4 septiembre, viernes
Estuve donde don Rodrigo a decirle que he dejado lo del cine. El hombre no dijo ni palabra. Le pregunté por sus clases y me contestó que iba tirando con tres alumnos. Me entregó un montón de apuntes, a ver si entre septiembre y octubre puedo colocarlos. Al marchar me dijo que tiene un chico en cama y que parece que la cosa va para largo.
Anita se puso loca cuando le comuniqué que ya no tendría necesidad de dejar de bailar a las nueve y cuarto. Aproveché para decirle que cuando un hombre honrado se enamora de una mujer honrada y no hay obstáculos por medio, la inmediata es casarse. Le faltó tiempo para decirme que de ese asunto ni hablar por ahora. Toda la razón que me dio es que tiene diecinueve años y a esa edad ninguna mujer piensa en sacrificarse. ¡No te giba! Ya le dije que no creía que hablase por ella. Me respondió que si la creía una idiota o qué. Como si no la oyera, le planté que las Mimis no tenían por qué saber lo que era la vida de casada, puesto que las dos son solteras. Ella salió entonces con que las Mimis llevan veinte años peinando a casadas, y una peluquería es como un confesonario. Me gibó la salida y le solté una barbaridad. Se puso negra y me dijo a voces que me largara. Antes le dije que estaba cansado de hacer el memo y que la aguante su madre, que era su obligación. Me fui donde Melecio, y le conté la historia de pe a pa. Él se reía y dijo que efectivamente el separar a la novia de las amigas es un renglón. Cuando se me pasó el sofoco, Melecio me hizo salir al corral, prendió un fósforo y dijo que me asomara. Junto a la portilla estaba la Doly acostada en las pajas y ocho cachorros a la greña por la teta. Melecio a lo primero sonreía, pero luego se puso murrio y dijo que el Mele le preguntaba todo el tiempo cuándo iba a tener cachorros la perra. Luego me dijo que piensa ahogarlos a todos menos uno que le ha pedido Tochano. No lo pensé más. Agarré una perrilla moteada y me la traje para casa. La llamaré Zeta. Hace años que tengo capricho por una perra con este nombre. De momento parece que tiene casta. Veremos. La madre me puso jeta en cuanto le mostré el animal.
6 septiembre, domingo
Subimos esta mañana a los meandros de Villavieja, el bebedero de tórtolas. Pensamos en ir a lo de Aniago, a la codorniz, pero la perra no está aún en condiciones, y codorniz sin perro es tiempo perdido. Nunca había estado en los meandros de Villavieja, pero es un verdadero espectáculo. El río se ensancha allí y corre el agua tan mansa que parece un lago. En la ribera crecen olmos y alisos gigantescos y los tamarindos están tan prietos que apenas si entra el sol. Las tórtolas y las palomas bajan a beber a la islilla de arena que se forma en el centro del río. Según Melecio, en el otoño, la isla se la lleva la trampa y el agua corre a ciento por hora entre el follaje. A poco de llegar empezó el bureo. Cruzó un martín pescador como una centella, le solté los dos tiros, pero ni le toqué. El condenado llevaba un pececillo en el pico. Luego sentí el aleteo de una torcaz y la tía se fue a posar justamente en la punta de un aliso, frente a mi puesto. Aguardé con mi santa paciencia, y cuando se tiró a beber a la isla la sacudí en forma. La zorra de ella no dijo ni pío. En seguida empezaron a bajar las tórtolas. Era mediodía y el sol arriba debía apretar de firme. A la hora de comer había hecho tres, y Melecio dos. Nos descalzamos para cobrarlas. Melecio empezó a enredar y acabamos dándonos un baño. Luego subimos fuera del cauce a secar la ropa. Por la tarde hicimos otras nueve y una oropéndola. De regreso echamos un vaso en el merendero de Eliecer. Fue entonces que me dijo Melecio que la Amparo está embarazada, que cuando lo del Mele había dudas, pero que ahora se ha confirmado. Me alegró la novedad y le deseé que fuese un chicote como el Mele. Puso una cara rara y me dijo que cómo como el Mele, que es el mismo Mele que vuelve. Callé la boca para no llevarle la contraria. Desde lo del chico, Melecio tiene algo en la cabeza.
8 septiembre, martes
Empezaron los exámenes. El Pavo me pidió que le echara una mano en Francés. Ya le dije que no hay trato, pero que vería la manera de entrarle. Saqué a relucir el monte, pero el marrajo calló la boca. El domingo se abre la general. Parece que iremos a lo de Villalba.
12 septiembre, sábado
Hoy dice el periódico que la veda no se alza mañana, sino el 27. ¡Está bueno eso! Por lo visto no hubo hasta ahora momento de anunciarlo. En este país la gente se los pisa, vamos. Yo me pregunto lo que habrán dicho los bilbaínos que llegaron anoche donde Polo. Les han hecho la santísima. Tochano quería reclamar una indemnización y todo. Estuve recargando con Melecio y le propuse subir a lo de Aniago, a la codorniz. Le petó la cosa y quedé en pasar por su casa a las siete con la misa oída.
De Anita ni una palabra.
22 septiembre, martes
Tropecé esta mañana con don Rodrigo en la Sala de Profesores. Por lo visto el chico así anda, y de las clases nada. La de Alemán le chapodó los tres alumnos y, con tan feliz circunstancia, puede dar el ensayo por liquidado. Le encontré un temblor raro en las manos y se lo dije. Dice que es del tabaco.
