Veía la nuca del anciano frente a él. Un grueso tentáculo luminoso surgía entre los hombros del anciano y se perdía en el suelo de la caverna.
Partículas diminutas, siguiendo un patrón que parecía vivo, como hormigas rojas ardientes, circulaban a toda velocidad desde el suelo de roca hasta la espalda del Uija-tao, y lo envolvían por completo en una compleja red de vasos sanguíneos que bombeaban la sangre por el interior de su cuerpo y su cerebro. Era bastante terrorífico, pero tan fascinante que no podía dejar de mirar. No lograba imaginar lo que eran. En un principio pensó que se trataba de algún tipo de insecto, pero eran demasiado pequeñas.
Acercó su propia mano a sus ojos y escrutó detenidamente la palma. Brillaba. Pequeños puntitos de luz, casi inapreciables, se escurrían por entre sus dedos. Se trataba de las mismas criaturas minúsculas que también correteaban por toda la piel del anciano. Eran menores que las ínfimas impurezas que rodeaban sus poros, pero sin duda se movían como lo hacen los insectos. ¿Acaso eran los átomos de los que hablaban los griegos? Giró su cabeza todo lo que pudo. Un tentáculo semejante al que llevaba prendido el Uija-tao también surgía de su espalda, y aquellas motas luminosas iban y venían frenéticas por él.
– ¿Qué son estas cosas? -preguntó estremeciéndose.
El Uija-tao se volvió y Lisán observó que la sangre que fluía de la herida en su pene -que seguía abierta gracias a la mecha de algodón- era tan brillante que lastimaba los ojos al mirarla directamente. La sangre resbalaba por las piernas del anciano trazando ríos de luz y se amontonaba en charquitos refulgentes en el suelo.
– La vida no se detiene al nivel que pueden distinguir tus ojos. La vida sigue y sigue, en una complejidad creciente hasta conformar la propia textura de la realidad -dijo-. Eso que puedes ver ahora es el chu'lel.
Lisán desconocía la palabra.
– ¿El chu'lel ? ¿Esa especie de tentáculo prendido a nuestra espalda… y esas… esas motas luminosas que circulan por su interior? ¿Qué son?
– Son los restos del cuerpo del Dios Que Descendió. Ahora puedes verlo por primera vez en tu vida.
– ¿El Dios Que Descendió?
La calavera del anciano, con la mandíbula inferior moviéndose mientras hablaba, era claramente visible bajo la carne translúcida de su rostro.
– Nun-Yal-He . [24] Su organismo está dividido en millones de fragmentos diminutos, tan pequeños que el ojo no los alcanza a distinguir en condiciones normales, y están esparcidos por toda la Tierra. Pero si todos ellos se reunieran en un solo cuerpo, éste sería mayor y más pesado que todos los hombres y todos los animales y todas las plantas juntas. En realidad, absolutamente todo lo que nos rodea está constituido por la esencia que emana de su chu'lel. Formas parte de él. Todos estamos constituidos por una pequeña porción del Dios Que Descendió, que está envuelta en la delgada membrana de nuestro cuerpo físico. Tu conciencia es el resultado de la interacción entre las sensaciones del exterior con las del interior de esa membrana. Y el chu'lel tiene una clara conciencia del interior y el exterior de todas las cosas que hay sobre este mundo. Por eso ahora puedes ver en la oscuridad.
– ¿Quieres decir que lo que ahora estoy viendo es real?
– Que no te quepa la menor duda, dzul. Imagina que fueras consciente de todas y cada una de las señales que recibe tu cuerpo en un momento dado, de las sensaciones que recibe cada uno de tus pelos, de tu lengua dentro de tu boca, del susurro de la sangre al fluir por tus venas o del sonido del aire rozando contra tu piel. Por eso, desde tu infancia, has debido aprender a filtrar lo que percibían tus sentidos y a reducirlo a una ínfima parte de la realidad. Sin embargo, el Universo es mucho más complejo: en cada átomo danzan millares de soles, asómate al corazón de una sola gota de agua y cien océanos repletos de vida aflorarán ante tus ojos.
– Cuando pase el efecto del hongo, ¿todo volverá a ser igual que antes? -preguntó el andalusí, sin dejar de mirar fascinado a un lado y otro.
– Beey. Algunos hombres son Perceptores, es decir, pueden interpretar continuamente el Mundo Real. Pero para eso, en el mejor de los casos, se requiere una vida entera de aprendizaje, aunque un centenar de vidas es lo habitual. Al comer el kuuxum entras en contacto con el Conocimiento que emana del chu'lel , pero durante un tiempo limitado. Debemos aprovecharlo, porque quiero que comprendas algo.
El anciano se detuvo y miró hacia los pies de Lisán. Éste también bajó la vista y descubrió que estaba hundido hasta los tobillos en el agua del cenote. Frente a él vio los cables que bajaban desde la cúpula rocosa de la caverna. Gracias a su nueva capacidad de visión pudo recorrer uno de esos tendones desde su extremo superior hasta el punto en el que se hundía en el agua. Ahora comprendía que estaban formados por un trenzado de miles de raíces que se ensanchaba en su extremo final hasta formar una gran bola absorbente. Esta esfera de raicillas recogía el agua del cenote y los cables la elevaban hacia las alturas. El andalusí podía ver fluir el líquido por su interior.
