estudiante y luego de esposa, había cruzado palabras durante una cena con hombres brillantes, alguna velada interesante e incluso durante algún tiempo se había dejado absorber por su dominante claridad, pero jamás había conocido a ningún hombre, un joven carente de temor como Jared, en su instintivo reconocimiento de ella como mujer pero como igual e incluso a veces superior a 61, cosa que, en vez de tomarlo como invitación, parecía deleitarle. Tal aceptación era nueva para Edith.
La mañana pasaba en amistosa conversación entre largas pausas silenciosas. El conducía y ella contemplaba el variado paisaje. A mediodía, después de una pausa especialmente pronunciada. Jared habló y el dúo se inició de nuevo.
– No comprendo el proceso creador, tanto si pertenece a la ciencia como al arte. Conozco el proceso, por supuesto… mucho tiempo, horas, días o semanas, cuando sencillamente trato de abrirme paso entre una masa de confusión. Mi mente es como un animal frenético encerrado en una jaula, lanzándose de un lado a otro y tratando de hallar la puerta. Y de pronto la puerta está allí. Pero no ha estado todo el tiempo. Aparece sin causa ni razón y me siento inspirado.
– Porque has estado buscando. Has creado tu propia inspiración debido a tu propia exigencia…, supongo que sobre tu mismo subconsciente. Allí es donde acude la mente para hallar su fuente. Es el depósito con que todos contamos, quizás el único. Eso es lo que crea el arte grande… el artista toma de dicho depósito. De otro modo, ¿cómo puede comprenderse el arte abstracto? Sólo tiene éxito cuando expresa en verdad aquella parte del subconsciente que nos es común a todos.
– ¿Cómo es que sabes tanto?
Una vez más se negó a hablar de su edad. Sería vanidad, pero había ciertas cosas en que desde luego era vanidosa. Evitó la respuesta directa.
– Tuve padres inteligentes.
– Es curioso, pero no quiero saber nada de tu marido… o tus hijos.
– No te comprenderían -repuso en voz queda.
– Entonces tampoco tengo yo que comprenderles, ¿no?
– No.
Su respuesta era literal. Ella jamás trataría de explicar el inexplicable hecho de su relación con él. A nadie debía tal explicación. Estaba sola, era libre.
– …He oído los rumores más curiosos acerca de ti -le decía Amelia al día siguiente.
Amelia había acudido en una de sus poco frecuentes visitas por la mañana, generalmente al volver de la peluquería en el centro de la ciudad.
– No me digas -musitó Edith fingiendo indiferencia.
Había llegado a casa la noche siguiente a Navidad y Jared se había despedido nada más dejarla sana y salva.
– La mejor, la más feliz Navidad de que he disfrutado nunca -le había dicho.
Ya se había convertido en costumbre el estrecharla en sus brazos al despedirse, tanto que ella se preguntaba si significaría algo para él, después de todo. Desde luego para ella significaba demasiado, para su propia tranquilidad de ánimo.