La Yglessia del Paraguay, verdadero Grano de mostaza en estas ynmensidades, apenas brotada en tierra tan bien regada, se desarrolla explendorosamente cual frondosissimo Arvol en cuyas ramas Aves del Cielo de todos los colores y plumages han anidado preciosissimas y sin cuento, reconocen con celestial encanto los primeros informes a poco tiempo de la Erección. ¡Vea usted cómo ha crecido el grano de mostaza! ¡Demasiadas aves de rapiña entre sus ramas! Vamos a proceder de modo que el frondosissimo Arvol se enmiende consigo mismo: que el follaje empapado de amor sirva para algo más que albergar pájaros de cuenta. Punto.
¿Debió haber permitido Dios que se cometieran todas estas iniquidades? ¿Eh? Se lo pregunto a usted que se titula su ministro. No, Excelencia, la verdad es que no debió haberlas permitido. ¿Qué piensa usted que es Dios? Yo, Excelencia, pienso que, según el Catecismo Patrio Reformado, Dios Justo, Dios Omnipotente, Dios Sabio es… ¡Alto! Se lo voy a decir yo sin tantas jacarandainas: Dios es quien es definitivamente. El demonio, lo contrario. ¡Excelencia, es la mejor definición de Dios que haya oído en mi vida!
Vayamos ahora a un pequeño examen. ¿Cuál es la primera pregunta del Catecismo? Con todo gusto, Excelencia. La primera pregunta es: ¿Cuál es el Gobierno de tu País? Respuesta: El Patrio Reformado. La segunda pregunta, provisorio. La seguida, Señor, es: ¿Qué se entiende por Patrio Reformado? Respuesta: El regulado por principios sabios y justos, fundados en la naturaleza y necesidades de los hombres y en las condiciones de la sociedad. La tercera. La tercera pregunta, Excelencia, es… es… ¡Sí! La tercera pregunta es: ¿Cómo se prueba que es bueno nuestro sistema? Respuesta: Con hechos positivos… Se ha equivocado usted, provisorio. Esta respuesta corresponde a la quinta pregunta. El hecho positivo es que usted anda mal de la memoria. Me obliga usted a que le rebaje el sueldo a la paga de subteniente. Sea más frugal y recobrará la memoria. Los encantos de la frugalidad no se pagan con oro. La verdadera santidad no es la fingida. No es la que se oculta bajo la tonsura cuyo tamaño es el de un real de plata, según lo estableció la Erección, como unidad monetaria de los estipendios. ¡Si esto es religión que venga el diablo y lo diga! ¡Qué diferencia entre los malos servidores de la religión y los que la sirven en pobreza suma, en total renunciamiento! Éstos ven a Dios en el prójimo, en el semejante. Tanto más vividamente, cuanto más pobre, más sufrido es éste. Aquí tuvimos un ejemplo. El P. Amando González y Escobar, el cura fundador de los pueblos melodiosos del Chaco. No tengo, señores, otros bienes que la pobreza, parte de mi religión, escribió antes de morir. Esta cuja me la prestó un hermano. Este colchoncillo me lo cedió la piedad de una anciana. Aquella tinaja me la fabricó un indio. Esta caja, un vecino honrado. Esta mesa, este reclinatorio, un ebanista leproso, fabricante de instrumentos. Mando que sean restituidos a sus dueños los pobres, en tanto yo restituyo la vida a quien la debo. No hay en mi choza otros expolios que los que hará la muerte en el saco de mi cuerpo. Únicamente mi alma es de Dios. Esto dijo con sus palabras y sus actos el padre Amando. Evangelizó a los indios en la misma medida en que los indios lo evangelizaron a él. Ésta es la lengua que habló el curita melodioso de Emboscada. La entendieron todos. Lengua de apóstol. Usted, Céspedes Xeria, no es creyente. Sin embargo habla como si lo fuera. A mí manera, yo tengo cierta fe en Dios, de la que usted carece. Para mí no existe un consuelo religioso. Sólo existe un pensamiento religioso. Para usted sólo existen el premio y el castigo, que no tienen sentido después de la muerte. Salvo que la vida pueda dar un sentido a la muerte en este