El clipper flotaba a mitad del canal. Era mas grande de lo que había imaginado. Los hombres que procedían a reabastecerlo de combustible se veían diminutos en comparación con él. Sus gigantescos motores y enormes hélices se le antojaron tranquilizadores. No se pondría nerviosa en este avión, pensó, sobre todo después de sobrevivir a un viaje sobre el mar de Irlanda en un Tiger Moth de un solo motor.
¿Qué haría cuando llegara a Nueva York? Peter llevaría adelante su plan. Tras su comportamiento se agazapaban demasiados años de odio oculto. Sintió pena por él; había sido desdichado durante todo este tiempo. Pero no iba a rendirse. Debía encontrar una forma de salvar lo que le correspondía por derecho de nacimiento.
Danny Riley era el punto débil. Un hombre que podía ser sobornado por un bando también podía ser sobornado por el otro. Tal vez se le ocurriría a Nancy otra cosa que ofrecerle, algo que le impulsara a cambiar de bando. Pero costaría. La oferta de Peters, integrarse en la asesoría jurídica de General Textiles», era difícil de superar.
Quizá podría amenazarle. Sería más barato, por otra parte. Pero ¿cómo? Podía llevarse algunos negocios personales y familiares de la empresa, pero eso no era nada comparado con el nuevo negocio que Peter conseguiría de «General Textiles». Danny preferiría, antes que nada, dinero en mano, por supuesto, pero la fortuna de Nancy estaba invertida casi toda en «Black’s Boots». Podía sacar unos miles de dólares sin demasiado problema, pero Danny querría más, tal vez cien de los grandes. No lograría reunir tanto dinero a tiempo.
Mientras se encontraba absorta en sus pensamientos, alguien la llamó por su nombre. Se volvió y vio al joven empleado de la Pan American, que agitaba una mano en su dirección.
– Una llamada telefónica para usted -gritó-. Un tal señor MacBride, de Boston.
Un hálito de esperanza la invadió. Tal vez a Mac se le ocurriría algo. Conocía a Danny Riley. Los dos eran, como su padre, irlandeses de segunda generación, que pasaban todo su tiempo con otros irlandeses y contemplaban con suspicacia a los protestantes, aunque fueran irlandeses. Mac era honrado y Danny no, pero, por lo demás, eran idénticos. Papá había sido honrado, pero no le hubiera importado emplear métodos dudosos para salvar a un compatriota del viejo país.
Papá había salvado en una ocasión a Danny de la ruina, recordó mientras corría por el muelle. Sucedió unos años atrás, poco antes de que papá muriera. Danny estaba perdiendo un caso muy importante y, desesperado, abordó al juez en su club de golf y trató de sobornarle. El juez resultó incorruptible, y aconsejó a Danny que se retirara, o procuraría que le expulsaran de la profesión. Papá había mediado con el juez, convenciéndole de que se había tratado de un lapsus momentáneo. Nancy lo sabía todo: papá había confiado mucho en ella hacia el fin de su vida.
Así era Danny: marrullero, indigno de confianza, bastante estúpido, básicamente manipulable. Estaba segura de que conseguiría su apoyo.
Pero sólo le quedaban dos días.
Entró en el edificio y el joven la guió hasta el teléfono. Aplicó el oído al auricular, alegrándose de escuchar la voz familiar y afectuosa de Mac.
– ¡De modo que has alcanzado el clipper ! -dijo el hombre con júbilo-. ¡Esa es mi chica!
– Participaré en la junta de accionistas…, pero la mala noticia es que, según Peter, tiene asegurado el voto de Danny.
– ¿Te lo has creído?
– Sí. «General Textiles» cederá a Danny la asesoría jurídica. La voz de Mac adquirió un tono de desaliento.
– ¿Estás segura de que es verdad?
– Nat Ridgeway está aquí, con él.
– ¡Esa serpiente!
A Mac nunca le había caído bien Nat, y le odió cuando empezó a salir con Nancy. Aunque Mac estaba felizmente casado, se ponía celoso de todos los que mostraban un interés romántico en Nancy.
– Lo siento por «General Textiles», si Danny se va a encargar de la parte legal.
– Supongo que le adjudicarán el personal de menor categoría. Mac, ¿es legal que le ofrezcan este incentivo?
– Probablemente no, pero sería difícil demostrar que se trata de un delito.
– Eso significa que tengo problemas.
– Creo que sí. Lo siento, Nancy.
– Gracias, viejo amigo. Tú me aconsejaste que no permitiera a Peter ser el jefe.
– Desde luego.
Ya estaba bien de llorar sobre la leche derramada, decidió Nancy. Adoptó un tono más distendido.
– Escucha, si nosotros dependiéramos de Danny, estaríamos preocupados, ¿verdad?
– Ya puedes apostar a que sí.
– Preocupados por que cambiara de bando, preocupados por que la oposición le ofreciera algo mejor. Bien, ¿cuál consideramos que es su precio?
– Ummm. -La línea se quedó en silencio durante unos momentos. Después, Mac habló-. No se me ocurre nada.
Nancy pensaba en Danny cuando intentó sobornar a un juez.
– ¿Te acuerdas de aquella vez, cuando papá le sacó de apuros? Fue el caso Jersey Rubber.
– Claro que me acuerdo. Ahórrate los detalles por teléfono, ¿vale?
– Sí. ¿Podríamos utilizar ese caso?
– No veo cómo.
– ¿Amenazándole?
– ¿Con sacarlo a la luz pública?
– Sí.
– ¿Tenemos pruebas?
