– He estado pensando en lo que has dicho, eso es todo -dije-. Tenemos que volver ya. Nos va a llevar un rato encontrar el aparcamiento.
Empezamos a desandar la pendiente, pero sabíamos que aún teníamos tiempo y no apretamos el paso.
– Tommy -le pregunté, después de haber caminado un rato-. ¿Le has dicho algo de esto a Ruth?
Tommy negó con la cabeza, y siguió andando. Y luego dijo:
– La cuestión es que Ruth se lo cree todo; todo lo que están diciendo los veteranos. Sí, le gusta hacer como que sabe mucho más de lo que sabe. Lo malo es que se lo cree. Y tarde o temprano va a querer ir más lejos…
– ¿Te refieres a que querrá…?
– Sí. Querrá hacer la solicitud. Pero de momento no se ha parado a pensar demasiado en el asunto. No como acabamos de hacer nosotros.
– ¿Nunca le has contado tu teoría sobre la Galería?
Volvió a negar con la cabeza, pero no dijo nada.
– Si le explicas tu teoría -dije-, y admite que quizá tengas razón… Bueno, se va a poner hecha una furia.
Tommy se quedó pensativo, pero siguió sin decir nada.
Hasta que estuvimos de nuevo en las calles laterales estrechas no volvió a hablar, y cuando lo hizo su voz se había vuelto súbitamente mansa.
– La verdad, Kath -dijo-, es que he estado haciendo algunas cosas. Por si acaso. No se lo he contado a nadie, ni siquiera a Ruth. No es más que un comienzo.
Fue la primera vez que oí hablar de sus animales imaginarios. Cuando empezó a describir lo que estaba haciendo -no me enseñó ninguno de estos trabajos hasta semanas más tarde-, me resultó difícil mostrar gran entusiasmo. De hecho, tengo que admitir que al oírle recordé aquel dibujo original de un elefante en la hierba que había dado lugar a todos los problemas de Tommy en Hailsham. La inspiración, me explicó, le había venido de un viejo libro infantil al que le faltaba la cubierta trasera y que había encontrado detrás de uno de los sofás de las Cottages. Había convencido a Keffers para que le diera uno de aquellos pequeños cuadernos negros donde él garabateaba sus números, y desde entonces había creado como mínimo una docena de criaturas fantásticas.
– El caso es que estoy haciendo unos animales increíblemente pequeños. Diminutos. Jamás se me ocurrió hacerlos así en Hailsham. Y quizá fue ahí donde me equivoqué. Si los haces muy pequeños, y no me queda más remedio que hacerlos así porque las hojas son más o menos de este tamaño, todo cambia. Es como si cobraran vida por sí mismos. Y entonces no tienes más que dibujarles todos esos detalles que los diferencian. Tienes que pensar en cómo se protegen, en cómo consiguen coger las cosas. De verdad, Kath, no tiene nada que ver con lo que solía hacer en Hailsham.
Se puso a describirme los que más le gustaban, pero yo no podía concentrarme en lo que me estaba contando; cuanto más se entusiasmaba él hablándome de sus animales, más incómoda me sentía yo. «Tommy -tenía ganas de decirle-, vas a volver a ser el hazmerreír de todo el mundo. Animales imaginarios… ¿Qué es lo que te pasa?» Pero no lo hice. Lo miré con cautela y dije:
– Eso suena fantástico, Tommy.
Luego, en un momento dado, él dijo:
– Como te he dicho, Kath, Ruth no sabe nada de estos dibujos.
Y cuando dijo esto pareció recordar todo lo demás, y en primer lugar por qué estábamos hablando de sus animales, y la energía desapareció de su semblante. Volvimos a caminar en silencio, y al llegar a High Street dije:
– Bien, aun en el caso de que haya algo cierto en tu teoría, Tommy, hay muchísimo más por descubrir. Por ejemplo, ¿cómo ha de hacer esa solicitud una pareja? ¿Qué tienen que hacer? Porque no es que los formularios para cumplimentarla estén precisamente por todas partes…
– También yo me he preguntado todas esas cosas. -Su voz volvía a sonar calma y solemne-. Si quieres que te diga mi opinión, no veo más que un camino a seguir: encontrar a Madame.
Pensé en ello, y dije:
– Eso puede no ser tan fácil. No sabemos nada de ella. Ni siquiera sabemos su nombre. ¿Y tú recuerdas cómo era? No le gustábamos; ni siquiera quería vernos de cerca. Y aunque consiguiéramos dar con ella, no creo que nos sirviera de mucho.
