»La encuentro empapada de sudor, sumida en un sueño intranquilo del que no logro arrancarla; a veces ha llegado a morderse la lengua hasta hacerse sangre. Lo hace para luchar contra sus temores. Nadie lo sabe. Incluso ella ignora que yo he descubierto el secreto que la tortura. Tiene que saber que ustedes existen, que hay quienes se ocupan de los monstruos que se llevaron a su madre, que ustedes los vigilan, les siguen la pista, que se ponen medios para que la ciencia ayude a proteger a la gente de la locura asesina de la naturaleza. Quiero que pueda contemplar el cielo y descubrir un día que las nubes pueden ser hermosas. Quiero que por las noches tenga sueños agradables.
Con una sonrisa en los labios, el profesor Hebert invitó a Mary a que le siguiese. Cuando abrió la puerta de la sala de exposición, se dio la vuelta y dijo:
– Yo no diría que nuestros medios son considerables, pero en cualquier caso existen. Venga, voy a mostrarle el resto del edificio y luego pensaremos juntos en una solución.
Mary telefoneó a Philip. Había acabado demasiado tarde para volver a casa esa misma noche. Desde la ventana de su hotel en Miami Beach oía la agitación nocturna de la calle.
– ¿No estarás muy cansada? -preguntó él.
– No. Ha sido muy instructivo. ¿Los niños han cenado?
– Desde hace un rato estamos hablando los tres en la habitación de Lisa. He cogido la llamada en nuestro dormitorio. ¿Has cenado ya?
– No, voy a bajar ahora.
– Detesto que estés en esa ciudad sin mí. Está llena de tipos que tienen una musculatura de monumento.
– Los monumentos de aquí se mueven mucho. ¡Y todavía no he entrado en ningún bar! Te echo de menos.
– Yo también a ti, enormemente. Tienes la voz cansada.
– Ha sido un día muy extraño, sabes. Hasta mañana. Te quiero.
Los restaurantes y los bares que ocupaban los bajos de los edificios de Ocean Drive, la avenida que bordea el mar, difundían músicas endiabladas a cuyo ritmo los cuerpos se contoneaban hasta bien entrada la noche. En cada kilómetro había un letrero que anunciaba: «PUNTO DE ENCUENTRO PARA EL TRASLADO A LOS REFUGIOS EN CASO DE ALERTA DE HURACÁN». Al día siguiente, Mary regresó en el primer vuelo que salía.
El teléfono había sonado la noche del 11 de septiembre de 1995: Hebert le aconsejaba que estuviese lista a primera hora de la mañana. Volvería a llamar antes de que Lisa saliese para ir a la escuela a fin de confirmar la evolución de lo que todavía no era sino una anticipación. A las siete de la mañana Mary escuchó su voz en el teléfono, que le decía: «Cojan el primer avión, pensamos que el bautismo se producirá esta noche. A la entrada tendrán tarjetas de identificación. En cuanto llegue, me reuniré con ustedes». Entró en la habitación de Lisa, que se estaba vistiendo, abrió su armario y comenzó a preparar una pequeña maleta:
– ¿Qué haces? -se sorprendió Lisa.
– Esta semana te perderás las clases, pero quizás escribirás la mejor redacción de toda la historia de la escuela.
– Pero ¿de qué hablas?
– Ahora no hay tiempo. Date prisa y prepárate algo de comer en la cocina. Nuestro avión sale dentro de una hora. En el camino te lo explicaré todo.
Ya circulaban a buena velocidad por la autopista, cuando Lisa le preguntó adónde iban y cuáles eran los motivos de aquel viaje imprevisto. Mary respondió que a esa velocidad no podía hacer dos cosas a la vez. Durante el vuelo hablarían del tema largo y tendido.
Atravesaron precipitadamente el vestíbulo del aeropuerto en dirección a la puerta de embarque. Mary arrastraba a Lisa de la mano, cada vez más deprisa. Cuando pasaron a la altura de la escalera que conducía a la cafetería, Lisa reiteró su pregunta:
– Pero ¿adónde vamos?
– ¡Al otro lado del ventanal! -respondió Mary-. ¡Sigúeme y confía en mí!
Lisa contemplaba por la ventanilla el océano de nubes que las alas acariciaban. El descenso al aeropuerto de Miami había comenzado. Mary simuló dormir durante todo el vuelo. Lisa no comprendía lo que estaba pasando y por qué había que correr al bajar del avión. Una vez recuperadas las maletas de la cinta transportadora, saltaron al interior de un taxi, que ahora rodaba por Flagami West.
– No me acuerdo del lugar donde se encuentra el CNH -dijo el conductor.
– Gire a la izquierda en la 117. La entrada está a dos kilómetros -respondió Mary.
– ¿Qué es el CNH? ¿Ya has estado aquí? -preguntó Lisa.
– ¡Quizá!
Muy impresionada por las tarjetas de identificación grabadas con sus nombres que les entregaron al presentarse en la garita, Lisa esperaba en el vestíbulo en compañía de Mary cuando el profesor Hebert apareció.
