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Deán se detuvo y se acercó a la mesita baja para servirse más whisky, iba bebiendo a medida que hablaba, ahora ya no hablaba con su lentitud, era verdad que contaba rápido.

– ¿Lo sabía su mujer? -me atreví a preguntarle aprovechando el ruido del hielo y el líquido. Pero no me atreví a llamarla 'Marta' en su presencia. Él volvió a su postura junto al estante.

– No -contestó-. No, no. -Siempre se contesta una pregunta intercalada-. Es decir, no lo creo, no lo sé, ella y yo nunca nos preguntábamos, esperábamos a que se nos contara lo que hubiera de contarse. Desde luego yo hice todo por que no supiera, en cuanto se instaló la costumbre no volví a andar por una calle con Eva ni la fui a buscar al terminar su turno, ni la saqué más a cenar como la primera noche, ya nada de nada, siempre en su casa, prohibido llamarme a la mía, un mismo espacio cerrado a todos, a cal y canto y sobre todo a sus compañeras, yo tenía mí vida y no podía correr riesgos, tampoco deseaba prolongar aquello, aunque se prolongaba ('Y ahora yo también tendré que recordar ese nombre' pensé. 'Eva'). No lo sé, no lo creo, en los últimos tiempos Marta lloró un par de noches contra la almohada creyendo que lloraba en silencio, yo no dije nada la primera vez, duró poco, la segunda le pregunté: '¿Qué te pasa?', y ella contestó: 'Nada, nada.' 'Pero estás llorando', dije yo. 'A veces tengo malos pensamientos por la noche, tengo miedos.' '¿Miedos de qué?', le dije. 'Miedos incontrolables', dijo, 'a que nos pase algo malo, a ti o a mí o al niño.' 'Pero que va a pasarnos', le dije. 'Ya lo sé, ya lo sé, llevo una temporada cansada, estoy débil, ya se me pasará, cuando uno está débil lo ve todo negro, no te preocupes, de día no me sucede.' No le di más importancia, pero quién sabe, a lo mejor sí lo supo de alguna forma y tú estás aquí por eso. -Y Deán se quedó mirándome con su barbilla erguida como si me hubiera hecho una pregunta. Pero no me la había hecho.

– No lo creo -me permití decir, y fue mucho decir, yo creo-. Ella habló de usted con naturalidad en todo momento, no creo que hubiera premeditación, cuando usted llamó desde Londres y habló con ella no pensábamos todavía en nada, estoy seguro. Ya lo ha dicho usted, luego las cosas pasan.

– No te estoy preguntando, ya escuché ayer a Luisa, no quiero detalles -dijo Deán con ira instantánea, cerrando más el puño sobre su vaso, sin llegar a mostrarla del todo-. No te estoy preguntando -repitió, y aflojó la mano-. Tenlo presente, sólo te estoy contando, sólo tienes que oírme. -Podía ser violento aquel hombre, como Jack Palance.

– Lo tengo bien presente. Continúe, le escucho.

Deán pareció avergonzarse un poco de su reacción. Dio cinco o seis pasos haciendo tintinear el vaso con sus uñas cortas y rígidas, sin duda para alejar su relato del exabrupto, no contaminarlo. Crujió la madera. Luego continuó y yo seguí escuchando, sus labios se hicieron más finos, casi desaparecieron desde mi perspectiva:

– Aún estaba todo en orden esa noche cuando la llamé, dentro de lo que cabe. Tres semanas antes la enfermera me dijo que estaba embarazada, figúrate, llevábamos buen cuidado pero nunca hay seguridad absoluta, pensé que había sido deliberado el descuido, yo quería dejar ya la costumbre, mis visitas estipuladas y las despedidas eternas, no tenía ganas de que Marta llorara más o tuviera motivos para tener miedo aunque ignorara cuáles, todo era cada vez más pegajoso con Eva, yo mismo no lograba apartarme, la carne tira mucho mientras sigue tirando, un año es poco para agotarla y que ceda, yo aún no me había desprendido, no había salido del todo y me encontré con ese embarazo, ella era además enfermera y no había duda al respecto. Las mujeres trafican con sus cuerpos y los manipulan, tienen esa espantosa capacidad para transformarlos, para hacer que les brote una excrecencia de su trato con cualquier hombre, cualquiera, hasta con el más inhumano o el más abyecto, la tienen sus cuerpos, te imaginas ('Ge·licgan', pensé: 'Fue abolido, si ese era el verbo; quizá no es fácil soportar lo que nombra, mejor no nombrarlo'), algo que no estaba ahí y que no sólo está ahora sino que se va metamorfoseando, luego acaban expulsándolo cuando ha cumplido su tarea de hacerlas madres y proporcionarles un vínculo que durará ya siempre bajo otra forma también cambiante pero visible, por tiempo indefinido al menos y que las sobrevivirá normalmente, siempre han tenido esto a mano, no es sólo su prolongación, es su agarradero al mundo, lo he visto, yo tengo un hijo y para mí no es lo mismo que para su madre ('Cree la madre que hubo de ser madre y la solterona célibe, el asesino asesino y la víctima víctima: lo creen todos desde su posición fantasma'). Le pedí que abortara y no quiso al principio, me amenazó con hablarle a Marta, yo le dije que lo negaría todo, hasta conocerla ('No te conozco, viejo, no sé quién eres ni te he visto en mi vida'), ella se rió porque hoy hay pruebas de paternidad infalibles, así que la amenacé con lo único que me quedaba, con no volverla a ver en mi vida y no quererla. No lo digo con jactancia pero ella me quería mucho, en realidad habría hecho cualquier cosa por mí, inexplicable, a veces se toman decisiones inamovibles respecto a una persona y no hay quien las cambie, habría hecho lo que fuera por mí, pero antes tenía que jugar una mano y ver lo que sacaba en el resto. -Deán se interrumpió un instante y me robó un cigarrillo con gesto precipitado, yo tenía el paquete sobre la mesa, los iba empalmando. Cogió mis cerillas y con una en la mano grande, antes de encenderla, siguió contando-: No sacó gran cosa, nos hacen débiles los sentimientos, ya sabes, nos perdemos por ellos ('O es la lealtad, las decisiones tomadas inexplicables"), así que cedió a cambio de unas cuantas promesas remotas y decidimos aprovechar un viaje mío de trabajo a Londres, siendo ella enfermera sabía bien que aún es Londres lo más seguro e higiénico para estas cosas, y así yo podría acompañarla. Suena ridículo, también pensé que allí podríamos volver a andar por las calles juntos y cenar en restaurantes, aunque me pareció prudente que nos alojáramos en hoteles distintos, le busqué uno cercano al mío, en Sloane Square nada menos, mejor que el mío de hecho, mi estancia iba a cuenta de la empresa y quizá tuviera que recibir en mi hotel a algún colega, cada uno por su lado era lo más sensato. Le di dinero para que pagara sus cuentas, la del hospital también, el viaje no le costaba un céntimo. Nadie supo que estábamos juntos, ni siquiera sus compañeras, se habrían preocupado mucho y le habrían encargado cosas. La primera noche la llevé a cenar a un restaurante indio muy divertido para distraerla lo más posible de lo que la aguardaba al día siguiente.

– La Bombay Brasserie, lo conozco -dije yo, no pude evitar decirlo.

– ¿Cómo lo sabes? -dijo Deán con su capacidad de sorpresa, las aletas de la nariz dilatadas sugiriendo vehemencia, o quizá inclemencia.

– Usted se lo dijo a su mujer cuando la llamó, ella lo comentó, me preguntó si conocía ese sitio.

– Ya entiendo. Ah, y lo conoces.

'He estado un par de veces en sus salas gigantes decoradas colonialmente', pensé, 'una pianista con vestido de noche rojo a la entrada y camareros y maítres reverenciosos, en el techo descomunales ventiladores de aspas en verano como en invierno, un lugar teatral, más bien caro para Inglaterra pero no prohibitivo, cenas de amistad o celebración o negocios más que íntimas o galantes, a no ser que se quiera impresionar a una joven inexperta o de clase baja o a la mujer o a la amante a las que casi nunca o nunca se saca fuera (la mujer en Conde de la Cimera como todas las noches aunque acompañada esta noche en su cena que sí es galante, la amante en su casa siempre pero hoy de viaje, el viaje pagado y obligada al viaje), alguien susceptible de aturdirse un poco con el escenario y emborracharse ridiculamente con cocktails y cerveza india, Bombay Sunset, Bombay Sky-line, Pink Camelia, Bombay Blues, alguien a quien no hace falta llevar a ningún otro sitio intermedio antes de coger un taxi con transpontines y llegarse al hotel o al apartamento, alguien con quien ya no hay que hablar más después de la cena de picantes especias, sólo coger su cabeza entre las manos y besar, desvestir, tocar, encuadrar con las manos grandes esa cabeza comprada y frágil en un gesto tan parecido al de la coronación y el estrangulamiento, todo esto lo pensé mientras miraba en sombra los aviones de la habitación del niño y Marta Téllez seguía enferma pero aún no muerta, ahí estarán todavía, ahí al lado estarán los aviones velando su sueño mientras se preparan para el cansino combate anacrónico de cada noche, la batalla diminuta, fantasmal, perezosa y pendiente de hilos, la oscilación inerte o quizá es hierática, desespera y muere mañana.'

