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– ¿Es ésa? -dijo.

Parecía no creérselo, quizá porque no me veía haciendo grandes aspavientos.

Saqué la cinta y se la enseñé. Y de pronto sentí un placer muy intenso (y algo más, algo no sólo más complejo sino capaz de hacerme llorar a lágrima viva), pero contuve la emoción, y di un fuerte tirón del brazo de Tommy.

– Sí, es ésta -dije, y por primera vez sonreí con entusiasmo-. ¿No es increíble? ¡La hemos encontrado!

– ¿Crees que podría ser la misma? Me refiero a la misma. La que perdiste.

Al darle la vuelta entre los dedos me di cuenta de que recordaba todos los detalles del reverso, los títulos de las canciones, todo.

– No veo por qué no. Podría ser -dije-. Pero tengo que decirte, Tommy, que puede haber miles circulando por ahí.

Entonces me di cuenta de que ahora era Tommy quien no estaba tan entusiasmado como cabía esperar.

– Tommy, no pareces muy contento con mi suerte -dije, aunque, como es lógico, en tono de broma.

– Estoy muy contento por ti, Kath. Es que, bueno, me gustaría haberla encontrado yo. -Lanzó una risita, y continuó-: ¿Te acuerdas de cuando la perdiste? Pues yo solía pensar mucho en el asunto, y me preguntaba mentalmente qué pasaría si la encontraba y te la daba. Qué dirías, qué cara pondrías, todo eso.

Su voz era más suave que de costumbre, y no quitaba la vista de la caja de plástico de la casete, que seguía en mi mano. Entonces caí en la cuenta de que no había nadie más que nosotros en la tienda, aparte del viejo que estaba detrás del mostrador, junto a la entrada, ensimismado en el papeleo de su negocio. Estábamos en el fondo de la tienda, sobre una especie de entarimado más alto, donde la luz era más tenue; un espacio un tanto aparte, como si el viejo no quisiera pensar en los artículos de nuestra zona y la hubiera aislado mentalmente. Durante varios segundos, Tommy siguió en una suerte de trance, supongo que dándole vueltas a la cabeza a la antigua fantasía de que era él quien me ofrecía la cinta perdida. De pronto me arrebató la cinta de la mano.

– Bien, al menos puedo comprártela -dijo con una sonrisa, y antes de que pudiera detenerle bajó de la zona elevada y echó a andar hacia el mostrador.

Yo seguí curioseando en el fondo de la tienda mientras el viejo buscaba la cinta para ponerla en su caja. No había dejado de sentir aquella punzada de pesar por haberla encontrado tan pronto, y sólo mucho después, de vuelta ya en las Cottages y sola en mi cuarto, aprecié en su justo valor volver a tener la cinta (y en especial aquella canción que me había gustado tanto). Pero incluso entonces era sobre todo una cuestión de nostalgia, y si hoy saco alguna vez la cinta y la miro me trae recuerdos de aquella tarde en Norfolk del mismo modo que me trae recuerdos de nuestro pasado en Hailsham.

Nada más salir de la tienda, yo ya estaba deseando volver al estado de ánimo despreocupado, alocado de antes. Pero cuando hice unas cuantas bromas me di cuenta de que Tommy estaba ensimismado en sus pensamientos y no me respondía.

Empezamos a subir por una cuesta empinada, y quizá a un centenar de metros, justo al borde del acantilado, divisamos una especie de mirador con bancos que daban al mar. Era el sitio ideal para que una familia disfrutase de una merienda estival al aire libre. Y ahora, a pesar del viento frío, caminábamos hacia los bancos con determinación; pero cuando aún nos faltaba un trecho Tommy aflojó el paso y se rezagó y me dijo:

– Chrissie y Rodney están realmente obsesionados con esa idea. Ya sabes, con lo de que a una pareja le aplazaban las donaciones si estaba enamorada de verdad. Están convencidos de que nosotros estamos al tanto de ese asunto, pero en Hailsham nadie nos dijo nunca nada de eso. Yo nunca oí nada parecido, al menos. ¿Y tú, Kath? Es algo que se rumorea últimamente entre los veteranos. Y lo que hace la gente como Ruth no es más que echar leña al fuego.

