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Estaban en el Partido, iban a la imprenta juntos, se escondían en un sindicato juntos, los metían a la cárcel juntos y los exilaban juntos: era una batalla y no un tratado, sonso, y él claro, qué sonso, y ahora ella quién había sido Cronwell. Esperábamos cosas formidables de nosotros, piensa.

– Cuando entró a San Marcos y le cortaron el pelo a coco, la niña Teté y el niño Chispas le gritaban cabeza de zapallo -dice Ambrosio-. Lo contento que se puso su papá por lo que usted aprobó el examen, niño.

Hablaba de libros y tenía faldas, sabía de política y no era hombre, la Mascota, la Pollo, la Ardilla se despintaban, Zavalita, las lindas idiotas de Miraflores se derretían, desaparecían. Descubrir que por lo menos una podía servir para algo más, piensa. No sólo para tirársela, no sólo para corrérsela pensando en ella, no sólo para enamorarse. Piensa: para algo más. Iba a seguir Derecho y también Pedagogía, tú ibas a seguir Derecho y también Letras.

– ¿Te las das de vampiresa, de payasa o de qué? -dijo Santiago-. ¿Dónde tan arregladita, tan pintadita?

– ¿Y en Letras qué especialidad? -dijo Aída-. ¿Filosofía?

– Donde me da la gana y a ti qué -dijo la Teté-. Y quién te habla a ti, y con qué derecho me hablas a mí.

– Creo que Literatura -dijo Santiago-. Pero todavía no sé.

– Todos los que siguen Literatura quieren ser poetas -dijo Aída-. ¿Tú también?

– Déjense de estar peleando -dijo la señora Zoila-. Parecen perro y gato, ya basta.

– Tenía un cuaderno de versos escritos a escondidas -dice Santiago-. Que nadie lo viera, que nadie supiera. ¿Ves? Era un puro.

– No te pongas colorado porque te pregunto si quieres ser poeta -se rió Aída-. No seas burgués.

– También lo volvían loco diciéndole supersabio -dice Ambrosio-. Qué peleas se agarraban entre ustedes, niño.

– Ya te puedes ir a cambiar ese vestido y a lavarte la cara -dijo Santiago-. No vas a salir, Teté.

– ¿Y qué tiene de malo que la Teté vaya al cine? -dijo la señora Zoila-. De cuándo acá tan estricto con tu hermana, tú, el liberal, el comecuras.

– No está yendo al cine, sino a bailar al "Sunset" con el forajido del Pepe Yáñez -dijo Santiago-. Esta mañana la pesqué haciendo su plan por teléfono.

– ¿Al "Sunset?, con el Pepe Yáñez? -dijo el Chispas-. Con el huachafo ése?

– No es que quiera ser poeta pero me gusta mucho la Literatura -dijo Santiago.

– ¿Te has vuelto loca, Teté? -dijo don Fermín-. ¿Es cierto eso, Teté?

– Mentira, mentira -temblaba, fulminaba a Santiago con los ojos la Teté-. Maldito, imbécil, te odio, muérete.

– Y a mí también -dijo Aída-. En Pedagogía voy a escoger Literatura y Castellano.

– ¿Crees que vas a engañar así a tus padres, pedazo de? -dijo la señora Zoila-. Y cómo se te ocurre decirle maldito a tu hermano, loca.

– No estás en edad de ir a boites, criatura -dijo don Fermín-. No sales hoy, ni mañana, ni el domingo.

– Al Pepe Yáñez le voy a romper el alma -dijo el Chispas-. Lo voy a matar, papá.

Ahora la Teté lloraba a gritos, maldito, había derramado la taza de té, por qué no se moría de una vez, y la señora Zoila loquita, loquita, tan grandazo y tan maricón, y la señora Zoila estás manchando el mantel, en vez de andar chismeando como las mujeres anda a escribir tus versitos de maricón. Se levantó de la mesa y salió del comedor y todavía gritó tus versitos de chismoso y de maricón y que se muriera de una vez, maldito. La oyeron subir las escaleras, dar un portazo. Santiago movía la cucharita en la taza vacía como si acabara de echarle azúcar.

