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Pasé la tarde donde Melecio. Parece algo más animado, aunque no acierta a explicar lo que le pasa. Dice que a veces se siente como si también él estuviese muerto. Don Basilio me había dicho que a las cuatro vendrían los pintores, pero hasta las seis no se presentaron. Estuvo también el electricista a colocar un tubo fluorescente en el tablón de anuncios. Los pintores empezaron por los retretes, y el maestro me preguntó quién era Pérez. Le dije que el profesor de Francés, y que acababa de casarse y él se echó a reír y dijo que cualquiera lo diría.

Manolo anduvo rodándome esta tarde y no se quedó a gusto hasta que me soltó que quiere volver a la comandita. Se lo indiqué a Fermín y dijo que bueno si se avenía a no ver un céntimo en la primera semana. En contra de lo que esperaba, Manolo aceptó.

21 julio, martes

Hoy bajé al río a darme un chapuzón. Están poniéndolo bien con eso de la playa artificial. El sol es fuego y la casa está imposible. La madre y yo dormimos con las ventanas abiertas y comunicadas, pero ni aun así. Cada tren que pasa es un susto y a la madrugada, con los vencejos, no se puede parar. Pero menos malo es esto que ahogarse. El chaval de Crescencio lleva unos días durmiendo en la azotea, sobre un jergón, y cada mañana se levanta con la cara perdida de carbonilla.

Anoche vino por casa Aquilino. Renquea un poco de la pierna izquierda, pero está muy mejorado.

La madre volvió a enzarzarse esta tarde con la Carmina. Por lo visto había desaparecido una prenda del tendedero. Pregunté a la madre que qué prenda y me dijo que no sabía, pero que contó diecinueve al tenderlas esta mañana y al recogerlas no había más que dieciocho. Le dije a la Carmina con toda mi santa paciencia que hasta cuándo iba a durar esto, y me contestó que ella no tiene la culpa de que la vieja esté chocha. La madre la llamó basura y dijo que peor era que a una le faltase la vergüenza. Entonces le dijo la Carmina que no le daba una guantada por no ensuciarse la mano. Le advertí que hasta ahí podíamos llegar. A la noche pasó la mujer de Crescencio con una camisa mía y preguntó a la madre si era esa la prenda que faltaba. La madre le preguntó dónde la había encontrado, y resulta que su chica la cogió por equivocación esta mañana. Le recordé a la madre que no quiero cuestiones con las hijas del señor Moro, aunque ya sé que es como hablarle a la luna.

3 agosto, lunes

Sigue el calor achicharrante. Las noches son imposibles. Esta tarde rompió aguas la Modes. La madre se fue para allá. Anoche no lo pude resistir y me tumbé a dormir en la azotea. El 16 se abre la veda de la codorniz.

4 agosto, martes

La Modes tuvo mellizos: chico y chica. El torda de mi cuñado dice que mejor, que así es como si no se le hubiera muerto ninguno. Le hice ver que ninguno se le había muerto, y él, entonces, recordó a Pío. Le convidé a un vaso y en lo que yo bebí uno, se metió él media botella. Le recordé su promesa cuando lo de la Titina, pero él guiñó un ojo y dijo que esas promesas las hace uno cuando está agobiado y que el Señor no las toma en cuenta. ¡Valiente zascandil!

12 agosto, miércoles

Llevo dos noches soñando con perdices. La de siempre. Las persigo por la alcoba, y cuando aprieto el gatillo los tiros salen follones y ellas se escurren por debajo de la puerta. ¡Malditas zorras!

En la calle encontré a Tomasito. Acababa de regresar de Carrascalejo y dice que hay allí una nube de perdices. Me preguntó si tenía compromiso para el día de la Virgen y le dije que estaba ocupado. No sabía lo de acomodador. Dice que para él el domingo es sagrado, y que no aguantaría eso aunque le pagasen en oro. Razón no le falta. Luego le pregunté dónde iría y él me dijo que a Villatorán. Me decidí a acompañarle para volver a las cuatro. Quedamos en encontrarnos en la Plaza a las seis de la mañana.

14 agosto, viernes

Melecio no está de humor para acompañarnos. Lo comprendo. Hoy besé a Anita por segunda vez. ¡Madre, qué boca! Cuando la pruebo me olvido hasta de mi nombre. En casa he andado preparando los trebejos como tolondro. No tengo ni pinta de sueño. La Doly pasó la noche en la azotea. Sentí el exprés de Galicia.

