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27 enero, martes

Decía mi padre, y con razón, que para cazar perdices en Castilla no hacen falta más que piernas y que el conejo, en cambio, no es caza ni tiro, sino tenazón. La liebre, para él, era un saco de patatas y para matar codornices -me decía- sobran las piernas y la puntería; basta con reportarse. Estas enseñanzas me han sido muy prácticas en la vida y las he respetado como a la Iglesia. Me gibó por eso hoy Tochano en el café. Empezó por decir que la caza es puntería y que todo lo demás son coplas y ganas de enredar las cosas. Al principio le tomé a cachondeo y le dije que había que distinguir, pero él se puso burro, que es su sistema, y volvió a insistir que con puntería se tiene todo. Le hice ver que en Castilla la caza de perdiz es cuestión de piernas, en tanto que el conejo no es más que una costumbre. El mandria del Pepe se puso de su parte y dijo que cazador y tirador es una sola pieza en Castilla y en Extremadura. Le dije que colocase un tirador tísico en la ladera de Aniago a ver qué cosas hacía. Él se subió a la parra y dijo que pusiera en Aniago a un tragaleguas, que no hubiera agarrado un arma en su vida, a ver. Le dije que no se trataba de eso y el cipote empezó a voces. La de siempre, vamos. Me largué quemado. Con el Pepe es bobería discutir. Por un qué se mataría con su padre.

Anita vino esta noche con las chorradas de siempre. Lo que faltaba para el duro. Dice que las Mimis dicen que la mujer al casarse debe tener anchas las caderas. Ella las tiene estrechas y la he encontrado como achucharrada. Las tipas estas me comen vivo. No lo puedo remediar.

29 enero, jueves

Este mediodía me disculpé con el Pavo por no haberle subido a comer la liebre. Le dije que no había encontrado ocasión y que a ver los dos domingos que quedan. Yo iba con segundas, a ver si cantaba la gallina, pero el mandria ni chistó. La madre me dijo a la noche que no tiene una perra para hacer la plaza mañana. No me queda otro remedio que buscar algo para por las tardes.

1 febrero, domingo

Subimos Melecio y yo a lo del Marqués en las burras. El viento pegaba de cara y le dije a Melecio que era mejor así porque a la vuelta, con el aire de culo, ni tendríamos que dar pedales. De regreso nos daba de cara otra vez. Nos ha hecho la santísima. Todo para nada. Anda muy pelado lo del Marqués; se conoce que no lo cuida. Nos tiramos la mañana sin disparar la escopeta y a la hora de almorzar dijo Melecio que no daba un paso más. El cielo estaba limpio, pero el viento soplaba en forma entre los chopos. Nos sentamos en la hondonada del río y me puse de confidencias. Le dije a Melecio que estoy cabreado porque lo mío con la chica no va para atrás ni para delante. Le confesé lealmente que la chavalina esa me tiene tonto. Él se hacía de cruces y me preguntó si la había dicho algo. Le dije que tres veces, pero que ella se hace la sorda. Acabé por preguntarle cómo se las arregló él con la Amparo. Contestó que no recordaba a ciencia cierta, pero que hizo muchas pendejadas de esas que luego se avergüenza uno. A poco dijo que sí que recordaba que cada vez que veían una película de la Joan Bennet le decía: «Vales tú cincuenta veces lo que esa mujer», y que, naturalmente, era un decir, pero que a la Amparo le gustaba eso más que el comer con los dedos. No me convence mucho, pero cuando la cosa venga a cuento ensayaré. Regresamos con luz y aún llegué a tiempo de echar unos bailes con Anita en la Cerve.

4 febrero, miércoles

Don Basilio me preguntó esta mañana por la calefacción. Contesté lealmente que suponía que ya sabría que he puesto el servicio en manos del señor Moro. El tío ladraba a la luna y dijo que acababa de sorprender a una de sus hijas subiéndose a casa una sera de carbón. Callé la boca por ver por dónde salía y él entonces me preguntó si era cierto que vivía en la higuera o era un tonto de conveniencia. ¡No te giba! Le solté una fresca y él se puso chulillo y dijo que me entregó la calefacción para que el día que dejara de interesarme se la devolviera a él y no al señor Moro. Para que callase la boca le di la razón y él entonces cambió de tono y me dijo que esperaba que no se volviera a repetir. Por lo visto ha encargado ahora el servicio al sereno de los Dominicos. Veremos lo que dura.

