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Encontrar deseos nuevos e incumplidos hasta la más extrema vejez.

Por todas partes, a dos pasos de tus caminos cotidianos, se encuentra otro aire que te espera dudando.

Un escritor debería poder estar inventando su vida continuamente, y de este modo sería el único que sabe dónde está.

Hay un Muro de las Lamentaciones de la Humanidad y junto a éste muro estoy yo.

Mi respeto por Buda se basa exclusivamente en que lo que dio lugar a su doctrina fue la visión de un muerto.

El mayor esfuerzo de la vida es no acostumbrarse a la muerte.

Un filósofo sería aquel para quien los hombres fueran siempre tan importantes como los pensamientos.

Todos los libros que lo único que hacen es mostrar cómo se ha llegado a las opiniones de nuestros días, a las opiniones vigentes sobre los animales, el hombre, la Naturaleza, el mundo, me desagradan.

¿Y adónde hemos llegado? Buscamos en las obras de los pensadores del pasado las frases que poco a poco nos han llevado a nuestra visión del mundo y con ellas se forma un corpus. La parte más importante de sus opiniones, la errónea, la lamentamos. ¿Puede haber una lectura más estéril que ésta? Precisamente las opiniones «equivocadas» de los pensadores del pasado son las que más me interesan. Podrían contener los gérmenes de aquello que más necesitamos, lo que nos sacaría del terrible callejón sin salida de nuestra actual visión del mundo.

Hombres que pasan por pensadores porque se ufanan de nuestra maldad.

Dejar el mundo aparte – algo que de vez en cuando es tan importante – sólo está permitido cuando éste refluye con gran fuerza.

En la Historia de la Filosofía, dos veces por lo menos la idea de las masas ha sido decisiva para formar una nueva concepción del mundo. La primera, Demócrito: la multiplicidad de átomos; la segunda, Giordano Bruno: la multiplicidad de mundos.

Pensamientos como cantos rodados. Pensamientos como lava. Pensamientos como lluvia.

Desde que es posible obtenerla por medio de explosiones, la Nada ha perdido su esplendor y su belleza.

Parece que los hombres tienen más sentimientos de culpabilidad por los terremotos que por las guerras que ellos mismos maquinan.

La provisión de rostros que lleva dentro de sí un hombre que haya vivido un poco.

¿Cuál es la magnitud de esta provisión y a partir de cuándo ya no puede aumentar? Uno opera, pongamos por caso, con 500 rostros, que para él están vivos, y todos los demás que ve los relaciona con éstos. Así, el conocimiento que tiene de los hombres está ordenado pero tiene un límite. «A éste le conozco», dice al ver a un desconocido, y lo pone junto a uno que conoce. Puede que el nuevo sea distinto en todo excepto en sus rasgos; para el conocedor de hombres es el mismo.

Esta sería entonces la raíz más profunda de todas las confusiones. La provisión de rostros es distinta en cada hombre. El que ha asimilado muchos da la impresión de ser un hombre de mundo y se le tiene por tal. Sin embargo, lo único que le distingue es una determinada memoria para los rostros, y precisamente por esto puede llegar a ser especialmente tonto.

M experiencia personal es que, desde hace unos diez años, cada vez tiendo más a relacionar rostros nuevos con rostros antiguos. Antes, raras veces había parecidos que me chocaran de un modo inesperado y repentino. Yo no los buscaba, eran ellos que me buscaban a mí. Ahora soy yo quien los busca, y los fuerzo, aunque no siempre convencido del todo. Podría ser que ya no estuviera en situación de captar del todo rostros nuevos como tales.

Habría dos explicaciones posibles a este modo de reaccionar: uno ya no tiene energía suficiente para aprehender lo nuevo. La potencia animal de los sentidos ha disminuido. O bien: uno está ya superpoblado y en la ciudad interior – en el infierno interior, da igual como llamemos a aquello que llevamos con nosotros – ya no hay más sitio para nuevos inquilinos.

Tampoco hay que excluir del todo una tercera posibilidad: uno ya no se asusta tan fácilmente ante «animales» nuevos; se ha vuelto más astuto y, confía en probadas reacciones de defensa, sin someterlas a un examen minucioso.

