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– La posición actual es de 13° norte y 57° 7' oeste. Se dirige hacia el noroeste, hacia el paso del canal de los Santos. Chocará con las Antillas francesas. Su presión sigue bajando, ha descendido a 988 milibares y los vientos superan los 65 nudos -añadió el meteorólogo, que estaba sentado frente a la pantalla de un ordenador.

Cuando Hebert se dirigió hacia la impresora, Lisa vio que en la pantalla radar de Sam aparecía, parpadeando, el número 1. Eran las seis de la tarde y Marilyn acababa de convertirse en un huracán de la clase 1.

Sentada en su silla, Mary llenaba de notas unas hojas de papel mientras vigilaba a su hija con el rabillo del ojo. A veces dejaba la pluma y escrutaba inquieta el rostro de Lisa, que se crispaba por momentos. En la gran sala sólo las máquinas rompían el silencio, que se había hecho tan denso como un cielo tormentoso.

Una de las noches Lisa tuvo una pesadilla. Mary se acostó a su lado y la cogió entre sus brazos; secó su frente, la meció y acarició sus cabellos hasta que sus rasgos se distendieron. Mary imploró al cielo que no hubiese cometido un error al llevarla allí. Esperaba que su idea no tuviese el efecto contrario al deseado. Sin poder conciliar el sueño, permaneció en vela hasta que se hizo de día.

En cuanto despertó, Lisa se dirigió a la sala. No quiso acompañar a Mary a la cafetería. Al entrar se dirigió precipitadamente hacia Sam. Eran las 7 horas y 45 minutos en Miami, las 11 horas 45 minutos en tiempo universal.

– ¿Cómo está esta mañana? -dijo con una voz firme.

– Enfadado. Se aproxima a la isla de Martinica con fuerza. Se desplaza hacia el nordeste. La presión sigue bajando.

– Ya veo -dijo secamente-. Está aún en la clase 1.

– En mi opinión, no por mucho tiempo.

Hebert acababa de entrar. Saludó a Lisa e hizo girar su silla hacia la gran pantalla que ocupaba el centro de la pared.

– Vamos a recibir por satélite las imágenes filmadas por los aviones de la US Air Forcé. Puedes salir si no quieres verlas.

– ¡Quiero quedarme!

La voz del piloto resonó en la sala.

– US Air Force 985 al centro de mando del CNH.

– Le recibimos, UAF 985 -respondió Hebert por el micrófono que tenía delante.

– Acabamos de sobrevolar el centro del ojo. Su diámetro es de 25 millas. Vamos a transmitir las imágenes.

La pantalla se iluminó y las primeras imágenes aparecieron. Lisa contuvo la respiración. La niña que en tierra tanto había temido al monstruo, tenía ocasión de verlo ahora desde el cielo por primera vez en su vida. Giraba majestuosamente: imperioso, irresistiblemente poderoso, enrollaba en torno al ojo su imponente cola blanca. Por los altavoces se escuchaba la respiración del comandante del avión. Lisa apretó sus manos contra los brazos de la silla. Mary también acudió, traía una taza de chocolate caliente. Levantó la cabeza y abrió los ojos, sorprendida por lo que veía.

– ¡Dios mío! -dijo en voz baja.

– Es más bien el demonio al que tienes delante -respondió Hebert.

Lisa se precipitó hacia el hombre y le cogió fuertemente la mano. Al instante Mary se abalanzó hacia ella e intentó calmarla.

– ¿Va a destruirlo? -gritaba Lisa.

– No tenemos poder para hacerlo.

– Pero ¿por qué los aviones no le lanzan una bomba en el ojo? Hay que destruirlo. Ahora, que está sobre el mar.

Él se liberó y puso sus manos sobre los hombros de Lisa.

– No serviría de nada, Lisa. No disponemos de ninguna fuerza que sea capaz de detenerlo. Un día podremos, te lo prometo. Ése es el motivo por el que aquí trabajamos sin descanso. Dirijo este centro desde hace treinta y cinco años, he consagrado toda mi vida a perseguir a esos asesinos y hemos hecho muchos progresos en los últimos diez años. Ahora tienes que calmarte. Te necesito y, para que seas eficaz, debes mantener la sangre fría. Me vas a ayudar, vamos a prevenir a todas las localidades a las que podría acercarse con la antelación suficiente para que todo el mundo pueda refugiarse.

El piloto indicó que se disponía a situarse más cerca del centro del ojo. Hebert hizo que Lisa se sentase a su lado y volvió a coger el micrófono:

– Sed prudentes.

Las imágenes, a veces movidas, eran cada vez más impresionantes. Las cámaras de a bordo filmaban el increíble circo de nubes de casi 35 kilómetros de diámetro, cuyos muros se elevaban a varios centenares de metros. Unos minutos más tarde el silencio se interrumpió: el avión anunciaba que regresaba a la base. La pantalla también se apagó. Eran las once de la mañana. Sam acababa de traer una serie de informes que Hebert se apresuró a leer. Dejó la hoja y cogió la mano de Lisa mientras con la otra apretaba el botón del micrófono.

– Aquí el mando del CNH, éste es un aviso de alerta. El huracán Marilyn , cuya posición actual es 14o 2' norte y 57o 8' oeste, está a punto de dirigirse a la islas Vírgenes estadounidenses. Llegará a las islas de Martinica y Guadalupe esta noche. Todas las medidas para la evacuación de la población hacia los refugios deben comenzar en este instante. Los barcos, cualquiera que sea su tonelaje, que navegan por las Antillas francesas deben dirigirse al puerto más cercano. Los vientos son actualmente de 70 nudos.

