– Los dioses no han creado el mundo para la locura -dijo Na Itzá-. Tenemos comercio con muchos pueblos, algunos en las islas del sur son tan extraños que sus costumbres parecen incomprensibles para nosotros, pero al final siempre es posible razonar con ellos.
– Ma' -negó Sac Nicte-. No con los mexica . Como los toltecas del pasado, viven sólo para la guerra. Desde el mismo instante de su nacimiento se preparan para ella y sus sacerdotes les anuncian que han venido al mundo sólo para combatir. Ni siquiera tú, padre, puedes razonar con quienes no conocen otro anhelo que la muerte… Con quienes no desean otra cosa que nuestra sangre… Y la obtendrán, de una forma u otra.
– Es su misma sangre la que corre por nuestras venas. Recuerda que nosotros también procedemos del norte…
Koos Ich alzó su macana sobre su cabeza y pidió permiso al consejo para que hablara alguien designado por él. Cuando éste le fue concedido, señaló a Lisán. El andalusí permaneció atónito durante un momento, sin entender qué significaba aquel gesto del guerrero. El círculo del Ah Cuh Caboob se abrió ante él.
– ¿Cuál es tu opinión, Lisán al-Aysar? -le preguntó Koos Ich.
Lisán avanzó unos pasos titubeantes y penetró en el círculo. Se detuvo al pie de la Ceiba Sagrada. Allí permaneció en silencio por un instante, antes de decidirse a hablar.
– La tierra de la que vengo también está siendo sometida por extranjeros llegados del norte -dijo-. Durante incontables años nos hemos enfrentado a ellos y nuestros hijos crecen sabiendo que hay un enemigo contra el que luchar. Algunos entre nosotros han buscado también la paz y el entendimiento con ese adversario. Una y otra vez se han firmado tratados que han sido rotos una y otra vez. Y, mientras nuestra tierra es invadida, los nuestros son considerados extranjeros en su propio hogar, nuestra fe es despreciada y nuestros templos destruidos… Quienes quieran vivir en paz en esas condiciones están equivocados. Pagarán su error con la extinción de su mundo, de su fe y de su gente…
Una idea había cruzado por la mente de Lisán mientras pronunciaba estas palabras: regresar a Granada, con un ejército de hombres-águila… ¿Qué podría hacer un guerrero tan fabuloso como Koos Ich equipado con armas modernas? Miró a Piri y vio en sus ojos que había adivinado lo que estaba pensando. Pero, justo en ese instante, comprendió la paradoja sin solución que encerraba un concepto semejante.
Hun Uitzil Chaac reclamó la atención de todos con unos golpes de su macana en las gruesas raíces de la Ceiba, y dijo:
– La guerra es inminente y ya nada puede evitarla. Sin embargo, los mexica cumplirán escrupulosamente con el trámite de las embajadas. Durante los meses que esto nos da de plazo, debemos enviar a nuestros propios embajadores a las ciudades vecinas, para hacerles ver la amenaza que nuestros enemigos representan y lo necesario que es hacerles frente en este momento decisivo. Ésta es mi opinión.
– Que así sea hecho -sentenció Koos Ich.
Mientras todos regresaban a sus casas, Piri se acercó a Lisán.
– Tengo entendido -le dijo- que los mexica son aliados de aquellos que asesinaron y devoraron a nuestros hermanos.
– Sí. Es muy posible que los guerreros de Amanecer acudan a la guerra a su lado.
– En ese caso, ha llegado la hora de la venganza. Si ayudamos ahora a esta gente, quizás en el futuro nos ayuden ellos a nosotros… ¿A que es eso lo que estabas pensando…?
– Más o menos.
– En cualquier caso, nunca me ha gustado ser un mero espectador en una batalla. Pero ¿qué podemos hacer? Si al menos dispusiéramos de unas cuantas armas de fuego…
El andalusí especuló sobre esto.
– Yo podría producir pólvora -dijo-. Recuerdo que el ungüento que me aplicaron en una herida olía a azufre. El resto de los ingredientes no son difíciles de conseguir, y conozco la mezcla y las proporciones.
– Pero aquí apenas trabajan los metales, y sin ellos no veo cómo fabricar las armas de fuego. Tan sólo he visto adornos de cobre, que es un metal demasiado blando…
– Siempre podemos fabricar bombardas de cuero…
– ¿Bombardas de cuero? -Piri no sabía si el andalusí se burlaba de él o si deliraba.
– Imagina un ánima de cobre ceñida por varias vueltas de cuerda y revestida por una fuerte vaina de cuero. El cobre es resistente al calor y el cuero le da solidez al conjunto.
Como viera que Piri no se lo tomaba en serio se apresuró a añadir:
– Oí hablar de ellas y de que fueron usadas en las montañas de India por los sayyids . Eran lo bastante ligeras como para ser emplazadas en lugares casi inaccesibles.
– Pero ¿funcionaban? -preguntó Piri, escéptico.
Lisán se encogió de hombros.
– No lo sé. Hasta ahí no llegan mis datos. Pero eso tampoco tiene mucha importancia.
– ¿Por qué?
– Porque nunca nos dejarán usar armas de fuego en una batalla. Abre los ojos, Piri, intenta comprender a esta gente. Aquí todo está establecido de acuerdo con unas normas muy precisas y a nosotros no nos han de permitir romperlas.
Ésa era la cuestión. La paradoja irresoluble. Aquéllos eran unos guerreros fabulosos, sin duda, pero apresados por unos códigos de comportamiento tan extraños que en la práctica harían imposible la guerra contra los ejércitos de su mundo. Sería como si cada bando luchara en dos planos distintos de la realidad.
