Sin apartar la vista de la carretera, Omar asintió a las explicaciones del jefe de operaciones del Círculo.
– Por cierto, ¿quién era esa chica que estaba sentada en las primeras filas y que cuando se abrió el turno de preguntas me hizo varias? Era magrebí, y no llevaba el hiyab cubriéndole el cabello.
– Se llama Laila Amir; es la hermana de Mohamed, te he hablado de ella. Esa mujer nos crea un montón de problemas.
– Me ha puesto en un aprieto al preguntarme si no creía que el Profeta se había equivocado al afirmar que las mujeres deben estar subordinadas al hombre, y azotar a las adúlteras y lapidarlas…
– Has sabido callarla diciéndole que era una conferencia para hablar de política, no de teología, pero que gustosamente podrías hablar de esos temas en otra ocasión.
– Sí, pero ha podido arruinarme la conferencia. Afortunadamente el público estaba de mí parte y han visto en ella a una provocadora. Debes hacer algo con esa mujer y pronto.
– Le he dado un ultimátum a Mohamed.
– Si no ha sido capaz de arreglar lo de su hermana, ¿cómo podremos confiar en él?
– Hasan me lo ha recomendado. Está seguro de que es el hombre idóneo, y que llegado el momento aceptará entregar su vida por el éxito de la misión.
– No me importa que muera o no, lo que me importa es si es capaz de matar.
– Lo es, de eso no te preocupes, pero debes de entender que no es fácil matar a una hermana.
– Son nuestras reglas. No será la primera mujer que muera por causar el deshonor a su familia.
– Sería un error hacerlo ahora. Laila es muy conocida en Granada, se ha convertido en un símbolo de lo que puede ser una musulmana integrada y liberada. Si apareciera muerta, se llevaría a cabo una investigación que ahora no nos conviene. Ya te dije que es abogada, trabaja en un despacho con otros abogados; exigirían una investigación.
– Resuélvelo en cuanto puedas.
La casa de Omar estaba vigilada discretamente por hombres del Círculo que pasaban por criados, campesinos, jardineros y hasta porteros. El jefe de la organización en España sabía que no podía permitirse el más mínimo error porque la seguridad de su invitado era primordial.
Salim saludó a la familia de Omar antes de sentarse a la mesa para presidir aquella cena donde sólo participaban hombres.
Algunos habían asistido a la conferencia y dedicaron a Salim grandes elogios; otros le miraban agradecidos por tener la oportunidad de tenerle tan cerca. Salim al-Bashir era un mito para todos los combatientes del Círculo.
Salim no les habló de la operación que estaba en marcha por más que todos deseaban saber cuándo el Círculo volvería a golpear a los cristianos. Él les recordaba que si el Círculo se había convertido en una fortaleza casi inexpugnable era porque nadie sabía más de lo estrictamente necesario.
Mohamed Amir y Ali, al igual que Hakim, le escuchaban en silencio, sintiéndose importantes al saberse los elegidos para la siguiente misión. Al final de la cena, mientras los hombres se estaban despidiendo de Salim, Omar les hizo una seña a los tres para que se quedaran.
En el despacho de éste, con las ventanas cerradas y dos hombres protegiendo la puerta, Salim al-Bashir les explicó los pormenores de los atentados.
– Mohamed, te encargarás de Santo Toribio aquí en España. He leído el informe que has hecho; me alegra saber que Ali y tú habéis inspeccionado a fondo el terreno, pero reconozco que me preocupa vuestro exceso de confianza.
– Decimos la verdad. No hay ninguna medida de seguridad, al menos no la había cuando nosotros visitamos el monasterio. Lo que necesitaremos será una potente carga explosiva para volar la verja que protege la capilla y la propia capilla donde se guarda ese trozo de Cruz. Cuando nosotros estuvimos la Cruz se podía ver a través de la verja, aunque nos dijeron que celebran misas solemnes donde la exponen para que todos los peregrinos la puedan ver. Pero debemos de contar con la dificultad de la verja, de manera que el explosivo debe ser capaz de destruirla.
– Tendréis el explosivo, aunque por lo que habéis descrito en el informe será difícil que dejéis la carga y podáis escapar.
Mohamed y Ali se quedaron en silencio temiendo lo que Salim pudiera decirles a continuación.
– Si dejáis una bolsa abandonada entre los peregrinos y justo delante de la capilla, por más que haya cientos de ellos agolpados para ver ese trozo de madera alguno puede darse cuenta; incluso pongamos que adoptan algún tipo de medida de seguridad y no dejaran entrar en el monasterio con mochilas… No, no podemos correr riesgos, podríamos fracasar.
– Podemos intentarlo -balbuceó Ali.
Salim había visto dibujarse una mueca de angustia en el rostro de Mohamed; el nerviosismo de Ali era evidente.
– ¿Sabes por qué tienen éxito nuestras operaciones? Te lo diré: porque nosotros no corremos riesgos; no intentamos las cosas, las hacemos. No importa el sacrificio que tengamos que hacer. Me precio de saber elegir a los hombres para nuestras misiones guiado por el consejo de hombres sabios como Hasanu Omar. ¿Se habrán equivocado al señalaros como verdaderos muyahidin ?
Los dos jóvenes bajaron la cabeza avergonzados. Si no cumplían las órdenes de Salim serían considerados unos cobardes, puede que traidores, y perderían la confianza de sus jefes, lo que podría acarrearles la muerte. En cualquier caso ya se sabían sentenciados.
– Si no sois los hombres que creemos, es mejor que os vayáis ahora. Os aseguro que el Círculo tiene hombres valientes que desean ocupar vuestros puestos.
Salim guardó silencio mientras Omar miraba a los dos jóvenes con ira; parecía a punto de golpearles. Quien habló fue Hakim, el ya veterano combatiente del Círculo, el hombre que se había curtido en atentados en Marruecos y que ahora era el jefe del pueblo de Caños Blancos.
– Lo haremos, no temas, llevamos semanas preparando el atentado. Sabremos cumplir con lo que se espera de nosotros.
– No, Hakim, a ti te quiero en otro lugar. Ya os he dicho que los atentados serán todos el mismo día y a ser posible a la misma hora. Mohamed y Ali se encargarán de Santo Toribio, otras personas que no necesitáis saber quiénes son, serán los encargados de atacar la basílica de la Santa Cruz de Jerusalén en Roma, y tú, Hakim, deberás acabar con las reliquias que se conservan en la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén. Es la parte más difícil de la operación, donde arriesgamos más. Allí no podemos cometer errores. Quiero que cuanto antes viajes a Jerusalén; he traído el dossier con toda la documentación sobre el Santo Sepulcro. Allí te esperan los hermanos del Círculo que te ayudarán a destruir el lugar. Podríamos pedir a los fidayin palestinos que nos ayudaran e hicieran este trabajo en nuestro nombre, pero debemos hacerlo nosotros, ha de llevar nuestro sello, sólo el nuestro. Allí tendrás armas, explosivos y la ayuda que necesites, pero deberás hacerlo tú. Es la parte más arriesgada de la misión. Los judíos no son tan confiados como los españoles y los italianos, de manera que tienen ojos en todas partes. Los judíos no pueden permitirse que la comunidad internacional les acuse de no ser capaces de proteger las reliquias cristianas. Eso volvería a avivar la polémica para convertir Jerusalén en ciudad internacional, algo a lo que se niegan con todas sus fuerzas. Si destruimos las reliquias que custodian en la iglesia del Santo Sepulcro, conseguiremos que algunos de nuestros amigos periodistas occidentales lo presenten como otro asesinato de Jesús a manos de los judíos al permitir que el Santo Sepulcro vuele en pedazos. Los europeos son tan antijudíos que estarán encantados de poder criticarles una vez más. Y no porque les importe, ya que no creen en nada, sino por, simplemente, poder acusar a los sionistas. No hace falta que te diga lo que espero de ti, Hakim.
– No tienes que pedirme nada, haré lo que tengo que hacer.
La firmeza de Hakim hizo que Mohamed y Ali se sintieran aún más avergonzados. Habían llegado a conocer bien a Hakim por el mucho tiempo que pasaban en Caños Blancos. Le profesaban devoción por su integridad y valentía, y le consideraban un jefe justo, cuya autoridad nadie discutía en el pueblo.
– Tu hermano puede sustituirte como jefe de Caños Blancos.
– Es un honor que confíes en mi familia para que continúe al frente del pueblo.
Salim al-Bashir clavó su mirada en Mohamed y Ali a la espera de que los jóvenes dijeran algo. Fue Mohamed quien habló primero.
– No quedará nada de Santo Toribio -aseguró Mohamed-, puedes confiar en nosotros.
– Podemos hacerlo -añadió Ali intentando imprimir firmeza a su voz.
– Bien, os proporcionaré el explosivo. No quiero que Omar lo compre en los proveedores habituales; se lo enviaré dentro de unos días. Omar, ¿tu agencia tiene ya previsto organizar un viaje para que los peregrinos andaluces ganen el jubileo en Santo Toribio?
– Sólo espero que me digas la fecha. Necesito tiempo para hacer la publicidad y anuncios en las parroquias ofreciendo viajes a Santo Toribio para ganar el jubileo. Tengo un par de autocares reservados para eso.
– Mohamed y Ali irán en uno de esos autocares. Como unos peregrinos más, al igual que hicieron cuando fueron a examinar el terreno. Es más seguro que los explosivos vayan con ellos en un autocar repleto de peregrinos, que pasará inadvertido. En cuanto a los explosivos, lo mejor es que también utilicemos uno de tus autocares de la línea de París.
– Ya sabes que sólo tengo uno que va a París una vez por semana.
– No necesitamos más.
– Podríamos aprovechar el viaje de un grupo de jubilados que van a pasar ocho días allí; el chófer será uno de nuestros hombres; a la vuelta se trae la carga.
– Bien, ahora cerraremos esos detalles. Lo importante es que Mohamed y Ali sepan lo que tienen que hacer, lo que esperamos de ellos. Hakim, tú sabes cómo deben ajustarse las cargas de explosivos al cuerpo; enséñales antes de marcharte.
– ¿Cuándo he de estar en Jerusalén? Me gustaría arreglar mis asuntos antes de la misión.
– Tendrás tiempo, aunque no debes retrasarte más de diez o quince días como mucho.
– Será suficiente.
Salim hizo un gesto a Omar que éste interpretó como que debía despedir a los tres jóvenes, de manera que se puso en pie indicándoles que la reunión había terminado y pronto recibirían las instrucciones para acometer la misión.
Hakim, Mohamed y Ali salieron de la estancia en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos.