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13 enero, martes

De casualidad oí decir esta mañana al de Historia Natural que le han nombrado jurado para los premios de San Antón. Cuando se largó don Basilio le pregunté a don Ángel qué premios eran ésos y me dijo que para los animales más limpios y mejor adornados. Le pregunté qué le parecía que presentara una perrita de caza y respondió que bien y que precisamente él está en la sección de «Canes». A Melecio y la Amparo les petó la idea. Cené con ellos y al acabar la Amparo se puso en seguida a hacerle un chaleco rojo a la perra. En el rabo se le puede colocar un lazo y al cuello un collar de cascabeles. La mala potra es que la Paula haya tenido la misma idea con el Sol. No me atreví a decirle a Tochano que yo presentaré a la Doly. La que sea sonará.

Ensayé ayer lo de Faustino, pero se pone uno perdido. ¡Al diablo con el sistema! Al fin y al cabo a mí no me dan primas por ahorro de carbón.

17 enero, sábado

La plaza de San Roque estaba atestada esta mañana. A la puerta de la iglesia, don Ildefonso bendijo a los animales. Parecía aquello el Arca de Noé. Los bichos iban endomingados y andaban tan formales como si se dieran cuenta de que era la fiesta de su patrón. Tochano, al verme, me preguntó qué pintaba yo allí. El Sol iba muy majillo con un pierrot y una guirnalda de flores. Le mostré a la Doly y la Paula se guaseaba. Yo le dije entonces al Mele que teníamos que ganar. A mano derecha estaba el tablado con una bandera. Había mucho gentío incordiando porque no empezaba el concurso. El vejete de la Sociedad Protectora se subió al tablado y dijo que no quería que al concluir la fiesta nos fuésemos todos con las cabezas huecas como habíamos llegado, sino con un poco más de amor a los animalitos y las plantas, que también son criaturas de Dios. Había lo menos diez personas pisando el macizo y eran las que más aplaudieron al delegado. Luego don Ángel dijo: «Aves», y empezaron a desfilar patos, gallinas, jaulas con canarios, calandrias y jilgueros, todos emperifollados con lazos y cintas de colores. Cogí al Mele en los hombros para que lo viese y entonces se nos escabulló la perra. Bajé al Mele y empezamos a llamarla a voces. Pasé las penas del infierno. Al fin apareció, pero traía el lazo perdido. Tochano y la Paula se cachondeaban. A poco don Ángel dijo: «Canes», y yo agarré a la Doly y me fui con el Mele junto al tablado. Me brincaba el corazón como el día que amputaron la mano al padre. Don Ángel charló un rato con los del jurado y luego se fue donde el altavoz y dijo que la perrita Doly había sido premiada con veinte duros y que el perro Sol tenía un accésit. El Mele me ahogaba. A Tochano le llevaban los demonios y anduvo allí un rato pidiendo explicaciones a don Ángel. ¡Toma del frasco!

Esta tarde llegó Crescencio de Santander. Tiene mucha familia y parece buen prójimo. Mal se las va a componer el hombre. Me anduvo contando que ha pedido el traslado por la señora, que está enferma. La madre les hizo la cena porque andaban apurados y la señora llegó para meterse en cama y no levantarse en dos meses. Los chaveas pasaron la tarde alborotando en la terraza.

18 enero, domingo

Fuimos Melecio y yo en la furgoneta del pescado hasta lo de la Sinoba. La carretera está llena de agujeros y el trasto botaba con ganas. En Villalvilla andaban ya podando los bacillares. Melecio armó la escopeta por si las moscas, pero no vimos nada. Han talado el monte y hay que llevar las perdices ladera arriba si se las quiere tirar. De todos modos las pocas que hay se levantan muy recias. Frente al caserío la ladera se arruga y tiene unos tomillos donde pensé que aguantarían, pero nada. El bando que levantamos de salida, como si se le hubiera tragado la tierra. Al volver por la parte alta tropecé con dos lanchas. Una de ellas tenía aprisionada una perdiz llena de gusanos. Me puse de mal café. Me giban los furtivos que ni cogen la caza ni la dejan coger. En la curva topamos con un pastor que nos dijo que acababa de levantar la liebre. Maneamos un rato los sembrados y luego nos sentamos a comer a la abrigada. Llevábamos más de diez minutos de cháchara cuando se arrancó una liebre como un burro de junto a unas jaras que teníamos al pie. Agarramos la escopeta y la tía zorra corría por el borde del arroyo, queriéndose cubrir con las pajas. Al tiro de Melecio dio un quiebro y entonces tiré yo y ella cruzaba el sembrado y tiró de nuevo Melecio y volví a tirar yo y Melecio dijo que iba muerta. La tía brincaba por el sembrado y, de repente, dio un salto mayor y quedó entre dos surcos sin mover un pelo.

De regreso, cruzamos el páramo para caer de la parte de Quintanilla. En el camino bajé una perdiz que no sé a santo de qué se había dormido. Salió a huevo de entre las piedras. En la estación encontramos una partida que llevaba dos avutardas. A Anita le dije ayer que no podríamos vernos porque tenía servicio.

21 enero, miércoles

Otro pleito. ¡Qué le vamos a hacer! Cuando me llamó don Basilio esta mañana ya noté que ponía jeta. Por lo visto han dibujado en el tablón de anuncios una mujer en cueros. Sin mayor motivo se puso a darme voces como si yo fuera un mermado. Sacaba el habla de pendoncete. Me salió con que mi deber no consiste en decir «la hora» cada sesenta minutos, sino que corre a mi cargo una labor de policía. ¡Valiente novedad! Me llegué donde el tablón y allí estaba el tío Moro dándole al estropajo. Me armó una pelotera, pero le corté diciéndole que no era Dios para estar en todas partes al mismo tiempo. Se puso chulillo y me dijo que dejara la calefacción si no podía con todo. Me cabreé, me cisqué en su madre y le dije que ahí la tenía, que cuarenta duros me los gano yo con la gorra. A las dos me llamaron a la Dirección. Allí estaba la de Alemán, que había descubierto el dibujo y andaba como histérica. El cura de Religión le decía a don Basilio que estas cosas hay que cortarlas de raíz, con un escarmiento ejemplar. Me preguntó si sospechaba de alguien y yo respondí lealmente que cualquiera podía haber sido. Don Basilio se puso burro y voceó que cualquiera no, puesto que el autor a más de falta de vergüenza mostraba habilidad con el lapicero. Me preguntó luego si se había largado don Nicanor y como le dijera que sí, le dijo a don Esteban que mañana reuniría el Claustro.

El asunto me ha puesto de mala uva. A Zacarías le han dado un permiso para cazar con bichos en un monte de la parte de Palencia. La madre calló la boca cuando le dije que había dejado lo de la calefacción. Me cabrea que calle la boca y no suelte lo que está pensando.

22 enero, jueves

El de Francés es un pulguillas. De entrada, esta mañana, se puso a zamarrearme. ¡No te giba! No traga que la de Alemán haya visto una mujer en pelotas, como si ella no se mirase al espejo cuando se baña. A este tipo le tengo aquí. Pasé la mañana con Crescencio y José revolviendo expedientes. Ahora quieren saber los alumnos que tuvieron nota en dibujo en los últimos seis años. A las dos me llamó don Basilio a la Dirección y le dije lealmente que había cinco matrículas, quince sobresalientes y cincuenta notables. Se cabreó y dijo que eso era lo mismo que no saber nada. ¡A mí que me registren! A las cuatro se reunió el Claustro. Al cabo de un rato me mandaron llamar. El de Francés tomó la palabra y me embistió por las derechas, sin el menor sentido. Le dije que yo no era Dios para estar en todas partes al mismo tiempo. El soplafuelles de don Basilio voceó entonces que cuando la cosa ocurrió, Crescencio ya se había incorporado. No tuve más remedio que decirle cuántas son cinco. Pepita en la lengua no tengo. El cura me preguntó si había visto a alguien detenido ante el tablón de anuncios. Lo negué y dije que a mi ver el que fuera aprovechó un momento en que yo andaría ocupado. El de Francés metió el cuezo y voceó que el dibujo ese con sombreados y difumino no se hacía en un momento. Don Basilio sacó el habla de pendoncete y dijo que estábamos a oscuras, ya que había setenta muchachos de Notable para arriba en los seis últimos cursos. El cura dijo entonces que lo más oportuno era entrevistarse con una comisión de alumnos y persuadirles de que por el prestigio del Centro, por ellos mismos y, sobre todo, por sus compañeras, debían dar el nombre del autor. Todos dijeron que sí, pero el de Francés hizo constar que sería la primera vez en su vida que viera un caso de delación entre estudiantes.

