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Mervyn se hallaba de pie en el centro de la habitación, sorprendido por su aparición. La señora Lenehan no se veía por parte alguna, pero su chaqueta de cachemira gris estaba tirada sobre el sofá.

Diana cerró la puerta de golpe a su espalda.

– ¿Cómo puedes hacerme esto? -preguntó.

– ¿Hacerte qué?

Una buena pregunta, pensó Diana. ¿Por qué estaba tan furiosa?

– ¡Todo el mundo se enterará de que has pasado la noche con ella!

– No me quedó otra elección -protestó Mervyn-. No había otra plaza.

– ¿No te das cuenta de que la gente se reirá de nosotros? ¡Ya es bastante horrible que me hayas seguido!

– ¿Qué más me da? Todo el mundo se ríe de un tío cuya esposa se larga con otro individuo.

– ¡Pero lo estás empeorando! Tendrías que haber aceptado la situación tal como era.

– A estas alturas, ya deberías conocerme.

– Y te conozco… Por eso intenté evitar que me siguieras.

Mervyn se encogió de hombros.

– Bien, pues fracasaste. No eres lo bastante lista como para engañarme.

– y tú no eres lo bastante listo como para rendirte con elegancia!

– Nunca he pretendido ser elegante.

– ¿Qué clase de puta es esa tía? Está casada… ¡He visto su anillo!

– Es viuda. En cualquier caso, ¿con qué derecho te das esos aires de superioridad? Tú sí que estás casada, y vas a pasar la noche con tu querido,

– Al menos, dormiremos en literas separadas en un compartimento público, mientras que tú te pegas el lote en una suite nupcial -contestó Diana, reprimiendo una punzada de culpabilidad al recordar lo que iba a hacer con Mark en la litera.

– Pero yo no mantengo relaciones con la señora Lenehan -replicó Mervyn, en tono exasperado-. En cambio, tú no has parado de follar con ese playboy durante todo el verano, ¿verdad?

– No seas tan vulgar -siseó Diana, aun a sabiendas de que tenía razón. Eso era exactamente lo que había hecho: follar con Mark en cuanto tenía la menor ocasión. Mervyn tenía razón,

– Es vulgar decirlo, pero mucho peor hacerlo -dijo él.

– Al menos, yo fui discreta… No me dediqué a exhibirme para humillarte.

– No estoy tan seguro. No creo que tarde mucho en averiguar que era la única persona de todo Manchester que ignoraba tus manejos. Los adúlteros no son tan discretos como suelen pensar.

– ¡No me insultes! -protestó Diana. La palabra la avergonzaba.

– No te insulto, te defino.

– Suena despreciable -dijo Diana, apartando la vista.

– Da gracias a que ya no se lapide a los adúlteros, como en los tiempos de la Biblia.

– Es una palabra horrible.

– Tendrías que avergonzarte de los hechos, no de la palabra.

– Eres tan justo… Nunca has hecho nada malo, verdad?

– ¡Contigo siempre me he portado bien!

La exasperación de Diana alcanzó su punto álgido.

– Dos esposas han huido de ti, pero tú siempre has sido la parte inocente. ¿Nunca se te ha ocurrido preguntarte en qué te habías equivocado?

Sus palabras le hirieron. Mervyn la sujetó sacudiéndola.

– Te di cuanto querías -gritó, irritado.

– Pero hiciste caso omiso de mis sentimientos -chilló Diana-. Siempre en todo momento Por eso te dejé. Apoyó las manos en el pecho de Mervyn para apartarle…

y la puerta se abrió en aquel momento, dando paso a Mark. Se quedó inmóvil, contemplándoles, vestido con el pijama

– ¿Qué coño está pasando, Diana? -preguntó-. ¿Piensas pasar la noche en la suite nupcial?

Diana empujó a Mervyn, y éste la soltó.

– No, claro que no -dijo ella a Mark-. Este es el alojamiento de la señora Lenehan… Mervyn lo comparte con ella. Mark lanzó una carcajada desdeñosa.

– Fantástico! ¡Algún día lo utilizaré para un guion!

– ¡No es divertido! -protestó Diana.

– ¡Pues claro que sí! ¡Este tipo persigue a su mujer como un lunático, ¿y qué hace después? ¡Liarse con la primera chica que se encuentra en su camino!

Su actitud dolió a Diana, que tampoco deseaba defender a Mervyn.

– No se han liado -puntualizó, impaciente-. Eran las únicas plazas que quedaban.

– Deberías estar contenta -dijo Mark-. Si se enamora de ella, tal vez deje de perseguirte.

– ¿No comprendes que estoy abatida?

– Por supuesto, pero no entiendo por qué. Ya no quieres a Mervyn. A veces, hablas como si le odiaras. Le has abandonado. ¿Qué te importa con quién se acuesta?

– ¡No lo sé, pero me importa! ¡Me siento humillada!

Mark estaba demasiado enfadado para mostrarse comprensivo.

– Hace pocas horas decidiste volver con Mervyn. Después, te enfadaste con él y cambiaste de idea. Ahora, la idea de que pueda acostarse con otra te vuelve loca.

– No me acuesto con ella -puntualizó Mervyn.

Mark no le hizo caso.

– ¿Estás segura de no seguir enamorada de Mervyn -preguntó a Diana, en tono irritado.

– ¡Lo que acabas de decirme es horrible!

– Lo sé, pero ¿no es verdad?

– No, no es verdad, y te odio por pensar que sí. Los ojos de Diana se llenaron de lágrimas.

– Entonces, demuéstramelo. Olvídate de él y de dónde duerme.

– ¡Las demostraciones nunca han sido mi fuerte! -grito Diana-. ¡Deja de ser tan lógico! ¡Esto no es el Congreso!

