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1963

Lo llamaré P., el pavo real práctico, y por unos momentos voy a verlo todo con sus ojos.

P. quiere demoler todos los cementerios, le quitan demasiado espacio.

P. quiere destruir todos los archivos para que nadie sepa quién vivió antes.

P. suprime la clase de Historia.

P. no sabe bien qué hay que hacer con los apellidos, mantienen despierta la idea de los padres, abuelos y otros muertos por el estilo.

P. no tiene nada contra las herencias, se trata de cosas de utilidad, pero no deben estar relacionadas con los nombres de sus antiguos dueños.

P. va más allá todavía que el filósofo chino Mo-Tse: está en contra de los entierros en general y no solamente en contra de la pompa de que van acompañados.

P. quiere la Tierra para los vivos; ¡fuera muertos! Incluso la Luna, monda y lironda, le resulta demasiado buena para ellos; pero a modo de transición podría emplearse este satélite como cementerio. Todo lo que está muerto es lanzado de vez en cuando a la Luna. La Luna como estercolero y cementerio. ¿Monumentos? ¿Para qué? Desfiguran plazas y calles. P. odia a los muertos; el lugar que ellos cogen; se extienden por todas partes.

P. tiene solamente amadas jóvenes. A los primeros signos de debilitación las echa.

P. dice: «¿Fidelidad?». La fidelidad es peligrosa, termina entre los muertos.

P. va por donde puede precedido por un buen ejemplo e inventa formas de crueldad que ponen los pelos de punta.

P. censura un periódico: así tendría que ser. Sin esquelas mortuorias, sin notas necrológicas.

P. que es muy rico, compra todas las momias y las aniquila públicamente y con sus propias manos.

P. sin embargo, no es partidario de matar, sólo es partidario de matar a los muertos.

P. escribe una nueva Biblia adaptando la antigua a lo que él considera las finalidades modernas. Se interesa también por otros libros sagrados y los expurga todos según sus concepciones.

P. se viste de manera que nunca recuerde a los muertos.

P. no se permite que en su casa haya ningún objeto cuyo origen sea conocido por los muertos.

P. destruye todas las cartas y fotografías de personas muertas en el momento mismo de morir éstas.

P. inventa un arte de olvidar que tiene gran eficacia.

P. no visita a los enfermos más que cuando ya están curados. Para los moribundos hay lugares secretos que nadie conoce o personas encargadas de cuidarse de ellos.

P. opina que nuestro trato con los animales es como debe ser. Es sólo lo que se hace con animales domésticos muertos lo que él rechaza y combate.

P. reclama una reeducación de los médicos.

Las especiales oraciones de P. Hay rasgos en Dios que él aprueba. A Cristo lo toma por un farsante.

P. anda de otra manera, como si no supiera nada de muertos.

P. está convencido de que la mirada de un muerto nos deja apestados para siempre y de que jamás vamos a curarnos de esta peste.

P. asegura que no envejecerá nunca porque hace caso omiso de los muertos.

La armonía preestablecida de la aniquilación.

Después de cada ronda los pueblos cambiaron de nombre.

No era posible seguir el ritmo de este cambio. Había siempre uno que ganaba pero no se sabía quién era.

El estaría perdido si no hubiera leído a Swift antes que a Schiller.

Los dioses que nos molestan hasta desde dentro de sus vitrinas.

Cuando los bakairi no están contentos con su jefe, abandonan el pueblo y le piden que gobierne sólo. (Von der Steinen).

Uno quiere ser mejor: lo que quiere es que sea más fácil.

Muchas emociones lamentables: no las tomes demasiado en serio, cambian; las buenas, no obstante, son siempre las mismas.

Lo más insoportable sería un Dios que fuera tal como uno lo desea.

Lo más difícil: deshacerse de una vida en la que uno ha entrado del todo. Desembarazarse de los muchos nombres que hay en ella y que no le importan a uno lo más mínimo. Sacar de los pulmones el aire que ha arrebatado, porque se ha vuelto insípido. Abrir al fin las manos que han estado agarrando lo que no debían.

¿Cuánto puede un amor lavar del otro? El engaño de la fidelidad.

Prohibiciones, sus inspiraciones.

Un hombre encuentra a otro al que no ha conocido jamás, después de haber estado buscándolo treinta años. Lo reconoce al instante. También el buscado reconoce al que lo buscaba. El furor de éste reconocimiento les obliga a matarse el uno al otro.

Siempre que ha ido demasiado lejos no ha ido tan lejos como debía.

Lo más difícil de todo, sin embargo, es perdonar a los otros lo que uno se ha censurado a sí mismo.

Un santo es alguien que ha conseguido dirigir contra sí mismo todos los tormentos morales.

El sabio, con todo, debería ser un hombre que ya no se torturara a sí mismo. Sabe que no existe nada perfecto, y le ha abandonado la pasión por lo perfecto.

El año en el que el lago se heló, el año en el que la muerte se vengó en él.

Cuando el vencido se retuerce en el suelo, ya no sabe nada y sólo quiere una cosa: el regreso de estos muertos; cuando está dispuesto a entregar a todos los vivos por esta sola cosa, entonces, y solo entonces, comprende que la muerte le ha aniquilado, y que para él sería mejor no haber nacido nunca.

Dilo a menudo; dítelo otra vez; es lo único que te aguanta. Esta repetición, esta rabiosa, incesante repetición es el tributo que la tristeza paga a la vida. En la repetición de la queja, la vida vuelve a entrar furtivamente. Los que se callan soportan demasiado… ¿o es que enmudecen antes de poder calibrar lo que están soportando?

No es un juego porque no deja nada fuera. Es un juego porque te escinde para decirse.

No te hace mejor porque tu buscas la culpa en ti, pero culpas a todo el mundo.

Negra nube, no me abandones ahora. Permanece encima de mí para que mi vejez no se vuelva insípida; permanece en mí, veneno de la aflicción; que no me olvide de los hombres que están muriendo.

Los que no están destrozados, ¿cómo lo hacen? Los impávidos, ¿de qué están hechos? Una vez todo ha terminado, ¿qué respiran? Una vez todo está en calma, ¿qué oyen? Cuando lo derribado ya no se vuelve a levantar ¿cómo andan? ¿Dónde encuentran una palabra? ¿Qué viento sopla sobre sus pestañas? ¿Quién les abre los oídos a los muertos? ¿Quién echa aliento al nombre que se ha quedado helado? Cuando se apaga el sol de los ojos, ¿dónde encuentran luz?

Uno conoce al hombre que se le ha muerto, a todos los que viven no los conoce.

Sus ojos negros que se alimentan de la muerte.

Ahora está todo oscuro, pero el recuerdo humea.

Los nudos de la existencia se encuentran allí donde uno recupera para sí a un muerto sacándolo a los ojos de los vivos. Pero uno quiere que éstos lo sepan , no se lo regala. Se es terriblemente avaro de los muertos.

Podría ser que el más desgraciado fuera el único capaz de ser feliz y esto se vería casi como algo justo…; pero luego están los muertos y parece que éstos no dicen nada sobre la cuestión.

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