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– Estamos cerrando. Debe usted diez cervezas grandes. No, no, no se puede servir más; estamos cerrando.

… De cualquier manera es muy tarde para llamarte; tu santa y pura esposa te negaría a estas horas. Y hablando de ella, ¿crees que este año dejará a tu hijita venir al santo de Carmencita? Después de todo eres su padrino, gordo, y mi compadre, el compadre de mi mujer, lazo que Carmen parece respetar enormemente. No, no la dejará venir y la comprendo, yo tampoco habría dejado ir a mis hijos a una fiesta así. Ya ves, todavía comprendo a los ricos, y eso porque todavía tengo algo de rico. Ahora, por ejemplo, cuánto me gustaría que llegaras en tu auto y me recogieras de esta pocilga, y que me llevaras a un bar limpio y bien iluminado. Afuera llueve y hace frío, gordo, y no voy a ser más que un hombre equivocado que se tambaleaba hasta su casa. Afuera, sin un trago, todo se va a deteriorar y me voy a sentir como me sentiría si te hubiese pedido plata prestada. Carmen siempre necesita plata y parece que yo cada día gano menos. O debe ser que me emborracho más… Ya te dije que aquí en la calle todo se iba a deteriorar. ¡Ah!, gordo, cuánto menos sólo me sentiría si me gustaran las horribles flores de plástico que Carmen ha puesto en la sala de casa, qué feliz sería… Carmen… Ella también tuvo sus ilusiones y a ese nivel debo haberle hecho daño. La sigues deseando, ¿no? Te voy a dar un dato, gordo: a eso de las seis sale cada tarde a pararse en la vereda. Ahí la encuentro cuando llego del trabajo; esperando que pase el carrazo de alguien que sea lo que ella creyó que era yo. Sabes, gordo, preferiría mil veces saber que te la has tirado a que me hayas prestado plata cinco veces. Me habrás ayudado a dar un gran paso, gordo, a ser pobre de una vez por todas. Por supuesto que entonces será Carmen la que te saque la plata. Y sabes, es ella la que más va a sufrir cuando sepa que este año tampoco dejarán venir a tu hijita al santo. Le gusta alternar. Alternar… Ahí tienes otra de sus palabras. Y cuando la usa siento que todavía la quiero. Siento algo muy similar a cuando en vez de tráfico dijo los tráficos…

París, 1972

Dijo que se cagaba en la mar serena

A Marisa y Pepe Villaescusa

Ya en el tren, con una perseguidora terrible, me puse a pensar en todo eso. Las imágenes se me venían incontenibles, volvía al África que era la sala de su casa, al oscuro cabaret que era el vestíbulo, una tras otra me golpeaban las escenas de esa noche y, cuando hacía un esfuerzo por respirar, por descansar, por esquivar las imágenes, no me quedaba más remedio que enfrentarme con la idea fija de que ando por el mundo haciéndoles creer a todos que es verdad lo que iban a hacer un día (que sí, querido amigo, que si no hubiera sido porque te rompiste la pierna antes de ese baile, tú te la habrías conquistado, tú te habrías casado con la que tres meses más tarde fue Miss Universo), haciéndoles creer a todos que es verdad lo que van a hacer un día. Sí, porque cuando la gente te miente un deseo y tú la abrazas en nombre de la fórmula «querer es poder», cuando en vez de «pero», le sueltas un «y qué más», cuando un segundo antes de que te miren con cara de desconcierto, abriendo los ojos enormemente tristes, tú empiezas a llenarle de agua tibia, calentita, agradable, el pozo seco del futuro perfecto, entonces, querido amigo japonés (¿cuál es tu problema más grande que tú?), ya sabes que te has convertido en una especie de misionero contemporáneo, o que has inventado algo así como la caridad moderna. Mentira, nada de esto, jugueteaba con una broma… Lo único que sé es que yo nunca le voy a mentir un deseo a nadie, se ahondaría el problema con la adición de pozos, se me está complicando un poco la cosa para triste.

Como lo de Zaragoza nunca me había ocurrido. Por eso lo cuento. Debió de llenarme de alegría lo de la caridad contemporánea, pero me llenó de angustia, de miedo. Fue demasiado el cumplimiento. Muy total, muy grandazo, se subió a la montaña, lo hizo todo. Yo recién venía con el primer baldecito de agua tibia, calentita, agradable, ni siquiera había llegado al borde del pozo cuando él se me abalanzó, me arrancó el balde, lo vació violentamente y fue por más. Tal vez porque esa montaña quedaba en mi país… No lo sé. Pero inútil seguir pensándolo todo como esa mañana en el tren; ya no arrastro una perseguidora terrible y tal vez con un poco de orden llegue a saber lo que sentí. De lo que él sintió no me cabe la menor duda… Si hasta le quedó viada para llevarme al África, pasando por el cabaret…

No soy de Zaragoza, nunca había estado allí, y si bajé del tren en esa ciudad fue precisamente porque no conocía a nadie y porque andaba medio tristón al cabo de un largo viaje, pueblos, trenes, ciudades, durante el cual noté que la gente andaba soñando a plazos excesivamente breves, cinco amigos, sobre todo. Fue bastante difícil para mí.

Algo que tal vez deba contar es que en Huelva conocí a un gordo feliz e inteligente. Estaba sentado en un café y me metió letra con una facilidad envidiable. Esa noche el gordo deseaba más cerveza de esa misma marca y en el café había un gran stock y él tenía dinero para bebérselo íntegro. Tres horas después de las primeras palabras, ¿de cuál de las ex colonias le viene a usted ese acento, amigo?, ja-ja-ja…, se lo conté todo.