Al subir a comer me encontré a la mujer de Crescencio enzarzada con la Carmina por unas pinzas de la ropa. No me gusta meter el cuezo, pero iba quemado y dije lealmente que no me chocaba que la Carmina se pringase en unas pinzas cuando era capaz de pulir el carbón al Centro. Terció el señor Moro con la broma de la jerarquía y callé la boca para no verme liado en un expediente. El cagueta de Crescencio aún le dijo que dispensase. ¡Hasta ahí podíamos llegar!

La peña parecía esta tarde un funeral. El domingo se cierra la temporada. Hasta agosto a descansar y a vivir del cuento. Dijo Zacarías que aún nos quedan los patos y el reclamo. El Pepe dijo, con razón, que los patos serán un consuelo para los de la Albufera. Zacarías se atocinó y dijo que de la parte de San Miguel del Pino hay unos bandos tremendos de azulones que bajan de día al río y de noche a las salinas y que no hacía falta irse a la Albufera para colgar media docena y que él, sin ir más lejos, había hecho ocho en una jornada y eran tan hermosos que tuvo que ir por una carretilla al pueblo porque no podía con ellos. Al cipote de él se le entornaba el ojo de la nube. Tochano se cabreó y le dijo, con razón, que no sé qué coños hacía entonces que no cerraba la frutería y se dedicaba a cazar patos en las salinas. Finalmente jugamos la partida, pero nadie puso fe. Al marchar, el Pepe dijo que el domingo piensa divertirse por toda la temporada. Le pregunté que dónde y me dijo que tiene una autorización para lo de Muro siempre que respeten las liebres. Les preguntó Melecio si de verdad no iban a tirarlas y los dos se pusieron a reír. ¡Mal día el domingo para las liebres de Muro!

7 febrero, sábado

Hubo carta de Tino. ¡Hay que gibarse! Está más chocho que un abuelo primerizo. Dice que el chavea es espabilado y corta un pelo en el aire. La Veva dice que si no le ceden los dolores terminarán por operarla. Llevé a Anita a ver «El milagro del cuadro». Cuando vino al caso, me arrimé a ella y le dije que valía cincuenta veces lo que la Pier Angeli. Ella me salió con que cómo decía esas cosas, que la Pier Angeli era una pintura. Le dije lealmente que donde estuviera ella se escondiera la otra. Me partió el descanso. Cuando apagaron otra vez ya no hubo manera. A la salida me dijo Anita que las Mimis dicen que es una primada echarse novio antes de los veinticinco y casarse antes de los treinta. Yo no acertaba a decirle que mañana es el último día de bureo y no iría a buscarla y, al fin, me decidí. Me dijo entonces que si yo no salía el domingo, ella tampoco saldría el lunes. Le advertí que lo pensase, puesto que si no salía el lunes por un capricho, yo era lo bastante majo para no salir el martes. Se largó escalera arriba sin responderme. La chavala esta, no sé si a lo bobo o a mala fe, me está calentando la sangre y cualquier día me va a gibar de más y voy a hacer un disparate.

8 febrero, domingo

Lo de Jado está muy trotado. Metimos en el soto cuatro perdices tiñosas, bajamos dos y las otras cruzaron el río. A la tarde vimos un buitre en la punta de un chopo. Nos arrimamos y entonces nos dio en la nariz la carroña. Junto al río había una mula con las tripas fuera. Melecio dijo que aguantara, que a la vera de la carroña habíamos de levantar la rabona. Yo creí que era broma eso de que las liebres comen carroña, pero maneamos el jaral y en diez minutos de reloj quedamos dos hermosas. Ya en el tren le pregunté a Melecio si comería él la liebre esa. Él se echó a reír y dijo que puestos a hilar delgado es el hombre el único animal que se alimenta de cadáveres. También eso es cierto. Al cabo, le confesé a Melecio que había regañado con la Anita. Él lo echó a barato y dijo que peor era tenerse que despedir de las perdices hasta septiembre. Según cómo se mire, aunque ciertamente la veda para un cazador fetén es una penitencia.

