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Dejé los mazos sobre la mesilla y me dispuse a pasar un rato de aburrimiento hasta que al maestro Rojo se le ocurriera alguna brillante idea que nos permitiera averiguar qué debíamos hacer con aquellas hermosas campanas. Por no malhumorarme saqué una bola de arroz de mi bolsa y empecé a mordisquearla. Estaba seca. Un té caliente me hubiera venido bien, pero con el arroz, al menos, se me calmaba el estómago. Para entretenerme mientras comía, me dio por contar campanas. Con el ideograma Metal, el de la casita, sólo había cinco Bian Zhong, con el de Tierra, nueve, con el de Fuego, trece, con el de Madera, diecisiete y con el de Agua, veintidós. Si Biao hubiera estado allí, seguramente ya habría encontrado alguna relación numérica entre esas cifras. De todos modos, no era difícil: la serie se cumplía casi a la perfección sumando cuatro al número anterior, es decir, si había cinco casitas, cinco más cuatro, nueve campanas con el ideograma Tierra. Si a las nueve Tierras le sumábamos cuatro, teníamos los trece Fuegos. Trece Fuegos más cuatro, diecisiete Maderas. La cosa no terminaba de encajar con el Agua, porque, según la serie, debería haber veintiuna campanas con el carácter Agua, pero había veintidós. Sobraba una, y de Agua precisamente, el elemento regente del reinado de Shi Huang Ti, además de que había más campanas de Agua que de ningún otro elemento. El Agua era lo más abundante en aquel Bian Zhong. Y, después, en orden decreciente, la Madera, el Fuego, la Tierra y el Metal. ¿Qué había dicho el maestro de Wudang sobre los Cinco Elementos? Recordaba vagamente algo sobre que eran distintas manifestaciones de la energía qi, que todos estaban relacionados entre sí y con otras cosas como el calor y el frío, los colores, las formas… Vaya, ¿por qué había tenido que dejarles a los niños mi libreta con las anotaciones? Hice un esfuerzo de memoria visual, intentando recordar no lo que había dicho el maestro de Wudang sino lo que yo había dibujado. ¿Qué apunte había tomado usando unos animales? Ah, sí, ya me acordaba: había pintado los cuatro puntos cardinales con una tortuga negra al norte representando el elemento Agua, un cuervo rojo al sur que era el Fuego, un dragón verde al este para la Madera, un tigre blanco al oeste simbolizando al Metal y una serpiente amarilla en el centro que era el elemento Tierra.

Bueno, pero todo eso no me servía de nada. Continuaba sobrándome Agua en aquel carillón gigantesco que debía de pesar varias toneladas. Me alejé para tomar asiento en el suelo junto al maestro Rojo. Lao Jiang me siguió.

– ¿Y bien, maestro? -le preguntó.

– Podría tratarse de algún tipo de composición musical basada en cualquiera de los dos ciclos de los Elementos, el creativo y el destructivo.

Lao Jiang asintió con la cabeza. Yo no recordaba haber escuchado nada sobre esos dos ciclos aunque a lo peor sí y lo había olvidado.

– ¿Qué ciclos son esos, maestro Jade Rojo?

– Los Cinco Elementos están estrechamente relacionados entre sí, madame -me explicó-. Sus vínculos pueden ser creativos o destructivos. Si son creativos, el Metal se nutre de la Tierra, la Tierra se nutre del Fuego, el Fuego se nutre de la Madera, la Madera se nutre del Agua y el Agua se nutre del Metal, cerrando el ciclo. Si, por el contrario, sus vínculos son destructivos, el Metal se destruye por el Fuego, el Fuego se destruye por el Agua, el Agua se destruye por la Tierra, la Tierra se destruye por la Madera y la Madera se destruye por el Metal.

Algún Bian Zhong resonó dentro de mi cabeza al oír aquella retahíla de elementos nutriéndose y destruyéndose mutuamente.

– ¿Podría repetirme el primer ciclo, por favor, el creativo? -le pedí al maestro Rojo.

Me miró extrañado pero hizo un gesto afirmativo.

– El Metal se nutre de la Tierra, la Tierra se nutre del Fuego, el Fuego se nutre de la Madera, la Madera se nutre del Agua y el Agua se nutre del Metal.

– ¿Empieza por el Metal debido a alguna razón o podría hacerlo por cualquiera de los otros Elementos?

– Bueno, así los aprendí y así suelen venir en los libros más antiguos pero, si usted lo desea, puedo decirle el ciclo empezando por el Elemento que me pida.

– No, no es necesario, gracias. ¿Podría repetirlo completo otra vez?

– ¿Otra vez? -se alarmó Lao Jiang.

– Por supuesto, madame -consintió amablemente el maestro-. El Metal se nutre de la Tierra…

Cinco campanas con el ideograma Metal; cinco más cuatro, nueve campanas con el ideograma Tierra.