– Sí, y me gusta mucho -le dije-. He estado allí dos o tres veces, hace ya tiempo.

– Sí, viene recomendado en las guías -dijo Deán con buena fe, como disculpándose-. Allí la llevé, bebimos y reímos bastante pese a lo que vendría a la mañana siguiente, beber no le venía mal para conciliar el sueño esa noche, a mí tampoco, yo la acompañaría hasta la entrada del hospital, la esperaría fuera por si había problemas o le entraba el pánico, un par de horas me había dicho, aunque era improbable que surgiera ningún imprevisto, ella era enfermera y había conocido de todo, se deprimen mucho las enfermeras, es lógico, claro que no es lo mismo que se lo hagan a uno. Me extrañó que no fueran a ingresarla ni después ni antes, una noche, unas horas, pero ella sabía mejor que yo, había hecho las gestiones desde su clínica de aquí, de hospital a hospital con algunas ventajas, me había dicho. En inglés se defendía, yo también me defiendo.

– Yo estudié Filología Inglesa -dije yo, y fue un comentario absurdo, pero Deán me lo pasó por alto. Me serví más whisky, él me dejó servirme, continuó como si no hubiera oído:

brían encargado cosas. La primera noche la llevé a cenar a un restaurante indio muy divertido para distraerla lo más posible de lo que la aguardaba al día siguiente.

– La Bombay Brasserie, lo conozco -dije yo, no pude evitar decirlo.

– ¿Cómo lo sabes? -dijo Deán con su capacidad de sorpresa, las aletas de la nariz dilatadas sugiriendo vehemencia, o quizá inclemencia.

– Usted se lo dijo a su mujer cuando la llamó, ella lo comentó, me preguntó si conocía ese sitio.

– Ya entiendo. Ah, y lo conoces.

'He estado un par de veces en sus salas gigantes decoradas colonialmente', pensé, 'una pianista con vestido de noche rojo a la entrada y camareros y maítres reverenciosos, en el techo descomunales ventiladores de aspas en verano como en invierno, un lugar teatral, más bien caro para Inglaterra pero no prohibitivo, cenas de amistad o celebración o negocios más que íntimas o galantes, a no ser que se quiera impresionar a una joven inexperta o de clase baja o a la mujer o a la amante a las que casi nunca o nunca se saca fuera (la mujer en Conde de la Cimera como todas las noches aunque acompañada esta noche en su cena que sí es galante, la amante en su casa siempre pero hoy de viaje, el viaje pagado y obligada al viaje), alguien susceptible de aturdirse un poco con el escenario y emborracharse ridiculamente con cock-tails y cerveza india, Bombay Sunset, Bombay Sky-line, Pink Camelia, Bombay Blues, alguien a quien no hace falta llevar a ningún otro sitio intermedio antes de coger un taxi con transpontines y llegarse al hotel o al apartamento, alguien con quien ya no hay que hablar más después de la cena de picantes especias, sólo coger su cabeza entre las manos y besar, desvestir, tocar, encuadrar con las manos grandes esa cabeza comprada y frágil en un gesto tan parecido al de la coronación y el estrangulamiento, todo esto lo pensé mientras miraba en sombra los aviones de la habitación del niño y Marta Téllez seguía enferma pero aún no muerta, ahí estarán todavía, ahí al lado estarán los aviones velando su sueño mientras se preparan para el cansino combate anacrónico de cada noche, la batalla diminuta, fantasmal, perezosa y pendiente de hilos, la oscilación inerte o quizá es hierática, desespera y muere mañana.'

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