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El Pepe dijo en el café que a ver quién es el guapo que yendo de codornices se quita la gorra ante una liebre que se le enreda en los pies. Yo me cabreé y le contesté que el que no sepa reportarse que se quede en casa. Tochano dijo que para tanto como eso es mejor que no se abra la veda mientras no se pueda tirar a todo. Yo dije: «A ver qué codornices cazas tú en octubre». Él se sulfuró y terminó diciendo que por su parte las codornices podían morirse todas.

31 agosto, domingo

Hoy hicimos veinticinco pájaros sin movernos de un garbanzal y sin perder tiro. Estuvimos en lo de Ortega, junto al Duero, en una vega muy fresca. La Doly va espabilando. Cobra cuando quiere, pero tiene la boca dura y machuca los pájaros. Hizo cuatro posturas de tente y no te menees. Melecio llevó al Mele en la barra y el chiquillo se ensució los calzones. No debimos dejarle beber de la bota.

De vuelta, me dijo la madre que han robado el pellejo de la liebre de la ventana donde lo puso a secar. No es el valor del pellejo sino la acción lo que me giba. Pensé pasar sin más a casa del señor Moro y preguntarle para qué quería en casa un pellejo más, pero lo pensé mejor y me fui donde Tochano a pedirle el Sol. El Sol tiene unos vientos muy vivos. Tochano no había regresado y le esperé cosa de media hora. Al fin llegó con dos pollos de perdiz en el morral. Me dijo que las parejas andan muy movidas este año. Encontraron dos durante el día. Luego me preguntó para qué quería el Sol y se lo dije. El animal estaba cansado, pero no bien le dieron los vientos se coló en casa del señor Moro y salió con el pellejo en la boca. La candaja de la Carmina apareció detrás con la escoba en alto. Al verme tiró la escoba y se colocó en jarras. «¿Qué?», dijo en plan chulo. «Este pellejo tiene dueño», dije tranquilamente, quitándoselo al Sol de la boca. «¿Y quién ha metido esa basura en casa, si puede saberse?», dijo ella con el mayor cinismo. «Eso me pregunto yo», dije. «Habrá sido ese cochino perro, que como vuelva a echarle el ojo le parto los hocicos de un escobazo», dijo ella. Me estaba jorobando ya la tal Carmina. Dije: «El perro lo ha sacado, no lo ha metido». «Vamos, ¿es que ahora va a resultar que me he pringado en ese pellejo apestoso?», dijo la tía a voces. Salió el señor Moro y por buenas componendas le dije que a la próxima se enteraría don Basilio. Él sonrió y dijo que si llamaba a un guardia, ¿qué? Dije un poco cortado: «No quiero líos, señor Moro; bien claro se lo dije el primer día». No tuve ganas de darme otro paseo y le eché al Sol unos mendrugos y le extendí una arpillera para que durmiera en la azotea.

1 septiembre, lunes

El 5 empiezan los exámenes. Hoy conocí al de Francés, que es un tipo así pingorotudo y muy recompuesto. Ha veraneado en San Sebastián y es catedrático de última hornada. Como el de Francés del Instituto, también hace muecas con los labios cuando habla como si estuviese dando la lección. Me gibó el pollo porque no respondió cuando le di los buenos días. Pregunté a don Basilio cuándo concluyen los pintores para que se lleven la chapera. El de Francés hacía que leía una revista, pero me miraba de reojo. Al salir le oí cómo preguntaba a don Basilio si yo era el nuevo. El de Francés me parece de esos tipos que miran a las mujeres de arriba abajo; de esos que se paran al ver una buena mujer, no para verla mejor, sino para que ella les vea a ellos.

Por la tarde he ido dos veces a la tienda de don Rafael a recoger unas firmas. Hoy volvió Zacarías por el café. Después de la enfermedad le ha quedado triste el ojo de la nube.

3 septiembre, miércoles

El Pepe ha andado toda la tarde de cachondeo a vueltas con mi bigote. Dijo que parecía tuerto del lado izquierdo y todos se rieron las muelas. No estaba Tochano y nos jugamos los cafés al parchís. Le tocó pagar al Pepe, pero dijo que se lo apuntaran. Como quien no quiere la cosa, don David se llegó a él y le dijo que para dar crédito ya estaban los Bancos. El Pepe puso unos ojos como cortantes: «¿Desconfía?», dijo sin casi mover los labios. Don David tiene cara de mandria, pero cuando se atufa enseña los dientes como un caimán. Le dijo: «No fío ni a mi padre que esté en Gloria más de dos meses». El Pepe hizo que se buscaba algo que no encontraba en el bolsillo del pantalón. «No tengo ahora», dijo. Veía mal la cosa y tiré de cartera y le dije al Pepe: «Me lo debes a mí». Cuando se largó don David, nos contó el Pepe que la víspera había dado en el cine cinco rubias de propina pensando que eran perras chicas. ¡Si no le conociera! Luego me dijo que quería salir un día conmigo a las codornices. Quedamos para mañana porque el 5 estoy de exámenes. El Pepe dijo que recogería al Sol en casa de Tochano. He estado recargando hasta las tres. Cuando me metía en la cama sentí silbar al exprés de Galicia.

