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– ¿Qué estás diciendo? -preguntó preocupado Hans Wein.

– Ya hablaremos, pero estoy cansado de vivir en Bruselas; tengo ganas de volver a Roma; no sé si te lo he dicho, pero mi hijo mayor me va a hacer abuelo.

– Te felicito, pero quiero que sepas que haré lo imposible por que te quedes. ¡Ah! Y da la enhorabuena a nuestra gente de París; están haciendo un excelente trabajo. Por cierto, aquí todo el mundo se va de vacaciones de Semana Santa. Andrea ha decidido tomarse toda la semana, supongo que para dejar claro su enfado, y le ha dicho a Diana Parker que puesto que ella no va a estar y las hemos dejado fuera del caso, no tiene sentido que se quede de guardia. Laura se va mañana. Ventajas de que el Centro esté en Bruselas y Bélgica sea un país católico.

El padre Aguirre estaba dibujando en un papel grandes cuadros con los nombres de los que aparecían en la investigación: Karakoz, el Yugoslavo, Raymond d'Amis, Salim al-Bashir, Ylena Milojevic.

El viejo jesuita tenía claro que todos estaban relacionados con un mismo objetivo: atentar contra la Iglesia, por más que Ylena pareciera una pieza que no encajaba.

– ¿Qué querrá hacer en Estambul? -se preguntó en voz alta Matthew Lucas.

– No lo sé, nada bueno -respondió el jesuita-. Esa mujer debe de odiar a los musulmanes por lo que le sucedió, y sin embargo se ha vestido como una creyente musulmana. Su prima también se ha puesto el hiyab , y su hermano y su primo se han dejado barba y se han comprado ropa en los bazares bosnios.

– Esto, padre, no encaja con su teoría -dijo a su vez Matthew Lucas.

– No hemos encontrado el eslabón, pero está en alguna parte. No sé qué va a hacer Ylena Milojevic en Estambul, pero estoy seguro de que perjudicará a la Iglesia -insistió el padre Aguirre.

– Bueno, esperaremos. No la perderemos de vista -aseguró Panetta.

– Sabemos que lo que tenga que pasar será el Viernes Santo, no sólo «viernes» es una de las palabras que encontramos en Frankfurt, sino además una fecha especial para los católicos. El día en que Jesús fue crucificado… el conde recordó al Yugoslavo que Ylena actuará el Viernes Santo y más tarde en su conversación con Salim al-Bashir volvieron a hablar del Viernes Santo, de tres operaciones previstas para ese día… es evidente que preparan un golpe contra la Iglesia. Esa fecha no ha sido elegida de manera inocente y menos estando Raymond de la Pallisière por medio. Él odia la cruz y todo cuanto significa… en los papeles de Frankfurt aparecía la palabra «cruz», y que «correrá la sangre en el corazón del Santo…», «sangre».

– ¡Eso es lo que no entiendo! -se quejó Matthew Lucas-, por qué entre los papeles de un comando islamista se habla de la cruz y de santos y de la cruz de Roma… y me desespera no ver la vinculación con esa chica que está en Estambul.

– El eslabón es Karakoz -afirmó Lorenzo Panetta.

– Además de Karakoz y del conde d'Amis hay otro eslabón, que es el que debemos encontrar -explicó el padre Aguirre-. La pregunta es si esas operaciones de las que el conde hablaba con Salim al-Bashir tienen algo que ver con esa chica o son independientes. Rezo para que podamos evitar una desgracia. He hablado a primera hora con el obispo Pelizzoli, para que hablen con el señor Wein. Entiendo que el señor Wein no quiera que le acusen de tener prejuicios, pero debe ordenar seguir a Salim al-Bashir.

– Será difícil convencer a Hans Wein de que Salim al-Bashir pertenece al Círculo -afirmó Matthew Lucas.

– Puedo equivocarme, pero… sí, en realidad creo que pertenece al Círculo. Creo también que Raymond de la Pallisière se ha confabulado con esta organización para llevar a cabo su venganza contra la Iglesia, por más que ustedes aseguren que el grupo no necesita del conde, pero no me negarán que si éste paga esas operaciones, el Círculo no despreciará ese dinero. Ustedes mismos aseguran que los comandos actúan de forma independiente y que muchos se autofinancian. Para mí está claro que uno o varios grupos islamistas van a perpetrar un atentado contra la Iglesia y que probablemente la financiación de ese atentado corre a cargo del conde d'Amis.

– Me pregunto cómo es posible que el conde entrara en contacto con ellos -murmuró Lorenzo Panetta.

– Ése es otro de los puntos débiles de su teoría -dijo Matthew Lucas al padre Aguirre, haciendo suya la afirmación de Panetta.

– Me tranquiliza saber que van a poner sobreaviso a las autoridades turcas, porque es obvio que habrá un atentado en Estambul y que el día elegido es el Viernes Santo. Tampoco tengo dudas de que habrá un segundo atentado en Roma, que será imposible de evitar si mis superiores en el Vaticano no logran convencer al señor Wein para que siga al profesor al-Bashir. En cuanto a los otros… ¡le pido a Dios que nos ilumine!

– No sé si Dios nos va a iluminar, pero espero que la fuente que hemos conseguido filtrar en el castillo sea capaz de alumbrarnos -afirmó Panetta.

– Si el conde llegara a sospechar que una persona de su entorno le está espiando… no sé, señor Panetta, pero a veces temo lo que pueda pasar.

– No ha resultado fácil contar con una persona dentro, aunque tengo que reconocer que hasta ahora no nos ha dicho nada que no sepamos a través de la intervención de los teléfonos del conde.

