– Tommy, hablemos. Hay algo de lo que quiero hablar contigo.
En cuanto dije esto, dejó que el balón se alejara rodando y vino a sentarse a mi lado. Era muy propio de Tommy, cuando sabía que yo tenía ganas de hablar con él, hacer ver de pronto que se despojaba de todo rastro de enfurruñamiento, y en su lugar me daba muestras de un entusiasmo agradecido que me recordaba cómo nos sentíamos en primaria cuando un custodio que había estado riñéndonos volvía a mostrarse amable. Aún estaba un poco sin resuello, y, aunque yo sabía que sus jadeos se debían al fútbol, no dejaban de acentuar la impresión que transmitía de vehemencia. Dicho de otro modo, antes de que hubiéramos abierto la boca ya se había ganado mi apoyo. Entonces le dije:
– Tommy, me doy perfecta cuenta de que no has sido muy feliz últimamente.
– ¿Qué quieres decir? -dijo él-. Soy muy feliz. De veras.
Y me dedicó una sonrisa de oreja a oreja, seguida de una sonora risotada. Y me pareció el colmo. Años después, cuando de vez en cuando veía un amago de ello, me limitaba a sonreír. Pero en aquel tiempo me ponía los nervios de punta: si Tommy te decía, por ejemplo: «Estoy muy molesto con eso», tenía que poner de inmediato una cara larga, abatida, para apoyar lo que decía. No quiero decir que lo hiciera irónicamente. Pensaba de verdad que resultaba más convincente. Así que ahora, para probar que era feliz, helo ahí tratando de irradiar cordialidad y alegría. Y, como digo, llegaría un tiempo en el que eso me inspiraría ternura; pero aquel verano lo único que conseguía era hacerme ver lo pueril que seguía siendo, y lo fácil que tenía que ser aprovecharse de su persona. Yo entonces no sabía gran cosa del mundo que nos esperaba más allá de los confines de Hailsham, pero barruntaba que íbamos a necesitar hacer uso de toda nuestra inteligencia, y cuando Tommy se comportaba de ese modo me invadía algo muy parecido al pánico. Hasta aquella tarde siempre se lo había pasado por alto -siempre me había parecido demasiado difícil de explicar-, pero al fin estallé y le dije:
– ¡Tommy, no sabes lo estúpido que pareces cuando te ríes de ese modo! ¡Cuando uno quiere fingir que es feliz, no tiene por qué hacer eso! ¡Créeme, no se hace así! ¡De ninguna manera! Escúchame, tienes que hacerte mayor. Y tienes que volver a encarrilarte. Todo se te ha estado desmoronando últimamente, y los dos sabemos por qué.
Tommy parecía muy desconcertado. Cuando estuvo seguro de que yo había terminado, dijo:
– Tienes razón. De un tiempo a esta parte es como si las cosas se me estuvieran viniendo abajo. Pero no sé a qué te refieres, Kath. ¿Qué quieres decir con que los dos sabemos por qué? No veo cómo puedes saberlo. No se lo he dicho a nadie.
– No sé todos los detalles, como es lógico. Pero todos sabemos que has roto con Ruth.
Tommy seguía un tanto perplejo. Y al final lanzó otra risita, pero esta vez auténtica.
– Ya veo por dónde vas -dijo entre dientes, y se quedó un instante callado para pensar qué decir a continuación-. Para serte sincero, Kath -dijo al cabo-, no es eso lo que ahora me preocupa. Sino algo completamente diferente. Me paso el tiempo pensando en ello. En la señorita Lucy.
Y así es como llegué a oírlo, así es como llegué a enterarme de lo que había pasado entre Tommy y la señorita Lucy a principios del verano. Más tarde, cuando hube dedicado al caso la reflexión suficiente, deduje que tuvo que suceder apenas unos días después de la mañana en que vi a la señorita Lucy en el Aula Veintidós, garabateando en unas hojas de papel. Y como ya he dicho, me dieron ganas de darme de puntapiés por no haber sido capaz de sonsacárselo antes.