– ¿Es verdad eso que dijo la Teté? -sonrió don Fermín-. ¿Escribes versos tú, flaco?

– Los esconde en un cuadernito detrás de la Enciclopedia, la Teté y yo los hemos leído todos- dijo el Chispas-. Versitos de amor, y también sobre los Incas. No te avergüences, supersabio. Míralo cómo se ha puesto, papá.

– Tú apenas sabes leer, así que está difícil que hayas leído nada -dijo Santiago.

– No eres la única persona que lee en el mundo -dijo la señora Zoila-. No seas tan creído.

– Anda a escribir tus versitos afeminados, supersabio- dijo el Chispas.

– Qué han aprendido, para qué han ido al mejor colegio de Lima -suspiró la señora Zoila-. Se insultan como carreteros delante de nosotros.

– ¿Y por qué no me has contado que escribías versos? -dijo don Fermín-. Tienes que enseñármelos, flaco.

– Mentiras del Chispas y de la Teté -balbuceó Santiago-. No les hagas caso, papá.

Ahí estaba el jurado, eran tres, en el local se había instalado un temeroso silencio. Muchachos y muchachas vieron a los tres hombres cruzar el zaguán precedidos por un conserje, los vieron desaparecer en un aula. Que yo entre, que ella entre. Brotó de nuevo el zumbido, más espeso y rumoroso que antes, Aída y Santiago volvieron al patio del fondo.

– Vas a aprobar y con notas altas -dijo Santiago-, Te sabes las balotas con puntos y comas.

– No creas, hay muchas que sé apenas -dijo Aída-. Tú sí que vas a ingresar.

– Me pasé todo el verano chancando -dijo Santiago-. Si me jalan me pego un tiro.

– Yo estoy contra el suicidio -dijo Aída-. Matarse es una cobardía.

– Cuentos de los curas -dijo Santiago-. Hay que ser muy valiente para matarse.

– A mí no me importan los curas -dijo Aída, y los ojitos piensa: a ver, a ver, atrévete-. Yo no creo en Dios, yo soy atea.

– Yo también soy ateo --dijo Santiago, en el acto-. Por supuesto.

Reanudaron la caminata, las preguntas, a ratos se distraían, olvidaban los cuestionarios y se ponían a conversar, a discutir: coincidían, disentían, bromeaban el tiempo se iba volando y de pronto Zavala, Santiago! Apúrate, le sonrió Aída, y que le tocara una balota fácil. Atravesó una doble valla de postulantes, entró al aula del examen, y ya no te acuerdas, Zavalita, qué balota te tocó, ni las caras de los jurados, ni qué respondiste: sólo que salió contento.

– Se acuerda de la muchacha que le gustaba y lo demás ya se le borró -dice Ambrosio- Natural, niño.

Todo te gustaba ese día, piensa. El local que se caía de viejo, las caras color betún o tierra o paludismo de los postulantes, la atmósfera que hervía de aprensión, las cosas que decía Aída. ¿Cómo te sentías Zavalita? Piensa: como el día de mi primera comunión.

– Viniste porque era Santiago el que la hacía -hizo pucheros la Teté-. A la mía no viniste, ya no te quiero.

– Ven, dame un beso, no seas tontita -dijo don Fermín-. Vine porque el flaco se sacó el primer puesto, si hubieras sacado buenas notas también habría ido a tu primera comunión. Yo los quiero a los tres igual.

– Lo dices, pero no es cierto -se quejó el Chispas-. Tampoco fuiste a mi primera comunión.

– Con esta escena de celos le van a amargar el día al flaco, déjense de adefesios -dijo don Fermín-. Vengan, suban al carro.

– A la Herradura a tomar milk-shakes con hotdogs, papá -dijo Santiago.