– No hay ríos en la superficie de esta tierra -le explicó el Uija-tao-. Toda el agua se filtra por la roca porosa hasta los cenotes y la selva debe beber de ellos. El chu'lel se alimenta a través de nosotros de una forma muy parecida a ésta.
Todo era muy extraño, y Lisán sentía la mente embotada por el efecto del hongo. Sacudió la cabeza y se dijo que ya pensaría en todo eso más tarde. Se volvió hacia el anciano:
– ¿Qué quieres mostrarme?
– Tú mismo debes verlo. Camina hacia el interior del cenote.
– ¿Por qué debo hacer eso?
– Preguntas demasiado, dzul. Hazlo o da media vuelta y sal de aquí. Cualquiera de las dos acciones darán una respuesta a mis propias preguntas.
Bueno, hagámoslo , decidió Lisán al cabo de un rato. Veamos adónde me lleva todo esto.
Le dio la espalda al Uija-tao y avanzó un par de pasos con el agua por los tobillos.
Vio que algo se arrastraba junto a su pie derecho. Se agachó para observarlo mejor. Era una especie de cangrejo con el caparazón dividido en tres lóbulos. Metió la mano en el agua y lo recogió. Inmediatamente la criatura se enrolló sobre sí misma hasta formar una bola. Con ella en la mano, Lisán se volvió para preguntar de nuevo al Uija-tao. Pero éste había desaparecido. En realidad no había nada tras él, tan sólo una turbia niebla un poco luminosa.
Dejó a la criatura-bola en el agua y descubrió que otras muchas, semejantes a ella, se arrastraban ahora por el lecho arenoso. Una pequeña ola se estrelló contra sus piernas. Alzó la vista y pronunció una exclamación de asombro. Ya no estaba en la caverna. Se encontraba en el exterior y era de noche. Sin luna y con un cielo coagulado de estrellas que eran como polvo luminoso. Estaba en una playa, a la orilla de un mar tranquilo, un espejo negro y perfecto. Las aguas reflejaban la cúpula de estrellas y algo más… Centenares de espinas luminosas que surgían del agua y se elevaban hasta una altura increíble. Comprendió que estaban formadas por las mismas partículas vivientes que había descubierto en el interior de la caverna, pero allí se amontonaban hasta formar unos afilados pináculos que parecían querer taladrar la bóveda celeste. Se dispersaban en la distancia y los más lejanos sólo se distinguían como diminutas agujas de luz brillando en el horizonte.
Aquel extraordinario paisaje le provocó una intensa melancolía que oprimió su pecho por un momento. No podía comprender el origen de este sentimiento tan fuerte, pero era una sensación de pérdida absoluta, en el tiempo y en la memoria. Dio un paso más hacia el interior del cenote y las espinas de luz cambiaron de forma. Algunas desaparecieron, otras se hicieron mayores y desarrollaron estrechos puentes que las unían con las más cercanas. Otras nuevas surgieron lentamente desde el lecho marino.
Siguió avanzando y aquellos pináculos se derrumbaron súbitamente, hasta que no quedó en pie ni uno de ellos. De repente se vio rodeado por una selva de árboles tan gruesos como torres alminares, cuyas raíces se hundían en las aguas que ya le llegaban por la cintura.
Una criatura gigantesca empezó a cobrar forma frente a él. A falta de otro referente, Lisán la tomó por un dragón. Atónito, miró hacia arriba; la cabeza del monstruo se cernía a una gran altura sobre él. Era relativamente pequeña y continuaba con un cuello largo y flexible como una serpiente. El cuerpo de la criatura era mayor que el de un elefante y estaba hundido hasta la mitad en el agua. Creyó que había otra criatura tras él, una serpiente gigante que estaba a punto de atacar al monstruo por su retaguardia. Pero se trataba de la cola del animal, que era tan larga como su cuello y se agitaba lentamente rompiendo la superficie.
El andalusí miró a su alrededor sin saber qué hacer. Dar media vuelta y regresar a toda velocidad hacia la orilla parecía lo más sensato. Pero aquel monstruo apenas tenía que estirar hacia él su larguísimo cuello para atraparlo entre sus dientes sin ninguna dificultad.
– No es real -musitó-. Nada de esto puede ser real. Debo de estar soñando.
Intentó dar un tímido paso hacia atrás, con la esperanza de que aquel ser estremecedor desapareciera, pero descubrió que ya no hacía pie en el fondo del cenote, playa, pantano, o lo que fuera. Un abismo líquido se había abierto bajo él y empezaba a hundirse hacia sus profundidades. El agua helada, transparente como el cristal más perfecto, lo envolvió.
Contuvo la respiración. Mientras su cuerpo caía hacia la negrura, sintió que un intenso helor penetraba en sus huesos…
De repente, se vio rodeado por montañas de hielo que giraban lentamente sobre sí mismas. El agua había desaparecido, aunque no así el frío y la oscuridad. De alguna forma que no podía comprender, supo que estaba rodeado por el vacío más absoluto. Supo que estaba en el al-falak al atlas: «el Cielo sin estrellas». Ésta era la región que marcaba el fin del espacio, mucho más allá de las esferas de los planetas. Sin saber cómo, había viajado hasta «el Cielo que escapa a la visión común», el 'âlam al-ghaïb , donde se difuminaba la Realidad. Su cuerpo, o quizá su alma, se hallaba perdido en algún lugar entre «la Esfera del Pedestal Divino» y «el Cielo de las Estrellas Fijas». [25]