Mientras Lisán le explicaba esto, Piri parecía indignado. No podía entender qué sentido tenían aquellas especulaciones ociosas del andalusí. Él era joven y era un hombre de acción, no de palabras o sueños imposibles.
– No se puede tapar el sol con un dedo -le dijo-. El día que esta gente tenga que enfrentarse con los guerreros de nuestro mundo, comprenderán de inmediato que de nada valen todos esos estúpidos códigos para hacer la guerra. Entonces se verán obligados a jugar de acuerdo con nuestras reglas… o serán exterminados.
– Es posible. Pero hasta que llegue ese momento, estamos limitados por sus costumbres. No podemos proponerles que fabriquen armas de fuego porque éstas provocarían la muerte indiscriminada y ése no es su objetivo al luchar. Necesitan enfrentarse en combates individuales, para medir así sus fuerzas y que sus dioses puedan decidir.
– Como los personajes de los cuentos. Es ridículo.
– Quizá. Pero deberías hacer un esfuerzo por entenderlo.
Piri observó al andalusí. Parecía desconcertado por su actitud.
– ¿Qué nos está pasando? -dijo-. Dragut se viste y se comporta como uno de ellos, y tú pareces aprobar sus ideas.
– No las apruebo. Lo que te estoy diciendo es que puedo entenderlas. Este mundo tiene una lógica que no es igual a la nuestra, pero que funciona para ellos.
– ¿Qué podemos hacer entonces? ¿Luchar con esas palas de madera y dejarnos matar?
Lisán miró a su compañero y no supo qué decirle. No tenía respuesta para eso.
Una fría sensación de miedo se fue extendiendo por su alma. Presentía que el final estaba ya muy cerca.
– Quiero tomar otra vez el kuuxum -le dijo Lisán al Uija-tao.
Al caer la noche, había trepado de nuevo hasta la vivienda situada en lo alto del Yaxcheelcab. El anciano estaba en el interior de su choza, tumbado sobre su lecho de palos. Abrió los ojos. Ya no quedaba color en ellos, su iris se había vuelto tan blanco como la esclerótica y sus pupilas eran dos lunares negros que se movieron lentamente hacia el andalusí.
– Ma'. No puedes exigirle al chu'lel que te entregue el Conocimiento. Algunos hombres emplean toda una vida antes de atreverse a intentar un viaje como el que tú hiciste. Considérate afortunado.
– No respondes a mis preguntas y no me permites comunicarme con el chu'lel. Quiero saber qué es lo que esperas de mí y cómo voy yo a averiguarlo si no me das ninguna opción para aprender.
– Tienes el Códice de la Vida. Pregúntale a él.
– No puedo descifrar un alfabeto de sólo cuatro símbolos… Eso no tiene ningún sentido… -Lisán recordó algo y señaló el medallón que colgaba de su cuello-. Es esto, ¿verdad? Aquí está la clave de todo.
Los dos puntitos negros bajaron brevemente hasta el disco dorado y luego volvieron a enfocar el rostro del dzul.
– Lo ignoro. Eres tú quien tiene que averiguarlo.
– Déjame comer de nuevo el hongo.
– Eso es imposible. El kuuxum te sumerge por completo en el chu'lel y sin preparación no sobrevivirías a un nuevo encuentro con él. Nuestra mente es demasiado pequeña y tú no has aprendido a protegerla de su poder de absorción.
– ¿Crees que el chu'lel me matará?
– Te abrasará hasta dejarte reducido a cenizas. Ahora te conoce y no te permitirá escapar de nuevo. Mira ese bosque que nos rodea, todo nace de él, pero todo vuelve también a él. Él es el Gran Devorador tanto como es la Gran Madre. Quizá tu Realidad ya ha sido alterada para siempre… Ahora debes buscar el Conocimiento dentro de ti.
– No hay tiempo. La guerra con los mexica es inminente.
El anciano cerró los ojos y permaneció en silencio durante un largo rato. Lisán pensó que se había dormido, pero alzó una mano esquelética y señaló un cajón situado al fondo de la choza.
– Encontrarás allí un objeto alargado, envuelto en una funda de piel de serpiente.
Lisán revolvió durante un momento y alzó lo que el Uija-tao le había indicado.
– Beey. Eso es. Acércate ahora.
Así lo hizo y le entregó el objeto al anciano. Éste retiró la funda, descubriendo una pipa de madera larga, estrecha, con toda su superficie tallada de símbolos y decoraciones. Abrió una bolsa de cuero, que colgaba de un cordel de su cuello, y empezó a llenar la cazoleta con gestos lentos, solemnes.
– ¿Qué es esa mixtura? -preguntó Lisán.
– Es el bosque. Aquí hay pequeñas y escogidas partes de él. De sus maderas, de sus resinas, de sus hojas y sus gusanos. Todo bien triturado…
– ¿Eso me dará respuestas?
– Será tu guía para que tú las encuentres. -Comprimió la mezcla usando su dedo pulgar y luego se lo chupó-. Ahora tráeme un ascua…
Un pequeño brasero ardía a un lado y era la única fuente de luz en la choza. El andalusí se lo acercó al Adivino que, sin inmutarse, tomó uno de los carbones ardientes con los dedos y lo colocó en la cazoleta sobre la mezcla.
Empezó a chupar con fuerza. Sus mejillas se hundían dándole un aspecto cadavérico, y luego expulsaban una bocanada de un humo espeso. Fumó en silencio. Al cabo de un buen rato apartó la pipa de sus labios y la giró para ofrecer su boquilla al dzul.