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– Sí… incluso el templario… pobre hombre, hacerse templario para fastidiar a su madre.

– Fernando… un caballero valiente. En cuanto a hacer lo contrario de lo que esperan nuestros mayores es algo tan viejo como el mundo; tú misma disfrutas llevándome la contraria.

– A ti sí, no coincido en nada contigo, pero con mi madre era diferente. Bastaba con que nos miráramos para saber lo que pensábamos.

Raymond pareció sobresaltarse al escuchar el timbre de llamada del móvil. A Catherine le sorprendía que su padre siempre tuviera tres móviles a mano y no había logrado que le dijera por qué.

– Sí…

Al otro lado de la línea Raymond escuchó la voz del Yugoslavo.

Catherine se separó dos pasos para dejarle hablar con cierta intimidad, pero no lo suficiente como para no escuchar la conversación.

– Entonces ella llegará sin novedad a Estambul. Quiero que me llame en cuanto ella y el resto del equipo hayan llegado…

»Claro que recibirá el dinero acordado, pero quiero saber que llega sin problemas. Sus hombres tienen que garantizar la seguridad de la chica hasta el Viernes Santo, y evitar cualquier incidente… Naturalmente que me aseguraré de que la chica está bien… Le he dicho que recibirán el resto del dinero en los próximos días, y no me amenace con su jefe, no se lo tolero… Limítese a hacer lo que le he dicho, a usted no le concierne saber más de lo que sabe, sólo deben protegerla hasta el Viernes Santo, cuando ese día ella salga del hotel con el resto del equipo, déjenla, su trabajo habrá terminado. Lo que me preocupa es que Ylena se haga con todo el material…

A pesar de que el conde había bajado la voz, había momentos en que parecía alterado y por eso a Catherine le llegaban retazos de la conversación; había encendido un cigarrillo y parecía pensativa cuando Raymond d'Amis cortó la llamada.

– Perdona, los negocios le persiguen a uno incluso hasta esta montaña sagrada.

– ¿Algún problema? -quiso saber ella.

– Ninguno, nada especial, sólo que la gente no trabaja de manera eficaz y hay que repetir las cosas para que se enteren. ¿Regresamos a nuestro castillo?

– Sí, y quiero darte las gracias por traerme; ha merecido la pena.

De vuelta al castillo d'Amis Catherine conducía con la mirada fija en la carretera y parecía distraída. Su padre tampoco tenía demasiadas ganas de hablar. De nuevo el timbre del móvil volvió a alterar el rostro del conde, que se sentía incómodo hablando delante de ella.

– Salim, amigo mío, me alegro de escucharle… ¿Ya está en Roma?, me alegro de que así sea, y ¿cómo va la operación?

»Ya, ya, veo que tiene un excelente humor… y ¿el resto de sus amigos?… Bien, espero que todo salga según lo previsto, y que no haya ningún fallo… Imagino que usted controlará los tres equipos… bueno, no puedo hablar demasiado, voy por la carretera… La segunda entrega del dinero la recibirá antes del Viernes Santo… Sí, ya sé que faltan cuatro días, pero no se preocupe,esas familias no quedarán abandonadas… Espero que me llame el próximo viernes, y si todo sale bien, amigo mío, nos encontraremos en París para celebrarlo.

– Veo que tus negocios no te dejan ni un minuto libre -dijo Catherine cuando su padre hubo guardado el móvil.

– Así es; menos mal que el invento del móvil permite no tener que estar todo el día en el despacho.

– ¿De verdad no tienes problemas?

– ¿Por qué me lo preguntas?

– No sé, bueno, quizá por el tono de tu voz, no he podido evitar escuchar la conversación… -afirmó ella.

– No, no tengo problemas, pero las operaciones financieras siempre me preocupan hasta que han llegado a buen fin, sobre todo cuando no dependen de mí.

– ¿Puedo ayudarte?

El ofrecimiento de Catherine le sorprendió. Observó a su hija, que no apartaba los ojos de la carretera, y sintió un deseo enorme de confiarse a ella, pero no lo hizo. Catherine era como Nancy y su esposa le había abandonado cuando se enteró de lo que pretendía la familia D'Amis, sobre todo la horrorizó saber que buscaban el Grial, y que creían pertenecer a una raza superior. Estaba seguro de que Catherine reaccionaría como Nancy y él no soportaría perder a su hija ahora que la había conocido.

– No necesito ayuda, no te preocupes. Si la necesitara no dudaría en pedírtela, pero no sé si sabes mucho de operaciones financieras.

– Prueba a confiar en mí -respondió ella en tono desafiante.

– ¿Confiar? Los negocios no tienen nada que ver con la confianza.

– Pues yo creo que sí. Pero da lo mismo; al fin y al cabo soy una extraña y no puedo pretender que me cuentes qué haces, de qué vives, a qué te dedicas.

– Soy el conde d'Amis, administro el patrimonio heredado de mis antepasados: tierras, valores financieros, inversiones…

Procuro no correr riesgos, aunque a veces es inevitable hacerlo, y cuando eso sucede me inquieto.

– Y ahora lo estás.

– Sí, ahora lo estoy; ya te he dicho que me preocupo cuando las cosas no dependen directamente de lo que yo hago porque la responsabilidad es de otros.

– ¿Y ese Salim…?

– Es un buen amigo con quien tengo negocios, negocios… delicados, difíciles, que ni siquiera dependen directamente de él; ambos tenemos que fiarnos de lo que hagan otros.

– ¿De dónde es Salim? Parece árabe, ¿no?

– Es británico, pero de origen sirio. Todo un caballero; le conocerás y te encantará.

– ¿Va a venir al castillo?

– No lo sé. ¿Por qué me lo preguntas?

– Porque yo no estaré mucho tiempo.

