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Raras veces veías a Chrissie sin su novio Rodney, que iba por ahí con el pelo sujeto atrás en una cola de caballo, como un músico de rock de los años setenta, y no paraba de hablar de cosas como la reencarnación. De hecho casi llegó a gustarme, pero jamás salía de la órbita de influencia de Chrissie. En cualquier discusión, sabías que iba a defender el punto de vista de Chrissie, y si Chrissie alguna vez decía algo medianamente divertido, él se partía de risa y sacudía la cabeza como si no pudiera creer lo gracioso que era lo que había dicho su novia.

Admito que quizá estoy siendo un poco dura con estos dos veteranos. Cuando no hace mucho tiempo los rememoraba con Tommy, él dijo que a su juicio eran muy buena gente. Pero estoy contando todo esto para explicar por qué era tan escéptica respecto al hecho de que hubieran visto a una posible de Ruth. Como digo, mi reacción instintiva fue de incredulidad, y suponer que Chrissie se traía algo entre manos.

La otra cosa que me hacía dudar de ello tenía que ver con la descripción ofrecida por Chrissie y Rodney: la imagen de una mujer trabajando en una bonita oficina con un ventanal que daba a la fachada del edificio. Se aproximaba demasiado a lo que todos sabíamos que era para Ruth un «futuro de ensueño».

Supongo que éramos nosotros, los recién llegados, quienes hablábamos de «futuros de ensueño» aquel invierno, aunque también lo hacían unos cuantos veteranos. Algunos más mayores -sobre todo aquellos que ya habían empezado el adiestramiento- suspiraban en silencio y abandonaban la habitación cuando se abordaba este tipo de conversación, aunque durante mucho tiempo ni siquiera nos dimos cuenta de que lo estuvieran haciendo. No estoy segura de qué es lo que pasaba por nuestra cabeza durante aquellas charlas. Probablemente sabíamos que no podían ser serias, pero estoy segura de que tampoco las considerábamos fantasiosas. Una vez que Hailsham había quedado atrás, quizá pudimos, justo durante el medio año aproximado que faltaba para que empezáramos a tratar el tema de convertirnos en cuidadores, antes de empezar a prepararnos para el permiso de conducir y todas las demás cosas, quizá fuimos capaces de olvidar por espacio de períodos razonablemente largos quiénes habíamos sido; olvidar lo que los custodios nos habían dicho; olvidar el estallido de la señorita Lucy aquella tarde lluviosa en el pabellón, al igual que todas aquellas teorías que habíamos ido formulando a lo largo de los años. No podía durar mucho, por supuesto pero, como digo, y sólo durante aquellos pocos meses, nos las arreglamos para vivir en un acogedor estado de aplazamiento en el que podíamos reflexionar sobre nuestras vidas sin sentirnos coartados por los límites de siempre. Al recordarlo, parece que pasamos siglos en aquella cocina empañada después del desayuno, o apiñados en torno a fuegos medio apagados en las primeras horas de la madrugada, ensimismados en nuestros planes de futuro.

Pero nadie llevaba las cosas demasiado lejos. No recuerdo a nadie que dijera que iba a ser un astro de la pantalla o algo parecido. La charla giraba más bien en torno a llegar a ser cartero o a trabajar en una granja. Unos cuantos compañeros querían ser chóferes -de un tipo o de otro-, y a menudo, cuando la conversación seguía estos derroteros, algunos veteranos empezaban a comparar rutas pintorescas que habían conocido, cafés de carretera agradables, rotondas difíciles, ese tipo de cosas. Hoy, por supuesto, sería capaz de hablar y hablar de esas cosas hasta dejar fuera de combate a cualquiera. En aquel tiempo, sin embargo, tenía que limitarme a escuchar, a no decir ni una palabra, a empaparme de lo que decían. A veces, si era muy tarde, cerraba los ojos y me acurrucaba contra el brazo del sofá, o contra un chico, si era durante una de esas breves fases en las que estaba «oficialmente» con alguien, y me dormía y me despertaba, permitiendo que las imágenes de las carreteras se movieran incesantemente en mi cabeza.

De todas formas, para volver a lo que estaba diciendo, cuando este tipo de charla tenía lugar solía ser Ruth la que llevaba las cosas más lejos que nadie, sobre todo cuando había veteranos presentes. Había estado hablando de oficinas desde el principio del invierno, pero cuando la cosa realmente cobró vida, cuando se convirtió en su «futuro de ensueño», fue después de aquella mañana en que ella y yo nos paseamos por el pueblo.

Fue durante una racha de frío helador en la que las estufas de gas nos habían estado dando problemas. Nos pasábamos horas y horas tratando de encenderlas, pero los dispositivos no funcionaban. Íbamos, pues, abandonándolas, y, con ellas, las habitaciones que se suponía que debían calentar. Keffers se negaba a arreglarlas, afirmando que era responsabilidad nuestra, pero al final, cuando las cosas se pusieron feas de verdad, nos tendió un sobre con dinero y una nota con el nombre de una válvula para la ignición del combustible. Así que Ruth y yo nos prestamos a ir hasta el pueblo a comprarla, y ésa era la razón por la que aquella mañana heladora bajábamos por el sendero. Habíamos llegado a un punto donde los setos eran altos a ambos lados, y el suelo estaba lleno de bostas de vaca heladas, y Ruth se paró de pronto unos metros a mi espalda.