BALANCE DE LA TEMPORADA

Día Lugar Tiros disparados Piezas

28 Septiembre Illera 10 2 perdices – 1 zorro

6 Octubre Buitrejo 1 3 perdices

10 Octubre Quintanilla 3 1 perdiz

9 Noviembre Jado 9 3 perdices (una se fue de ala)

23 Noviembre Muro 1 1 perdiz (se fue de ala)

7 Diciembre Pavo 21 3 conejos – 2 perdices

(un conejo se embocó

con las patas rotas)

8 Diciembre Miranda 2 1 chocha (sin tirarla)

21 Diciembre Diputación 5 2 perdices

23 Diciembre Villalba 11 2 liebres – 2 perdices

28 Diciembre Muro 6 1 liebre

11 Enero Ubierna 18 7 perdices

18 Enero La Sinoba 7 1 liebre (a medias) – 1 perdiz

25 Enero Baños 2 Me vine bolo

1 Febrero Marqués 1 Me vine bolo

8 Febrero Jado 6 2 perdices – 1 liebre

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Total… 103 26 perdices, 5 liebres, 3

conejos, 1 chocha y 1 zorro.

10 febrero, martes

No me había metido en la cama cuando sentí el timbre de la puerta. «Algo pasa, Lorenzo. ¡Asómate!», me voceó la madre desde la alcoba. Esto era anteanoche. Me eché el abrigo y me asomé por la azotea. Melecio aguardaba bajo un farol y me dijo que apurase, que había sucedido algo. En lo que tardé en bajar no me hubiera cabido un piñón en el culo. Ya en la calle me comunicó que el Pepe se había pegado un tiro y estaba diñándola. Echamos a correr calle arriba como dos locos. Al llegar donde el Pepe, Zacarías nos explicó que al querer matar una liebre encamada a culatazos se le disparó la escopeta y le alcanzó el hombro. Le pregunté si en lo de Muro y dijo que sí. Pasamos a la alcoba y allí estaba la Patro dándole al Pepe buches de agua. Es divertido esto del Pepe. El padre y él andaban ajuntados con dos socias en la misma casa. También el padre estaba allí. Le pregunté al Pepe cómo había sido, pero no acertaba a hablar. Llegó el médico y al largarse dijo que había que ponerse en lo peor. Yo le dije a Zacarías que me iba a buscar al cura. Me voceó que era inútil, pero ya iba yo corriendo escalera abajo y me decía: «No podemos dejarle morir como un perro. No podemos hacer eso». Don Florián bajó asustado y a pesar de que el reuma le hacía cojear, cruzaba las calles como un relámpago. El Pepe preguntó al verle si venía como cura o como cazador y don Florián le contestó que dejara eso, que venía a echar un párrafo y por si le necesitase. El hombre jadeaba como un perro en agosto. Daba fatiga el verle. El Pepe le advirtió que de eso que se pensaba, ni hablar, pero don Florián no le hizo caso y se sentó junto al catre. Zacarías, Melecio, el padre del Pepe y yo mirábamos todo desde la puerta como si nos hubieran clavado allí. Al rato, don Florián empezó a decirle al Pepe que él no era malo y que muchas de las cosas que había hecho y que sirvieron para que algunos le juzgasen mal, no pasaban la mayor parte de las veces de ser travesuras. Don Florián hablaba a chorros para que el Pepe no se debilitase. Luego le recordó cuando metió de matute un cerdo en un ataúd en la época del estraperlo. El mismo don Florián la gozaba. El Pepe, desde la puerta, no parecía el Pepe. El hombre, en sólo veinticuatro horas, se había quedado en la espina de santa Lucía. Me acordé de que, la víspera, el Pepe nos dijo que pensaba divertirse por toda la temporada. Lo que es la vida. Don Florián le hablaba ahora de Dios y le decía que para Dios muchas de las cosas que los hombres juzgan malas no constituyen motivos de censura. El Pepe dijo que lo dejara, pero el cura se lió entonces a hablarle de los cazadores y le preguntó si no había sentido nunca, al llegar a lo alto de una loma, una sensación de alivio. El Pepe dijo que a ver, que en las pantorrillas, pero don Florián le dijo que no era eso, sino la proximidad de Dios, y que imaginara lo que podría sentirse subiendo por encima de las nubes. El Pepe se cansó y le volvió la espalda. Pero don Florián, con toda su