15 agosto, sábado

A las seis de la mañana ya olía la resina en la carretera. Eso quiere decir calor. Estos olores tienen que ser saludables, por lo menos es el olor de los sanatorios. La Doly no se portó mal a la ida; pero a la vuelta, ya que yo traía poco encima, me la jugó. En Villatorán empezamos con las pajas, pero se hicieron las doce y no habíamos bajado más que una pareja. La primera la caí yo, y a la segunda le tiramos al tiempo, como la perdiz aquella de Villalba, pero Tomasito voceó «¡mía!» y no quise armar gresca. Por dos veces me dio Tomasito con la boca de los caños en la barriga, y cuando le dije que tuviera precaución me salió con que estaba en el seguro. ¡No te giba! Después de comer quise venirme, pero él me animó a manear antes unas remolachas. Y lo que pasa. Meterse la Doly y pegarle los vientos fue todo uno. Nos colocamos uno a cada lado de la perra, y cuando la tía se arrancó tiramos los dos, y Tomasito volvió a vocear «¡mía!». Me gibó ya tanta frescura y le dije que a santo de qué suya. Él respondió que mi tiro marchó alto y que él, en cambio, andaba con la chorrina. Me cabreé y le dije que tirase sólo las de su lado o me largaba con la perra. Él dijo que bueno, que lo que deseaba era tener la fiesta en paz. Hice un doblete junto a un almorrón, se me calentó la sangre y decidí fumarme el cine. Caímos cuatro más en la remolacha, y yo bajé una tórtola junto al arroyo. Al regresar donde las burras, la Doly se puso como un garrote junto a un montón de piedras. Saltó una media liebre y tiramos los dos a tenazón. El ansioso voceó otra vez «¡mía!», pero me planté y le dije de malos modos que esa liebre la había quedado yo como me llamo Lorenzo. Se puso burro y dijo que mi tiro había quedado corto y que llevaba quince años cazando y nunca le había ocurrido que le discutiera nadie una pieza. Me puso de tal café que ni le miré a la cara siquiera. Llamé a la perra, agarré la bicicleta y a casa. Para acabar de arreglarlo me tropecé con Fermín frente a lo de Creus. El zorro de él me vio, aunque calló la boca. A la madre le dije que había pinchado tres veces.

16 agosto, domingo

Como esperaba, Fermín me dio un repaso y dijo que a la próxima me aguardaba. Ni sé todavía cómo aguanté y no le tiré el cargo a la cara. Le tengo dicho que no me gusta que me voceen y que todas las cosas se pueden decir con educación, pero él que si quieres; lo mismo que si tratase con una caballería.

Estuve con Anita en la Cerve. No perdimos baile. Cada día me pone más negro la chavalina esta.

19 agosto, miércoles

Hoy conseguí llevar a Melecio al café. El hombre se distrajo. Zacarías y Tochano hicieron el domingo tres liebres y dos perdices junto a lo de Muro. Al marchar le dije a Melecio si contaba con él para subir el viernes, que descanso, a lo de Ortega. Me dijo que no, claro, por la sierra. No podemos ponernos de acuerdo. El día que él descansa, trabajo yo. Verdaderamente esto no es vida.

21 agosto, viernes

Subí a lo de Ortega solo, con la Doly. Pasé un día tranquilo. La perrina trabajó bien la huerta. Ciertamente ha hecho muchos progresos. A la tarde la metí en un perdido de escobillas y avena loca. Todo el tiempo se levantaban bandos de carracos y el animal andaba negro. Junto a un romero se arrancó una perdiz y no tuve valor para dejarla escapar. Cuando me agaché a cobrarla, volaron media docena de igualones. ¡La madre que los echó! Con la perdiz hice once codornices. Marré un solo tiro, por precipitado.

25 agosto, martes

Tochano y Zacarías estuvieron anteayer en Quintanilla. Dicen que en las pajas nada, pero en la ladera hicieron siete perdices. Cuando quieran abrir la general no va a quedar una para muestra.

Colé hoy a Serafín con la Modes y los chicos. Fermín me dijo a la salida con recochineo que otro día avise para no abrir la taquilla. Le di una mala contestación. Cada día estoy más decidido a dejar esto. No va con mi temperamento. Lo malo del caso es la madre. ¿Cómo le doy yo ahora este disgusto?

30 agosto, domingo

Esta tarde me decidí. Melecio salió con Tochano al campo y yo me quedé en casita. A la hora de comer le dije a la madre que lo del cine no me peta; que es justamente un oficio de perros. Ella dijo que lo comprendía, pero que no puede vivir sin esos ingresos. Yo le dije que sería más feliz comiendo pan a secas que con pichones a diario y en esta esclavitud de ahora. Me salió con que no me di cuenta de que era un esclavo hasta que empezó la caza. Todo puede ser. El caso es que lo del cine me giba y no pienso seguir así. Ella me preguntó por qué pensaba sustituirlo y le respondí lealmente que aún no había pensado en ello, pero que no faltan sitios donde ganar cuatro cuartos teniendo voluntad de trabajar. Por la noche, sin más, le dije a Fermín que me buscara sustituto. Me preguntó con guasa si me había caído el gordo y dije que a lo mejor. ¡No te giba, el panoli este!

31 agosto, lunes

De madrugada agarré la burra y me llegué a San Miguel. No quería más que darme cuenta de que soy libre. Sentado en un teso estuve viendo volar a los abejarucos y luego bajé hasta el río y me tumbé en la hierba entre los mimbrerales y los tomates silvestres. Las tórtolas se arrullaban y, de vez en cuando, una atravesaba el río como un rayo. Entre los sauces correteaban las ratas de agua. Dicen que hay nutrias aquí. No sé, no sé. Sin darme cuenta me quedé dormido. Me despertó una urraca rebullendo entre los tamarindos. En cuanto que moví un dedo, la tía se largó. De regreso hice un tiro larguísimo a una torcaz. Cayó sobre una zarzamora y sudé tinta para encontrarla. Ya en casita me tumbé una siesta hasta las ocho. Esto es vivir.

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