– Puedes llevarte la moto que tengo ahí atrás -dijo Vinnie-. La acepté como pago de una fianza. Un tío estaba escaso de fondos y me pagó con la moto. Ya tengo el garaje lleno de mierdas y no tengo sitio para una moto.
La gente limpiaba las casas al mismo tiempo que pagaba sus fianzas. Vinnie aceptaba equipos de música, televisiones, abrigos de visón, ordenadores y aparatos de gimnasia. Una vez aceptó para pagar la fianza de Madame Zaretsky su látigo y su perro amaestrado.
Normalmente estaría feliz ante la perspectiva de llevar una moto. Me saqué el carnet hace un par de años, cuando salía con un chico que tenía una tienda de motos. De vez en cuando he deseado hacerme con una moto, pero nunca he tenido dinero para comprármela. El problema es que no es el vehículo ideal para una cazarrecompensas.
– No quiero la moto -dije-. ¿Qué voy a hacer con una moto? No puedo traer a un NCT en moto.
– Exacto, y además, ¿qué hago yo? -dijo Lula-. ¿Cómo vas a meter a una mujer de figura ampulosa como yo en una moto? ¿Y mi pelo? Tendría que ponerme uno de esos cascos y me chafaría el pelo.
– Lo tomas o lo dejas -dijo Vinnie.
Solté un profundo suspiro y puse los ojos en blanco.
– ¿La moto trae cascos?
– Están en el almacén.
Lula y yo salimos a ver la moto.
– Va a ser algo bochornoso -dijo Lula, abriendo la puerta del almacén-. Va a ser un… espera un momento, fíjate. ¡Hostia!
No es cualquier motocicleta de mierda. Es una señora máquina. Era una Harley-Davidson FXDL Dyna Low Rider. Negra, con llamaradas verdes pintadas y los tubos de escape rectificados. Lula tenía razón. No era una moto cualquiera. Era un sueño erótico.
– ¿Sabes manejarla? -preguntó Lula. Le sonreí.
– Ah, sí -dije-. Desde luego que sí.
Lula y yo nos ajustamos los cascos y sacamos la moto. Metí la llave en el contacto, pisé el pedal y la Harley rugió debajo de mí.
– Houston, hemos despegado -dije. Y tuve un pequeño orgasmo.
Recorrí el callejón de detrás de la oficina un par de veces, para tomarle el pulso a la moto y, luego, me dirigí al edificio de apartamentos de Mary Maggie. Quería volver a intentar hablar con ella.
– Parece que no está en casa -dijo Lula tras la primera vuelta por su garaje-. No veo su Porsche.
No me sorprendía. Seguramente estaba en algún lugar comprobando los daños sufridos por su Cadillac.
– Esta noche tiene combate -le dije a Lula-. Podemos hablar con ella allí.
Cuando entré en el aparcamiento de mi edificio me fijé en los coches. No vi ni Cadillacs blancos, ni limusinas negras, ni el coche de Benny y Ziggy, ni el Porsche del MMM-ÑAM, ni el coche supercaro y probablemente robado de Ranger. Sólo la camioneta de Joe.
Cuando entré en casa Joe estaba tirado en el sofá viendo la televisión con una cerveza en la mano.
– He oído que te has cargado el coche -dijo.
– Sí, pero estoy bien.
– También había oído eso.
– DeChooch está como una cabra. Dispara a la gente. La atropella intencionadamente. ¿Qué le pasa? No es un comportamiento normal…, ni siquiera para un antiguo hampón. Vamos, entiendo que está deprimido… pero ¡joder! -fui a la cocina y le di a Rex un trozo de galleta que me había guardado durante el almuerzo.
Morelli entró en la cocina detrás de mí.
– ¿Cómo has llegado a casa?
– Vinnie me ha dejado una moto.
– ¿Una moto? ¿Qué clase de moto?
– Una Harley. Una Dyna Low Rider.
Sus ojos y su boca se fruncieron en una sonrisa.
– ¿Vas por ahí en una Harley?
– Sí. Y ya he tenido mi primera experiencia sexual en ella.
– ¿Tú sola?
– Sí.
Morelli soltó una risotada y se acercó a mí, aplastándome contra el mostrador; sus manos rodearon mis costillas, su boca rozó mi oreja, mi cuello.
– Apuesto a que puedo mejorarlo.
El sol se había puesto y el dormitorio estaba a oscuras. Morelli dormía a mi lado. Incluso dormido, Morelli irradiaba energía controlada. Su cuerpo era esbelto y duro. Su boca, suave y sensual. Los rasgos de su cara se habían vuelto más angulosos con la edad. Sus ojos más recelosos. Como poli había visto muchas cosas. Tal vez demasiadas.
Eché una mirada al reloj. Las ocho. ¡Las ocho! ¡Caray! Yo también me había quedado dormida. ¡Un momento antes estábamos haciendo el amor y de repente eran las ocho! Sacudí a Morelli para que se despertara.
– ¡Son las ocho de la noche! -dije.
– ¿Uh?
– ¡Bob! ¿Dónde está Bob?
Morelli saltó de la cama.
– ¡Mierda! Me vine aquí directamente del trabajo. ¡Bob no ha cenado!
La idea implícita era que a estas alturas Bob se habría comido cualquier cosa… el sofá, la televisión, los rodapiés.
– Vístete -dijo Morelli-. Le damos de comer a Bob y salimos a cenar una pizza. Luego puedes pasar la noche en mi casa.
– No puedo. Tengo que trabajar esta noche. Lula y yo no hemos conseguido hablar con Mary Maggie y vamos a ir al Snake Pit. Tiene un combate a las diez.
– No tengo tiempo para discutir -dijo Morelli-. Probablemente Bob se ha comido un trozo de pared. Vente cuando acabes en el Snake Pit.
