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– Si yo hubiera tenido un hijo me hubiera gustado que fuera como tú. Quizá por eso inconscientemente te trato como tal -respondió el padre Aguirre.

– Gracias, usted para mí es más que un padre -acertó a decir emocionado Ovidio.

– Hay preguntas a las que no te voy a responder, porque no puedo, porque no debo y porque no quiero. Pero intentaré ayudarte.

– Gracias.

– Bien, empecemos. Dime a qué conclusiones has llegado.

– Ése es el problema, que no he llegado a ninguna. Navego entre tinieblas. Esas palabras no parecen tener ninguna relación entre sí: «Karakoz», «Sepulcro», «Cruz de Roma», «Viernes», «Saint-Pons», «Lotario», «cruz»… Las frases, sacadas de su contexto, son absurdas: «nuestro cielo está abierto sólo a aquellos que no son criaturas», «sangre», «correrá la sangre en el corazón del Santo»… No consigo desentrañar su significado, pero sí leo en ellas un tono amenazador, no sé por qué.

El padre Aguirre se concentró en la lectura de los esquemas trazados por Ovidio mientras éste continuaba hablando más consigo mismo que con el sacerdote.

– No imagino qué clase de papeles o documentos eran los que contenían estas palabras, pero estoy seguro de que nada tienen que ver con el Corán. Y no son de ningún libro, porque, si mira las fotocopias, verá que algunas son palabras escritas a mano, y no por la misma mano. En algunas coinciden los trazos, en otras es evidente que han sido escritas por una persona o personas distintas. He pensado en pedir un examen caligráfico; no es que nos vaya a desvelar nada trascendente, pero al menos algo indicará sobre los autores. La única que está clara es «Karakoz», que se refiere a un traficante de armas.

– ¿De dónde es? -quiso saber el padre Aguirre.

– Un serbobosnio. Un personaje oscuro que luchó en las guerras de la antigua Yugoslavia y que ahora se dedica al tráfico de armas. Los informes de inteligencia aseguran que Karakoz puede conseguir cualquier arma que le pidan, sólo es cuestión de precio. Según la Interpol, en los últimos años ha sido uno de los proveedores de los grupos islamistas y, sin duda, fue él quien vendió los explosivos para la matanza del cine de Frankfurt.

– De manera que la única pista sólida que tienes es Karakoz. ¿Le han interrogado?

– Al parecer no quieren hacerlo; prefieren tenerle controlado para ver si hace algún movimiento que conduzca a una pista sólida. Pero no es fácil hacerlo: se mueve como una anguila, y aparece y desaparece sin dejar rastro.

– Karakoz es uno de los extremos de la cuerda.

– ¿Qué quiere decir?

– Imagínate que el caso es una cuerda. En un extremo tenemos a Karakoz y si tiramos llegaremos al cabo del otro extremo. De manera que, o bien esperas a que la Interpol y el Centro de Coordinación Antiterrorista de la Unión Europea te cuenten lo que van averiguando del personaje, o bien intentas averiguarlo por tus propios medios, lo que sin duda es más difícil.

– Se supone que lo único que tengo que hacer es pensar qué significan esas palabras.

– Un nuevo atentado, es evidente; lo que no sabemos es dónde, ni cómo, ni cuándo.

Ovidio Sagardía se quedó mirando con asombro al padre Aguirre. Su afirmación había sido como un mazazo. El viejo jesuita le observaba sin poder disimular una sonrisa.

– ¡Pero, hijo, si es evidente! Si no estuvieras tan obcecado con tus propios problemas lo habrías visto, como lo han hecho Panetta y Lucas. ¡No puedes ser tan tonto! No hace falta trabajar en ninguna central de inteligencia para saber que hay un plan bien determinado por alguna o algunas personas, decididas a provocar un choque entre Occidente y el islam. Lo peor es que el fanatismo islamista encuentra aliados en ciertos sectores a los que no les viene nada mal para sus intereses que tengamos una nueva «guerra fría», sólo que ésta es diferente, y se pretende que la religión sea el desencadenante. ¿Sabes? No puedo creer que seas tan ingenuo; es más, me decepcionas.

Ovidio tragó saliva avergonzado. Llevaba media vida trabajando para el departamento de Análisis de Política Exterior, y de repente se estaba comportando como un novato; peor que eso, como un incapaz. El padre Aguirre tenía razón.

– Lo siento. Es verdad que he estado muy encerrado en mí mismo. Llevo meses sin pensar en nada que no sea yo…

– ¿Y eso te ha convertido en un simple? -le reprochó con enfado el padre Aguirre.

– No; bueno, espero que no.

– Estoy seguro que desde el 11 de septiembre, incluso antes, el obispo Pelizzoli debe baberos puesto a todos a trabajar en lo que está pasando y se está moviendo en el mundo islámico. ¿No ha reforzado las legaciones vaticanas con algunos de nuestros analistas? ¿No ha determinado que el problema islámico es hoy la prioridad? No hace falta queme respondas. Conozco bien a Luigi Pelizzoli y es todo menos un incapaz, es una de las mentes más brillantes de la Iglesia. De manera que supongo que está dedicado a este conflicto. Y tú realmente estás mal. Eres un jesuita, entiendo la crisis por la que has pasado, entiendo que necesitaras dejar el Vaticano, pero no admito que no razones y que tu preocupación se haya convertido en tu único problema. Bien, ahora estás aquí; dime qué es exactamente lo que quiere Pelizzoli que hagas.

– Pensar, buscar un hilo conductor entre estas frases y sí, supongo que intentar saber si detrás de ellas hay una amenaza, aunque en ningún momento el obispo ni aquellos dos agentes de inteligencia dijeron nada al respecto.

– No hace falta señalar lo evidente. En mi opinión, lo que te han pedido no lo puedes hacer solo desde aquí. Necesitas medios, ayuda, una buena base de datos, saber qué es lo que va averiguando Interpol, el Centro de Coordinación Antiterrorista europeo, la CIA… en fin, no puedes hacer nada encerrado en este piso de la margen izquierda de Bilbao.

– Ésa es la condición que puse y que aceptaron.

– Pues es mejor que seas honrado contigo mismo y con la Iglesia. Yo te digo que ese trabajo no puedes hacerlo solo desde aquí. Tendrías que ir a Bruselas, reunirte con los de ese Centro de Coordinación, ver a los de la Interpol, estar en contacto con nuestro departamento en el Vaticano, y si me apuras, deberías intentar averiguar algo por tu cuenta de ese sinvergüenza de Karakoz dondequiera que se esconda. La información se encuentra en la calle.

– Nuestro objetivo es analizar la información -se defendió Ovidio.

– Claro, pero nadie nos la regala, hay que buscarla. Nuestro departamento de Análisis de Política Exterior cuenta con mejores datos que muchos gobiernos. ¿Sabes por qué? Pues porque nosotros estamos en todas partes, en todas las calles, en todos los rincones del planeta. Pero esto ya lo conoces, así que no me canses comportándote como si no supieras de qué va este negocio.

– Me sorprende que hable de esta manera… -se lamentó Ovidio.

– Bueno, lo hago para fastidiarte; ya sé que precisamente por todo esto has querido dejar el Vaticano. Pediré perdón al Señor por haberte hecho daño a sabiendas de lo que hacía.

– ¿Así de fácil?

– También te pido perdón a ti.

– iEs usted increíble!

– No soy la maravilla que crees que soy. Sólo soy un hombre, un viejo sacerdote jesuita. No me idealices, acéptame como soy.

Se quedaron en silencio mirándose a los ojos. A Ovidio le sorprendía la dureza del razonamiento del padre Aguirre, pero no se engañaba: sabía que el viejo sacerdote tenía razón.

– Supongo que podré conciliar los dos intereses, el de la Iglesia y el mío -afirmó con un deje de cinismo.

– Tú verás si puedes.

– No regresaré al Vaticano. Me quedo, trabajaré desde aquí, aunque tenga que ir de un sitio a otro. Me gusta lo que estoy haciendo, en realidad no sabía cómo era tratar con gente normal, ni qué problemas reales tiene la gente. Aquí estoy encontrando verdadero sentido al sacerdocio.

– Nadie mejor que tú para saber lo que puedes hacer. Pero si vas a seguir con el caso, te aconsejo que te lo tomes en serio y no a modo de inventario, porque de ti puede depender que se salven vidas. Bien, ¿qué te sugieren algunas de las palabras?

– Lotario… hay varios Lotarios importantes en la historia pero en principio nuestro Lotario debería ser contemporáneo. En cuanto a Saint-Pons, aparece como un pequeño pueblo en el sur de Francia; eso podría suponer que allí hay una célula islamista, o que es el lugar elegido para un atentado. Supongo que los del Centro de Coordinación Antiterrorista de Bruselas lo estarán investigando.

– No está mal…

– Gracias por animarme, pero en realidad no tengo nada. Pienso que estas palabras tienen que significar algo, pero no tienen sentido en manos de unos terroristas islamistas.

– No deseches ninguna pista por extravagante que te parezca. En cualquier caso me tranquiliza ver que no has estado perdiendo tanto el tiempo como me estabas haciendo creer.

– Luego está lo de: «correrá la sangre en el corazón del Santo…». Una frase misteriosa que no me dice nada, y me cuesta relacionar con el grupo de fanáticos de Frankfurt.

– No tienes más remedio que tirar de la cuerda, y la única pista sólida es Karakoz. Insisto en que hables con esos dos señores que os fueron a ver al Vaticano y que te digan todo lo que han averiguado del personaje hasta el momento. Me parece que no hay muchas opciones más. Antes has dicho que se mueve como una anguila, pero tendrá un domicilio en alguna parte.

– Según este dossier, Karakoz pasa temporadas en Belgrado pero también en Montenegro, incluso se le ha visto en algunas de las ex repúblicas de la URSS, es uno de los proveedores de la guerrilla chechena; ha recalado en varias ocasiones en el aeropuerto de Beirut, en Yemen, en Damasco, pero también en París, en Londres, en Amsterdam… El informe dice que es un tipo discreto, que no se comporta al uso de los gánsteres. No suele frecuentar clubes nocturnos, ni tampoco se le conocen mujeres. Bebe vodka y fuma puros. Eso es todo lo que al parecer se sabe de él. La cuestión es saber si el grupo de Frankfurt estableció contacto directamente con Karakoz o si el grupo en cuestión tenía otros jefes por arriba que son los que se encargaron de comprar las armas y los explosivos a Karakoz.

– Supongo que sobre eso ya deben de tener una idea en el Centro de Coordinación Antiterrorista. De manera que…

– Que no me queda otro remedio que irme a Bruselas -respondió Ovidio soltando una carcajada.

– Tú verás…

– No tendré más remedio que hacerlo si quiero evitar que piense que soy un tonto.

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