– No. a menos que encuentre algo entre los papeles de papá.
– Los guardas tú, Nancy.
Nancy guardaba en el sótano de su casa de Boston varias cajas de cartón con recuerdos personales de su padre.
– Nunca los he examinado.
– Y ahora ya no hay tiempo.
– Pero podríamos darle el pego.
– No te entiendo.
– Estaba pensando en voz alta. Aguántame un minuto más. Podríamos hacerle creer a Danny que hay algo, o podría haber algo, entre los viejos papeles de papá, algo que sacaría de nuevo a la luz aquel turbio asunto.
– No veo cómo…
– Escucha, Mac, tengo una idea -dijo Nancy, alzando tono de voz al entrever nuevas posibilidades-. Supón que el Colegio de Abogados, o quien sea, decidiera abrir una investigación sobre el caso Jersey Rubber.
– ¿Por qué iban a hacerlo?
– Porque alguien les dice que fue amañado.
– Muy bien. Y después, ¿qué?
Nancy empezaba a creer que tenía entre manos los ingredientes de un buen plan.
– ¿Qué pasaría si el Colegio se enterase de que había pruebas cruciales entre los papeles de papá?
– Pedirían permiso para examinarlos.
– ¿Dependería de mí la decisión?
– Una investigación normal del Colegio, sí. En el caso que se procediera a una investigación criminal serias citada a declarar, y no te quedaría otra elección.
Un plan se estaba formando en la mente de Nancy con tanta rapidez que no encontraba las palabras para explicar lo en voz alta. Ni siquiera se atrevía a confiar en que funcionara.
– Escucha, quiero que llames a Danny-le apremio- Hazle la siguiente pregunta…
– Espera, que cojo un lápiz. Bien, adelante.
– Pregúntale esto: si el Colegio de Abogados abriera una investigación sobre el caso Jersey Rubber, ¿querría que yo aportara los documentos de papá?
Mac se quedó estupefacto.
– Tú crees que se negará.
– ¡Creo que se morirá de miedo, Mac; El no sabe lo que papá guardó: notas, diarios, cartas, podría ser cualquier cosa.
– Empiezo a ver por dónde vas -dijo. Mac, y Nancy captó en su voz una nota de esperanza-. Danny pensaría que tienes en tu poder algo que él desea…
– Me pedirá que le proteja, como hizo papá. Me pedirá que niegue el permiso al Colegio para examinar los documentos. Y yo accederé…, a condición de que vote contra la fusión con «General Textiles».
– Espera un momento. No abras el champan todavía. Es posible que Danny sea corrupto, pero no estúpido. ¿No sospechará que lo hemos preparado todo para presionarle?
– Claro que sí, pero no estará seguro. Y no tendrá mucho tiempo para pensar en ello.
– Sí. Nuestra única posibilidad consiste en actuar cuanto antes.
– ¿Quieres probarlo?
– De acuerdo.
Nancy se sentía mucho mejor; llena de esperanza y deseosa de ganar.
– Llámame a nuestra próxima escala.
– ¿Cuál es?
– Botwood, Terranova. Llegaremos dentro de diecisiete horas.
– ¿Tienen teléfonos allí?
– Si hay un aeropuerto, han de tener. Tendrías que reservar la llamada por adelantado.
– De acuerdo. Que disfrutes del vuelo,
– Adiós. Mac.
Nancy colgó el teléfono. Había recuperado los ánimos. Era imposible predecir si Danny caería en la trampa, pero haber pensado en un ardid la alegraba muchísimo.
Eran las cuatro y veinte, hora de subir al avión. Salió de la habitación y pasó a otro despacho, donde Mervyn Lovesey hablaba por otro teléfono. Levantó la mano para que se detuviera en cuanto la vio. Nancy vio por la ventana que los pasajeros subían a la lancha, pero esperó un momento.
– No me molestes con estas tonterías ahora -dijo Mervyn por teléfono-. Dale a los tocapelotas lo que piden y continúa con el trabajo.
Nancy se quedó sorprendida. Recordó que había conflictos laborales en la empresa del hombre. Daba la impresión de que se había rendido, algo insólito en él.
La persona con la que Mervyn hablaba también debió sorprenderse, porque éste dijo al cabo de un momento:
– Sí, me has entendido bien. Estoy demasiado ocupado para discutir con fabricantes de herramientas. ¡Adiós! -Colgó el teléfono-. La estaba buscando -dijo a Nancy.
– ¿Tuvo éxito? -preguntó ella-. ¿Ha convencido a su mujer de que regrese?
– No, pero voy a meterla en cintura.
– Lástima. ¿Está ahí afuera?
Mervyn miró por la ventana.
– La de la chaqueta roja.
Nancy vio a una rubia de unos treinta y pocos años.
– ¡Mervyn, es preciosa! -exclamó Nancy.
Estaba sorprendida. Había imaginado a la mujer de Mervyn más dura, menos hermosa, más como Bette Davis que como Carole Lombard.
– Ahora entiendo por qué no quiere perderla.
La mujer caminaba cogida del brazo de un hombre vestido con una chaqueta azul, el amante, sin duda alguna. No era, ni de lejos, tan apuesto como Mervyn. Era de estatura algo más baja de la media, y empezaba a perder pelo. Sin embargo, tenía un aspecto agradable, plácido. Nancy comprendió al instante que la mujer se había decantado por alguien totalmente opuesto a Mervyn. Sintió simpatía por Mervyn.
– Lo siento, Mervyn -dijo.
– Aún no me he rendido -respondió él-. Iré a Nueva York.