Lo miré con detenimiento, pero era difícil apreciar si lo había dicho con una especie de afecto travieso o con profundo desagrado. Vi, de todas formas, que le estaba dando vueltas a la cabeza a algo que no tenía nada que ver con Ruth, así que no dije nada, y esperé. Al final dejó de andar y se puso a dar pequeños puntapiés a un vaso de papel aplastado que había en el suelo.

– En realidad, Kath -dijo-, llevo ya un tiempo pensando en ello. Estoy seguro de que tenemos razón, de que no se habló nunca de tal cosa en Hailsham. Pero en aquel tiempo había montones de cosas que no tenían ningún sentido. Y he estado pensando que si es cierto, si ese rumor es cierto, podría explicar muchas cosas. Cosas a las que solíamos darles vueltas y vueltas en la cabeza.

– ¿Qué quieres decir? ¿Qué tipo de cosas?

– La Galería, por ejemplo. -Tommy había bajado la voz, y yo me había acercado a él, como si aún estuviéramos en Hailsham y habláramos en la cola del almuerzo o en la orilla del estanque-. Nunca llegamos al fondo del asunto: a saber para qué era la Galería. Por qué Madame se llevaba todos los mejores trabajos. Pero ahora creo que lo sé. Kath, ¿te acuerdas de aquella vez que todo el mundo discutía sobre los vales? ¿De si debían o no darse Vales para compensar los trabajos que se llevaba Madame? ¿Y Roy J. fue a ver a la señorita Emily para hablarle del asunto? Bien, pues hubo algo que la señorita Emily dijo entonces, algo que dejó caer y que me ha estado haciendo pensar últimamente.

Pasaban dos mujeres con sus perros atados con correa y, aunque pueda parecer completamente estúpido, los dos callamos hasta que las damas coronaron la pendiente y no pudieron oírnos. Entonces dije:

– ¿Qué, Tommy? ¿Qué «dejó caer» la señorita Emily?

– Cuando Roy J. le preguntó por qué Madame se llevaba nuestros trabajos, ¿recuerdas lo que se suponía que tenía que haber dicho?

– Recuerdo que dijo que era un privilegio, y que tendríamos que estar orgullosos…

– Pero eso no fue todo. -La voz de Tommy era ahora un suspiro-. ¿Qué le dijo a Roy, qué «dejó caer», aunque probablemente no quiso de verdad decirlo? ¿Te acuerdas, Kath? Le dijo a Roy que las pinturas, la poesía y ese tipo de cosas, revelaban cómo era uno por dentro. Dijo que revelaban cómo era su alma.

Cuando le oí decir esto, recordé súbitamente un dibujo que una vez había hecho Laura de sus propios intestinos, y me eché a reír. Pero algo se estaba abriendo paso en mi memoria.

– Es cierto -dije-. Lo recuerdo. Bien, ¿adonde quieres ir a parar?

– Lo que yo pienso -dijo Tommy despacio- es esto: supongamos que es verdad lo que los veteranos están diciendo; supongamos que hay ciertas disposiciones especiales para los alumnos de Hailsham; supongamos que dos alumnos afirman estar muy enamorados, y que quieren un tiempo extra para estar juntos. Entonces, Kath, tendrá que haber un modo de saber si están diciendo la verdad. Que no están diciendo que están enamorados simplemente para aplazar sus donaciones. ¿Te das cuenta de lo difícil que puede ser tomar una decisión al respecto? O que una pareja crea de verdad que están enamorados, pero que en realidad no sea más que una cuestión de sexo. O un enamoramiento pasajero. ¿Te das cuenta de adonde quiero llegar, Kath? Tiene que ser muy difícil juzgar estos casos, y probablemente imposible acertar todas las veces. Pero la cuestión, sea quien sea quien decida, sea Madame o cualquier otro, es que necesitan algo para seguir considerando la cuestión…

Asentí con la cabeza despacio.

– Así que por eso se llevaban nuestro arte…

– Puede ser. Madame tiene en alguna parte una galería llena de trabajos de alumnos; de cuando eran chicos y chicas muy pequeños. Supongamos que una pareja se presenta y dice que están enamorados. Madame puede buscar las obras que estos dos alumnos han ido haciendo a lo largo de los años. Y puede ver si encajan. Si casan. Puede decidir por sí misma qué amor puede perdurar y qué otro no es más que un mero enamoriscamiento.

Eché a andar despacio, sin apenas mirar hacia delante. Tommy me alcanzó, aguardando mi respuesta.

– No estoy segura -dije al fin-. Lo que estás diciendo podría explicar lo de la señorita Emily, lo que le dijo a Roy. Y supongo que explicaría también por qué los custodios siempre pensaban que era tan importante para nosotros que supiéramos pintar y todo eso.

– Exactamente. Y por tanto… -Tommy suspiró, y siguió con cierto esfuerzo-: Por tanto, la señorita Lucy tuvo que admitir que estaba equivocada, y decirme que en realidad sí importaba. Me había dicho lo anterior porque en aquel tiempo le daba lástima. Pero en el fondo de sí misma sabía que importaba. Lo que nos distinguía a los que habíamos estado en Hailsham era que se nos brindaba esa oportunidad especial. Pero si no tenías ningún trabajo en la Galería de Madame era como si hubieras desperdiciado tu oportunidad.

Fue después de oír las palabras de Tommy cuando de pronto vi con claridad, y con un escalofrío, adonde nos llevaba todo aquello. Me detuve y me volví hacia él, pero antes de que pudiera decir nada Tommy soltó una carcajada.

– Así que si lo he entendido bien…, bien, pues parece que he desperdiciado mi oportunidad.

– Tommy, ¿se llevaron alguna vez algo tuyo para la Galería? ¿Cuando eras mucho más pequeño, quizá?

Tommy sacudía ya la cabeza en señal de negativa.

– Ya sabes lo inútil que era. Y luego estaba lo de la señorita Lucy. Sé que su intención era buena. Le daba pena y quería ayudarme. Y estoy seguro de que lo hizo. Pero si mi teoría es cierta, entonces…

– Sólo es una teoría, Tommy -dije-. Y sabes perfectamente cómo suelen ser tus teorías.

Quería quitarle hierro al asunto, pero no daba con el tono adecuado, y creo que era evidente que seguía pensando detenidamente en lo que acababa de decir Tommy.

– Quizá disponen de todo tipo de medios para juzgar -dije al cabo de un momento-. Quizá el arte no es más que uno de ellos.

Tommy negó de nuevo con la cabeza.

– ¿Y cuáles serían esos medios? Madame nunca llegó a conocernos. No podría recordarnos individualmente. Además, es muy probable que Madame no sea la única que decide. Seguramente hay gente de un nivel más alto que ella, gente que jamás puso un pie en Hailsham. He pensado mucho en esto, Kath. Y todo cuadra. Ésa es la razón por la que la Galería era tan importante, y por eso los custodios querían que trabajásemos duro en el arte y la poesía. ¿En qué estás pensando, Kath?

Ciertamente me había alejado un poco del asunto. De hecho estaba pensando en aquella tarde en que estuve sola en nuestro dormitorio, poniendo la cinta que acabábamos de encontrar; en cómo me bamboleaba de un lado a otro, con una almohada pegada contra el pecho, mientras Madame me observaba desde el umbral con lágrimas en los ojos. El episodio, para el que nunca había encontrado una explicación convincente, parecía encajar bien con la teoría de Tommy. Mientras danzaba lentamente imaginaba que estaba abrazando a un bebé pero, por supuesto, Madame no podía saberlo. Debió de suponer que abrazaba a un amante. Si la teoría de Tommy era cierta, si Madame tenía relación con nosotros con el solo propósito de diferir nuestras donaciones cuando, andando el tiempo, estuviéramos enamorados, entonces tenía sentido -pese a su habitual frialdad para con nosotros- que se emocionara al darse casi de bruces con una escena como aquélla. Estaba dándole vueltas a esto en la cabeza, y a punto estuve de soltárselo todo de pronto a Tommy, pero me contuve porque lo que ahora quería era quitarle importancia a su teoría.

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