– … la Tierra se nutre del Fuego…

Nueve campanas con el ideograma Tierra; nueve más cuatro, trece campanas con el ideograma Fuego.

– … el Fuego se nutre de la Madera…

Trece campanas con el ideograma Fuego; trece más cuatro, diecisiete campanas con el ideograma Madera.

– … la Madera se nutre del Agua…

Diecisiete campanas con el ideograma Madera; aquí me fallaban las cuentas porque diecisiete más cuatro eran veintiuno y tenía veintidós campanas con el ideograma Agua.

– … y el Agua se nutre del Metal, cerrándose así el círculo para volver a empezar. ¿Por qué le interesa tanto el ciclo creativo de los Cinco Elementos?

Les conté lo del número creciente de campanas según el ciclo creativo y lo de esa campana de Agua que me sobraba aunque no sabía por qué.

El maestro se quedó muy pensativo.

– El ciclo creativo… -repitió, al fin, en susurros.

– Sí, el ciclo creativo -le confirmé-. ¿Qué pasa con él?

– La nutrición, madame, el sustento que vigoriza y robustece, un elemento alimentando al siguiente para que sea más fuerte y poderoso y pueda, a su vez, alimentar al siguiente y ése a otro y así hasta volver al punto de origen. Hay algo en lo que usted no se ha fijado. Supongamos que esa campana del Elemento Agua que le sobra, en realidad no le sobrase sino que fuera el principio, el origen de esa cadena de elementos reforzándose unos a otros. Empezaríamos, pues, por una campana del elemento Agua a la que sumaríamos cuatro para seguir con ese incremento que usted ha descubierto y, ¿qué tendríamos? Cinco campanas del Elemento Metal, las que usted situaba en primer lugar, y de este modo, incluso, encajarían perfectamente las veintiuna Bian Zhong que antes tanto le estorbaban cuando eran veintidós. Así pues, ¿qué tenemos? Un diseño de nutrición entre los Cinco Elementos que empieza y termina con el Agua, fundamento y emblema del Primer Emperador.

– Pero ¿qué tiene que ver todo eso con las campanas? -preguntó desconcertado Lao Jiang.

– Aún no lo sé, Da Teh -repuso el maestro poniéndose ágilmente de pie y caminando hacia el Bian Zhong -, pero no es rara casualidad numérica. Probablemente hayamos dado con la partitura musical aunque no sepamos interpretarla.

El anticuario y yo le seguimos hasta colocarnos a su lado, frente al gran bastidor de bronce, pero no vi nada que no hubiera visto antes y tampoco se me ocurrió cómo llevar aquel ciclo creativo hasta las sesenta y seis campanas con adornos de oro y plata que colgaban, tranquilas, de sus elegantes asas.

– ¿Empezamos golpeando la campana de Agua más grande? -aventuré.

– Probemos -admitió esta vez Lao Jiang, adelantándose para coger los mazos antes que yo. Con paso decidido se dirigió a la derecha del mueble, donde estaban las Bian Zhong más grandes, buscó el ideograma del Elemento Agua y golpeó. El sonido, grave y hueco, reverberó ahogadamente durante un buen rato, pero no ocurrió nada.

– ¿Debería golpear ahora las cinco campanas del Elemento Metal? -preguntó Lao Jiang.

– Adelante -dijo el maestro-. Hágalo por tamaño, de mayor a menor. Si no funciona, lo haremos al revés.

Pero tampoco sucedió nada. Ni tampoco cuando, después, tañó las nueve campañas de Tierra, las trece de Fuego, las diecisiete de Madera y las veintiuna de Agua. Un rato antes, Lao Jiang se había quejado del ruido que hacía yo golpeando las campanas pero ahora se le veía muy a gusto divirtiéndose con los mazos. Ver para creer. Cuando tocaba él, el sonido no le molestaba. La repetición de la serie al revés tampoco produjo resultados así que terminamos regresando al suelo, absolutamente desanimados y con los oídos medio sordos.

– ¿Qué se nos está escapando? -pregunté desolada-. ¿Por qué no damos con la dichosa partitura?

– Porque no es una partitura, tai-tai, es una combinación de pesos -dijo una voz tímida a nuestra espalda.

¿Tai-tai… ? ¿Biao…? ¡Fernanda!

– ¡Fernanda! -grité, poniéndome en pie de un brinco y dirigiéndome hacia los travesaños de hierro a toda velocidad para mirar hacia arriba, hacia la trampilla-. ¡Fernanda! ¡Biao! ¿Qué demonios estáis haciendo aquí?

Sus miserables cabezas se divisaban muy pequeñas, apenas asomadas a los bordes del agujero. El silencio fue mi única respuesta.

– ¡Biao! ