Se quedó mirándome. '¿Es usted su marido?', me preguntó. No sé si fue un rasgo de humanidad o cotilleo momentáneo; puesto que Eva no estaba allí le daba igual lo que yo fuera de ella. 'Sí', dije, 'gracias', y me retiré, ella me miró con mirada neutra. Me quedé en el vestíbulo sin saber qué hacer, viendo pasar a los médicos y a las enfermeras y a los pacientes y a las visitas, me pregunté si Eva no se habría inscrito con su nombre, no era posible, le habrían pedido documentación. Vi que algunas de estas visitas desaparecían por una puerta, las seguí, vi que había una sala grande que parecía de espera, también estaba muy llena, la gente sentada en butacas gastadas. Me asomé, eché un vistazo. Estaba desconcertado. Y entonces la vi de lejos, allí estaba Eva con el abrigo y el pañuelo quitados y la vista baja, según me acerqué vi que tenía las piernas cruzadas y estaba leyendo una revista, parecía tranquila, habría habido un retraso y por eso aún no estaba registrada, pensé. Pero pensé más cosas a medida que me aproximaba. Ella leía una revista en colores, un semanario, no levantó la vista hasta que estuve a su lado rozándola con mi abrigo y le puse una mano en el hombro. '¿Qué haces aquí?', le dije; dudé si añadir '¿Todavía no te han ingresado?', pero pensé que eso sería darle más fácil salida o tentarla a contar más mentiras. Ella se sobresaltó, había transcurrido una hora larga desde que nos habíamos separado, para mí era un siglo, se azoró, me puso su mano en el antebrazo, cerró la revista al instante, intentó ponerse en pie, yo no la dejé con la mano en el hombro, me senté a su lado, la cogí de la muñeca con fuerza, repetí ahora con furia: '¿Qué haces aquí? En recepción me han dicho que no figuras como ingresada, ¿qué es todo esto?' Ella miró hacia otro lado con la mirada de pronto vidriosa, no podía hablar, como si tragara mal, no dijo nada. '¿No hay intervención?', dije yo. Ella negó con la cabeza, se le humedecieron los ojos, las lágrimas no le saltaron. '¿No hay aborto, no hay embarazo, no hay nada?', dije yo. Cogió su pañuelo de la butaca de al lado y se echó a llorar tapándose con él la cara. Salimos de allí en seguida, atravesando el vestíbulo a toda prisa, yo la llevaba cogida de la muñeca, casi arrastrándola con mis zancadas. -Deán se interrumpió para beber un trago y taparse de nuevo un momento la boca, hacía rato que no bebía.
'Vivir en el engaño o ser engañado es fácil', pensé, 'y aún más, es nuestra condición natural: nadie está libre de ello y nadie es tonto por ello, no deberíamos oponernos mucho ni debería amargarnos.' Eso había dicho Deán, aunque había añadido: 'Sin embargo nos parece intolerable, cuando por fin sabemos'.
– El vínculo -dije.