Tommy suspiró.
– Lo sé -dijo-. Bueno, supongo que tenemos tiempo. Ninguno de nosotros tiene tanta prisa.
Cuando llegamos al coche la tarde se había encapotado y empezaba a hacer bastante frío. Los demás no habían llegado todavía, así que Tommy y yo nos apoyamos en el coche y nos pusimos a mirar el campo de minigolf. No había nadie jugando, y las banderas se agitaban al viento. Yo no quería hablar más de Madame, ni de la Galería, ni de nada relacionado con este asunto, así que saqué la casete de Judy Bridgewater de su bolsita y la examiné con detenimiento.
– Gracias por regalármela -dije.
Tommy sonrió.
– Si yo hubiera estado mirando en la caja de las cintas y tú en la de los elepés, la habría encontrado yo. El pobre Tommy ha tenido mala suerte.
– No tiene la menor importancia. La hemos encontrado porque tú te has empeñado en que la buscáramos. Yo me había olvidado de lo del rincón de las cosas perdidas. Y como Ruth se ha puesto tan pesada con todo eso, yo me he puesto de muy mal humor. Judy Bridgewater… Mi vieja amiga. Es como si nunca me hubiera separado de ella. Me pregunto quién pudo robármela en Hailsham.
Durante un momento, miramos hacia la calle en busca de los demás.
– ¿Sabes? -dijo Tommy-. Cuando Ruth ha dicho antes lo que ha dicho, y he visto cuánto te has molestado…
– Déjalo, Tommy. Ahora estoy bien. Y no voy a sacarlo a relucir cuando vuelvan.
– No, no es a eso a lo que me refería -dijo Tommy. Dejó de apoyarse en el coche, se volvió y apretó con la punta del zapato la rueda de delante, como para comprobar la presión del aire-. Lo que quiero decir es que, cuando Ruth ha salido con todo eso, me he dado cuenta de por qué sigues mirando esas revistas porno. Está bien, está bien…, no es que me haya dado cuenta. Es sólo una teoría. Otra de mis teorías. Pero cuando Ruth ha dicho eso antes, me ha parecido que algo encajaba al fin.
Sabía que me estaba mirando, pero mantuve la mirada fija hacia el frente y no respondí nada.
– Pero sigo sin entenderlo totalmente, Kath -dijo al cabo de unos segundos-. Aun en el caso de que lo que dice Ruth sea cierto, ¿por qué miras y miras esas viejas revistas porno, para ver si encuentras a alguna de tus posibles? ¿Por qué tu modelo tiene que ser por fuerza una de esas chicas?
Me encogí de hombros, pero seguí sin mirarle.
– No pretendo que tenga mucho sentido. Pero lo hago de todas formas. -Los ojos se me estaban llenando de lágrimas, y traté de que Tommy no las viera. Pero la voz me temblaba cuando añadí-: Si tanto te molesta, dejaré de hacerlo.
No sé si Tommy vio mis lágrimas. De todas formas, cuando Tommy se acercó a mí y me dio un apretón en los hombros, yo ya las había controlado. Contener las lágrimas era algo que ya había hecho antes en ocasiones, y no me suponía ningún esfuerzo especial. Pero además me sentía algo mejor, y dejé escapar una risita. Entonces Tommy me soltó, y nos quedamos casi juntos, codo a codo, con la espalda hacia el coche.
– De acuerdo, no tiene ningún sentido -dije-, pero lo hacemos todos, ¿no es cierto? Todos nos preguntamos sobre nuestro modelo. Al fin y al cabo, ése es el motivo por el que hoy hemos venido aquí. Todos, todos lo hacemos.
– Kath, sabes perfectamente que no se lo he dicho a nadie. Lo de aquella vez en el cobertizo de la caldera. Ni a Ruth ni a nadie. Pero no lo entiendo bien. No comprendo bien por qué lo haces.
– Está bien, Tommy. Te lo contaré. Puede que, cuando te lo cuente, para ti siga sin tener mucho sentido, pero voy a contártelo de todas formas. El caso es que de vez en cuando, cuando me apetece el sexo, tengo unos sentimientos fortísimos. A veces me viene de repente y durante una hora o dos es francamente espeluznante. Hasta el punto de que, si de mí dependiera, sería capaz de acabar haciéndolo con el viejo Keffers. Es así de horrible. Y por eso… Ésa fue la única razón por la que lo hice con Hughie. Y con Oliver. No significó nada en mi interior. Ni siquiera me gustan mucho. No sé qué será; pero luego, cuando ya ha pasado, me da mucho miedo. Así es como empecé a pensar que, bueno, la cosa tenía que venir de alguna parte. Tenía que estar relacionado con cómo soy. -Callé, pero cuando vi que Tommy no decía nada, continué-: Así que pensé que si encontraba su fotografía en alguna de esas revistas, al menos tendría una explicación. Y no es que quisiera ir a buscar a esa mujer ni nada parecido. ¿Entiendes?, sería una especie de explicación de por qué soy como soy.