Por la tarde se hicieron los escritos de Reválida. Esta noche cerré balance: 306,70 líquidas. Treinta y cinco duros menos que en junio. No sé dónde vamos a llegar.
25 septiembre, viernes
¡Veinte días sin saber de Anita! A terca no hay quien la gane. De sobra sabe el número del Centro, pero no. He de ser yo quien la hinque. ¡Pues no me da la gana, vaya!
27 septiembre, domingo
El primo de Zacarías nos esperaba a la entrada del pueblo con el camión del panadero. A las nueve ya andábamos ojeando. No sé si lo cogimos mal, pero lo cierto es que a mediodía no habíamos hecho más que cambiar la bota de mano siete veces. Ni tiramos ni vimos caza. El primo de Zacarías propuso manear los majuelos para meter la perdiz en el monte. Efectivamente, levantamos la biblia, pero todo largo. Por la tarde volvimos a ojear el monte y en el primer ganchito los ojeadores se salieron de línea. El primo de Zacarías echaba las muelas. El panadero se cabreó, agarró el camión y se largó al pueblo. Estábamos todos de un café que para qué. El primo de Zacarías organizó entonces la mano para cazar la parte izquierda del monte. Yo llevaba a la vera a Tochano y le oía jurar. Al poco rato, el Sol empezó a levantar perdices en París. Le dije a Tochano lealmente que sujetase al animal si es que quería disparar la escopeta, pero el Sol estaba caliente y no atendía a razones. Los otros empezaron a tirar en forma. Le insistí a Tochano que mientras el Sol siguiera alargándose no había nada que hacer. Entonces Tochano, sin más, se echó la escopeta a la cara y soltó los dos tiros. Los aullidos del animal se oían en Pekín. Al acercarnos, Tochano iba diciendo de mala uva que «mucha guasita, y en cuanto le tocan, a llorar como un condenado». El Sol tenía el ojo izquierdo colgando y se había acostado en unas escobas. El bicho sangraba como una chota, pero lo que son las cosas, con el ojo sano miraba a Tochano con cariño. Tochano, al verle así, se puso a jurar y a decir que uno tira a una perdiz a esa distancia y ni la toca, y tira a un animal de veinte kilos sin ánimo de perjudicarle y le deja en el sitio. Vinieron todos, y Zacarías sólo dijo «¡pobre animal!», pero Tochano se echó a él como si hubiera mentado a su madre. El primo de Zacarías le aconsejó que le rematara, y Tochano, sin decir palabra, metió un cartucho de cuarta en el tubo izquierdo, se apartó tres metros y disparó. Luego volvió a cargar tranquilamente y dijo que a ver si era posible que tirase una perdiz en toda la tarde. El cielo estaba entoldado y yo me puse murrio. Llevaba metido en los oídos el murmullo de la sangre del Sol al extenderse por las escobas. Caí dos perdices casi en la linde, pero como si nada. Tocamos a perdiz por barba. Tal como iba, con escopeta y todo, subí donde don Rodrigo y le di la mía para el chico. El hombre no quería aceptarla y según bajaba se asomaba con ella al hueco de la escalera como si fuera a tirármela encima. ¡No te giba!
7 octubre, miércoles
Le llevé a don Florián la Zeta, pues la madre no puede parar con ella. En cuanto uno la deja en el suelo, a mearse por la pata abajo. ¡Qué cosas!
Pasé un rato con él en la rectoría. El hombre anda medianete; está demasiado fuerte. Me preguntó por la caza y me dijo que él tiene que conformarse con arrimarse a las tapias del cementerio a oír cantar las codornices. Hay que ver, con lo que ha sido este hombre. Mentira parece. Dice que ésa es la vida y que uno cuando sirve para todo no piensa en el día que no servirá para nada, y que cuando llega el día en que no sirve para nada no tarda en acostumbrarse a estar mano sobre mano. Le conté lo de Tochano y se cabreó. Dice que el hombre que mata a sangre fría a su perro es capaz de matar otro día a su padre por un qué. Yo no lo veo así, pero el hombre estaba tan quemado que callé la boca. Hablamos luego de la cuestión pesetas y me preguntó si me importaría cobrar recibos. Le dije lealmente que no siendo a horas fijas contara conmigo. Mañana empezaré con los del Secretariado de Caridad y para la semana que viene me ha prometido los del Colegio de Médicos. Ya me iba a largar cuando le dije lo de Anita, que cabalmente era a lo que iba. Me preguntó si había tratado de convencerla y le respondí lealmente que cada día, pero que la panoli está influida por dos elementos de cuidado. Acabó por decirme que cualquier día que venga a pelo la pase por allí.
Vi a Tomasito esta noche en la Plaza, y cuando iba a saludarle volvió la cara. ¡Anda y que te zurzan!
9 octubre, viernes
A los cinco días de curso, lo mismo que si no hubiera habido vacaciones. ¡Qué barbaridad, cómo pasa el tiempo! Esta mañana me recordó el de Francés que le dé la hora a las menos diez; su mujer, a las menos cinco; don Basilio, a las menos siete, y don Rafael, a las menos cuarto. Todo igual para no variar. El Pavo aprobó el Francés de chamba. Me dio las gracias y yo me dejé querer.