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1959

En una isla del Pacífico, hace poco, en honor a una explosión atómica, han comido por última vez seres humanos.

Todo el mundo debiera verse a sí mismo comiendo.

A partir de cierta edad, la palabra de todo hombre se convierte en algo duro y que cuenta. Perdónate esta dureza.

Las preciosas frases de los locos.

Lo enflaquecido de un trabajo qué se ha prolongado a lo largo de los años. Sólo puede estar bien si se le quita la vida; entonces se pone flaco y enjuto. Cuanto más obligatorio se hace tanto más da de sí.

Cuando oigo la expresión «obra de una vida» pienso en una ascesis inhumana.

¿Otro libro?, ¿otro gran libro? ¿Mil páginas hinchadas? ¿En qué línea te pones?, ¿no es mejor todo lo que ya existe?

No te importe, todo tiene que ser pensado otra vez.

El verdadero sentimiento de fuerza cuando ningún triunfo nos hace señas.

Todos los honores desperdiciados.

El hospital de campaña en que vive, en medio de libros cubiertos de tierra y heridos de gravedad.

La laboriosidad me gusta y no me gusta, según las horas del día o de la noche. Por la noche, hasta el alba, soy un trabajador apasionado; durante el día, la misma pasión la tengo por la pereza.

Muchas cualidades las ha adquirido uno por obstinación. Luego si le aburren ya no se las quita de encima.

Todo hombre se traiciona del todo en sus clasificaciones.

De vez en cuando es importante sentirse a sí mismo como blanco de los demás; es decir, verse a sí mismo tal como le ven los que no le conocen de nada.

¡Estoy harto de que cada hombre culpe a todos los demás sólo de sus propias cualidades negativas! A veces me parece como si terminar algo se convirtiera en una especie de fin en sí mismo. Pienso en las metas que tenía cuando empecé; en el modo confiado con el que quería llevar a cabo algo real. Mientras estuve trabajando en ello, el peso de la destrucción en el mundo se multiplicó por mil. Es una destrucción contenida, pero ¿tiene esto algo que ver?

¿Y por qué esta obsesión que me impulsa a arremeter contra toda destrucción, como si me hubieran nombrado protector del mundo? ¿Qué soy yo en realidad? Un ser indefenso a quien se le van muriendo uno tras otro los seres que tiene cerca, que no puede retener en la vida aquello que más le pertenece, un naufragio total, un lastimoso grito.

¿A quién aprovecho? ¿A quién le sirvo de algo con esta inconmovible obstinación?

Nada ha quedado excepto esta obstinación. Las personas nuevas me resbalan; a uno le faltan palabras y conversaciones nuevas; lo anterior sigue todavía vivo. ¿Cuándo va a ser presa de la destrucción? No quedará nada y sin embargo yo seguiré en pie – un niño que se pone en pie por primera vez – y gritaré con todas mis fuerzas: ¡No!

Uno dice: no puedo lamentar nada. ¿Un dios? ¿Una piedra?

Sueña que desengancha su corazón de todos aquellos que se habían enconado con él: de repente lo tiene intacto en la mano.

Cada palabra que apunta le da fuerza. Da igual qué palabra sea; puede que no sea absolutamente nada; el simple hecho de apuntarla le da fuerza.

¿Por qué es tan bueno hablar con uno mismo? ¿Porque no quiere uno nada de sí mismo? ¿Porque puede ir muy lejos en el odio sin guardar resentimiento? ¿Porque es temerario sin poner en peligro a nadie? ¿Porque uno se entera de algo sobre los demás que tenía oculto en el fondo de sí mismo? ¿Porque puede atacar sin miramientos su arrogancia sin hacer de ello un espectáculo barato? ¿Porque es serio y honesto en la verdad sin vanagloriarse de ella? ¿Porque no pide ni apremia y está en pie de igualdad consigo mismo?

Cada vez más rostros que recuerdan otros rostros: la vida, llena a rebosar, intenta desenmarañarse.

Los elementos que componen el mundo que uno ama y el Todo, mal ensamblado, que uno detesta.

No hay nada más triste que ser el primero, a no ser que uno lo sea de verdad y que nunca haya habido nadie en aquel lugar.

Todo está en el falso modelo; los extravíos de los hombres se deben a que, en algún momento, toman de un modelo casual sus modelos y luego ya no se libran de ellos.

Uno piensa, y piensa, hasta que al final todo se piensa solo, y entonces ya no significa nada.

No llegar siempre hasta el final. Hay tantas cosas en medio.

Los funcionarios provocarán tormentas, como Júpiter.

Me encuentro en casa cuando, con el lápiz en la mano, escribo palabras alemanas y a mi alrededor todo el mundo habla inglés.

Ayer salió para Hamburgo el manuscrito de «Masa y Poder». En 1925, hace treinta y cuatro años, tuve la primera idea de un libro sobre la masa. Pero su verdadero germen era todavía anterior: una manifestación de trabajadores en Frankfurt con motivo de la muerte de Rathenau; yo tenía diecisiete años.

Como estoy constatando continuamente, toda mi vida de adulto ha estado ocupada por este libro; pero desde que vivo en Inglaterra, es decir, desde hace más de veinte años, aunque con trágicas interrupciones, apenas he trabajado en otra cosa.

¿Mereció la pena este esfuerzo? ¿No se me habrán escapado así muchas otras obras? ¿Cómo lo diré? Tenía que hacer lo que he hecho. Estuve bajo un imperativo que jamás comprenderé.

Hablé de este libro cuando casi no existía más que la intención de escribirlo. Lo anuncié como una obra de grandes pretensiones con el fin de atarme más a él. A pesar de que todos los que me conocían me impulsaban a terminarlo, yo no lo terminé ni una hora antes de lo que me pareció que debía ser, Durante estos años, mis mejores amigos perdieron su fe en mí; aquello duraba demasiado; yo no podía reprochárselo.

Ahora me digo que habré conseguido agarrar este siglo por el pescuezo.

La indiferencia de una decisión que uno tomó una vez, como si la hubiera tomado otro.

Con el tesoro de su tiempo, que de repente se prorroga, el hombre se eleva; pero sólo si su manera de ser le llevaba a tomarse mucho tiempo. El hecho de que su mayor riqueza se haya terminado saca de él, de repente, más de lo que era; como si en estos momentos lo hubiera regalado todo y, como un mendigo, estuviera invitado entre sus propias sobras.

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