Detrás de un libro hay muchas personas además del autor. Durante el largo año y medio en que he estado escribiendo La sangre de los inocentes, he contado con la generosidad, paciencia y apoyo de Fermín y Álex, y también de algunos amigos muy queridos que no me han escatimado ánimos y han estado muy cerca, como Fernando Escribano, Margarita Robles, Carmen Martínez Terrón, Dolores Travesedo y Lola Pedrosa, o mis primos Juan Manuel y Mercedes.
Abraham Dar, con afecto y paciencia, me ha guiado por el Israel de hoy y de ayer, el de los pioneros en los primeros kibbutzim, recomendándome libros, buscándome documentación y respondiendo a todas mis preguntas y dudas sobre la situación de los judíos en la Francia de Vichy o en el Berlín de los primeros meses de la Segunda Guerra Mundial, y les aseguro que han sido muchas.
Tampoco puedo olvidar el apoyo y la confianza de mi editor David Trías, de Núria Tey y Riccardo Cavallero; de Luciano de Cea junto a todo el equipo de comerciales de Plaza y Janés; de Alicia Martí y Leticia Rodero, siempre con una sonrisa; de Emilia Lope que me ayudó a pasar a limpio el manuscrito, y desde luego de Justyna Rzewuska que ha abierto las puertas para que mis novelas se lean en más de veintiséis países. La verdad es que me faltaría espacio para mostrar mi agradecimiento a cuantas personas trabajan en Plaza y Janés que hacen posible que mis novelas lleguen a manos de los lectores.
Con Tifis, mi perro, un pastor alemán noble y leal, he dado largos paseos que me servían para aclarar las ideas sobre lo que iba escribiendo.
Reconozco que sin mi familia y sin mis amigos no sería capaz de hacer nada, y mucho menos de escribir una novela como la que tienen en sus manos.