– A mí me pasa algo parecido a veces -dijo Tommy-. Cuando tengo muchas ganas de hacerlo. Supongo que los demás, si son sinceros, admitirán que también les pasa a ellos. No creo que seas nada diferente en eso, Kath. La verdad es que a mí me pasa montones de veces.
Dejó de hablar y se echó a reír, pero yo no reí con él.
– Estoy hablando de algo diferente -dije yo-. He observado a los demás. Puede apetecerles, pero eso no les hace hacer cosas. Nunca actúan del modo en que yo lo he hecho, irse con tipos como ese Hughie…
Estuve a punto de volver a echarme a llorar, porque sentí que el brazo de Tommy me rodeaba los hombros. Disgustada como estaba, seguí siendo consciente de dónde estábamos, y eché una especie de freno en mi mente para que si Ruth y los otros doblaban la esquina en ese momento y nos veían así, no hubiera ninguna posibilidad de malentendido. Seguíamos uno al lado del otro, apoyados en el coche, y lo que verían sería que yo estaba disgustada por algo y Tommy trataba de consolarme. Y entonces oí que Tommy me decía:
– No creo que eso sea necesariamente malo. Una vez que encuentres a alguien, Kath, a alguien con quien realmente quieras estar, entonces será estupendo. ¿Te acuerdas de lo que los custodios solían decirnos? Si es con la persona adecuada, te hace sentirte bien de verdad.
Hice un movimiento de hombros para que Tommy me quitara el brazo de encima, y aspiré profundamente.
– Olvidémoslo. Será mejor que me controle cuando me vengan esos arrebatos. Así que vamos a olvidarlo.
– De todas formas, Kath, es bastante tonto andar mirando esas revistas.
– Es estúpido, de acuerdo. Pero dejémoslo, Tommy. Ya estoy bien.
No recuerdo de qué hablamos hasta que llegaron los demás. Pero de nada serio; y si los otros, al llegar, pudieron percibir aún algo en el ambiente, no hicieron ningún comentario. Estaban de muy buen humor, y Ruth, en especial, parecía decidida a subsanar el incidente de antes. Vino hasta mí y me tocó la mejilla, mientras hacía una broma, y cuando montamos en el coche se esforzó por que el ánimo jovial siguiera en todos nosotros. A ella y a Chrissie todo lo de Martin les había parecido cómico, y disfrutaban de la libertad de reírse abiertamente de él ahora que ya no estaban en su apartamento. Rodney no parecía aprobar sus comentarios, pero me di perfecta cuenta de que Ruth y Chrissie lo hacían más que nada para tomarle el pelo. El talante era fraterno. Reparé en que si antes Ruth había procurado que Tommy y yo no nos enteráramos en absoluto del sentido de todas aquellas bromas y referencias, durante el camino de vuelta no dejó de volverse hacia mí para explicarme con detalle de qué estaban hablando. De hecho se me hizo un tanto pesado al cabo de un rato, porque daba la impresión de que todo lo que se decía en aquel coche era para que lo oyéramos Tommy y yo (o yo al menos). Pero me complacía que Ruth nos lo estuviera contando todo a bombo y platillo. Comprendía -lo mismo que Tommy- que Ruth reconocía lo mal que se había portado antes, y que aquélla era su forma de admitirlo. Iba sentada entre Tommy y yo, tal como la ida, pero ahora se pasó todo el trayecto hablándome a mí, y sólo muy de vez en cuando se volvía a Tommy para darle algún que otro achuchón o beso. El ambiente era bueno, y nadie sacó a colación a la posible de Ruth ni hizo referencia a nada parecido. Y yo no mencioné la cinta de Judy Bridgewater que Tommy me había comprado. Sabía que Ruth se enteraría de ello tarde o temprano, pero no quería que lo supiera en ese momento. En aquel viaje de vuelta a las Cottages, con la oscuridad cerniéndose ya sobre las largas carreteras vacías, era como si los tres volviéramos a estar unidos y no quisiéramos que nada pudiera ensombrecer nuestro estado de ánimo.