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11 febrero, miércoles

Pasé el día junto al difunto. Una de las veces, de tanto mirarle, me pareció que me guiñaba un ojo. Pero ya, ya. Tenía los dos bien cerrados y lo único que se le abría era la boca. Su padre le anudó un pañuelo. Desde la medianoche la herida ya atufaba. Zacarías y Melecio se quedaron de vela conmigo. Por la tarde pasó un momento el presidente de la Sociedad de Cazadores y dijo que ya era patoso el que ocurriera una cosa así el último día de la temporada. El hombre parecía afectado. Zacarías no hacía más que repetir que si el jurado de Villalba hubiera retenido la escopeta como era su obligación, otro gallo le cantara al Pepe. Al caer la tarde, la Patro se largó sin entrar a ver el cadáver. Por lo visto vuelve al pueblo con los suyos. A la mañana llegó una corona de la Sociedad, toda de claveles blancos. A las once salió el entierro y el padre del Pepe, quieras que no, nos colocó a los tres con don Florián y él en la presidencia. Nos llegamos hasta el camposanto en taxi. Ya me alegra que haya allí una nube de conejos. Bien pensado, es una bobería, ya que el Pepe puede andar a estas horas tirando faisanes a mansalva. O de mano con el padre. ¡Vaya usted a saber! Así y todo me encuentro como aliquebrado esta noche.

14 febrero, sábado

Llevo tres días mano sobre mano. Por no tener no tengo ganas ni de comer. Y la madre dale duro con que si me pasa algo. Me duele la lengua de decirle que no. La fetén es que llevo el ansia dentro y eso no se arregla con un plato de alubias. Pero la cosa no es para andar pregonándolo a todo el que se ponga por delante, ¡qué caray!

15 febrero, domingo

Primer domingo de veda. Día negro. Oí misa de una en los Capuchinos. A la tarde estuve donde Melecio. Anduvimos enfajando cartuchos con papel de goma. Para la codorniz valen. Me encuentro como sin sangre y la Amparo dice que a Melecio le sucede igual. A la caída del sol echamos de comer a los conejos. Al marchar le pregunté a Melecio qué le pareció la espantada de Tochano. Dice que cada uno es cada uno y no puede cambiarse. Ya. En esta vida lo que hay que hacer es apartar el grano de la paja. Aunque Melecio diga misa.

18 febrero, miércoles

Anita sigue sin avisar. Le pregunté esta mañana a José y nada. A Anita le sale todo por una friolera. Eso pasa. Me gustaría saber qué hizo la muy pingo el domingo por la tarde. Me gustaría saberlo y no me gustaría saberlo, porque el día que se me calienten los cascos de más me planto donde las Mimis y voy a armar la de Dios. De mí no se pitorrea ni mi madre. Escrito está.

20 febrero, viernes

Escribe Tino. El vaina de él sigue chalado con el chico. Ahora dice que piensa darle carrera. La madre dice que luego vendrá el tío Paco con la rebaja. En el café echamos un parchís. A Zacarías todo se le volvía decir que si recordábamos cómo meneaba el Pepe el cubilete, o lo que hacía con la ficha si le salían tres seises, o lo que decía cuando metía el primero la primera ficha, y ya Tochano se cabreó y le dijo que callara la boca con tanto Pepe, que no por mucho mentarle le iba a resucitar. El cipote de él terminó alborotando el juego. A Tochano le va haciendo falta un guapo que le baje los humos. Por si acaso, que no me busque las pulgas.

21 febrero, sábado

Llevo tres noches soñando boberías. Me duermo escapado, pero en seguida vienen las pesadillas. Y todas las noches lo mismo. Sueño que me voy a dormir cuando veo un bando de perdices apeonando por la alcoba. Me tiro de la cama, agarro la escopeta y entonces las tías zorras se van bajo la cómoda. Las saco de allí a patadas y cuando disparo, los tiros salen follones o hacen: «psssst», como si algo se deshinchara. Otras veces los cañones se doblan como si fueran de chocolate. El caso es que no pringo nada y las marrajas se largan a la azotea por la rendija de la puerta y me toman a chirigota. Por las mañanas estoy como amorrongado. Hoy no vi a Melecio ni a Anita; estoy murrio. Si ella llamara sería otra cosa, pero la Anita es burra donde las haya.

25 febrero, miércoles

Me soltaron los obvencionales: 385 líquidas, que no está mal. Ya le anuncié a la madre que si entre los tres repartos no alcanzo las dos mil me las completarán para Navidad. La madre abrió el ojo. Al levantarse había dicho que andaba como mareada, pero con los cuartos se le pasó. A las mujeres ya se sabe, cuando no les duele algo, han dormido mal, como decía el otro.

Al regresar esta mañana de la tienda de don Rafael me encontré a Melecio que acababa de toparse con la Anita al salir de la sierra. Le pregunté si parecía contenta y el vaina dice que riendo a carcajadas no iba. Hay muchas maneras de estar uno contento sin necesidad de alborotar, me parece a mí.

El tiempo se ha puesto suave. En el café decidimos ir el domingo a lo de San Miguel del Pino. El río forma arriba del pueblo una isla de la que los patos son querenciosos. Zacarías me aconseja que lleve cuarta y que al pato, particularmente si es azulón, no le tire de pico. ¡Valiente novedad! Compré un kilo de perdigón de cuarta. Esto del perdigón es una broma. ¡A 24, vamos! Dice Melecio que en la calle la Olma hay un fulano que dándole plomo lo hace barato. Pero ¿de dónde demonios saco yo el plomo?

En casa encontré a Aquilino, tan plantado como siempre. El hombre parece un general. Desde lo de la subasta le tengo atravesado. Vio la piel del zorro y me preguntó quién le había cascado. Le dije que fui yo en lo de Aniago y le conté toda la historia.

28 febrero, sábado

Ha hecho un día de primavera. Fuimos en el tren a San Miguel y de allí al río meneando las tabas. Había dos que nos tomaron la delantera y tenían los puestos al norte de la isla, pero el barquero dijo que tanto daba la parte porque la querencia varía y todo es cuestión de acertar. A la perra le imponía meterse en la barca. ¡La muy torda! Aún era temprano y la sombra de los chopos daba en el río. Tan pronto llegué al puesto coloqué unos tomillos sobre los carrizos para ocultarme y le dije a Tochano que se quitase la cazadora blanca, porque se le veía desde París. A Melecio se le ocurrió mentar al Pepe y Tochano se volvió a él cabreado y le dijo que no fuéramos a reventar la fiesta. Luego nadie mentó al Pepe, aunque todos lo teníamos en el pensamiento. Al quedarnos callados se oía la vida en cinco kilómetros a la redonda. De repente me pareció que alguien zurcía el aire con un junco, miré hacia arriba y vi un bando bueno, de lo menos trece. Venían formados como para un desfile, pero entraron tan largos que no hice ni intención. A mi derecha sonó un tiro y luego otros dos y la Doly se puso loca y tuve que zurrarla. La condenada no sabe más que correr gallos. Yo estaba como tolondro. Decididamente esto de la espera no me va. Cruzaron otros diez patos y como si nada. Me voceó Zacarías que iban a tirarse a la confluencia. Luego entraron tres rasando el agua y vacié la escopeta. Nada. Oí tirar por turno a Zacarías, Melecio y Tochano. Como voceaban, salí del puesto y me llegué donde ellos. Tochano había caído uno en medio de la corriente y estaba alborotado el gilí porque el Sol que si quieres y el agua arrastraba al pato. Azucé a la Doly, pero ni a la de tres. Acabamos desamarrando la barca y perdimos tres cuartos de hora. Era un azulón macho de una vez. A poco entró un bando a huevo y Melecio descolgó uno. Andábamos cobrándole sin ninguna precaución y bajó otro donde el muerto. Tiramos todos a placer y allí quedó el cipote sin menear una pluma. Luego nos sentamos a comer y Zacarías dijo que el crepúsculo era la mejor hora, pero cuando el río se llenó de sombras, no se oía más que el viento en los carrizos. De retirada tumbé una gallineta y poco más arriba, ya sin luz, un cagaaceite. En la estación echamos a dedos y me cayó el lote de la gallineta. Lo siento porque estos bichos son tan duros como burros. Al llegar a casa le pregunté a la madre si había habido algo y ella me dijo algo de qué. Me cabreó la salida, porque la verdad es que ni yo mismo sé lo que quiero.

3 marzo, martes

Esta mañana encontré a la de Alemán y al de Francés besándose en la sala de profesores. Me hice el tolondro.

5 marzo, jueves

Anoche volví a soñar con perdices. Me levanté con dolor de muelas. Aún sigo como aliquebrado. Don Basilio me mandó preparar las togas para la fiesta de Santo Tomás. La del de Francés tenía un pegote de cera y la madre anduvo quitándole con la plancha. A las siete, sin intención, me llegué donde las Mimis. Anita me preguntó qué pintaba allí. Callé la boca por no soltarle una fresca. Pero me dio rilis cuando vi que ponía jeta y me llegué donde «La Conchita» y le compré un bartolillo. Luego le confesé lealmente que la echaba en falta. La chavala empezó con unos pocos de humos, pero, al cabo, como si no hubiera pasado nada. En el portal le cogí una mano. Ella se dejó hacer. La verdad es que la cría esta tiene una boca que es una nidada de besos. Tardé en dormirme más de la cuenta. Sentí el exprés de Galicia.

6 marzo, viernes

Se ha disuelto la Orquesta Municipal. Según Melecio había algunos con más pretensiones que Iturbi. Le pregunté que si el chelo, y me dijo que ése era uno. Luego me dijo que la fetén es que la idea no ha tenido el eco que se esperaba.

Esta tarde encontré a la Modes que se llevaba una botella de aceite. Tuve bronca con la madre. Para tanto como eso no me estoy yo reventando. Ya le dije que Serafín ingresa el doble que yo, pero ella me salió con que la Modes lo devuelve el lunes y que no me pusiera así. Me pongo como me pongo. Mi hermana es una fulana que siempre anda a la sopa y me giba que todos coman a costa de uno.

7 marzo, sábado
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