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Y así fue como, en 1941, mi colección de pinturas y yo partimos rumbo a Nueva York en transatlántico y, luego, atravesamos en un tren especial aquel inmenso país de costa a costa hasta llegar a la ciudad de Los Ángeles. Tres meses después llegó mi sobrina con los pequeños. Como en casa de Biao no había sitio para tanta gente, compré una villa preciosa en Santa Mónica, donde se concentraban casi todas las galerías de arte de Los Ángeles, y también me compré un automóvil.

Al terminar la guerra, André dejó el cuerpo diplomático francés y se vino a California para trabajar como directivo en una empresa de exportación de cítricos donde le fue muy bien y prosperó mucho. Pero quien realmente prosperó fue Fernanda, que entró a trabajar por pura casualidad en el departamento de Asuntos Legales y Negocios de los estudios de cine Paramount, y hoy en día es el terror de los representantes artísticos de los actores más importantes de Hollywood. Los estudios están encantados con ella y yo sé por qué.

Ahora tomo el sol y sigo pintando. No me convertí en una pintora famosa pero sí en una famosa coleccionista y en una importante mecenas de grandes pintores. Ya soy muy mayor. Demasiado. Pero eso no me impide ir a la playa con mis nietos, ni nadar en la piscina de casa, ni conducir mi automóvil. Mi médico dice que tengo una salud de hierro y que seguramente llegaré a cumplir los cien años. Yo siempre le digo:

– Doctor, hay que vivir aprendiendo a reconocer lo que hay de bueno en lo malo y lo que hay de malo en lo bueno.

Y él se ríe y afirma que tengo unas ideas muy raras. Como ésa de hacer ejercicios taichi todas las mañanas al levantarme. Yo también me río pero, entonces, recuerdo a la vieja Ming T'ien mirando aquellas hermosas montañas que no veía:

– Actuar precipitadamente acorta la vida -me repite una y otra vez sin dejar de sonreír.

– Sí, Ming T'ien -le respondo.

– ¡Y acuérdate de mí cuando llegues a mi edad! -me grita antes de desaparecer.

Y, entonces, sigo moviendo mi energía qi en el jardín de casa, bajo el sol, con calma, con el pelo suelto como recomendaba el Emperador Amarillo.

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