Había sucedido por la tarde, cercana ya la «hora muerta», cuando las clases terminan y aún se disfruta de un rato libre hasta la cena. Tommy había visto a la señorita Lucy saliendo de la casa principal, cargada de láminas de gráficos y de archivadores, y al ver que podía caérsele cualquier cosa en cualquier momento corrió a ofrecerle ayuda.
– Bien, me permitió que le llevara unas cuantas cosas y dijo que íbamos a dejarlo todo en su estudio. Hasta para los dos era demasiado todo lo que llevábamos, y se me cayeron algunas cosas en el camino. Íbamos acercándonos al Invernadero cuando de repente se paró, y pensé que se le había caído algo a ella. Pero me estaba mirando, así, a la cara, toda seria. Y dijo que teníamos que hablar, que teníamos que tener una buena charla. Yo dije que muy bien. Entramos en el Invernadero, y en su estudio, y dejamos todas las cosas en el suelo. Y entonces me dice que me siente, y acabo exactamente en el mismo sitio donde estuve sentado la vez pasada, ya sabes, aquella vez de hacía años. Y veo que está recordando también aquella ocasión, porque se pone a hablar sobre ella como si hubiera sucedido el día anterior. Sin explicaciones, sin nada de nada; empieza a decir cosas como ésta: «Tommy, cometí un error cuando te dije lo que te dije. Y tendría que habértelo hecho saber hace mucho tiempo». Y acto seguido me dice que debo olvidar lo que me dijo entonces. Que me hizo un flaco favor diciéndome que no me preocupara por no ser creativo. Que los otros custodios siempre habían tenido razón al respecto, y que no había excusa alguna para que mis trabajos artísticos fueran una porquería…
– Un momento, Tommy. ¿Dijo esa palabra exactamente, «porquería»?
– Si no fue «porquería» fue algo muy, parecido. Deficiente. Quizá eso. O incompetente. Pero pudo decir perfectamente «porquería». Dijo que sentía mucho haberme dicho lo que me había dicho aquella vez, porque si no lo hubiera hecho yo ahora tal vez tendría resuelto ese problema.
– ¿Y qué decías tú cuando te estaba diciendo eso?
– No sabía qué decir. Al final me preguntó qué pensaba. Me dijo: «¿Qué estás pensando, Tommy?». Así que le dije que no estaba seguro, pero que no tenía que preocuparse porque yo estaba bien por esas fechas. Y ella dijo que no, que no estaba bien. Que mi arte era una porquería, y que en parte la culpa era suya por decirme lo que me había dicho. Y yo le dije que qué importaba. Que estaba bien, que ya nadie se reía de mí por eso. Pero ella sigue sacudiendo la cabeza y dice: «Sí importa. No tendría que haberte dicho lo que te dije». Así que se me ocurre que quizá está hablando de después, ya sabes, de cuando hayamos dejado Hailsham. Y digo: «Pero estaré bien, señorita. Soy una persona capaz, sé cómo cuidarme. Cuando llegue el momento de las donaciones, lo haré bien». Y cuando digo esto ella se pone a negar con la cabeza, sacudiéndola una y otra vez con fuerza, y me entra miedo de que se maree. Luego dice: «Escucha, Tommy, tu arte sí es importante. Y no sólo porque es una prueba. Sino por tu propio bien. Sacarás mucho de él, para tu solo provecho».
– Un momento. ¿Qué quería decir con «prueba»?
