– Sí, y me gusta mucho -le dije-. He estado allí dos o tres veces, hace ya tiempo.
– Sí, viene recomendado en las guías - -dijo Deán con buena fe, como disculpándose-. Allí la llevé, bebimos y reímos bastante pese a lo que vendría a la mañana siguiente, beber no le venía mal para conciliar el sueño esa noche, a mí tampoco, yo la acompañaría hasta la entrada del hospital, la esperaría fuera por si había problemas o le entraba el pánico, un par de horas me había dicho, aunque era improbable que surgiera ningún imprevisto, ella era enfermera y había conocido de todo, se deprimen mucho las enfermeras, es lógico, claro que no es lo mismo que se lo hagan a uno. Me extrañó que no fueran a ingresarla ni después ni antes, una noche, unas horas, pero ella sabía mejor que yo, lubía hecho las gestiones desde su clínica de aquí, de hospital a hospital con algunas ventajas, me había dicho. En inglés se defendía, yo también me defiendo.
– Yo estudié Filología Inglesa -dije yo, y fué un comentario absurdo, pero Deán me lo pasó por alto. Me serví más whisky, él me dejó servirme, continuó como si no hubiera oído:
– Esa noche la acompañé a su hotel en un taxi después de la cena, preferimos que ninguno subiera a la habitación del otro, en su cuerpo había algo que ya no estaría al día siguiente y era mejor no prestarse a recordarlo en exceso. Ella no parecía muy afectada o disimulaba, la habrían ayudado los cocktails, incluso parecía contenta, cariñosa, quizá mis promesas la compensaban de todo el resto. Me besó a la puerta de su hotel con uno de esos besos que son de agradecer, cómo llamarlo, un beso entusiasta, me quedé convencido de que no iba a guardarme rencor por aquel mal trago. Yo me acerqué hasta mi hotel andando, cuatro pasos, y entonces llamé desde mi habitación a Marta para confirmarle que había llegado bien y saber cómo andaban las cosas, no me dijo que estuviera cenando contigo ni con nadie, la creí sola con el niño, y aun así tú crees que no hubo premeditación, tendrás cara. -Deán seguía de pie, se paró y se quedó mirándome, vi un asomo de crueldad en sus ojos rectos, rascó por fin la cerilla y encendió mi cigarrillo robado como si no quisiera desviarse por el otro camino posible de nuestra charla, lo había descartado en principio; entonces desapareció el destello-. La verdad es que no dormí bien esa noche, tuve el sueño agitado y quebrado, lo achaqué a mí mismo y a Eva, no a Marta aunque pensaba en ambas, lo que pasaba en Londres pasaba porque existía Marta, hay ciertos lugares que están ocupados en la vida de uno, por eso la gente trata como sea de hacerse un hueco o sustituye al instante a los que se marchan ('No dormiste tan mansamente en la isla, ninguna de tus dos noches en esa isla pudiste dormir mansamente', pensé. 'Pero tampoco te alcanzó el rumor de tus propias sábanas con las que no llegué a entrar en contacto, ni el ruido de tus propios platos con su solomillo irlandés y su helado ni el tintinear de tus copas con su vino tinto, tampoco las estridencias de la agonía ni el retumbar de la preocupación, los chirridos del malestar y la depresión ni el zumbido del miedo y el arrepentimiento, tampoco el canturreo de la fatigada y calumniada muerte, oías tan sólo el tráfico inverso y los autobuses rojos tan altos, la excitación nocturna y las conversaciones en varias lenguas del restaurante indio que resonaban, y el eco de otros canturreos que no sé si fueron también mortales: hablas de tu Eva en pasado'). Si yo hubiera sabido, si yo hubiera sabido esa noche lo que tú sabías ('Yo lo supe porque lo vi y lo sufrí y me quedé espantado y no pude impedirlo, imbécil, yo asistí a ello y la cogí entre mis brazos para que muriera lo mejor posible, no me tocaba estar a su lado', y volví a tutearlo como a la entrada del restaurante para insultarlo como es debido con el pensamiento, me irritó su queja que sonó a reproche, se había marchado con Eva a resolver sus asuntos sin conocimiento de Marta, qué más quería). -Deán se acercó al sillón que hacía juego con el sofá y se sentó en el brazo derecho como si hubiera perdido pie sobre la nieve resbaladiza, ya lo había visto flaquear así o más aparatosamente ante la tumba abierta, lo salpicó la tierra del sepulturero, salpicó su gabardina. Así sentado seguía estando muy alto, no cruzó las piernas, las mantuvo paralelas, lo vi más desprotegido en esa postura-. Si lo hubiera sabido todo habría sido distinto en Londres, ni siquiera la habría permitido ir al hospital a la mañana siguiente, no habría habido lugar, un hermano para Eugenio y una nueva madre, por qué no en ese caso, uno quiere las cosas y a las personas según lo que tiene o no tiene, según los huecos que van dejando, nuestras necesidades y deseos varían a medida que perdemos o nos abandonan o nos desposeen, también nuestros sentimientos, te lo he dicho, se pueden tomar decisiones inamovibles y en parte todo consiste en eso, dependen de las incompatibilidades y de lo que nos va haciendo falta. -Se estaba contradiciendo sobre los sentimientos, o era que antes hablaba por Eva y ahora hablaba por sí mismo.