Dice Tochano que no tenemos otro tren para ir a lo de Palencia que el de las cuatro de la madrugada. Por si no nos viésemos hemos quedado a las menos cuarto en la estación y el primero que llegue saque los billetes. El Pepe quedó en avisar al bichero. Sigo durmiendo mal. Anoche sentí el exprés de Galicia.

24 enero, sábado

Los ánimos se van calmando. El plan de don Esteban fracasó. Los chicos le plantaron que no sabían nada de nada. Uno dijo, y con razón, que cualquier persona de fuera pudo hacerlo, ya que para entrar en el Centro no se necesita invitación. Esta mañana le hablé al Pavo del asunto y me dijo que buena tía. Le pregunté si sabía quién la pintó y él puso cara de panoli y encogió los hombros. El de Francés no se separa de la de Alemán. A don Rodrigo todo esto le parece una tempestad en un vaso de agua. Me preguntó este mediodía por la venta de los apuntes y le dije lealmente que flojeaba. Él trató de animarse y me preguntó cómo nos las arreglamos los pobres en estos tiempos.

Tocó esta tarde, por primera vez, la Orquesta Municipal. Ya iba siendo hora. Estuve a oírla con la Amparo. Había buena gente y se aplaudió de verdad. Al final dieron cuatro propinas. A Melecio le dije a la salida que había sido un concierto por todo lo alto y él me dijo que anisete. El hombre nunca queda conforme. Mañana saldremos con los bichos. Tochano lleva la escopeta mocha. Quién pudiera hacer lo mismo.

25 enero, domingo

Esto de cazar a toro suelto me giba, la verdad. Prefiero ganarme la caza pateando el campo. Por pitos o por flautas con esto de los bichos siempre ocurre algo. El Tomillo llevó dos bichas de buena apariencia, pero hizo la pendejada de darles un plato de leche antes de salir. No sería porque Tochano no le advirtiese que corríamos el riesgo de que se durmieran dentro de la boca. Pero nada. El Tomillo dijo que eso serían otras, porque las suyas están enseñadas a comer antes de trabajar. El cazadero tenía así una traza regular. Así y todo, cuando rodeamos el primer bardo y Melecio dijo que no tirásemos para dentro del corro, me pegaba el corazón. Cuando sentí los cascabeles de la bicha no podía con los nervios. Una se metió dentro y el Tomillo se tiró en el suelo, arrimó la oreja y dijo que había tomate dentro y que anduviéramos al quite. Salió un conejo como un rayo y Zacarías lo quedó de un tiro. Tochano cayó otro al poco rato. Luego la bicha empezó a asomar a cada paso y el Tomillo la tiraba puños de tierra al hocico para que volviera a entrar. No había para más y nos fuimos a otro bardo. Dijo el Tomillo que la bicha nueva no quería entrar por uvas a pesar de que era de raza. Aguardamos como media hora y nada. Al fin el Tomillo dijo que la bicha vieja estaba trasconejada. Cogió la azadilla y a escape abrió una calicata y sacó la bicha agarrada al conejo. La muy zorra le tenía prendida la yugular. Volvió a meterla y cuando salió dijo que el animal estaba triste porque le había mordido un sapo. ¡Coplas! No quería meterla más y entonces el Pepe le dijo, con razón, que si era así también a su cartera la había mordido un sapo. El Tomillo dudaba, pero al fin la metió otra vez. Al cuarto de hora pegó el oído al suelo y dijo que se había dormido dentro. Armó una fogata en la boca, cara al aire, para que el humo la espabilase. Yo me cabreé y dije que ganábamos más dando una mano a los pinares que aguardando a que la bicha despertase. Dijo Tochano, y con razón, que qué coños hacía él en los pinares con una escopeta mocha. Pero nos fuimos, al fin. Dimos una mano sin fe y Zacarías descolgó una torcaz. La bicha no asomó hasta las cuatro. Luego, para desengrasar, el mixto traía dos horas y no llegamos a casa hasta las tantas. La madre me dijo que me preparase a recibir una sorpresa. Le dije que si buena o mala y ella me mostró una carta de Tino y una fotografía. Tino dice en su carta que ya tiene un hijo. En el hospicio los encuentra cualquiera. ¡No te giba! El chavea tiene unos ojos muy listos. Lo que al Tino no se le ocurra no se le ocurre a nadie. También son ganas de complicarse la vida.

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