– ¿Cuándo te irás? -preguntó Raymond sintiendo una fuerte opresión en el pecho y temiendo la respuesta.

– No lo sé, tampoco quiero convertirme en una visita pesada.

– Catherine, el castillo es tu casa, algún día será tuyo; no estás de visita, ya te lo he dicho.

– ¿Sabes? Hay momentos en los que no sé ni qué pensar de mí misma. Conocerte, estar en el castillo, visitar los lugares donde vivió mi madre… estoy confundida.

– No me juzgues demasiado deprisa. Dame tiempo y dátelo a ti para saber si merece la pena que me tengas como padre.

El castillo estaba sumido en el silencio de la noche cuando, agotados, llegaron del viaje; sólo Edward, el mayordomo, aguardaba impaciente al conde por si necesitaba algo, pero ni Raymond ni Catherine querían otra cosa que retirarse a sus habitaciones y descansar.

37

Hacía días que no dormían en una cama. Lorenzo Panetta, Matthew Lucas y el padre Aguirre no se movían de la delegación del Centro de Coordinación Antiterrorista en París.

En aquel momento Panetta informaba a Hans Wein del último informe enviado desde Sarajevo por colegas de Matthew Lucas de la Agencia Antiterrorista de Estados Unidos.

– Te lo acabo de mandar por e-mail, pero quería que supieras que el caso se complica. La chica se llama Ylena Milojevic y es serbobosnia. Durante la guerra la violaron y los que lo hicieron casi acaban con su vida. Fue una patrulla de las Brigadas Musulmanas. La chica no ha tenido mucha suerte: en la guerra perdió a su padre y un hermano. Y ahora viene lo más sorprendente: los hombres de Karakoz la siguen a todas partes, pero ella no parece saberlo. Hace un par de días acudió a una dirección de Estambul junto con un hermano y dos primos, de allí salieron con unos bultos que cargaron en una camioneta. Pero ahora viene lo mejor: acaban de verla en una silla de ruedas, y vestida de manera especial, con el hiyab cubriéndole el cabello. Se han reunido con su primo que, al parecer, les esperaba allí. Los norteamericanos están siéndonos muy útiles, pero deberías hablar con los turcos. Es evidente que esa mujer piensa hacer algo en la ciudad. El hecho de que una serbia se vista como una creyente musulmana…

Hans Wein escuchaba con preocupación a Lorenzo Panetta. Aquel caso se estaba complicando enormemente y lo peor era que parecía no tener sentido. Siguiendo la pista de Karakoz habían topado con aquel aristócrata francés que tenía tratos con el Yugoslavo, el hombre de Karakoz en París, y a partir de ahí habían dado con aquella mujer misteriosa. Claro que más misteriosa aún era la última conversación entre el conde d' Amis y el ilustre profesor Salim al-Bashir. Por más que se resistía a creer que Bashir podía ser algo más de lo que aparentaba, temía que su segundo, Panetta, tuviera razón, ya que la última conversación entre el conde d'Amis y el profesor resultaba extraña. ¿A qué «operaciones» se refería y por qué tenía que enviarle dinero?, y ¿a qué familias no iban a dejar desamparadas?

Panetta le insistía en que se siguiera a Salim al-Bashir noche y día, pero él seguía sin atreverse a dar ese paso, aunque cada vez estaba más inclinado a hablar con los británicos.

– De acuerdo, hablaré con los turcos, supongo que no tendrán ningún problema en colaborar. ¡Ah! Te mandan todos recuerdos, y empieza a resultarme difícil mantener a nuestra gente fuera de juego. Laura White se siente ofendida por lo que dice es una falta de confianza y Andrea Villasante se plantó ayer en el despacho para decirme que si no confiaba en ella presentaría la dimisión y pediría un traslado de departamento. Considera una ofensa que la hayamos sacado del caso Frankfurt. ¿No crees que estamos exagerando con tanta reserva? Seguridad no ha encontrado ninguna fuga, ha vuelto a investigar a todo el personal. Y por cierto, esto es un remanso de paz desde que se fue Mireille Béziers: aquella chica nos ponía nerviosos a todos. Afortunadamente no me la he vuelto a encontrar ni siquiera en el ascensor.

– ¿Por qué no te olvidas de Mireille, Hans? -respondió Panetta, malhumorado.

– Sí, tienes razón, ya me he librado de ella, aunque el otro día me dijeron que su tío el general estaba enfadado con nuestro departamento por haberla despedido. Bueno, espero que se le pase el enfado. El hecho de que él sea un general de la OTAN no es suficiente motivo para que otros tengamos que sufrir a su sobrina.

– ¿Sabes, Hans? Creo que en el fondo no estás satisfecho con haber despedido a Mireille. Fuiste injusto y lo sabes.

– ¡Vaya defensor tiene en ti!

– Yo siempre creí que Mireille Béziers podía sernos útil, que es una persona valiosa. Si te parece, hablemos de lo que está pasando.

Lorenzo Panetta pidió encarecidamente a su jefe que mantuviera el caso en el máximo nivel de confidencialidad, recordándole que desde que sólo ellos dos estaban en el asunto habían avanzado en la investigación.

– No voy a discutir contigo acerca de Mireille Béziers, pero ya te dije que creía que no eras justo con ella. Hans, sé que te resulta difícil no contarle a Laura lo que estamos haciendo; es tu asistente y lleva años trabajando contigo; yo también tengo la mejor opinión de ella, pero créeme que es mejor así. Hazme caso en esto, es lo único que te pido, y en cuanto a Andrea… bueno, me imagino que estará furiosa, pero debes aguantar la presión. Seré yo quien asuma la responsabilidad de haberles mantenido fuera. Cuando esto termine pediré perdón a todo el departamento y puede que sea el momento para decir adiós.

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