Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Sentí una oleada de solidaridad de los niños y del maestro Rojo, que me miraban y asentían con la cabeza mientras disimulaban los bostezos.

– Lo que no puedo entender -objetó fríamente Lao Jiang- es por qué quiere parar ahora, Elvira. Estamos tan cerca de conseguir nuestro objetivo que casi podemos tocarlo con las manos. Dormir estando frente a la puerta del tesoro me parece lo más absurdo que he oído en mi vida. No es momento de descansar; es momento de resolver la combinación de este maldito cerrojo para obtener aquello por lo que abandonamos Shanghai y hemos puesto mil veces nuestras vidas en peligro durante los últimos meses. ¿Es que no lo entiende?

Se volvió a mirar al maestro Rojo y le dijo:

– ¿Está usted conmigo?

El maestro cerró los ojos y no se movió pero, tras unos segundos de vacilación, le vi ponerse en pie lentamente. Lao Jiang era el demonio. No tenía piedad con nadie. Volviéndose hacia los niños les preguntó:

– ¿Y vosotros dos?

Fernanda y Biao me miraron en busca de la respuesta. Hubiera querido matar al viejo anticuario, en serio, pero no era el momento de mancharme las manos de sangre ni de dividir al grupo ni tampoco de provocar discusiones. Podíamos aguantar un rato más. Cuando cayésemos lo haríamos como plomos y estaríamos en coma durante varias horas.

– Prepararé más té -dije levantándome de mi asiento y haciendo con la cabeza un gesto a los niños para que fueran con Lao Jiang y el maestro Rojo.

Mientras calentaba el agua, les oía conversar. Fernanda y Biao habían recogido los cilindros de las mesas y, ahora, los dos hombres, sentados en el suelo, los examinaban.

– Están numerados en sus bases desde el número uno hasta el ochenta y uno -dijo Lao Jiang.

– Cierto, cierto… -murmuró, adormilado, el maestro.

– ¿Por qué no estudian el diseño del suelo y de la losa? -pregunté echando las hojas de té en el agua caliente-. Quizá deberían hacerlo antes de seguir con los números.

– El diseño no tiene ningún problema, Elvira -me dijo Lao Jiang-. Se trata de un cuadrado de nueve casillas por nueve casillas, todas iguales y todas con un agujero en el centro para encajar estos ochenta y un cilindros. El problema es la disposición, el orden en el que deben ser colocados.

– Pregunten a Biao -les aconsejé, sacando las hojas de té de las tazas.

Los dos hombres se miraron y, muy despacio aunque con fría decisión, Lao Jiang se levantó y cogió al niño por el cogote, acercándole al gran cuadrado y los cilindros. Biao estaba agotado, se le cerraban los ojos de sueño y supe que no iba a servir de mucha ayuda.

– Hay que empezar por el principio -musitó, arrastrando las palabras-. Por el jiance, como en el Bian Zhong. ¿Qué dice exactamente el arquitecto?

– ¿Otra vez? -se enfadó Lao Jiang.

– Dice que, en el quinto nivel -recordé mientras le alargaba una taza de té al pobre niño-, hay un candado especial que sólo se abre con magia.

– Con magia -repitió él-. Esa es la clave. Magia.

– ¡Este niño es tonto! -exclamó Lao Jiang, soltándole de golpe.

– ¡No vuelva a insultarle! -me enojé-. Biao no es tonto. Es mucho más inteligente que usted, que yo y que todos los demás juntos. Como vuelva a hacerlo se quedará solo para resolver el problema. Los niños y yo tenemos bastante con las joyas del palacio funerario.

Un rayo de ira salió disparado de los ojos del anticuario, traspasándome de parte a parte, pero no me asustó. De ningún modo le iba a consentir que humillara a Biao porque él estuviera impaciente por llegar al tesoro.

– Verá, Da Teh -intervino en ese momento el maestro Rojo, que seguía estudiando el tablero del suelo como si a su alrededor no ocurriera nada-, quizá Biao tenga razón, quizá la clave de este enigma sea la magia.

El anticuario permaneció en silencio. Al maestro no se atrevía a insultarlo pero se le veía en la cara que estaba pensando de él lo mismo que de Biao.

– ¿Se acuerda de los «Cuadrados Mágicos»? -le preguntó el monje y, entonces, la cara de Lao Jiang cambió. Una luz le recorrió el rostro.

– ¿Es un «Cuadrado Mágico»? -preguntó incrédulo.

– Es posible. No estoy seguro.

– ¿Qué es un «Cuadrado Mágico»? -quise saber, inclinándome a mirar con curiosidad.

– Uno en el que los números colocados en su interior suman lo mismo tanto en vertical como en horizontal y en diagonal. Es un ejercicio simbólico chino de miles de años de antigüedad -me explicó el maestro Rojo-. En China existe una tradición muy antigua que relaciona la magia con los números y los «Cuadrados Mágicos» son una expresión milenaria de esa relación. La leyenda más antigua dice que el primer «Cuadrado Mágico» lo descubrió… -el maestro Rojo se echó a reír-. Nunca lo adivinaría.

– Dígamelo -pedí impaciente.

– El emperador Yu, el de los «Pasos de Yu». La leyenda cuenta que lo que Yu vio en el caparazón de la tortuga gigante que salió del mar fue, en realidad, un «Cuadrado Mágico».

Pero ¿cuántas versiones había de lo que Yu había visto en la dichosa tortuga? El maestro Tzau me había dicho que se trataba de los signos que dieron origen a los hexagramas del I Ching, el maestro Jade Rojo que si la ruta de la energía a través de las Nueve Estrellas del Cielo Posterior y, ahora, de nuevo el maestro Jade Rojo me explicaba que, en realidad, lo que había en el caparazón del animal era un «Cuadrado Mágico».