Me llevó un momento darme cuenta, así que cuando di la vuelta la vi soplándose los dedos y mirando hacia el suelo, ensimismada en algo que había a sus pies. Pensé que quizá era alguna pobre criatura muerta en el hielo, pero cuando me acerqué vi que era una revista en color, no del tipo de las «revistas de Steve» sino de esas brillantes y alegres que te dan gratis con los periódicos. Al caer se había quedado abierta en un gran anuncio satinado, a doble página, y aunque las hojas estaban empapadas y combadas y con barro en un costado, se veía con claridad la oficina maravillosamente moderna y de planta diáfana, donde tres o cuatro de los empleados que trabajaban en ella estaban haciéndose algún tipo de broma. El lugar era radiante, así como la gente. Ruth miraba fijamente aquella fotografía, y cuando se dio cuenta de mi presencia a su lado, dijo:

– Éste sí sería un lugar apropiado para trabajar…

Entonces se sintió cohibida -quizá hasta molesta de que la hubiera sorprendido en aquel momento-, y siguió andando mucho más deprisa que antes.

Pero un par de noches más tarde, cuando algunos de nosotros estábamos sentados en torno a un fuego de la casa de labranza, Ruth empezó a hablarnos del tipo ideal de oficina en la que le encantaría trabajar, y yo la reconocí de inmediato. Entró en los detalles -las plantas, los equipos relucientes, las sillas giratorias y con ruedas-, y la descripción era tan vivida que todo el mundo dejó que continuara sin interrumpirla en ningún momento. Yo la observaba atentamente, pero no parecía acordarse de que yo había estado con ella, tal vez hubiera olvidado incluso de dónde le venía aquella imagen. En un momento dado llegó a hablar de lo «dinámico, emprendedor» que sería todo el personal de aquella oficina, y recuerdo que ésa era precisamente la leyenda que aparecía con grandes letras en la parte de arriba del anuncio: «¿Es usted dinámico, emprendedor?». Por supuesto, no dije nada. De hecho, al escucharla, hasta empecé a preguntarme si todo aquello era posible: si algún día todos nosotros podríamos mudarnos a un lugar como aquél y llevar una vida juntos.

Chrissie y Rodney estaban allí aquella noche, atentos a todo lo que decía Ruth. Y durante los días siguientes Chrissie siguió intentando que Ruth le contara más cosas acerca del asunto. Yo pasaba junto a ellas -estaban sentadas en un rincón de un cuarto-, y le oía decir a Chrissie:

– ¿Estás segura de que no os distraeríais continuamente unos a otros, trabajando en un sitio así todos juntos?

Y Ruth, acto seguido, seguía con sus explicaciones.

Lo que le sucedía a Chrissie -y ello podía aplicarse también a un buen puñado de veteranos- era que, pese a su actitud un tanto condescendiente con nosotros a nuestra llegada, sentía cierto temor reverente ante nosotros por el hecho de que viniéramos de Hailsham. Me llevó bastante tiempo darme cuenta. Tomemos el asunto de la oficina de Ruth, por ejemplo: Chrissie nunca habría hablado de trabajar en una oficina, ni siquiera en una como la que Ruth ambicionaba. Pero como Ruth era de Hailsham, la idea entraba en cierto modo dentro del terreno de lo posible. Así es como veía Chrissie el asunto, y supongo que Ruth, de cuando en cuando, dejaba caer unas cuantas cosas de estas para alentar la idea de que, por supuesto, y de un modo misterioso, en Hailsham regían unas normas completamente diferentes. A Ruth nunca le oí mentir a los veteranos: era más bien no negar ciertas cosas, dar a entender otras. Hubo veces en las que pude hacer que el entramado entero se le viniera encima de la cabeza. Pero si bien es cierto que Ruth sentía en ocasiones embarazo al verme la mirada en medio de alguna de sus historias, parecía estar segura de que no la iba a delatar. Y, desde luego, no se equivocaba.

Tal es el marco, por tanto, en el que hay que situar la afirmación de Chrissie y Rodney de haber visto a la «posible» de Ruth, y creo que puede entenderse bien por qué yo mostraba cierta cautela a ese respecto. No tenía muchas ganas de que Ruth fuera con ellos a Norfolk, aunque tampoco sabría decir bien por qué. Y una vez que quedó claro que Ruth estaba completamente decidida a ir, le dije que la acompañaría. Al principio no pareció entusiasmarle la idea, e incluso dejó entrever que ni siquiera quería que fuera Tommy. Pero al final fuimos los cinco: Chrissie, Rodney, Ruth, Tommy y yo.

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Rodney, que tenía carnet de conducir, se las había arreglado para que le prestaran un coche los jornaleros de Metchley, granja situada a unos cuatro kilómetros de las Cottages. Había pedido prestados coches otras veces, pero en esta ocasión el dueño se echó atrás justo el día anterior al que teníamos fijado para la partida. Las cosas, por suerte, acabaron arreglándose: Rodney fue hasta la granja y consiguió que le prestaran otro coche. Lo interesante del asunto, con todo, fue el modo en que reaccionó Ruth durante las horas en que pensó que el viaje se había cancelado.

Hasta entonces había estado haciendo como que todo aquello era un poco en broma, como que si había aceptado aquel plan era para complacer a Chrissie. Y seguía hablando y hablando sobre cómo casi no explorábamos las posibilidades de nuestra libertad desde que dejamos Hailsham; cómo, de todas formas, ella siempre había querido ir a Norfolk para «encontrar todas las cosas que habíamos perdido». Dicho de otro modo, se había apartado de su idea original para hacernos saber que no hablaba muy en serio al acariciar la perspectiva de encontrar a su «posible».

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