– Buenos días, tú debes de ser Lisa. Estoy encantado de recibirte en el Centro Nacional de Huracanes. Somos una de las tres ramas de una organización gubernamental que se llama Centro de Predicciones Tropicales. Nuestra misión es salvar vidas y proteger los bienes de la población por medio del estudio de todos los fenómenos meteorológicos peligrosos que se desarrollan en los trópicos. Los analizamos y emitimos avisos de vigilancia o alerta cuando es necesario. Las informaciones que recogemos están destinadas a nuestro país y también a la comunidad internacional. Haremos una visita completa al Centro más tarde. Las informaciones comunicadas a mediodía por nuestros aviones de reconocimiento confirman que no habéis viajado hasta aquí en vano. Dentro de un momento descubriréis lo que oficialmente es, desde las dos de la tarde, la decimoquinta depresión tropical del año en el Atlántico. Pensamos que antes del final del día podría convertirse en una tempestad y mañana quizás en un huracán.
Se habían adentrado en un largo pasillo mientras hablaban. El hombre empujó las dos puertas batientes, que daban a una sala parecida a la de una torre de control de un gran aeropuerto. En medio de la sala había una batería de impresoras que escupía sin cesar hojas de papel; un hombre las recogía y las entregaba a sus compañeros, todos ellos terriblemente ocupados. Hebert hizo que se aproximasen a una pantalla de radar. Sam, el operador que trabajaba en el aparato, no apartaba los ojos de la pantalla, recopilando en una hoja los datos que aparecían en el ángulo superior izquierdo; una larga estela se desplazaba de forma circular por la esfera. Cuando se situó en el sudeste, Sam señaló con el dedo la masa opaca y anaranjada que sobresalía claramente del fondo verde. Lisa se sentó en una silla que estaba reservada para ella. El meteorólogo le explicó la manera de interpretar los números que desfilaban delante de sus ojos. Los primeros correspondían a la fecha en que la depresión había nacido. El número que estaba junto a la letra «M» era la cantidad de días transcurridos desde entonces. Los números de la casilla «SNBR» correspondían a la inscripción del fenómeno.
– ¿Qué quiere decir la palabra XING? -preguntó Lisa.
– Es la abreviatura de crossing y el cero que está al lado significa que la depresión no ha cruzado las fronteras de Estados Unidos. En cualquier caso, aún no. Si el número es otro, significa que ha habido una penetración en nuestro territorio.
– ¿Y el número que hay después de las tres «S»?
– Es nuestra clasificación oficial. La intensidad de los temblores de tierra se mide por la escala de Richter; desde 1899, los huracanes se miden según la escala de Saffir Simpson. Si en las próximas horas ves que el número 1 aparece delante de la mención «SSS», es que la depresión tropical se ha convertido en un huracán mínimo.
– ¿Y si el número es 5?
– ¡A partir de 3 ya se llama catástrofe! -respondió Sam.
Durante toda la visita guiada Mary no apartó los ojos de su hija. En el largo pasillo por el que regresaban a la sala de operaciones, Lisa cogió su mano y murmuró: «Es increíble».
Habían cenado en la cafetería del edificio, y Lisa deseaba volver junto a las pantallas para ver cómo evolucionaba el «bebé». Todo el equipo estaba reunido junto a Hebert, que tomó la palabra cuando ellas entraron en la sala.
– Señores, son las 0 horas 10 minutos en tiempo universal, es decir, las diez y diez de la noche, hora local de Miami. Tras la lectura de las informaciones enviadas hace unos instantes por los aviones de la US Air Forcé, hemos clasificado oficialmente la depresión número 15 como tormenta tropical. Su posición actual es de 11° 8' norte y 52° 7' oeste, su presión es de 1.004 milibares y los vientos soplan allí a más de 35 nudos. Les ruego que emitan de inmediato un aviso de vigilancia general.
Hebert se dirigió a Lisa al tiempo que señalaba la mancha roja que se iba destacando poco a poco en la gran pantalla que ocupaba el centro de la pared principal.
– Lisa, acabas de asistir a un bautismo muy especial. Te presento a Marilyn . Podrás presenciar todas las operaciones que van a desarrollarse. Ahora la seguiremos hasta su muerte, que deseo que se produzca lo antes posible. Hemos reservado una habitación para que tu madre y tú podáis descansar cuando estéis cansadas.
Un poco más tarde ambas se retiraron a lo que sería su aposento durante los siguientes días. Lisa no dijo una sola palabra, aunque no dejaba de dirigir miradas de interrogación a Mary, que le sonreía.
El día siguiente, 13 de septiembre de 1995, al entrar en la gran sala después de desayunar, Lisa se sentó cerca de Sam. Le pareció que los hombres y las mujeres que trabajaban allí la trataban como si ya formase parte del equipo; varias veces le pidieron que fuese a recoger los informes que salían de las impresoras y los distribuyese, y un poco más tarde tuvo que leer un papel en voz alta mientras varios meteorólogos copiaban los números que ella leía. Después del almuerzo advirtió la inquietud en sus rostros.
– ¿Qué sucede? -preguntó a Sam.
– Mira los números de la pantalla. Los vientos ahora soplan a 60 nudos, pero lo peor es la presión. No es una buena señal.
– No comprendo.
– La depresión aumenta y, cuanto más deprimida está la tormenta, tanto mayor es su fuerza. ¡Temo que dentro de pocas horas ya no hablaremos de ella, sino de él!
A las cinco y cuarenta y cinco minutos de la tarde Sam telefoneó a Hebert y le pidió que se reuniese con él de inmediato. Éste entró con paso rápido y se dirigió a la pantalla. Lisa apartó la silla a un lado para dejarle sitio. -¿Qué dicen los aviones? -preguntó. -Han detectado la formación del muro del ojo -respondió una voz desde el extremo de la sala.