– Oiga, maestro Jade Rojo -protesté-, ¿no le parece que esa pobre tortuga llevaba demasiadas cosas en su concha como para poder salir del mar? Ya he escuchado tres versiones distintas de la misma historia.

– No, no, madame. En realidad, todas dicen lo mismo. Es complicado de explicar pero, créame, no hay diferencias entre las tres. Verá, ¿recuerda la ruta de la energía qi que seguimos a través de los puentes colgantes?

La música de la seguidilla Por ser La Virgen de la Paloma empezó a sonar en mi cabeza.

– Claro que la recuerdo -repliqué, ufana-. Norte-suroeste-este-sureste-centro-noroeste-oeste-noreste-sur.

Todos me miraron con cara de sorpresa.

– ¿Qué ocurre? -proferí muy digna-. ¿Es que no puedo tener buena memoria?

– Por supuesto que sí, madame. En fin, bueno… Sí, ésa es exactamente la ruta de la energía. -Se detuvo un momento, aún bajo los efectos de la sorpresa-. El caso es que no recuerdo lo que iba a decir… ¡Ah, sí! Verá, si tomamos la ruta y vamos numerando del uno al nueve las columnas cuadradas por las que pasamos, el norte sería el uno, el oestesur el dos, el este el tres… y así hasta llegar al sur que sería el nueve (y recuerde que el sur está arriba y el norte abajo, según el orden chino). Si ahora considera esas columnas como casillas dentro de un cuadrado de tres por tres, tendrá el primer «Cuadrado Mágico» de la historia, con más de cinco mil años de antigüedad. Y ese «Cuadrado Mágico» fue el que encontró el emperador Yu en el caparazón de la tortuga. Lo curioso es que, si hace lo mismo siguiendo la ruta de la energía en sentido descendente, se forma otro «Cuadrado Mágico» distinto.

Intenté imaginar lo que decía el maestro y vi, con alguna dificultad por el sueño y el cansancio, tres líneas de números: la de arriba formada por el cuatro, el nueve y el dos; la del centro, por el tres, el cinco y el siete; y la de abajo por el ocho, el uno y el seis. Todas esas filas sumaban quince. Si también sumaba las columnas el resultado seguía siendo quince y lo mismo pasaba con las diagonales. Así que eso era un «Cuadrado Mágico». Me pareció un poco tonto perder el tiempo en esos entretenimientos matemáticos. ¿Quién podía dedicarse a inventar cosas así?

– Emocionante -mentí-. Y supongo, por lo que dice, que ese gigantesco tablero de ochenta y una casillas debe de ser uno de esos «Cuadrados Mágicos».

– Es la única solución que se me ocurre -repuso el monje con pesar-. En tiempos del Primer Emperador era un ejercicio de matemática elevada cuyo secreto sólo conocían algunos maestros geománticos por su relación con el Feng Shui. Recuerde que el Feng Shui era una ciencia secreta, sólo disponible para los emperadores y sus familias.

– ¿Y entonces se supone que tenemos que colocar esos ochenta y un cilindros de manera que sumando todas las filas, todas las columnas y también todas las diagonales el resultado sea siempre el mismo? -pregunté espantada. Aquello era una locura.

– Si se tratara de eso, madame, podríamos darnos por perdidos. No hay nada más complicado en este mundo que concebir un «Cuadrado Mágico» y no digamos si, además, es tan grande como éste, de nueve por nueve. Si fuera de tres por tres, como el de la ruta de la energía, o de cuatro por cuatro, a lo mejor tendríamos alguna esperanza, pero me temo que hemos topado con un problema imposible. Creo que estamos ante el candado más seguro del mundo.

– No es de extrañar, considerando lo que protege -rezongó Lao Jiang.

– ¿Y qué podemos hacer?

– Nada, madame. Desde luego, vamos a intentarlo pero, ¿qué posibilidad existe de dar con la alineación correcta de los ochenta y un rollos de piedra por puro azar? Creo que hemos llegado al final del camino.

– ¡No sea tan pesimista, maestro! -explotó Lao Jiang caminando de un lado a otro como un tigre enjaulado-. ¡Le aseguro que no vamos a salir de aquí hasta que lo logremos!

– ¡Pues déjenos dormir! -me enfadé-. Todos pensaremos mejor después de unas horas de sueño.

El anticuario me miró como si no me conociera y continuó con su desesperado paseo de una esquina a otra del tablero.

– Durmamos -concedió, al fin-. Mañana resolveremos esto.

Y así fue como pudimos extender los k'angs y descansar después de aquel día tan raro y extenuante. Recuerdo que tuve muchos sueños extraños en los que mezclaba todo tipo de cosas: los Bian Zhong con las brillantes carpas de los jardines Yuyuan, la anciana monja Ming T'ien con el camino de turquesas que había dejado en el segundo nivel del mausoleo, las flechas de las ballestas con el abogado de Rémy, Monsieur Julliard… Fernanda caía por un pozo enorme y no podía sacarla, Lao Jiang rompía con el bastón que usaba en Shanghai las estatuas de los siervos del Primer Emperador, el maestro Rojo y Biao se arrastraban por el suelo sobre el tablero de las ochenta y una casillas… Cuando abrí los ojos no sabía dónde me encontraba. Como siempre, los demás ya estaban en pie, desayunando, así que me había perdido los ejercicios taichi.

72
{"b":"87969","o":1}