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Detrás de ella, Martine lloraba en silencio.

Miriam no tenía tumba. Había desaparecido en una fosa común en Berlín. Su hijo se quedaba en aquel rincón del mundo, en una patria que quería para sí, en un lugar que proclamaba que sólo luchando se podría evitar lo que le sucedió a su madre.

Un hombre con una pipa vacía en la mano se le acercó.

– No hay palabras para consolar a un hombre que ha perdido a un hijo, pero quiero que sepa que su asesino está muerto.

Luego se dio la media vuelta y se marchó. Ferdinand, inmóvil y sin saber qué hacer o decir, escuchó a Martine que le susurró una explicación.

– Se llama Saul y es un oficial de la Haganá. Anoche vengó la muerte de David: buscó al hombre que le había disparado, averiguó su nombre. Se trataba de Mahmud, un dirigente de la guerrilla. Saul le mató y se jugó la vida para hacerlo. Fue solo, le sorprendió en su casa cenando con algunos de sus hombres y acabó con la vida de todos.

– ¿De qué me sirve su muerte? -preguntó Ferdinand.

– Ojo por ojo, diente por diente, ésa es la ley en Oriente. Si matan a uno de los nuestros, tienen que saber que no podrán esconderse, porque los encontraremos y los mataremos. Estamos solos, Ferdinand, muy solos; rodeados de enemigos por todas partes, no podemos permitirnos el lujo de la debilidad. Para Saul no ha sido sólo una respuesta que había que dar; él tenía afecto a tu hijo, sabía lo que para David representaba Hamza, y temió siempre el momento en que tuvieran que enfrentarse.

– Fue David el que mató a Hamza.

– Sí, le disparó, le enseñaron a defenderse. No puedes imaginar el infierno de aquella noche, quince niños murieron asesinados…

– Lo sé, Martine, lo sé. No juzgo a nadie, sólo sé que mi hijo está muerto y que otro joven también lo está, que ni sus padres ni yo tendremos consuelo. A ellos les quedan otros hijos, a mí no me queda nada salvo esperar el momento de mi propia muerte.

– Eres un gran historiador…

– Soy un hombre perdido en su propia historia.

23

Ignacio rezaba en la capilla cuando un sacerdote se le acercó para decirle que le llamaban del Vaticano.

Se levantó, nervioso, preguntándose quién podía llamarle desde Roma un sábado.

La voz del padre Grillo le sobresaltó. Hacía dos meses que había terminado su trabajo temporal en la Secretaría de Estado y había regresado a sus estudios en la universidad. Aquel tiempo transcurrido entre los muros del Vaticano le había afectado, aunque en realidad lo que más le había marcado había sido su extraño viaje a Francia.

– Te prometí que te daría noticias del profesor Arnaud. Acabo de recibir un telegrama de Jerusalén. Su hijo ha muerto, le enterraron hace unos días y el profesor regresa a Francia.

– ¡Dios mío, pobre hombre! -exclamó Ignacio.

– Sí, el profesor Arnaud es un hombre al que Dios ha mandado unas pruebas terribles… debe de estar destrozado.

– Sólo tenía a su hijo -musitó Ignacio-, pensé que Dios se iba a mostrar misericordioso con él salvándole la vida.

– No pudo salir del coma profundo en que estaba; si ha resistido tanto tiempo es porque su corazón era joven, pero los médicos nunca creyeron que pudiera vivir.

– He rezado tanto por él… -se lamentó el joven sacerdote.

– Todos hemos rezado.

– ¿Cree que podría darme la dirección y el teléfono del profesor Arnaud?

– Cuando vengas te los daré. ¿Podrías acudir ahora al despacho?

– ¿Ahora?

– Sí, he hablado con tu superior y no tiene inconveniente en que vengas, salvo que tú no puedas por algo.

– No, no tengo nada especial que hacer, iré.

– Te espero.

La llamada del padre Grillo le desconcertó. ¿Qué podían querer de él un sábado por la tarde en la Secretaría de Estado?

Se habían vuelto a ver en un par de ocasiones en las que el padre Grillo había visitado la casa de los Jesuitas. Encuentros afectuosos y breves, con apenas tiempo para evocar lo vivido en Francia.

Recordaba al profesor Arnaud corriendo por el andén seguido de su padre hasta perderse entre la multitud. A él le habían llevado a la nunciatura donde le esperaban el padre Grillo, el padre Nevers, el nuncio, y dos hombres que le presentaron como miembros de los servicios de seguridad franceses, ansiosos por saber lo que habían averiguado en el castillo d'Amis.

– Es un grupo extraño. Se les podría calificar de fanáticos o de locos; la verdad es que resultan inquietantes. Creen que van a encontrar el Grial, y especulan con lo que pueda ser.

Le escucharon muy serios, preocupados, sin interrumpirle ni hacerle preguntas hasta que no terminó de describir cuanto había visto y escuchado en el castillo.

– Raymond, el hijo del conde, es un pobre chico asustado por su padre. Y el conde me pareció tenebroso. En cuanto a sus invitados… el señor Randall es norteamericano, con aspecto de militar, hablaba poco y escuchaba mucho, y el señor Stresemann decía ser un estudioso de los cátaros y sin duda es alemán.

Uno de los hombres de los servicios secretos franceses había expuesto con claridad que el conde d'Amis era un hombre inteligente, a quien antes de la guerra se le atribuían contactos con el régimen de Hitler, que nunca se habían podido demostrar. Su castillo había permanecido siempre resguardado de miradas indiscretas y aquellos grupos de jóvenes a los que patrocinaba en busca de vestigios arqueológicos parecían tan inocentes como una mañana clara de primavera. Aun así, persistían las sospechas de que tras las búsquedas arqueológicas había algo más.