– No lo sé. Pero ésa fue la palabra, no me equivoco. Dijo que nuestro arte era importante, y «no sólo porque era una prueba». Dios sabe qué querría decir con eso. Incluso se lo pregunté cuando lo dijo. Le dije que no entendía lo que me estaba diciendo, y que si tenía algo que ver con Madame y con su Galería. Y ella lanzó un fuerte suspiro y dijo: «La Galería de Madame…, sí, es importante. Mucho más importante de lo que yo pensaba en un tiempo. Hoy lo sé». Y luego dijo: «Mira, Tommy, hay montones de cosas que tú no entiendes, y yo no puedo explicártelas. Cosas de Hailsham, de vuestro lugar en ese mundo más grande, todo tipo de cosas. Pero quizá algún día, quizá algún día quieras saberlo y lo averigües. No te lo pondrán fácil, pero si lo deseas, si lo deseas de verdad, puede que lo descubras». Se puso a sacudir otra vez la cabeza, aunque no con tanta fuerza como antes, y dijo: «Pero ¿por qué ibas tú a ser diferente? Los alumnos que salen de aquí nunca llegan a saber demasiado. ¿Por qué ibas tú a ser diferente?». No tenía ni idea de a qué diablos se refería, así que volví a decir: «Estaré bien, señorita». Se quedó callada unos segundos, y luego, de pronto, se puso de pie y se inclinó hacia mí y me abrazó. Pero no en plan excitante. Sino como solían abrazarnos de niños. Yo me mantuve todo lo quieto que pude. Luego volvió a ponerse derecha y volvió a decir que sentía mucho lo que me había dicho aquella vez; y que aún no era demasiado tarde, y que debía empezar enseguida a recuperar el tiempo perdido. No creo que yo contestara nada, y ella me miró y pensé que iba a abrazarme de nuevo. Pero en lugar de hacerlo, dijo: «Hazlo por mí, Tommy». Le dije que haría todo lo que estuviera en mi mano, porque entonces lo que quería era irme. Seguramente estaba rojo como un tomate, con lo del abrazo y todo eso. Quiero decir que no es lo mismo…, ¿no crees?, ahora que ya somos mayores.
Hasta este momento había estado tan absorta en el relato de Tommy que había olvidado la finalidad de nuestra charla. Pero su referencia a que nos habíamos hecho mayores me recordó la misión que me había traído hasta él.
– Mira, Tommy -dije-. Tendremos que volver a hablar de esto detenidamente. Y pronto. Es muy importante, y ahora entiendo lo mal que has tenido que sentirte. Pero de todas formas, vas a tener que sobreponerte un poco más. Vamos a irnos de Hailsham este verano. Para entonces tienes que tener todo arreglado, y hay algo que puedes arreglar ahora mismo. Ruth me ha dicho que está dispuesta a declarar un empate en vuestras rencillas y a pedirte que vuelvas con ella. Y yo creo que es una buena oportunidad que no debes desaprovechar. No lo eches todo a perder, Tommy.
Se quedó callado unos segundos. Y dijo:
– No sé, Kath. Está todo ese montón de cosas sobre las que tengo que pensar…
– Tommy, escúchame. Eres afortunado. De todos los chicos de hay aquí, eres el que te has llevado a Ruth. Cuando nos vayamos, si estás con ella, no tendrás que preocuparte. Es la mejor, y mientras estés con ella estarás bien. Dice que quiere empezar de cero. Así que no lo estropees.
Aguardé su respuesta, pero Tommy no dijo nada, y volví a sentir que me invadía aquella sensación parecida al pánico. Me incliné hacia delante y dije:
– Mira, bobo, no vas a tener muchas más oportunidades. ¿No te das cuenta de que no vamos a estar aquí, juntos, mucho más tiempo?
Para mi sorpresa, la respuesta de Tommy, cuando al fin llegó, fue considerada y calma (el lado de Tommy que habría de aflorar más y más en los años que siguieron):
– Me doy cuenta, Kath. Es precisamente por eso por lo que no puedo volver con Ruth a toda prisa. Tenemos que pensar con sumo cuidado en el siguiente paso. -Suspiró, y me miró directamente-. Como bien dices, Kath, vamos a marcharnos de Hailsham muy pronto. Esto ya no es un juego. Tenemos que pensar en ello a conciencia.