– Sí, eso es, el vínculo -respondió Deán-, no hay menos vínculo porque deje de existir lo que pudo existir, al contrario, quizá hay más unión todavía, quizá une más la renuncia a lo que pudo ser y era común que su aceptación o su consumación o su desarrollo sin trabas, cualquier frustración, cualquier fracaso, cualquier separación o término es lo que más vincula, la pequeña cicatriz para siempre como un recordatorio del abandono o de la carencia ('O del destierro', pensé), y esa cicatriz nos va recordando: 'Yo hice esto por ti, estás en deuda'. También hay trato con lo que se pierde de vista, con lo imaginario y con lo que no acontece ('Y quizá también con los muertos'). Si yo no me hubiera inquietado, si yo no hubiera entrado en el hospital Eva habría venido al café a las dos horas con el rostro desencajado y andares débiles como una heroína que ha pasado su prueba y yo la habría consolado hasta el fin de mis días, podrás creer, podrás creer que tenía ya en el bolso un algodón con sangre para mostrármelo en algún descuido y hacerme sentir más en deuda, las mujeres sacan sangre de cualquier parte ('También yo lo vi en la basura aquí en casa de tu mujer Marta Téllez, un algodón con un poco de sangre cuando ya había muerto'). Volvimos a nuestros hoteles sin hablar una palabra, la dejé en el suyo, ni siquiera me bajé del taxi, tan sólo le abrí la puerta en silencio, echándola. Quería estar solo, salí a pasear, a comprar unos regalos para Marta y el niño ('La compensación por la espera o la embajada de una conquista o el apaciguamiento de una mala conciencia, quién sabe, llegaron demasiado tarde'), no quería volver a ver a Eva en mi vida, la vería en el avión de vuelta pero no teníamos por qué sentarnos juntos, no quería saber más de ella. Después de comer cualquier cosa regresé al hotel, hablé de negocios con el colega que tenía citado, fui incapaz de prestar atención a lo que me dijo, rumiaba lo mío, reconstruía las tres semanas en que había permanecido engañado, las discusiones, las amenazas, los preparativos, el viaje, qué tonto he sido, pensaba ('Y en realidad eso no debería dolemos tanto, es sólo un tiempo que se hace extraño, flotante o ficticio'). Eva me había llamado tres veces, no le devolví la llamada, no se me pasó por la cabeza llamar aquí, estaba demasiado alterado para hablar con Marta y prefería esperar, en mala hora, andaban ya todos buscándome, tú te habías llevado el papel con mis señas y nadie podía localizarme ('Oh, fue sin querer, involuntariamente, no se me debe tener en cuenta'). Salí de nuevo, mi agitación no cesaba o iba en aumento, me fui al centro en el metro, paseé más rato, compré más regalos, más tonterías, me metí en un cine de Leicester Square, no entiendo lo suficiente para seguir una película entera y mi cabeza estaba en otras cosas, rumiaba lo mío, me salí a la mitad, no regresé al hotel hasta las ocho y media, en el vestíbulo estaba esperándome Eva, cuánto tiempo llevaría, volvía a hojear una revista. Se puso en pie alzando un poco las manos a la altura de su pecho como para parar un golpe. 'Déjame hablar contigo', me dijo, 'por favor, por favor, déjame hablar contigo.' No había comido nada en todo el día, yo apenas tampoco, lo había pasado en su habitación encerrada, tenía los andares débiles y trazos de llanto, le dije que la escucharía pero que sería inútil, buscamos un sitio cercano en el que cenar, era algo tarde para Inglaterra, la Bombay Brasserie está abierta hasta tarde, cogimos un taxi y allá nos fuimos pero esta vez sin prosopopeya, como quien está desorientado en una ciudad nueva y regresa al único sitio que ya conoce. También hubo represalia, supongo, llevarla allí otra vez, repetir, la noche anterior yo me había desvivido, comprendes, había hecho el mayor esfuerzo. Esta vez no hicimos caso del piano ni de los camareros exóticos ni del escenario, pedimos por pedir, en realidad nos costaba probar bocado, pedimos cocktails, eso sí, bebimos, yo uno tras otro, bebí lo mío, me emborraché bien con ellos y con la cerveza india, entra rápida, no me iba a ser fácil dormir tampoco aquella noche. De haber sabido que Marta ya no vivía no habría detestado tanto a aquella enfermera, o es más, la habría perdonado seguramente. Me habría quedado tan sólo ella, comprendes, por el momento. Se tiene más comprensión con quien nos queda.
– ¿De qué hablaron? ¿Qué le dijo? Deán se levantó como movido por mis preguntas y volvió a su posición inicial, el codo apoyado en el estante, una postura decorativa, un hombre flaco, un hombre alto. Se le ensombreció aún más el gesto, el mentón enérgico pareció en fuga, se le endemoniaron los ojos de color cerveza como al irse del restaurante sin que Téllez le dejara pagar la cuenta, pero ahora no había la luz verdosa de ninguna tormenta, sólo luz eléctrica y fuera niebla, su luz es amarillenta o blanquecina o rojiza en la ciudad, depende.