– Pues ya les he contado lo que hay: buscan el Grial. Creen que o es un objeto mágico que conferirá poderes extraordinarios a quien lo posea, o que pueden ser los descendientes de Jesús y María Magdalena. El profesor Arnaud se ríe de estas teorías, y dice que son seudoliteratura barata. Asegura que no van a encontrar el Grial porque no existe.

Para los franceses la cuestión no era tanto que el conde d'Amis buscara el Grial, sino que mantuviera relaciones con alguna sociedad secreta de antiguos nazis; algunos habían escapado de Alemania, esparciéndose a lo largo y ancho del mundo, y no se podía descartar que D'Amis diera refugio a alguno.

– Lo que menos nos podemos permitir es el escándalo de tener nazis refugiados en Francia -comentó con preocupación uno de los integrantes del servicio de seguridad.

Para la Iglesia, en cambio, el problema giraba en torno a las especulaciones sobre el Santo Grial. El padre Grillo había coincidido con el juicio del profesor Arnaud: «Es mejor saber a qué nos enfrentamos, porque así podremos preparar la respuesta».

Le habían felicitado por sus averiguaciones. El padre Grillo, incluso, insinuó que en el futuro se podría convertir en un buen diplomático y llegar a trabajar en la Secretaría de Estado de manera no provisional.

Y ahora, meses después, se producía la llamada del padre Grillo para anunciarle la muerte del hijo del profesor Arnaud y citarle en el Vaticano.

Fue a decirle al director de su casa que salía porque el padre Grillo le había citado.

– Sí, he hablado con él. Creo que ha llegado tu oportunidad.

– ¿Mi oportunidad?

– ¿No te gustaba la diplomacia? Estás a punto de acabar tus estudios y el padre Grillo dice que fuiste un buen secretario. Te lo dirá él, pero parece que su secretario tiene una enfermedad del corazón y el médico le ha aconsejado una vida tranquila, algo impensable en la Secretaría de Estado. Me parece que te va a ofrecer que le sustituyas.

Ignacio no ocultó su satisfacción. Trabajar en el Vaticano le había supuesto una experiencia extraordinaria y deseaba regresar.

El padre Grillo, desde su despacho, hablaba por teléfono en japonés y le hizo una seña a Ignacio, indicándole que aguardara a que terminara la conversación.

– Bien, me alegro de que hayas podido venir.

– Sí, claro, bueno… me alegro de que me haya llamado.

– ¿Aunque no sepas para qué?

Ignacio bajó la cabeza intentando ocultar el rubor que sentía en la frente.

– ¿Ya te lo ha dicho tu superior? -dijo riéndose el padre Grillo.

– Sí, algo me ha comentado…

– Si no tienes otros planes, me gustaría proponerte que trabajaras conmigo. Este verano lo hiciste bien, y ya sabes un poco la mecánica de la casa, hablas a la perfección inglés, francés, español, italiano y creo que casi dominas el árabe, lo que nos será muv necesario.

– Y vasco.

– ¿Cómo dices?

– Que también hablo vasco.

– Bueno, en principio no creo que hablar en vasco te sea muy necesario aquí, pero nunca se sabe. ¿Podrás compaginar la terminación de tus estudios con el trabajo aquí?

– Creo que podré hacerlo. Dormiré un poco menos por la noche.

– Eso no lo dudes, pero no sólo porque te tengas que quedar estudiando, sino porque aquí no hay horarios.

– ¿Cuándo quiere que empiece?

– Ahora mismo.

Ignacio no rechistó. Su superior tenía razón: aquélla era su oportunidad y no podía desaprovecharla.

– Tengo un montón de cartas por responder y un problema en una diócesis francesa. Hay que preparar, además, la visita que el presidente de Estados Unidos va a hacer al Papa. Y el secretario de Estado necesita los papeles para ayer, y estamos en hoy…

No almorzaron ninguno de los dos, aunque tomaron varios cafés muy cargados. Pasaron lo que restaba de la mañana y buena parte de la tarde trabajando. Pero no eran los únicos en la Secretaría de Estado, incluso el cardenal se pasó por la oficina a despachar asuntos urgentes a pesar de ser sábado. El padre Grillo tenía razón: en el Vaticano no se descansaba nunca.

Eran cerca de las nueve de la noche cuando el padre Grillo dio por terminada la jornada de trabajo.

– En vista de que no te he permitido almorzar, te invito a cenar; es lo menos que puedo hacer.

Le llevó a una trattoria del Trastevere poco frecuentada por turistas.

– Llevas todo el día deseando preguntarme por el profesor Arnaud -le alentó el padre Grillo.

– Sí, me gustaría saber lo que ha pasado. El profesor me impresionó. Se consideraba agnóstico pero hablaba de Dios como si fuera una presencia permanente en su vida. La muerte de su hijo habrá sido terrible para él. Ya le dije que quiero escribirle; no creo que le importe lo que yo le pueda decir, pero siento que debo hacerlo.

– No sólo eso, dentro de poco irás a París.

– ¿A París? Tengo exámenes…

– Procuraremos que no coincidan con tu viaje. Quiero que regreses al castillo d'Amis y hagas un informe de evaluación de la situación. Pero no viajarás hasta dentro de un par de meses, como poco.

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