Se volvió hacia Sam y le pidió que comparase sus datos con los de los equipos del Centro de Martinica. Después instaló a Lisa delante de un emisor, redactó un mensaje de alerta con letras mayúsculas y le enseñó a cambiar las frecuencias de radio girando el botón de ajuste.

– Lisa, quiero que difundas este mensaje en todas las frecuencias de radio de esta lista. Cuando llegues al final, comenzarás de nuevo. Así evitaremos que cause daños y muertes. Cuando estés cansada, tu madre te sustituirá. ¿Me has comprendido?

– Sí -respondió Lisa con voz firme.

Pasó así el resto del día, repitiendo sin descanso el aviso de alerta que le habían confiado. Sentada a su lado, Mary giraba el botón de la radio. Cada vez que Lisa difundía su mensaje por las ondas, la muchacha se sentía que se liberaba de un mal. Mary sabía que se estaba vengando de los huracanes.

Marilyn atravesó Martinica y Guadalupe al comienzo de la noche. Cuando el número 3 apareció delante de las tres «S», Lisa se negó a hacer una pausa y aceleró la difusión de sus mensajes. Mary no la dejó sola ni un instante y aceptó sustituirla cuando tuvo que abandonar su puesto durante un momento.

Mary se dio la vuelta hacia Hebert con los ojos enrojecidos a causa del cansancio.

– Es agotador. ¿No existe un sistema que envíe de forma automática estos mensajes? -preguntó a Sam.

– ¡Claro que sí! -respondió el profesor con una sonrisa.

Treinta y una horas después de la primera alerta el huracán pasó por encima de Santa Cruz y Santo Tomás. El 16 de septiembre se dirigió hacia Puerto Rico. Tras cada uno de sus movimientos Lisa cambiaba la frecuencia de radio, avisando del peligro, que cada vez se alejaba más y a mayor velocidad. El 17 de septiembre alcanzó su máxima depresión, llegando a los 949 milibares. Los vientos soplaban a más de 100 nudos. Se dirigió hacia el Atlántico. Al final del día, los vientos, que habían alcanzado los 121 nudos, bajaron cuando la presión subió 20 milibares. El muro primario del ojo se desintegró encima del océano diez horas más tarde. Marilyn murió en el transcurso de la noche del 21 al 22 de septiembre.

Una vez en Newark, Lisa supo que el huracán únicamente había ocasionado ocho víctimas: cinco en Santo Tomás, una en Santa Cruz, una en Saint John y sólo una en Puerto Rico. Al presentar su redacción en la escuela hizo una petición, que su profesor de geografía aceptó. Durante ocho días, cada mañana, todos sus compañeros de clase guardaron un minuto de silencio.

10

Lisa seguía recibiendo cada trimestre el boletín informativo del CNH, que siempre iba acompañado de unas palabras de Hebert, quien se jubilaría en el mes de julio. También mantenía una correspondencia regular con Sam, que incluso había ido a verla el invierno anterior. En el curso de su visita le hizo saber que los meteorólogos del centro a menudo preguntaban por ella. En la primavera de 1996 Mary publicó en el Montclair Times un notable artículo sobre los huracanes. A continuación, la prestigiosa revista National Geographic le ofreció la oportunidad de desarrollar un extenso estudio sobre el tema, que apareció en octubre.

Estuvo trabajando en el mismo todo el verano, ayudada por Lisa, que se ocupó de gestionar la documentación, redactando resúmenes.

Casi todos los días ambas se trasladaban a Manhattan y, tras un desayuno en el pequeño jardín del Picasso, se encerraban en la Biblioteca Nacional de la Quinta Avenida. Thomas se fue con su mejor amigo a un campamento de trabajo en Canadá y Philip se dedicó a las tareas de renovación del pequeño apartamento que habían adquirido en el East Village como inversión o, quizá sin querer reconocerlo demasiado, para Lisa, en el caso de que decidiese un día continuar sus estudios en la Universidad de Nueva York. Mary recibió felicitaciones por la calidad del texto, que se publicó en la revista National Geographic , y a principios de 1997 le confiaron dos columnas semanales, de tema libre, en la edición dominical del Montclair Times . Lisa siguió sus pasos y logró una tribuna en el periódico mensual de la escuela. De forma gradual se dio permiso a sí misma para apartarse de los temas meteorológicos.

Lisa celebró sus diecinueve años a principios de año y Thomas sus quince el día 21 de marzo. El mes de junio fue rico en acontecimientos. La preparación de la fiesta con que se cerraba la etapa de los estudios secundarios sirvió de excusa para las dos jornadas enteras que pasaron visitando las tiendas de ropa de las calles del Village. Stephen vino a buscar a Lisa a casa y, cuando Philip comenzó a hacer sus recomendaciones, Mary, con mirada incendiaria, invitó a su esposo a no envejecer prematuramente. Lisa regresó de madrugada por primera vez en su vida. Ese mes anunciaba el final de una etapa y su próximo ingreso en la universidad, ya con el título en la mano. Se había convertido en una mujer encantadora. Su boca se había agrandado, dibujando una sonrisa más natural y sus largos cabellos le caían sobre la piel morena. Pletórica de belleza, le costaba mantener el «equilibrio». De la niña pequeña que había llegado un día de lluvia sólo quedaba una mirada, una luz intensa e inquietante, en el fondo de sus ojos.

Al acercarse la fiesta de graduación de Lisa, Mary no pudo evitar sentirse frágil. El recuerdo de un juramento pronunciado aquel día, desde el que ya habían transcurrido cinco años, en la mesa de una cafetería de aeropuerto, a menudo venía a alterar sus noches, si bien nada en el comportamiento de su hija dejaba presagiar que exigiría el cumplimiento de aquella promesa.

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