– Ya le he dicho -dije-, no me atreví a llamar dos veces, se me acabó el valor tras hablar con el conserje. No había ningún Deán, tampoco nadie me aseguraba que fuera a haber un Ballesteros. En realidad no sé si ya hice mucho averiguando sus apellidos.
– ¿Cómo los averiguó? -preguntó Deán.
– Había cartas por aquí encima, busqué una del banco.
– Ya, tiene usted recursos, no a todo el mundo se le habría ocurrido. -De pronto me llamaba de usted, una repentina señal de respeto, una vacilación tardía, o yo lo había contagiado. Pero sólo le duró segundos, rectificó tras algunas frases-: Pero no lo estoy culpando de nada, sólo le estoy contando lo que me pasó por no haberme enterado a tiempo, cómo pasé yo esas horas en que me mantuve en una creencia falsa, no fueron pocas. Tampoco lo acuso de haber dejado solo al niño, por ejemplo, un viudo amargado y rencoroso podría hacerlo: no le sucedió nada y sería abusivo echarle en cara lo que pudo haber sucedido si no ha sucedido, todo depende de los efectos, ¿no?, todo lo que dura aunque sea un instante en el tiempo, la misma acción no es la misma según a qué dé lugar, la misma bala ya no es la misma si no da en el blanco, el navajazo si se falla el golpe, parece que no estuviera nada en nuestra mano y en cambio nos conducimos como si fuera al contrario, siempre llenos de intenciones, me pregunto si son lo que cuenta o justamente lo que no cuenta, también es verdad que a veces ni siquiera se tienen, puede que usted no las tuviera ('Un sí y un no y un quizá y mientras tanto todo ha continuado o se ha ido, la desdicha de no saber y tener que obrar porque hay que darle un contenido al tiempo que apremia y sigue pasando sin esperarnos, vamos más lentos: decidir sin saber, actuar sin saber y por tanto previendo, la mayor y más común desgracia, previendo lo que viene luego, percibida normalmente como desgracia menor, pero percibida por todos a diario. Algo a lo que se habitúa uno, no le hacemos mucho caso'). -Deán apagó el cigarrillo sin apurarlo y al hacerlo se deslizó hasta el asiento del sillón, ahora ya estaba casi a mi altura con las mangas de su camisa en los antebrazos y su corbata aún más floja, no perdía la compostura por ello-. Pero aquí sí sucedieron cosas -siguió, yo no estaba muy seguro de querer oír el relato de aquel episodio sórdido, no tenía que ver conmigo pero aquel hombre me lo estaba contando, me había elegido para escucharlo, quizá sí tenía que ver, en algún grado-, me pregunto si habrían sucedido igual de no haber estado tú en esa alcoba con Marta. -Y con la nuca hizo un gesto hacia el pasillo que conducía al dormitorio, yo sabía el camino-. No me refiero a su muerte, sino a si ella habría llamado a alguien cuando se sintió enferma. Tal vez no a mí para que no me alarmara estando tan lejos, pero sí a su hermana o a algún amigo o vecino, a un médico, pedir ayuda.
Me pregunto si no llamó porque estaba contigo, quizá confiaba en que se le pasara para reanudar la fiesta ('Estás loco, cómo voy a llamarle, me mataría', pensé, 'eso dijo Marta Téllez cuando le propuse avisar a este hombre a Londres, es posible que Deán esté en lo cierto, puede que ella hubiera llamado a alguien de no haber estado conmigo. Pero eso no la habría salvado, sólo a él de su encantamiento o su sombra, por lo que viene diciendo'). Las cosas pasan, es verdad, pero siempre le pasan a alguno y no a otros, y se lamentan los que las padecen ('Y aunque no haya nada algo nos mueve, no es posible estar quietos, no en nuestro sitio, lo único seguro sería no decir ni hacer nunca nada, y aun así: puede que la inactividad y el silencio tuvieran los mismos efectos, idénticos resultados, o quién sabe si todavía peores, como si de nuestra mera respiración emanasen rencores y deseos vacuos, tormentos que nos podríamos haber ahorrado. La única solución es que todo acabara y no hubiera nada'). Da lo mismo, nos ha tocado a ti y a mí, y sobre todo a ellas. A la mañana siguiente fui hasta el hospital con Eva, un buen hospital, todo en orden, no muy lejos de nuestros hoteles, Sloane Square, Sloane Street, más allá hacia el río, seguro que conoces la zona, todo bastante bonito y limpio. No entré con ella, no hacía falta y ella lo prefería, le dije que la esperaría en un café que había enfrente leyendo periódicos, no me movería de allí por si necesitaba algo de pronto, un par de horas a lo sumo, no es tanto, qué menos, había dejado un encuentro de trabajo para después de comer, para los otros aún tendría tiempo al día siguiente, íbamos a estar tres noches, no volvíamos hasta el viernes, cada uno con su billete, los sacamos por separado aunque para los mismos vuelos, preferimos no hacer nada juntos. Al despedirme de ella la vi pálida, la noté asustada por vez primera, quizá arrepentida pero ya era tarde. Le di un abrazo, le di un beso en la mejilla. 'Ya pasará todo esto', le dije, 'yo estaré pensando en ti todo el rato, estaré aquí, bien cerca.' La vi desaparecer con su abrigo largo y un pañuelo en la cabeza entre la multitud del vestíbulo, los hospitales mucho más llenos que los hoteles, llevaba unos zapatos bajos un poco infantiles. Compré varios periódicos españoles e ingleses y me senté en el café, hacía una mañana agradable, fría pero despejada por el momento, no duraría en Londres. Intenté no pensar en ella y en lo que estaría pasando en contra de lo que le había anunciado, pero acabé cumpliendo mi promesa a pesar mío, aquello se me imponía en el pensamiento aunque no con imágenes, no tengo una idea clara de lo que ocurre en estos casos, tampoco quisiera tenerla. La verdad es que pensaba en los parecidos, bueno, dejémoslo estar. -Deán se llevó una mano a la frente, se frotó con los dedos rígidos como si le picara, luego se los llevó a los ojos, se tocó el puente de la nariz como si se hubiera quitado unas gafas; pero no usaba gafas-. Al cabo de una hora larga no pude más, no aguantaba estar allí intentando leer una prensa que no me importaba nada. Me levanté, pagué mi consumición, crucé lentamente hasta el hospital, entré dudando en aquel vestíbulo abarrotado de gente que aguardaba o lo atravesaba y entraba y salía, un hormiguero, una clínica enorme, vi a las colegas de Eva, siempre van atareadas, ella se habría sentido como en casa con ellas. Me acerqué hasta la recepción y con mi inglés aceptable pregunté dónde podía esperar a Eva, Eva García, dije, lo deletreé, le estaban haciendo una intervención, yo no había podido llegar antes para acompañarla, mentí ('Y ahora yo también tendré que recordar ese apellido junto a ese nombre', pensé). Estaba inquieto y un poco angustiado, no quería hacer nada ni rectificar nada pero sí estar más cerca, que pudiera verme en cuanto saliera de donde saliera, era un edificio de muchas plantas. La enfermera me preguntó cuándo la habían ingresado, yo contesté que hacía una hora, ella me preguntó si era una emergencia, yo dije que no, era una intervención previamente acordada, le habían dado cita para aquella mañana. 'Eso es del todo imposible', me contestó ella mientras buscaba en un ordenador el apellido García, supongo. 'Si tenía cita para una operación hoy la habrían ingresado ayer en todo caso', dijo. 'No es una intervención de importancia', le expliqué. La enfermera alzó la vista y me preguntó lo que temía que me preguntara: '¿De qué clase de intervención se trata?' No quise mencionar la palabra, dije: 'Interrupción del embarazo', lo dije traduciendo literalmente, no sé si habrá en inglés un eufemismo más conveniente pero ella entendió, contestó: 'Eso es imposible, la habrían ingresado ayer, sin duda'. Miró más en el ordenador, pulsó sus teclas para ver la lista de ingresados el día anterior, supuse, se me ocurrió lo mismo que a ti, le dije que mirara también el apellido Valle, era su segundo. Eva García Valle. 'Ningún García y ningún Valle, ni ayer ni hoy', dijo sin asomo de duda tras consultar la pantalla, 'en el hospital no hay nadie con esos nombres.' '¿Está segura?', insistí. 'Completamente segura' me dijo, e hizo desaparecer de la pantalla las listas, no iba a comprobar, no había vuelta de hoja.