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Ni una pista.

No tenía ninguna buena razón para husmear en los otros dormitorios, pero soy fisgona por naturaleza. El segundo dormitorio era una habitación de invitados sin apenas muebles. La cama estaba deshecha y supuse que allí dormía El Porreta de vez en cuando. El tercer dormitorio estaba atestado, del suelo al techo, de mercancía robada. Cajas de tostadoras, teléfonos, despertadores, pilas de camisetas y Dios sabe qué otras cosas. Dougie había vuelto a hacerlo.

– ¡Porreta! -grité-. ¡Sube aquí! ¡Ahora mismo!

– ¡Toma! -dijo El Porreta cuando me vio de pie ante la pilota del tercer dormitorio-. ¿De dónde ha salido todo eso?

– Creía que Dougie había dejado de trapichear.

– No podía evitarlo, colega. Te juro que lo ha intentado, pero lo lleva en la sangre, ¿sabes? O sea, como si hubiera nacido para trapichear.

Ahora tenía una idea más clara del origen del nerviosismo de El Porreta. Dougie seguía teniendo malas compañías. Las malas compañías están bien si todo lo demás está en orden. Pero cuando un amigo desaparece, empiezan a ser preocupantes.

– ¿Sabes de dónde vienen estas cajas? ¿Sabes con quién estaba trabajando Dougie?

– O sea, ni idea. Recibió una llamada de teléfono y al momento siguiente apareció un camión delante de la casa y nos entregaron todo ese género. No presté mucha atención. Estaban poniendo los dibujos de Rocky y Bullwinkle y ya sabes lo difícil que es despegarte del viejo Rocky.

– ¿Dougie debía dinero? ¿Tuvo algún problema con este trapicheo?

– No lo parecía. Parecía estar muy contento. Decía que estas mercancías eran muy fáciles de vender. Excepto las tostadoras. Oye, ¿quieres una tostadora?

– ¿Cuánto?

– Diez pavos.

– Hecho.

Paré un momento en la tienda de Giovichinni a comprar algunos alimentos básicos y luego Bob y yo nos fuimos a casa a preparar la comida. Llevaba la tostadora debajo de un brazo y la compra debajo del otro cuando salí del coche.

Benny y Ziggy se materializaron de repente de la nada.

– Permítame que le ayude con esa bolsa -dijo Ziggy-. Una señorita como usted no debería llevar las bolsas.

– ¿Y qué es esto? ¿Una tostadora? -dijo Benny, liberándome de su peso y mirando la caja-. Y además, es muy buena. Tiene esas ranuras superanchas para hacer bollos ingleses.

– Puedo arreglármelas -dije, pero ya iban delante de mí con la bolsa y la tostadora, y estaban entrando en el portal de mi edificio.

– Habíamos pensado en pasarnos y ver cómo iban las cosas -dijo Benny pulsando el botón del ascensor-. ¿Ha tenido mejor suerte con Eddie?

– Le vi en la funeraria de Stiva, pero se escapó.

– Sí, ya nos habíamos enterado. Es una pena.

Abrí la puerta del apartamento y ellos me dieron la bolsa y la tostadora mientras escudriñaban el interior.

– ¿No tendrá a Eddie ahí dentro, verdad? -preguntó Ziggy.

– ¡No!

Ziggy se encogió de hombros.

– Tenía que intentarlo.

– El que no arriesga no gana -dijo Benny. Y se fueron.

– No hace falta aprobar un test de inteligencia para entrar en el hampa -le dije a Bob.

Enchufé mi nueva tostadora y le metí dos rebanadas de pan.

Le preparé a Bob un sándwich de mantequilla de cacahuete con el pan sin tostar, cogí uno con el pan tostado y nos los comimos de pie en la cocina, disfrutando del momento.

– Supongo que ser ama de casa no es tan difícil -le dije a Bob-, mientras tengas pan y mantequilla de cacahuete.

Llamé a Norma, la del registro de automóviles, y me dio el número de matrícula del Corvette de Dougie. Luego llamé a Morelli a ver si él se había enterado de algo.

– El informe de la autopsia de Loretta Ricci no ha llegado todavía -dijo Morelli-. Nadie ha detenido a DeChooch y la marea no ha traído a Kruper. La pelota sigue en juego, Bizcochito.

Vale, genial.

– Supongo que te veré esta noche -dijo Morelli-. Os recojo a Bob y a ti a las cinco y media.

– Vale. ¿Algún plan en especial?

Silencio en la línea.

– Creía que estábamos invitados a cenar en casa de tus padres.

– ¡Ay, coño! ¡Joder! ¡Mierda!

– Se te había olvidado, ¿no?

– Estuve con ellos ayer.

– ¿Significa eso que hoy no tenemos que ir?

– Ojalá fuera así de fácil.

– Te recojo a las cinco y media -dijo Morelli, y colgó.

Mis padres me gustan. De verdad. Lo que pasa es que me vuelven loca. En primer lugar, está mi perfecta hermana Valerie con sus dos hijas perfectas. Afortunadamente viven en Los Ángeles, de modo que su perfección está moderada por la distancia. Y luego está mi alarmante estado civil, que mi madre se siente obligada a arreglar. Eso sin mencionar mi trabajo, mi ropa, mis modales con la comida y mi asistencia a la iglesia (o mi no asistencia a ella).

– Muy bien, Bob -dije-, ya es hora de que volvamos al trabajo. Vamos a callejear.

Había pensado pasar la tarde buscando coches. Necesitaba encontrar un Cadillac blanco y el Batmóvil. Decidí empezar por el Burg y luego ir ensanchando el área de búsqueda. Y tenía una lista mental de restaurantes y cantinas con precios económicos que llevaban comidas a los ancianos. Pensé dejar los restaurantes para el final y ver si aparecía el Cadillac blanco.

Metí un trozo de pan en la jaula de Rex y le dije que volvería a casa antes de las cinco. Tenía ya la correa de Bob en la mano y estaba a punto de salir cuando oí llamar a la puerta. Era un repartidor de State Florist.

– Feliz cumpleaños -dijo el chaval. Me entregó un jarrón con flores y se fue.

Aquello me pareció un tanto extraño, puesto que mi cumpleaños es en octubre y estábamos en abril. Dejé las flores en la mesa de la cocina y leí la tarjeta.

Las rosas son rojas. La violeta azul. Se me ha puesto dura y el motivo eres tú.

Estaba firmada por Ronald DeChooch. Por si fuera poco el horror que me había dado en su club, ahora me mandaba flores.

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