4 septiembre, jueves

Estuve con el Pepe en lo de Aniago. Es un mar de surcos y duelen los ojos de la perspectiva. Hay unos linderos muy majos que tienen bastante codorniz. Lo malo fue el viento. Si la codorniz coge el viento, navega a vela. El Pepe es incansable. Tiró a troche y moche durante dos horas. Apenas había disparado yo cinco tiros y ya llevaba él diecisiete. En un alto que hicimos a dar un tiento a la bota me pidió cartuchos. Le advertí que eran del 16, pero él lo resolvió quitando el culatín a los del 12 y metiendo los míos por el canuto. Me gibó que tirase por puro placer a una picaza, que para tanto como eso no le dejé yo la munición. A poco de comer me llamó a voces. Me acerqué de mal café porque creí que iba a pedirme más cartuchos, pero no era para eso sino para enseñarme el nido de una liebre. No lo había visto nunca. Es un socavón en el surco hecho con mucho arte y forrado de pajitas y pelusas. Tenía tres crías recién paridas que parecían ratones a medio pelo. El Pepe me propuso manear los chaparros, puesto que la madre no andaría lejos. «¿Y las crías?», le pregunté. «Tampoco estarán malas en el cocido», respondió el Pepe. «Me sabe mal, la verdad», le dije. «Si no lo hacemos nosotros, otros lo harán», dijo él. En el fondo me petaba el plan y al Pepe le sobraba razón. Acepté a condición de dar una pasada sólo. El Pepe me pidió dos cartuchos de perdigón gordo y me dijo que si no levantábamos la liebre me los devolvería. El Pepe caza haciendo un ruido con los labios como si tirara besos. No dimos con el bicho y ya nos volvíamos y el Pepe había abierto la escopeta cuando la tía se le arrancó de junto a un enebro, surco arriba, con las orejas gachas y corriendo a ciento por hora. Cuando el Pepe cerró la escopeta y se la quiso echar a la cara, la muy zorra estaba en París. Pero eso no es ley para el Pepe. Soltó los dos tiros con toda tranquilidad, como si los cartuchos fuesen suyos. «¡Me cago en tu padre, tía puta!», voceó. Ya le dije que no tirase a la desesperada, pero él protestó y dijo que a una liebre hay que tirarle aunque sólo asome las orejas, porque nadie sabe lo que puede ocurrir. Se puso de mal café y cien metros más arriba marró dos codornices que le volaron de la gorra. Entonces la tomó con el Sol. Empezó a darle cantazos porque decía que se alargaba y el animal se amorrongó, se puso tras mío y ya no hubo manera de hacerle trabajar. En total hicimos treinta y tres. Yo dieciocho y tiré quince cartuchos menos que el Pepe.

La madre me ha dicho al llegar a casa que anda alcanzada. Si no se resuelve pronto lo de la conserjería tendré que agenciarme un complemento. Prefiero no pensar en eso ahora.

5 septiembre, viernes

Entré en el estanco esta mañana por unas pólizas y me encontré a Aquilino. Iba tan majetón como siempre, con el correaje y el tricornio relucientes y la guerrera bien estirada. Me preguntó qué había de la Jabalí, y le dije que aguardase a Navidad porque ahora no tengo disponibles. «Los tubos están criando moho», me dijo él con guasa. Yo me eché a reír: «Como dejes que eso ocurra hemos terminado», dije. Él entonces se puso serio y me preguntó qué me parecía lo del rapidillo del día 24. Le dije si había algo que mereciera la pena y respondió que sí, pero que sólo en 12 y 20. En ese caso no interesa.

El día, con los exámenes, ha sido de aúpa. El señor Moro me había dicho que eso de las propinas se acabó con la guerra, pero cuando vi su interés por repartir las papeletas le paré los pies. Me preguntó si es que para mí la antigüedad no contaba, pero le dije lealmente que también los jóvenes tenemos estómago. El tío marrajo aún se resistía y sólo cuando le propuse consultarlo con don Basilio se avino a hacer partes. Él ya sabe por dónde se anda. Con unas cosas y otras he sacado 20,35 líquidas, que no está mal.

Melecio estuvo un rato en casa. Me dijo que la Amparo rellenó de virutas la piel de la liebre y el Mele se pasa el día tirándosela a la Doly amarrada de un cordel. Le pregunté que qué tal y Melecio arrugó el morro. Me da mala espina. Es difícil quitarle el vicio a un perro con la boca dura. Y el caso es que la maldita, cuando le da la gana, sabe hacerlo. Por otra parte, tampoco es buena enseñanza que esté todo el día de Dios viendo correr los conejos por el corral. Ya me gustaría cruzarla con el Sol, por más que Melecio diga que el Sol es un perro resabiado.

6 septiembre, sábado

No me he sentado en todo el día. A la noche la madre me preparó un baño de pies porque no podía parar. Empezaron los exámenes de primero. El de Francés se cargó dieciocho de veintidós. ¡Buen guaje! Saqué 19,20 líquidas.

8 septiembre, lunes

Don Basilio me dijo esta mañana que me quitara el blusón y me pusiera la gorra del uniforme. Me lo estaba oliendo. Fui sincero con él y le expliqué que la gorra no me va a la cara. Él me salió con que el uniforme es la manifestación de la disciplina en el Centro. Le dije que era una gorra muy llamativa y entonces se le puso el habla de pendoncete y me dijo que él no la había inventado, sino que era la reglamentaria. Aún intenté convencerle de que quitándome el blusón y con los botones dorados sería suficiente para darme a respetar y él me respondió que yo no estaba allí para meter miedo a nadie sino para mantener el orden y la disciplina. Dijo, después, algo así como que él en su despacho era el Ministro de Educación y yo en los pasillos era también como el Ministro de Educación. ¡Mucho cuento! Al cabo se quedó mirándome la nariz y creí que iba a decirme algo del bigote. Así es que di media vuelta, y he andado todo el día huido y como acobardado.

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