mundo sin sentido. No lo tiene o no entendemos este sentido porque no es forzoso que el sentido del mundo sea el de nuestra vida. Nuestra civilización no es la primera que niega la inmortalidad del alma. Pero sin duda es la primera que niega importancia al alma. Después del combate, dice uno de los Libros más antiguos del mundo, las mariposas se posan sobre los guerreros muertos y los vencedores dormidos. Usted, Céspedes Xeria, no es de esas mariposas. Si la iglesia, si sus servidores quieren ser lo que deben ser, tendrán que ponerse algún día de parte de los que nada son. No sólo aquí en el Paraguay. En todos los lugares de la tierra poblados por el sufrimiento humano. Cristo quiso conquistar no sólo el poder espiritual. También el temporal. Derrocar al Sanhedrín. Destruir la fuente de los privilegios. Quebrar la frente de los privilegiados. Sin esto, la promesa de la bienaventuranza, papel pintado. Cristo pagó su fracaso en la cruz. Pilatos se fue a lavar los platos. Sobre este fracaso inicial los falsos apóstoles descendientes de Judas erigieron la falsa religión judeo-cristiana. Dos milenios de falsedades. Pillaje. Destrucción. Vandalismo. ¿En esta religión debo creer? Desconozco a este Dios de la destrucción y de la muerte. ¿A un Dios desconocido debo confesar mis pecados? ¿Quiere que me ría a carcajadas? No, Céspedes. ¡Déjese de bromas fúnebres! ¿Tiene algo más que decir? Sólo he venido humildísimamente, Señor, a testimoniar a Vuecencia la gratitud y fidelidad de la Iglesia Paraguaya a su Patrono Supremo. Con asentimiento y consejo de mis hermanos en religión, me he permitido traer para someter a su examen la Oración Fúnebre que el Padre Manuel Antonio Pérez, nuestro más brillante Orador Sagrado, ha de pronunciar en las exequias de Su Señoría… digo, cuando llegue el momento, si es que llega, y si Su Excelencia se digna aprobarla. Ya llegó ese momento, Céspedes. Ya ese momento es pasado. Lleve el pasquín funerario y pegúelo con cuatro chinchetas en el pórtico de la catedral. Allí, las moscas que ganan batallas serán sus más devotas y puntuales lectoras. Corregirán su puntuación y sentido. Ahorrarán trabajo a los historiadores. Ego te absolvo… (roto, quemado, lo que sigue).
(En el cuaderno privado)
Muchísimo peores, más indignos, los funcionarios civiles/militares. Por lo que en este punto, al menos, el decretorio papelucho de la condena cierta razón tiene al proponer pena de horca para todos ellos. Me ha venido a recordar algo que debí obrar sin demora.
En treinta años mis venales Sanchos Panzas me han dado más guerra que todos los enemigos juntos de adentro y de afuera. Bastaba mandarles con medidas precisas que hicieran avanzar la Revolución en el sentido de su órbita, para que estos marmitones trabucaran mis órdenes. Todos mis planes. Hicieron avanzar hacia atrás el país a patas de la contrarrevolución retrógada. ¿Son éstos los jefes que yo crié, los patriotas en que creí? Debí obrar con ellos lo que obré con los traidores de la primera hora.
La Revolución-revolucionaria no devora a sus verdaderos hijos. Destruye a sus bastardos. ¡Cáfila de truhanes! Los he tolerado. Quise rehabilitarlos en funcionarios dignos. Albergué cuervos que me salieron herederos. ¿No se han burlado a mis espaldas haciendo de mí el más mísero de sus compinches? Han convertido cada departamento del país en una satrapía donde obran y mandan como verdaderos déspotas. Sumidos hasta la coronilla en la corrupción han contrabandeado mi poder con su fofo contrapoder de abyecciones, obsecuencias, mentiras. Han contrabandeado mis órdenes con sus desórdenes. Han limado mis uñas con sus papeladas. Se burlan en sus adentros del viejo loco que se alucinó creyendo poder gobernar el país con nada más que palabras, órdenes, palabras, órdenes, palabras.
Ninguna necesidad de mantener a esta pérfida gente. Ninguna necesidad de un contrapoder intermedio entre Nación/Jefe Supremo. Nada de competidores. Celosos de mi autoridad, sólo se empeñan en minarla en beneficio de la suya. Cuanto más divida mi poder, más lo debilitaré, y como sólo quiero hacer el bien, no deseo que nada me lo impida; ni siquiera el peor de los males. ¿Me conformaré ahora, cuando ya apenas puedo moverme, en ser subalterno de cien déspotas de mi Nación? Convertido en personaje inútil, mi inutilidad ha dado cien amos a mi pueblo. Lo ha hecho en consecuencia víctima de cien pasiones diferentes en lugar de gobernarlo con la única obsesión de un Jefe Supremo: Proteger el bienestar común, la libertad, la independencia, la soberanía de la Nación.
A racha de hacha voy a talar este bosque de plantas parásitas. Tiempo no me sobra. Mas tampoco ha de faltarme. Produzco mi rabia. Debo contenerla. La letra me sale temblando en lo demorado. Me hace doler el brazo. Disparo mis órdenes-palabras al papel. Tacho. Borro. Me agazapo en la testadora de lo secreto.
No mandaré al sol que se pare. Me basta disponer de un día más. Un solo antinatural día en que la misma naturaleza parezca haberse pervertido ayuntando el día más largo con la más larga noche. ¡Suficiente! No necesito más para destruir a esos sabandijas. Jefes, magistrados, funcionarios, ¡bah! El mejor de ellos es todavía el peor. Los mismos que en un superior progreso hacia arriba hubieran podido ponerse a la cabeza de la República, bajando hacia lo más bajo han terminado en una fístula.
Meditadas las circunstancias, todo concurre a asegurarme que voy a re-presenciar las cosas. No a representarlas. Sin apuro. Caer de pronto sobre ellos a la velocidad del rayo. ¡Fulminarlos! Cuestiones a considerar de inmediato: Exterminar la plaga; no ahuyentarla con el alboroto que se usa para las langostas. Obrar suavemente. Si ordeño leche sacaré manteca. Si me sueno recio las narices sacaré sangre. Espantáranse los bárbaros. Por ahora despabilar las velas sin apagarlas. Traer las cosas a vías de hecho juntando las mazorcas bajo la horca. Hacer aparecer todo lo oculto. Quidquid latet apparebit. Caza quien no amenaza. Voy a empezar por el falsario que tengo más a mano; mi amanuense y fiel de fechos que anda tejiendo sus maquinaciones e intrigas para alzarse en cuanto pueda con el gobierno provisorio de fatuos. Nada más que un toquecito de corriente voltaica en las zonas sensibles del batracio-actuario.
Seamos justos eh Patiño. ¿No te parece después de todo que el pasquín tiene razón? ¿Cómo, Excelencia? Cuando no estornudas te duermes. No dormía, Señor. Únicamente tenía cerrados los ojos. Así, a más de oír, veo sus palabras. Estaba pensando en esas palabras que usted me dictó el otro día cuando dijo que, viva o muera, el hombre no conoce inmediatamente su muerte; que siempre muere en otro mientras abajo está esperando la tierra. No es eso exactamente lo que te dicté, pero es exactamente lo que te pasará a ti dentro de no mucho más que muy poco. Te he preguntado si no te parece que el pasquín tiene razón. No me parece que un pasquín pueda tener razón, Señor. Cuantimás si es contra el Superior Gobierno. ¿No te parece que debí haber mandado a la horca a todos los que dicen servir a la Patria cuando lo único que hacen es robarla a discreción? ¿Qué opinas tú, mi fideindigno? Usted sabe, Excelencia. Tú no sabes que yo sé. Mas yo sé que tú no sabes todo lo que debería importarte. Si los bribones-ladrones supiesen las ventajas de la honradez tendrían la pillería de hacerse honrados a tiempo. ¿De qué te asustas? ¿Eres uno de ellos? Soy su humilde servidor nomás, Excelencia. Estás temblando entero. Tus pies acuátiles hacen crujir la palangana por debajo de su línea de flotación. Crujen tus dientes. ¿O es que de pronto te han agarrado a ti también las convulsiones de la alferecía? Te otorgaré el ascenso postumo de alférez de la muerte-en-pie; mejor dicho, de la muerte-colgada. No intentes sigilar tu miedo. Por más que trates de medirlo, de achicarlo, siempre será más grande que tú. No es dueño de su miedo sino quien lo ha perdido.