Al poner la manta sobre el hombro de la mujer, la miró al fondo de los ojos y le dijo:
– He venido a entregarles lo que hace tiempo les deberían haber traído. Perdóneme por haber venido tan tarde.
Teresa la acogió entre sus brazos y le dio un beso en las mejillas. Con gestos de alegría, los hombres se precipitaron hacia el camión y vaciaron su contenido. Juan y Susan fueron invitados a cenar con todos los habitantes del pueblo. En cuanto hubo caído la noche, encendieron una gran hoguera y se sirvió una cena frugal. En el curso de la velada, un niño se acercó a Susan por la espalda. Ella sintió su presencia, se dio la vuelta y le sonrió, pero el muchacho salió corriendo. Al cabo de un rato reapareció, acercándose un poco más; nuevo guiño de ojo y nueva huida. La escena se repitió varias veces, hasta que por fin el niño se quedó a su lado. Susan lo miró sin hacer ningún movimiento y sin hablarle, y en aquel rostro mugriento distinguió la belleza de su ojos, negros como el azabache.
Susan le tendió la mano con la palma vuelta hacia el cielo. Los ojos del niño dudaban entre el rostro y la mano, y sus dedos acabaron apresando tímidamente el índice de Susan. Él le hizo una señal para que permaneciese callada y ella sintió la tracción de su bracito, que la arrastraba consigo.
El pequeño se detuvo detrás de una empalizada y con un dedo que colocó sobre su boca le conminó a permanecer en silencio y a ponerse de rodillas para estar a su misma altura. Después señaló un agujero que había entre las cañas y la invitó a colocar el ojo. El niño se apartó y ella avanzó para ver qué había podido empujarle a reunir tantas fuerzas para vencer su miedo y conducirla hasta allí.
… Descubrí a una niñita de cinco años que estaba a punto de morir, puesto que su pierna se encontraba completamente gangrenada. Cuando una parte del pueblo fue arrastrada por un río de lodo, un hombre que iba a la deriva, agarrado al tronco de un árbol, y que buscaba desesperadamente a su hija, la cual había desaparecido, vio el bracito de la niña sobresaliendo en las aguas. Arrancándolo de la muerte, cogió con fuerza el cuerpo de la niña. Juntos descendieron kilómetros en la oscuridad, luchando por mantener la cabeza por encima de las aguas en medio del ruido ensordecedor de los remolinos y las corrientes que los arrastraban hasta el límite de sus fuerzas, hasta perder la conciencia.Al amanecer, cuando se despertó, ella estaba a su lado. Ambos se hallaban heridos, pero estaban vivos. Sin embargo, había un detalle: la niña a la que había salvado no era su hija. Jamás encontró el cuerpo de su propia hija.
Al término de una noche de conversaciones, el hombre aceptó entregárnosla. Yo no estaba segura de que la niña lograra sobrevivir al viaje, pero allá arriba sólo le quedaban unos pocos días de vida. Le prometí que regresaría con ella al cabo de un mes o dos, con el camión lleno de víveres. Entonces consintió en el sacrificio, por los otros, creo yo. Y aunque mi causa era justa, me sentí sucia cuando me miró. Estoy de regreso en San Pedro, y la pequeña todavía se debate entre la vida y la muerte. Me siento agotada. Para tu información, Juan es mi asistente, ¿qué te habías imaginado? ¡No estoy de vacaciones en Canadá! De todos modos, te envío un beso.
Susan
P. D.: Puesto que juramos decirnos la verdad, hace falta que te confiese algo: ¡Nueva York y tú: me aburren vuestras historias de vagabundos!
La carta que recibió de Philip llegó mucho después. Sin embargo, él la había escrito antes de recibir la de ella.
10 de mayo de 1975
Susan:
Yo también he tardado en responderte. He trabajado como un loco, acabo de aprobar los parciales. La ciudad recupera los colores de mayo y el verde le sienta muy bien. El domingo fui con unos amigos a pasear por Central Park. Los primeros abrazos sobre el césped anuncian que por fin la primavera está aquí para quedarse. Subo a la azotea del edificio y dibujo mirando el barrio que se extiende a mis pies. Me gustaría que estuvieses aquí. He conseguido un trabajo de becario para este verano en una agencia de publicidad. Dime algo de tu vida, ¿dónde estás? Escríbeme pronto. Cuando llevo un tiempo sin saber de ti, comienzo a preocuparme.
Hasta muy pronto, te quiero.
Philip
Desde el fondo del valle, Susan vio cómo las primeras luces del alba penetraban en la oscuridad de la noche. Al poco rato el sol hizo brillar la pista, que se extendía como un trazo largo, atravesando los inmensos campos todavía húmedos de rocío. Algunos pájaros comenzaban a revolotear en el cielo pálido. Se estiró, la espalda le dolía y suspiró. Bajó por la escalera y se dirigió, caminando con los pies descalzos sobre el suelo de tierra, hacia el fregadero. Se calentó las manos encima de algunas brasas que todavía ardían en la chimenea. Cogió una caja de madera de la estantería que Juan había colocado en la pared y echó una medida de café en la cafetera de metal esmaltado; la llenó de agua y la puso en un equilibrio precario sobre los hierros torcidos de la parrilla que había sobre las cenizas.
Mientras se hacía el café, se cepilló los dientes y se miró la cara en el pequeño pedazo de espejo que colgaba de un clavo. Hizo una mueca al contemplar su reflejo y se pasó la mano por el pelo. Se estiró la camiseta, descubriendo el hombro para examinar una picada de araña. «¡Qué asco!»