Si realmente fueran «animales» nuevos, uno los temería lo bastante como para conocerlos.

Un hombre muy viejo que ya no toma alimento. Vive de sus años.

Mientras uno dice mañana está pensando siempre; por esto le gusta a uno tanto decir mañana.

¡Este calorcillo!, dicen todos aquellos de los cuales aquel hombre se zafa. no puede aumentar?

Toda forma de pensar y de sentir, si es que puede ser algo que haga presa en los demás, es como una obra que uno está e escribiendo continuamente y que no se acaba nunca.

Uno dice de sí mismo: a lo largo de toda mi vida no ha muerto ni un solo hombre.

A éste, a éste sólo, es a quien yo envidio de entre todos los hombres.

¡Ah!, ¡qué preciosas son las colecciones! Así nadie las va a perturbar.

Lo que podría hacerse con ellas, por lo menos, sería desordenarlas, juntarlas, mezclarlas, cambiarlas, separarlas. Se podrían encontrar distintos juegos y reglas de juego para ellas.

En las colecciones hay demasiada autosatisfacción y en sus guardianes demasiada seguridad. Es incomprensible que no se robe más en ellas, aunque no sea más que por esta razón: para cambiarlas, simplemente. Debería haber demonios especiales que día y noche trabajaran en contra de la seguridad de las colecciones. Que falsificaran cuadros hasta que las colecciones ya no pasaran por auténticas. Que, por la noche, precios de millones los dejaran reducidos a casi nada. Que intercambiaran con fortuna nombres y época.

En sueños, después de bajar muchas escaleras, salí a la cumbre del Mont Ventoux.

Predica mientras duerme. Cuando está despierto no se acuerda de nada. Sobre el sueño se llegará a saber tanto que nadie más tendrá ganas de estar despierto.

Aristófanes está lleno de hordas, y lo seductor de ello es que les gusta salir en forma de animales. Son a la vez hombres y animales, avispas, aves, aparecen como tales y hablan como si fueran hombres. De ahí que representen las metamorfosis más antiguas, la metamorfosis misma. La comedia todavía no está reducida a sus meras dimensiones humanas; la época de la comedia aburrida y sin ocurrencias todavía no ha empezado.

Para cada palabra, un sello de correos. Aprendían a conversa silencio.

Ya no soporta la música, está tan lleno de sonidos no explotados…

Habría que observar hasta qué punto el miedo hace mella en uno, en qué escondrijo se mete una vez ha sido rechazado el primer ataque.

Parece que le gusta encontrar los viejos canales.

La desconfianza misma es ya una manera de rechazar el miedo. Anticipa lo peor como si quisiera avergonzar al miedo. Postula una amenaza que sobrepasa con mucho la del miedo. De esta manera le da a uno valor para imaginar más cosas de las que el miedo se hubiera atrevido a imaginar. Así, la desconfianza podría hacerle a uno fuerte, con sólo que, por así decirlo, no se apartara de la cuestión. Pero la desconfianza no hace esto; cada vez hace entrar más objetos de desconfianza en su campo, y al final acaba convirtiéndose en un generador automático de miedo.

Pues, por muy fría y muy dura que se presente, se alimenta del mismo poder hostil contra el que quiere defendernos. Al miedo que ataca de un modo abierto y frontal se añade el miedo secreto que se mete subrepticiamente en la desconfianza. El cuerpo de la desconfianza tiene sus venas especiales; la sangre que corre por ellas es miedo. Todas las funciones que no han tenido lugar en una vida y la manera como se vengan. El que no fue nunca padre se busca hijos falsos. El que nunca anduvo en pos de ganancias aconseja a otros en sus especulaciones. El que nunca escribió sus libros los inventa para los extraños. El que no fue sacerdote construye nuevas religiones. Puede que el orgullo de renunciar a uno mismo haya sido grande pero todo aquello a lo que se ha renunciado se venga. ¿No hay ninguna renuncia verdadera?

Un hombre bueno sólo podría ser aquel que en ningún sitio se le toma por tal. Por esto, el que desde niño quería siempre que le dijeran que era bueno no puede llegar a serlo nunca.

No hay ningún disfraz de bondad, y ésta no tolera el aplauso.

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