santa paciencia, siguió erre que erre y le dijo que él no tenía la culpa de que nadie le hubiera hablado nunca del cielo de los cazadores, que estaba lleno de cotos más grandes y mejores que el de Muro, porque no hay pinos ni chaparros que estorben el tiro. El Pepe rebullía y entonces el cura arrimó la silla a la cama y dijo: «La cosa más o menos ocurre así. Tú, cada mañana, al despertar, acudes junto al Señor y vas y le dices: "Señor, si no os molesta, hoy quisiera cazar a toro suelto, o bien con galgos, o bien en mano, o bien de ojeo". Porque allí arriba, las laderas no pesan en los riñones como aquí abajo, ¿entiendes, hijo? O mejor todavía, tú le dirás al Señor: "Señor, si no os enoja, yo quisiera que me ojearan esta mañana unas perdices". Y el Señor le dirá a San Miguel: "Miguel, ¿dónde anda el coro de ángeles número cuatro?" San Miguel dirá: "Señor, preparándole las carambolas al campeón de billar que subió anoche". "¿Todavía?", preguntará el Señor. Y dirá San Miguel: "No se cansan sus brazos de hacer carambolas, Señor". Y dirá el Señor: "Di al número cinco, entonces, que ojeen unas perdices al Pepe. Que lo hagan con cuidado, ¿entiendes? Que no dejen mata por registrar. Tengo interés en que este muchacho se divierta". Y San Miguel marchará a avisar, y el Señor aún le gritará: "Digo que le metan también unos faisanes. ¿Te gusta tirar los faisanes, hijo?" Y tú, Pepe, vas y le dices: "¿Faisanes? Nunca tuve esa oportunidad, Señor". El Señor insistirá: "Sí, sí, que le metan también unos faisanes. Así te irás adiestrando, hijo". Y luego se fijará en tu escopeta y t te dirá: "¿Cómo puedes tirar con ese viejo trasto lleno de herrumbre?" Y tú responderás: "Señor, hoy una escopeta vale un riñón". Él de seguro se echará a reír y te entregará entonces una Sarasqueta último modelo, de esas que pueden hacer ocho disparos sin más que mover a cada tiro una palanquita». El cura sudaba por cada pelo una gota. Sin parar mientes en que el Pepe se revolvía y sonreía con la mirada en el techo, continuó: «Y tú te ocultas tras una jara. La jara no impedirá que tú veas a las perdices, pero sí que las perdices te vean a ti. ¡Ésa es otra ventaja! Y a tus pies habrá un pointer dócil, que ni cazará recio, ni machucará los pájaros y que te irá poniendo las piezas muertas en un montón. Y, por descontado, allí nadie te va a ir con monsergas de que si la licencia, el permiso de armas, la guía o la historia. ¿Comprendes lo que es eso, hijo?» El Pepe empalidecía por momentos. Dijo, de pronto, sin dejar de sonreír, que nada de todo eso era posible porque resultaba demasiado hermoso. El cura dijo escapado que para el Señor nada había imposible. El Pepe estaba ansioso y preguntó si de verdad era cierto. El cura le dijo que él no le engañaría en este trance, y entonces el Pepe se volvió a él y le colgaban dos lagrimones. Salimos fuera y esperamos como media hora. Al cabo, el cura apareció en la puerta. Le dije a la Patro que entrase y ella dijo que no porque la asustaban los pies de los muertos. Salí a acompañar a don Florián y a encargar la caja. Por el fondo de la calle amanecía ya el día. Don Florián no me parecía el mismo hombre que veinte años antes llevaba la mano con el padre con la sotana arremangada a la cintura. Le dije lealmente que había estado inspirado y él miró para arriba y me dijo: «Creí que se me iba. Sinceramente, hijo, creí que se me iba». Ya en la puerta me preguntó si recordaba el empacho de buñuelos que agarré el Día de Todos los Santos, siendo todavía un chaval, en lo de Cuesta. Le dije lealmente que como si fuera hoy. Luego pasé por la funeraria. Tochano no ha aportado por casa del Pepe vivo ni muerto. Aún me parece mentira que así suba a lo de Jado, a lo de Aniago, a lo de Muro, o donde sea, no he de encontrar más al Pepe.

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