Subió al altillo y a cuatro patas dio enérgicamente la vuelta al colchón para descubrir a su agresor. El ruido del agua hirviendo hizo que renunciase y bajó. Rodeó el mango de la cafetera con un trapo y vertió el líquido negro en la taza, cogió un plátano de la mesa y fue a tomarse el desayuno afuera. Sentada sobre la escalinata, se llevó la taza a los labios mientras dirigía la mirada al lejano horizonte. Susan se acarició la pantorrilla y le recorrió un ligero escalofrío. Incorporándose de un salto se dirigió a su despacho y cogió un bolígrafo.
Philip:
Espero que esta nota te llegue rápidamente. Tengo que pedirte un favor: ¿Podrías enviarme alguna crema hidratante para el cuerpo y un poco de champú?
Confío en ti. Te lo pagaré cuando nos veamos. Besos.
Susan
La jornada del sábado concluía y las calles estaban llenas de gente. Philip se instaló en la terraza de una cafetería para dar los últimos retoques a un boceto. Pidió un café al estilo americano; el café expreso aún no había cruzado el Atlántico. Siguió con la mirada a una mujer rubia que atravesaba la calle en dirección a los cines, y de pronto, le entraron ganas de ir a ver una película. Pagó la consumición y se levantó. Salió de la sala dos horas más tarde. El mes de junio ofrecía a la ciudad sus más bellos atardeceres. En el cruce, fiel a la costumbre que había adquirido en estos últimos meses, saludó al buzón de correos. Dudó sobre si reunirse o no con sus amigos, que comían en un restaurante de Mercer Street, y prefirió volver a casa.
Introdujo la llave en la cerradura, adoptó la única postura que le permitía accionar el pestillo y empujó la pesada puerta de madera del inmueble. En cuanto dio al interruptor, el estrecho pasillo que conducía a la escalera se iluminó con un amarillo pálido. Un sobre de color azul sobresalía del buzón; lo cogió y subió corriendo por la escalera. Cuando se tiró sobre el sofá, ya había abierto la carta y desdoblado la hoja de papel.
Philip:
Si estas letras te llegan en quince días, estaremos a finales de agosto y sólo tendremos que esperar un año para volver a vernos. En fin, lo que quiero decirte es que ya habremos recorrido la mitad del camino. No he tenido tiempo de contártelo, pero voy a ascender de categoría. Se habla de establecer un nuevo campamento en la montaña y circula el rumor de que quizá yo sería la responsable del mismo. Gracias por tu envío. Ya sabes que te echo de menos, aunque no te escriba a menudo. ¡Debes de haber envejecido en todo este tiempo! Espero recibir pronto noticias tuyas.
Susan
10 de septiembre de 1975
Susan:
Nunca más podré ver de forma inocente las palabras «un año más tarde…» que a veces aparecen en las pantallas de cine. Jamás había prestado atención a la emoción discreta, oculta tras los tres pequeños puntos suspensivos, que sólo comprenden los que saben en qué medida la espera puede generar soledad. ¡Qué largos son esos minutos que se resumen entre comillas! El verano está acabando, mi trabajo de becario también, y me han comunicado que cuando tenga el título me contratarán. Sólo he ido a la playa una vez.
Cometí la tontería de ir a ver una película en la que un tiburón blanco sembraba el terror en nuestras playas. Es del mismo realizador de Duelo. ¡Cómo nos gustó esa película! ¿Te acuerdas? Fue en el Film Forum. Aquel día, al salir del cine, poco podía imaginar que unos años más tarde viviría esperándote en la misma calle de aquel bar al que luego fuimos. Imposible imaginar que te escribiría «al fin del mundo». Durante una escena terrible, una chica que estaba sentada a mi lado me ha clavado las uñas en el brazo. Ha sido algo extraño. Ella se ha deshecho en excusas durante el resto de la proyección. Jamás había oído tantos «perdón» y «lo siento mucho» en una hora. No me habrías reconocido. Yo, que puedo tardar seis meses en entablar una conversación con una muchacha que me sonríe en un restaurante, he logrado decirle: «Si continúa hablando así, nos echarán. Podemos hablar luego, tomando algo». Ella se ha callado hasta el final, y yo, claro está, no me he enterado de la película. La situación era estúpida, porque yo estaba seguro de que ella se eclipsaría en cuanto proyectasen la última imagen. Sin embargo, cuando han encendido las luces me ha seguido por el pasillo y he oído que me decía: «¿Dónde vamos a cenar?». Hemos ido a Fanelli's. Se llama Mary y estudia periodismo. Esta noche llueve a mares. Me voy a la cama, es mejor. Te contaría cualquier cosa para darte celos. Espero noticias tuyas.
Philip
Un día de noviembre de 1975, no sé bien cuál
Querido Philip:
Han transcurrido pocas semanas desde mi última carta, pero aquí el tiempo no corre de la misma manera. ¿Te acuerdas de la niñita de la que te hablé en una de mis cartas anteriores? La he llevado a casa de su nuevo papá. No pudieron salvarle la pierna. Yo tenía miedo de la reacción de él al encontrarla así. Fuimos a buscarla a Puerto Cortés. Juan me acompañó. Dispuse varios sacos de harina en la trasera del Dodge a modo de colchón. Al llegar al hospital, vi a la niña que esperaba al final del pasillo, estirada sobre una camilla.