– ¿Y tú por qué les llenas el pozo?

– La verdad es que lo hago por temor…

– Temor mezclado con algo de bondad, de cobardía y con una gran capacidad para perder el tiempo.

– Todo puede ser.

El gordo era inteligente y se quedó tan feliz.

En Zaragoza me metí en una pensión, me pegué el duchazo de reglamento y salí en busca del carácter aragonés. Alguien soltó una palabrota impresionante y yo casi grito ¡ya!, y aplaudo, pero me desconcertó un letrero rojo inmenso luminoso de Coca-Cola, se encendía y se apagaba. El tipo de la pensión resultó afeminado y yo estaba a punto de abandonar Zaragoza-Aragón, sin más que la recomendación literaria de un mecánico. En un bar, tuve un instante del gordo de Huelva y le metí letra, acababa de comprarse unos libros de Sender. «Parece que es muy bueno», me dijo, y pagó su cuenta. Fui a la estación y compré billete a Barcelona, para la mañana siguiente. Regresé pensando que era extraordinario el carácter aragonés, fuerte, recio, lleno de empujones, con ese calorazo a cualquier hora del día y esa escasez de agua entre las tres y las seis de la tarde. Tal vez por eso me dejé arrastrar cuando me tomaron del brazo y me metieron al mismo bar en que había estado antes.

– ¿Tú quién eres?

– Un turista.

– ¿Tú quién eres?… ¿Cómo te llamas?… ¿Cuál de los dos?…

– Me llamo Juan.

– ¿Cuál de los dos eres?

Allí todo el mundo lo conocía y a nadie le parecía loco ni nada. Le servían cuando pedía y lo llamaban don Antonio. Entonces se me ocurrió pensar que éramos muchos los que pasábamos por la puerta del bar cuando me cogió, me escogió, mejor dicho, a mí y me arrastró prácticamente. La segunda vez que me preguntó cuál de los dos era, descubrí que la ternura existe en Aragón.

Matizada, porque inmediatamente dijo que se cagaba en la leche.

– ¿Me vas a decir quién eres?

– Juan Saldívar… Soy peruano y…

– Eso lo sé. Desde antes que te escuché sé que eres peruano.

– Ah…

– Dos cervezas más… O prefieres otra cosa. ¿Qué bebes? ¿Cerveza? Cerveza. Dos cervezas más.

– Quisiera invitar esta vez.

– Tú aquí no pagas nada… ¿De qué parte del Perú?

– Lima.

– ¿Pero conoces Trujillo?

– Sí…

– Entonces sabes que si vienes volando de la selva hay tres cerros antes del aeropuerto. Acabas de atravesar la cordillera y esos tres cerros son los últimos.

– No, no lo sabía. ¿Eres piloto?

– ¿Cuál de los dos eres?

Agachó la cabeza al repetir esta pregunta y yo ya sabía que no me tocaba responder, lo sabía, me di cuenta por la ternura con que la hizo, ahí se le iba la extraversión, la reciedumbre, y su cabeza, cuadrada, cuarentona se ladeaba infantilmente, perdía edad al encajarse en algo que sí que le daba pena. Se estaba ladeando más todavía, estaba a punto de repetir su pregunta, cuando de pronto dijo que se cagaba en diez y pidió más cerveza. Me estaba haciendo polvo con una mirada fija, de loco nada, pero algo quería y muy hondo porque dijo que se cagaba en cien y me cogió fuertemente del brazo, sus dedos me pedían algo de tanto que se me clavaban. Me tuvo un rato así, me dolía, y cuatro tipos al lado nuestro, en la barra, estaban siguiendo el asunto desde el comienzo. Más allá, el mozo, y cuando volteé porque me dolía mucho y porque además vi cómo se le inflaba una lágrima, noté que una mujer también seguía la escena desde el fondo del bar, sola como una puta en esa mesa porque era un bar barato. Esta vez gritó que se cagaba en los presentes, y cuando miré porque el asunto podía tener consecuencias, comprendí que ahí todos lo conocían muy bien. Me llenó el vaso y esperó a que me lo bebiera. Me lo volvió a llenar y me dijo bebe y yo bebí porque acababa de captar que no quería emborracharme, lo que quería era invitarme y lo otro. La verdad, ya no me costó trabajo beber. Traté de recordar el instante en que ya no me estaba agarrando y sentí sus dedos donde ya no estaban. La realidad se me iba empañando.

– ¿Cuál de los dos eres? -me dijo, examinándome los ojos.

– Que no te vea mi madre porque se echa a llorar.

– Mañana me voy -dije, entrando en mi terreno-. Mañana me voy temprano.

La cerveza me ayudaba a cabalgar sobre lo lógico, y había una pregunta que me parecía importante repetirle.

– ¿Eres piloto? -me bebí íntegro mi vaso y pedí más. Más para los dos.

– Él era el piloto. Mi hermano.

Se ladeo como si fuera a preguntarme tiernamente cuál de los dos era, pero en ese instante nos acercaron la cerveza y decirle gracias al mozo como que nos enfrentó con lo que se venía: yo retrocedí un paso y él enderezó su cabeza de palo.

– Eres exacto a él. Que no te vea mi madre porque se echa a llorar. ¡En tu país! ¡En tu país, peruano! En tu país, Juan. En el último de los tres cerros antes del aeropuerto. Si hubiera bajado uno después todavía estaríamos recibiendo sus cartas cada jueves. Pero no. ¡Me cago en tu estampa! Se quedó mi hermano hecho pedazos allá arriba… No pudieron subir por los restos… No llegaron… Mucho hielo… No sé qué cono pasó… Nadie hasta ahora ha podido bajarlo.

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