– Nada, qué iba a decirme. Intentó aplacarme, me imploró, me explicó, trató de justificar lo que no era justificable, como si el amor que le tienen a uno lavara las cosas, hay quien cree que la intensidad de sus sentimientos es una garantía, los sentimientos exaltados se confunden con los procederes rectos. Tal vez yo lo habría visto así también si hubiera sabido lo que pasaba aquí, estaba atrasado de noticias.
– Ningún proceder es recto, nunca sabemos -me atreví a opinar yo, quizá impropiamente. Se me estaba pasando el efecto de la raya, no estaba ya tan alerta, al menos conmigo mismo.
– Sí, yo no puedo estar satisfecho del mío, ni tú del tuyo. -Deán me cogió otro cigarrillo y esta vez lo encendió sin demora, dio dos caladas seguidas, probablemente no era fumador y fumaba ahora por acompañar la actividad narrativa de algún gesto físico, el que cuenta no se mueve apenas. Eso pensé y así es como recuerdo su habla, tenía ideas y no sabía ordenarlas. Pero quién sabe hacerlo-. Se empeñó en explicar su proceso, el proceso de su pensamiento, no hacía falta, ya lo entendía. Veía que yo me alejaba o que lo iba intentando, no quería perderme, le entraba la desesperación sólo de imaginárselo, pensó en quedarse embarazada pero no era fácil, ya te he dicho que yo llevaba cuidado. No se fió de su propia carne para retenerme, un año es poco pero dos pueden ser suficiente para agotarla y que ceda. Dijo que se le partía el corazón cuando me veía impaciente por salir de su casa y volver a la mía, no había sido así al principio, cuando tenía que irme me lamentaba, es posible que fuera yo entonces el pegajoso, es verdad que me costaba despedirme de ella, eso era al poco de conocerla, apenas si lo recuerdo ahora ('Los besos del que se va a la puerta del que se queda, confundidos con los de anteayer y los de pasado mañana, la noche inaugural memorable fue sólo una y se perdió en seguida, engullida por las semanas y los repetitivos meses que la sustituyen'). Sé que fue así, pero no lo recuerdo. Ahora me veía distinto, irritado y seco, dijo, como si ella se hubiera convertido de pronto en una desconocida, causa perplejidad y desconsuelo que las cosas cambien tanto sin que uno cambie respecto a ellas ('No te conozco, no sé quién eres ni te he visto en mi vida, no vengas a pedirme nada ni a decirme dulzuras porque ya no soy el que fui, y tú tampoco lo eres; eso se dice siempre, después o antes'). Entonces se le ocurrió la comedia, pensó que también un aborto nos uniría, que yo admiraría su sacrificio y la tendría en mucho por su renuncia, y no era malo el razonamiento, seguramente así habría sido si yo hubiera tenido más aplomo y hubiera acabado de leer mis periódicos obedientemente sin moverme de aquel café, le había prometido que no me movería de allí por si me necesitaba y allí había estado durante más de una hora, haciendo como que leía pero pensando en ella y en la mano del médico en ella, y en los parecidos. Se me había hecho eterno y ella había estado leyendo revistas, no sé si lo entiendes. 'El que cuenta suele saber explicarse", pensé, 'contar es lo mismo que convencer o hacerse entender o hacer ver y así todo puede ser comprendido, hasta lo más infame, todo perdonado cuando hay algo que perdonar, todo pasado por alto o asimilado y aun compadecido, esto ocurrió y hay que convivir con ello una vez que sabemos que fue, buscarle un lugar en nuestra conciencia y en nuestra memoria que no nos impida seguir viviendo porque sucediera y porque lo sepamos.' También pensé: 'Hasta puede uno caer en gracia si cuenta'.