Sus exageraciones tienen una frontera clara. Llegan exactamente hasta la indigestión, no más allá.
Hay toda clase de opiniones morales; es decir, no hay nada tan inmoral que, en algún sitio u otro, no pudiera ser válido y vinculante. De ahí que, una vez nos hemos informado sobre las costumbres de todos los hombres, seguimos sin saber nada y. tenemos derecho a empezar desde el principio en nosotros mismos. Pero ninguna molestia ha sido en vano. Nos hemos vuelto más honrados y menos orgullosos. Conocemos mejor a nuestros antepasados y sentimos cuán descontentos estarían de nosotros. Pero ya no son santos; lo son sólo de una manera: no viven; y pronto en esta santidad no les llevaremos ninguna ventaja.
La más terrible de todas las frases: alguien ha muerto «a tiempo».
En el juicio Final, de cada fosa común saldrá una sola criatura ¡Y Dios tendrá que atreverse a juzgarla!
Las lágrimas de alegría de los muertos por el primero que ya no muere.
¡Todo el mundo es demasiado bueno para morir! No se puede decir. Primero deberíamos todos vivir más tiempo.
Un pensamiento demoledor: que tal vez no hay nada que saber; que todo lo falso surge sólo porque lo queremos saber.
A veces sentimos que está terminando una guerra y estamos felices como niños de que quede gente; y antes de que termine empezamos a llamarlos; ellos contestan; han tenido la misma impresión.
En la gran cantidad de sucesos contradictorios, los filósofos se hacen sitio los unos a los otros. De entre los movimientos que agitan el espíritu del hombre no hay ninguno más hermoso ni más desesperado que el deseo de que le amen a uno por sí mismo. ¿Quién es uno, entre tantos y tantos otros, para poder reclamar para sí esta preferencia? Uno quiere no ser intercambiable. Nadie debe poder sustituirle a uno. No basta con que uno sea inconfundible a los sentidos, debe serlo también desde un punto de vista espacial y espiritual. Como si la Tierra sólo tuviera un Cielo y el Cielo sólo una Tierra, reclamamos la validez de estos dos elementos y cuando tenemos uno queremos justamente ser el otro. En realidad estamos llenos de planetas, y un número incontable de cielos nos abren sus puertas.
El sistema de premios y castigos alcanza niveles sarcásticos, hasta el punto de que en el cielo y en el infierno tendremos que avergonzarnos de este sistema.
Puede que hace 120 generaciones o más haya vivido yo entre los egipcios. ¿Los admiré tanto entonces?
Lo que tiene uno que decir para que le oigan cuando uno, al fin, se calla.
Uno quisiera escribir exactamente lo necesario para que las palabras se dieran vida unas a otras y no más de lo necesario para que todavía las tomara en serio.
Conforme aumenta la madurez, se advierte una aversión por las voces aisladas de los poetas. Se busca lo anónimo, los grandes relatos de los pueblos – que existieron siempre para todo el mundo -, como la Biblia, Homero y los mitos de las razas que permanecieron en estado primitivo. Sin embargo, al otro lado del océano la gente se interesa por las debilidades más privadas y particulares Y por las miserias de aquellos que pueden hablar de ellas; y así es como volvemos a parar a los poetas-privados. Pero no es como poetas como pueden cautivarnos, es sólo como guardianes de lo más íntimo y privado; nos encantaría – más de lo que debiera ser – hacer añicos la porcelana que ellos pintan y que exponen como producto genuino.
Al hablar va colocando las palabras de un modo excesivamente tranquilo y reposado; domina siempre sus palabras; ellas jamás le empujan, jamás se mofan de él, jamás le ponen en ridículo; ¿cómo voy a fiarme de este hombre?
Estoy harto de penetrar con la mirada a los seres humanos; es tan fácil… y además no lleva a nada.
Es casi insoportable pensar cuántas cosas de las que se pueden saber no va a poder uno integrar jamás en su vida. Pero es completamente imposible llegar uno mismo a excluir este saber.
En un solo hombre podemos aprender la desgracia de todo el mundo, y mientras no le entregamos, no hay nada entregado; y mientras este hombre respira, respira el mundo.
Estás hablando siempre de animales, estás entusiasmado con ellos; pero luego ni siquiera te das cuenta de cuándo estás más cerca de la vida animal: entre estafadores y estafado.
Otra vez – es la segunda o la tercera – he estado pensando en la muerte como mi salvación. Temo que todavía pueda experimentar grandes cambios. Tal vez pronto voy a ser uno de estos que cantan alabanzas a la muerte, uno de estos que luego, en su ancianidad, imploran a la muerte. De ahí que quiera dejar aquí bien claro, de una vez por todas, que este segundo período de mi vida, en caso de que tenga lugar, no tiene validez. No quiero haber existido para luego anular aquello para lo cual existí. Que me traten como si fuera dos hombres, uno fuerte y otro débil, y que escuche. la voz del fuerte, pues el débil no va a ayudar a nadie. No quiero que las palabras del anciano anulen las del joven. Prefiero que me interrumpan. Prefiero llegar sólo a la mitad.
A la muerte la quiero grave, a la muerte la quiero terrible, y que donde más terrible sea, sea allí donde sólo hay que temer la nada.
Sería aún más difícil morir si supiéramos que vamos a seguir viviendo, pero obligados al silencio.
Todo lo que anotamos contiene todavía un ápice de esperanza, por mucho que provenga de la desesperación.