– Pero esa persona corre un gran peligro -reiteró el sacerdote.

– Ha asumido correr ese peligro, y recibirá una recompensa por ello -explicó Matthew Lucas.

– ¡Vamos, Matthew, no sea tan duro! Usted sabe que estar en la boca del lobo es peligroso y que puede significar arriesgar la vida. En cuanto a lo de que recibirá una recompensa… Lo importante es que continuemos manteniendo el secreto de nuestra fuente por su propia seguridad -replicó Lorenzo Panetta.

Estambul

El hotel elegido para su estancia era el Etap Istambul Oteli en la calle Mesturiyet Caddesi Tepebasi. Allí el primo de Ylena había reservado dos habitaciones; una la compartían los dos hombres, otra las dos mujeres. Los cuatro estaban tensos e impacientes, además de convencidos de que nada ni nadie les impediría llevar a cabo su venganza. No se habían dado cuenta de que dos hombres les seguían de cerca, y ellos eran seguidos a su vez por una pareja. Hans Wein había hablado con el jefe del espionaje turco avisándole de la presencia de aquel grupo sospechoso que parecía tener relación con Karakoz. Reunidos en una de las habitaciones, los cuatro repasaban el plan.

– Subiremos a Topkapi para que te vayas familiarizando con el lugar -dijo el primo de Ylena.

– No sé si es buena idea que corramos ese riesgo. Es mejor que vayamos el viernes, tal y como está previsto. No te preocupes, tengo memorizado hasta el último detalle. Los dos días que estuve aquí me bastan para saber cómo lo debemos hacer.

– Tiene razón -intervino su prima-, corremos un riesgo si subimos con la silla, y si vamos sin ella y algún guardia la reconoce, cuando volvamos será difícil explicar que se ha convertido en paralítica en tan sólo dos días.

– ¿Ylena, ¿estás segura? -La voz de su hermano reflejaba tristeza.

– ¡Claro que lo estoy! No me importa morir, sé que les vamos a hacer un daño infinito, destruiremos sus sagradas reliquias. Sí, merece la pena morir por ello.

– A veces temo que todo sea una trampa… no entiendo lo que pretende ese hombre con el que te has reunido en París. Nosotros tenemos una razón para hacer lo que hacemos, pero ¿y él?

– También tiene sus motivos, pero a mí no me importan. Nos dijeron que nos podía ayudar y así ha sido. ¿Cuánto tiempo hemos pasado soñando en devolver el daño que nos hicieron? Es nuestra oportunidad. Ese hombre nos ha dado dinero, ha hecho que nos den las armas y el material que necesitamos; a mí no me importa por qué quiere que destruyamos las reliquias de Mahoma, lo que me importa es por qué queremos destruirlas nosotros.

El coronel Halman, jefe del contraespionaje turco, sintió que le temblaban las piernas. De manera que aquel grupo de jóvenes lo que pretendía era destruir las reliquias del Profeta guardadas en Topkapi, el palacio de los sultanes.

Había colocado micrófonos en las dos habitaciones que ocupaban los jóvenes. El Centro de Coordinación Antiterrorista de la Unión Europea les había avisado de la presencia en Estambul de un grupo que podía tener intención de cometer un acto terrorista y las informaciones habían resultado ciertas y precisas. Primero les alertaron sobre la llegada de uno de los jóvenes, después, de las dos mujeres y del otro muchacho.

Él se había instalado junto a varios de sus hombres en el hotel, en las habitaciones que estaban junto a las de aquel comando.

– Me voy al cuartel -le dijo a uno de sus hombres-, el jefe tiene que saber lo que están preparando estos locos. Habrá que hablar con Bruselas.

– Deberíamos detenerles ya -le respondió uno de los agentes.

– No, la orden es no hacer nada y esperar a ver si se ponen en contacto con otros terroristas.

Una hora después Hans Wein recibía una transcripción de la conversación mantenida por Ylena Milojevic, su hermano y sus primos. El director del Centro de Coordinación Antiterrorista no pudo evitar un escalofrío y telefoneó de inmediato a Lorenzo Panetta.

– Te envío por la línea de seguridad una transcripción de las conversaciones de la tal Ylena. Quizá deberías ir a Estambul. No te lo vas a creer, pero quieren hacer volar las reliquias de Mahoma.

– ¿Cómo dices? -le preguntó un asombrado Panetta.

– Al parecer en el antiguo palacio de los sultanes hay un pabellón donde se guardan reliquias de Mahoma, creo que tienen desde pelos de su barba, a espadas, una carta escrita sobre cuero y, lo más importante, parece que su manto. La chica quiere hacerlo añicos aunque le cueste la vida.

– ¡Dios Santo! Eso desencadenaría una reacción incontrolada por parte de los islamistas fanáticos. ¡No quiero ni pensaren lo que serían capaces de hacer!

– Puedes imaginártelo. Hemos tenido suerte y… bueno, reconozco que gracias a ti y a tu empeño de seguir a ese viejo conde francés. Ahora ya sabemos en lo que está metido Karakoz.

– No, no lo sabemos, sólo sabemos una parte, pero no tenemos ni idea de lo que va a pasar en Roma. Te recuerdo que el conde habló con Salim al-Bashir refiriéndose a tres operaciones… Por favor, Hans, ¡habla con los británicos y pide a los italianos que sigan a Bashir!

Hans Wein se quedó unos segundos en silencio que a Lorenzo Panetta le resultaron eternos.

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