– A la Rueda Chicago que han puesto en el Campo de Marte, papá -dijo el Chispas.

– Vamos a la Herradura -dijo don Fermín-. El flaco es el que ha hecho la primera comunión, hay Que darle gusto a él.

Salió del aula sonriendo, pero antes de llegar hasta Aída, ¿daban ahí mismo las notas, preguntas largas o cortas?, tuvo que soportar el asalto de los postulantes, y Aída lo recibió sonriendo: por su cara se veía que había salido bien, qué bien, ya no tienes que pegarte un tiro.

– Antes de sacar la balota, pensé mi alma por una fácil -dijo Santiago-. Así que si el diablo existe me iré al infierno. Pero el fin justifica los medios.

– Ni el alma ni el diablo existen -a ver, a ver-. Si crees Que el fin justifica los medios eres un nazi.

– Daba la contra en todo, opinaba sobre todo, discutía como si quisiera trompearse -dice Santiago.

– Una hembrita entradora, de ésas que un dice blanco y ellas negro, uno negro y ellas no, blanco -dice Ambrosio-. Mañas para calentar al hombre, pero que hacen su efecto.

– Claro que te espero -dijo Santiago-. ¿Te hago repasar un poco?

La historia persa, Carlomagno, los aztecas, Carlota Corday, factores externos de la desaparición del imperio austro-húngaro, el nacimiento y la muerte de Danton: que le tocara una balota fácil, Que aprobara.

Volvieron al primer patio, se sentaron en una banca.

Un canillita entró voceando los diarios de la tarde, el muchacho que estaba junto a ellos compró "El Comercio” y un momento después dijo desgraciados, era el colmo. Se volvieron a mirarlo y él les mostró un titular y la fotografía de un hombre con bigotes. ¿Lo habían metido preso, exilado o matado, y quién era el hombre? Ahí estaba Jacobo, Zavalita: rubio, escuálido, los claros ojos furiosos, el dedo curvado sobre la fotografía del diario, la voz arrastrada protestando, el Perú iba de mal en peor, un dejo extrañamente serrano en esa cara lechosa, donde se ponía el dedo brotaba pus como decía Gonzáles Prada, advertida alguna vez, a lo lejos y de paso, en las calles de Miraflores.

– ¿Otro de ésos? -dice Ambrosio-. Caramba, San Marcos era un nido de subversivos, niño.

Otro puro de ésos, piensa, en rebelión contra su piel, contra su clase, contra sí mismo, contra el Perú. Piensa: ¿seguirá puro, será feliz?

– No había tantos, Ambrosio. Fue una casualidad Que nos juntáramos los tres ese primer día.

– A esos amigos de San Marcos usted nunca los llevaba a su casa -dice Ambrosio-. En cambio, el niño Popeye y sus compañeros de colegio se las pasaban tomando té donde usted.

¿Te daba vergüenza, Zavalita?, piensa: ¿que Jacobo, Héctor, Solórzano no vieran dónde y con quién vivías, que no conocieran a la vieja y no oyeran al viejo, que Aída no escuchara las lindas idioteces de la Teté? Piensa: ¿Que la vieja y el viejo no supieran con quien te juntabas, que el Chispas y la Teté no vieran la cara de huaco del cholo Martínez? Ese primer día comenzaste a matar a los viejos, a Popeye, a Miraflores, piensa. Estabas rompiendo, Zavalita, entrando a otro mundo: ¿fue ahí, se cerraron ahí? piensa: ¿rompiendo con qué, entrando a cuál mundo?

– Me oyeron hablar de Odría y se fueron -Jacobo señaló al grupo de postulantes que se alejaba y los miró a ellos con una curiosidad sin ironía-. ¿También ustedes tienen miedo?

– ¿Miedo? -Aída se enderezó violentamente en la banca-. Yo digo que Odría es un dictador y un asesino, y lo digo aquí, en la calle, en cualquier parte.

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