En el silencio de la noche, cuando están durmiendo todos aquellos que él conoce bien, es un hombre mejor.
Los resucitados acusan de repente a Dios en todas las lenguas: el verdadero juicio Universal.
Uno desearía que hubiera otro mundo que estuviera totalmente intacto, un mundo del cual no sospecháramos nada; sobre el cual no tuviéramos ninguna influencia; tan desconocidos nosotros para él como él para nosotros; un mundo que ninguna leyenda nos hubiera hecho más cercano; no esperado en ninguna parte, y, sin embargo, comprensible cuando de repente acudiera en nuestra ayuda en el momento en que estuviéramos asfixiándonos y nos regalara almas nuevas junto con los ojos que nos lo hicieran visible.
No hay nada más terrible que ver morir a un enemigo; que sólo con esto no termine ya toda la enemistad del mundo es algo que no comprenderé jamás. Vemos el rostro del moribundo, pero el sitio donde le hemos hecho daño no lo vemos. Pero cómo sentimos la más pequeña herida que le hayamos causado y cómo sentimos que sin ella tal vez hubiera vivido tres momentos más; tres momentos llenos de vida.
El sentido más profundo de la ascesis es el de mantener la compasión. El que come tiene cada vez menos compasión y acaba por no tener ninguna.
Un hombre que no tuviera que comer y que no obstante medrara, que desde un punto de vista espiritual y sentimental se comportara como un hombre a pesar de no comer nunca, éste sería el experimento moral más grande que cabría imaginar y si saliera bien se podría pensar seriamente en la superación de la muerte.
Lo más tonto de todo son las quejas . Siempre estamos enfadados con alguien. Siempre hay uno u otro que se nos ha acercado demasiado. Siempre hay uno u otro que ha cometido una injusticia con nosotros. ¿Por qué esto? ¿qué significa que esto y aquello no lo consentimos? Este mezquino absurdo ronda por la cabeza, mezquino porque nos afecta a nosotros mismos y, además, sólo a la más minúscula parte de nuestra persona, la frontera siempre artificial. Con estas quejas se va llenando la vida, como si fueran máximas de sabiduría. Van en aumento como pequeños bichos, proliferan más rápidamente que los piojos. Con ellas nos dormimos, con ellas nos despertamos; la «vida de negocios» del hombre no consiste en otra cosa.
¿Cómo es posible que nos llevemos a la boca cosas trituradas, que sigamos un buen rato triturándolas y que luego, de la boca salgan palabras? ¿No sería mejor que tuviéramos una y que la boca estuviera sólo para las palabras? ¿O es que en este íntimo entrelazamiento de los sonidos los labios, los dientes, la lengua, la garganta – justo los órganos de la boca que sirven para el negocio de la alimentación -, que en este entrelazamiento se expresa el hecho de que lenguaje y comida se implican mutuamente, y que siempre va a ser así, que no podemos ser nunca más noble ni mejor de lo que somos?, ¿qué, en el fondo, bajo todos los disfraces imaginables, en realidad lo que estamos diciendo son siempre las mismas cosas horribles y sanguinarias, y que en nosotros el asco sólo se presenta cuando en la comida hay algo que no está bueno?
Luego vino uno y demostró que todos los experimentos, empezando por el primero – y justo por causa de éste -, estaban mal; que luego ellos, en sí mismos y en la secuencia que formaban, estaban bien, y que, como el único que quedó sin discutir fue el primero, no se llegó nunca a descubrir el error. De ahí que, de repente, la totalidad del mundo de la técnica quedara desenmascarado como una ficción y que la Humanidad pudiera despertar de la peor de las pesadillas.
Uno vive creyendo que todo lo que le pasa por la cabeza está envenenado y que a partir de este momento debe ser evitado para siempre. La reducción de todo lo que existe a lo desconocido será su única salvación. Para protegerse de lo desconocido inventa un método para no pensar en nada . Logra ponerlo en práctica: en torno a él el mundo vuelve a florecer.
Cada una de tus palabras, junto a ella, se transforma en una nube de mosquitos; y te maravillas de que vuelvan a ti en forma de picaduras.
Intercambios de costumbres: yo te regalo ésta, tú aquélla; de ahí tiene que salir un matrimonio.
La cursilería moral del puritano: en la más profunda y compungida de sus autoacusaciones se presenta siempre mil veces mejor de lo que en realidad es.
¿Cuántas costumbres necesita uno para moverse dentro lo desacostumbrado?
Un país en el que inmensas mujeres van de un lado para otro con sus minúsculos maridos en el bolsillo. Cuando pelean, sacan de pronto a sus maridos y se los enseñan unas a otras como si fueran dioses del terror.
El se imagina que tiene que cambiar todas las frases que haya dicho o escrito. No basta con proponerse cambiar las que son accesibles; tiene que encontrar también todas las que se han perdido; rastrearlas, cogerlas y traerlas de nuevo. No le está permitido descansar hasta que no las tenga todas. Castigo que deberán sufrir en el infierno los que tuvieron una fe falsa.
El último día del mes, con la ridícula lámpara en la mano derecha, bajo a mis ruinas y, conforme voy bajando, me digo: es inútil. ¿Qué fe hay que pueda conducirnos al fondo de la tierra? Da igual lo que hagas, tú, otro o quien sea; es inútil. ¡Oh vanidad de todos los esfuerzos!; las víctimas siguen cayendo, por miles, por millones; esta vida, que tú pretendes que es santa, no es santa para nada ni para nadie. No hay ningún poder secreto que quiera mantenerla. Tal vez tampoco hay ningún poder secreto que quiera destruirla, pero se destruye ella sola. ¿Cómo puede tener valor una vida que está basada en los intestinos? Entre las plantas puede que todo este mejor… pero ¿qué sabes tú en realidad de los tormentos de la asfixia?
¡Oh, el asco hace presa de lo que le rodea y el asco proviene de la comida. Todo está contagiado por la comida, todo sucumbe a la comida. Es hipócrita el día feliz y pacífico que algunos viven. Lo que ha sido triturado es más verdadero. Los pacíficos cubren la tierra con las hojas y con la lentitud de las plantas, pero estas mallas son débiles, e incluso en aquellos sitios en los que vencen, bajo sus mantos verdes continúa la destrucción de la carne, El poderoso se enorgullece con su inmenso estómago y el vanidoso reluce con los colores irisados de sus tripas. El arte toca para que bailen el que digiere y el que se asfixia. El arte es siempre el que mejor lo hace y su herencia será guardada como el bien más precioso. Algunos coquetean con la idea de que esto podría terminar y cuentan catástrofe tras catástrofe. Pero en el fondo la intención de este tormento es una intención eterna. La Tierra sigue siendo joven, su vida se multiplica y se idean nuevas formas de miseria, más complicadas, lacerantes o más completas. Uno le suplica a otro: ¡ayúdame, haz que esto sea peor!
La gente en la que uno confía y la gente que confía en uno, un sainete.
¡Pensar que antes de esta vida hubiera habido otra, y que la nuestra fuera incluso el descanso en el que los de aquélla se recupera!
Encontrar un corneta para todo el miedo de la Tierra, cargarlo con él y mandarlo a la selva del Universo, un cometa expiatorio.