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Lo «más profundo» era lo más cobarde. No hay que dejar de pensar nunca en la pared a la que nos dirigimos a toda marcha.

Tomar sobre uno el peso insoportable. No olvidar nada negándolo. No tomarlo a broma.

Ni la soledad, ni los achaques, ni las lamentaciones de los viejos, nada es capaz de convertirte. Tu forma de ser es la del tigre, silenciosa e inconmovible. ¿Es autosatisfacción? ¿Puedes decir sí al más diminuto fragmento de la Historia? Pero esto no terminará.

¿Cómo puede ser de otra manera después de esta historia? ¿Es posible ocultarla, negarla, cambiarla? ¿Tienes una receta para ello?

Pero es posible que estemos viendo una historia falsa. Tal vez la verdadera no puede aparecer hasta que no se haya dado el golpe mortal a la muerte.

De los esfuerzos de unos cuantos por apartar de sí la muerte ha surgido la monstruosa estructura del poder.

Para que un solo individuo siguiera viviendo se exigieron infinidad de muertes. La confusión que de ello surgió se llama Historia.

Aquí es donde debería empezar la verdadera ilustración que establece las bases del derecho de todo individuo a seguir viviendo.

Cuando uno sabe cuán falso es todo, cuando uno está en situación de medir las dimensiones de lo falso, entonces, sólo entonces, la obstinación es lo mejor: el incesante ir y venir del tigre a lo largo de los barrotes de la jaula para no perderse el único, insignificante momento que pueda salvarle.

Puede que no sea siempre importante lo que uno piensa todos los días. Pero es tremendamente importante lo que no ha pensado.

Allí los hombres están obligados a volver a verse después de cincuenta años. Tienen que esforzarse mucho para encontrarse de nuevo. El proceso del reencuentro se convierte en el contenido de una nueva vida. Tienen que buscarse, volverse a encontrar y escucharse. Los ejemplares más terribles tienen que compararlos consigo mismos; pero se encuentran con ejemplares mejores de lo que ellos mismos fueron y entonces, en silencio, efectúan la resta. No están autorizados a reprochar nada ni a tener asco de nada. El reencontrado no puede saber nunca qué piensan los otros de él. Se trata de ver, de reconocer y avergonzarse. Lo que cuenta es la gran cantidad de caminos que no fueron los de uno.

El hombre más insignificante tiene derecho a ser reencontrado y a ser escuchado. El más feliz tiene que enfrentarse con el más desgraciado. La época de tales confrontaciones es más importante que cualquier exigencia de la familia y del trabajo.

El que ha emigrado y ha perdido su primera lengua está obligado también a un intento serio y esforzado de comprensión.

Hay severos castigos para aquellos que utilizan personas delegadas. Es posible solicitar permiso para empezar el proceso del reencuentro antes de que haya terminado el período de cincuenta años.

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