Me agarró, me dio un beso y salió corriendo al pasillo.
– De acuerdo -dije. Pero Morelli ya se había ido.
No estaba muy segura de qué se ponía una para ir al Pit, pero un peinado de zorra parecía una buena idea, así que me puse los rulos calientes y me hice un cardado. Aquello aumentó mi estatura de un metro sesenta y cinco a un metro setenta. Me emperifollé con una buena capa de maquillaje, añadí, para mayor efecto, una falda elástica negra y tacones de diez centímetros, y me sentí muy guerrera. Agarré la cazadora de cuero y las llaves del coche del mostrador de la cocina. Un momento. Aquéllas no eran las llaves del coche. Eran las llaves de la moto. ¡Mierda! Nunca lograría meter el cardado en el casco.
Que no cunda el pánico, me dije. Piénsalo un momento. ¿De dónde puedes sacar un coche? Valerie. Valerie tiene el Buick. La llamo y le digo que voy a ir a un sitio en el que hay mujeres semidesnudas. Eso es lo que quieren ver las lesbianas, ¿no?
Diez minutos más tarde, Valerie me recogía en el aparcamiento. Seguía llevando el pelo pegado para atrás y no llevaba nada de maquillaje, salvo el carmín rojo sangre. Llevaba zapatos de hombre con puntera reforzada, un traje pantalón mil rayas y camisa blanca abierta en el cuello. Me resistí al impulso de mirar si por la camisa abierta le asomaba pelo del pecho.
– ¿Qué tal te ha ido hoy? -le pregunté.
– ¡Me he comprado unos zapatos nuevos! Míralos. ¿A que son estupendos? Me parece que son unos zapatos perfectos para una lesbiana.
Había que reconocerle una cosa a Valerie. No dejaba nada a medias.
– Me refiero al trabajo.
– Lo del trabajo no ha salido bien. Supongo que era de esperar. Si no tienes éxito a la primera… -puso todo su peso sobre el volante y logró que el Buick tomara la curva-. Pero he matriculado a las niñas en el colegio. Supongo que eso es algo positivo.
Lula nos esperaba en la acera, enfrente de su casa.
– Ésta es mi hermana Valerie -le dije a Lula-. Viene con nosotras porque tiene el coche.
– Parece que hace las compras en la sección de caballeros.
– Está haciendo un período de prueba.
– Oye, a mí plin -dijo 1,ula.
El aparcamiento del Snake Pit estaba abarrotado, así que dejamos el coche en la misma calle, a quinientos metros. Cuando llegamos a la puerta los pies me estaban matando y pensaba que ser lesbiana tenía sus ventajas. Los zapatos de Valerie parecían deliciosamente cómodos.
Nos dieron una mesa del fondo y pedimos las bebidas.
– ¿Cómo vamos a conseguir hablar con Mary Maggie? -quiso saber Lula-. Desde aquí casi no podemos ni ver.
– Ya he inspeccionado el local. Sólo hay dos puertas; cuando Mary Maggie acabe con su número en el barro, cada una de nosotras se pondrá en una puerta y la pillaremos al salir.
– Me parece un buen plan -dijo Lula, y se bebió su copa de un trago y pidió otra.
Había algunas mujeres con sus parejas, pero la mayor parte del local estaba lleno de hombres de caras serias, con la esperanza de que uno de los tangas se rompiera en el fragor de la pelea, que supongo que es el equivalente a placar a un defensa de rugby.
Valerie miraba con los ojos muy abiertos. Era difícil saber si reflejaban excitación o histeria.
– ¿Estás segura de que aquí conoceré a alguna lesbiana? -gritó por encima de aquel alboroto.
Lula y yo echamos un vistazo alrededor. No vimos ninguna lesbiana. Al menos ninguna que fuera vestida como Valerie,
– Nunca se sabe cuándo van a aparecer las lesbianas -dijo Lula-. Creo que lo mejor es que te tomes otra copa. Estás un poco pálida.
Cuando pedimos las siguientes copas le mandé una nota a Mary Maggie. Le dije en qué mesa estábamos y que quería que le pasara a DeChooch un mensaje de mi parte.
Media hora después aún no había recibido respuesta de Mary Maggie. Lula se había empujado cuatro Cosmopolitans y estaba preocupantemente sobria y Valerie había tomado dos Chablís y parecía muy contenta.
En el cuadrilátero, las mujeres se zurraban unas a otras. De vez en cuando metían en el lodo a algún desdichado borracho, que patinaba fuera de control hasta que tragaba un litro de barro y el árbitro le echaba de allí. Se daban tirones de pelo, se propinaban bofetadas y resbalaban sin cesar. Me imagino que el barro es resbaladizo. Hasta el momento ninguna había perdido el tanga, pero se veían abundantes pechos desnudos a punto de estallar por los implantes de silicona rebozados en barro. En conjunto, la cosa no resultaba muy atractiva y yo me alegré de tener un trabajo en el que la gente me pegara tiros. Era mejor que revolcarse en el barro medio desnuda.
Anunciaron el combate de Mary Maggie y ella apareció vestida con un bikini plateado. Estaba empezando a descubrir unas ciertas señas de identidad. Porsche plateado, bikini plateado. El público la vitoreó. Mary Maggie es famosa. Luego salió otra mujer. Se llamaba Animal y, entre nosotras, me preocupé por la integridad de Mary Maggie. Los ojos de Animal eran rojos brillantes y, aunque era difícil de decir desde lejos, estoy bastante segura de que tenía serpientes entre el pelo.
El árbitro tocó la campana y las dos mujeres se movieron en círculo y, luego, se embistieron la una a la otra. Tras un rato de empujarse sin mucho éxito, Mary Maggie resbaló y Animal cayó encima de ella.