– ¡No, desde luego que no! -dijo una voz nueva. Los tres se volvieron y vieron a Nancy Lenehan en la puerta. Una bata de seda azul resaltaba su atractivo-. De hecho, creo que ésta es mi suite. ¿Qué demonios está pasando?

17

Margaret Oxenford estaba enfadada y avergonzada. Tenía la certeza de que los demás pasajeros la miraban y pensaban en la espantosa escena del comedor, dando por sentado que compartía las horribles ideas de su padre. Tenía miedo de mirarles a la cara.

Harry Marks había rescatado los restos de su dignidad. Se había comportado con inteligencia y comprensión al entrar, apartarle la silla y ofrecerle el brazo al salir; un gesto insignificante, casi tonto, pero para ella había representado un mundo de diferencia.

De todos modos, sólo le quedaba un vestigio de autoestima, y hervía de resentimiento hacia su padre, por ponerla en una situación tan vergonzosa.

Un frío silencio reinaba en el compartimento dos horas después de la cena. Cuando el tiempo empeoró, mamá y papá se retiraron para cambiarse.

– Vamos a disculparnos -dijo Percy, sorprendiéndola. Su primer pensamiento fue que sólo serviría para aumentar su embarazo y humillación.

– Creo que me falta valor -contestó.

– Bastará con acercarnos al barón Gabon y al profesor Hartmann y decirles que sentimos mucho la grosería de papá.

La idea de mitigar en parte la ofensa de su padre era muy tentadora. Después, se sentiría mejor.

– Papá se enfurecerá -dijo.

– No tiene por qué saberlo, pero no me importa si se enfada. Creo que se ha pasado. Ya no le tengo miedo.

Margaret se preguntó si era sincero. Percy, cuando era pequeño, siempre decía que no tenía miedo, cuando en realidad estaba aterrorizado. Pero ya no era un niño pequeño.

La idea de que Percy hubiera escapado al control de su padre la preocupaba un poco. Sólo papá podía refrenar a Percy. Sin nadie que reprimiera sus travesuras, ¿qué haría?

– Vamos -la animó Percy-. Hagámoslo ahora. Están en el compartimento número 3. Lo he verificado.

Margaret continuaba vacilando. Pensar en acercarse al hombre que papá había insultado de aquella manera le ponía los pelos de punta. Podía herirles todavía más. Tal vez prefirieran olvidar el incidente lo antes posible, pero quizá se estuvieran preguntando cuánta gente estaba de acuerdo en secreto con papá. Era más importante oponerse a los prejuicios raciales, ¿no?

Margaret decidió acceder. Solía dar muestras de su carácter pusilánime, y siempre se arrepentía. Se levantó, cogiéndose el brazo del asiento para mantener el equilibrio, pues el avión no paraba de sacudirse.

– Muy bien -dijo-. Vamos a disculparnos.

Temblaba un poco de temor, pero la inestabilidad del avión disimulaba sus estremecimientos. Cruzó el salón principal y entró en el compartimento número 3.

Gabon y Hartmann estaban en el lado de babor frente a frente. Hartman se hallaba absorto en un libro, con su largo y delgado cuerpo curvado, la cabeza inclinada y la nariz ganchuda apuntando a una página llena de cálculos matemáticos. Gabon, aburrido en apariencia, no hacía nada, y fue el primero en verles. Cuando Margaret se detuvo a su lado, aferrándose al respaldo del asiento para no caer, se puso rígido y les miró con hostilidad.

– Hemos venido a disculparnos -se apresuró a explicar Margaret.

– Su valentía me sorprende -dijo Gabon. Hablaba un inglés perfecto, con un acento francés casi inexistente.

No era la reacción que Margaret había esperado, pero no por ello se desanimó.

– Lamento muchísimo lo sucedido, y mi hermano también. Admiro mucho al profesor Hartmann, como dije antes.

Hartmann levantó la cabeza del libro y asintió. Gabon continuaba airado.

– Es demasiado fácil para gente como ustedes pedir disculpas -dijo. Margaret miró al suelo, deseando no haber venido-. Alemania está llena de gente rica y educada que «lamenta muchísimo» lo que está sucediendo allí, pero ¿qué hacen? ¿Qué hacen ustedes?

Margaret enrojeció. No sabía qué decir o hacer.

– Basta, Philippe -intervino Hartmann. ¿No ves que son jóvenes?

– Miró a Margaret-. Acepto sus disculpas, y le doy las gracias.

– Oh, Dios mío -exclamó ella-. ¿He hecho algo que no debía?

– En absoluto -contestó Hartmann-. Ha mejorado un poco las cosas, y se lo agradezco. Mi amigo el barón está terriblemente disgustado, pero creo que al final adoptará también mi punto de vista.

– Será mejor que nos vayamos -dijo Margaret, abatida. Hartmann asintió con la cabeza.

Margaret se dio la vuelta.

– Lo siento muchísimo -dijo Percy, siguiendo a su hermana.

Regresaron a su compartimento. Davy, el mozo, estaba preparando las literas. Harry había desaparecido, seguramente en el lavabo de caballeros. Margaret decidió acostarse. Cogió la bolsa y se dirigió al lavabo de señoras para cambiarse. Mamá salía en aquel momento, espléndida con su bata color castaño.

– Buenas noches, querida -dijo.

Margaret pasó por su lado sin hablar.

El lavabo estaba abarrotado. Margaret se puso a toda prisa el camisón de algodón y el albornoz. Su indumentaria parecía poco elegante entre las sedas de colores brillantes y las cachemiras de las demás mujeres, pero no le importó. Disculparse, a fin de cuentas, no la había tranquilizado, porque los comentarios del barón Gabon eran muy ciertos. Era demasiado fácil pedir perdón y no hacer nada acerca del problema.

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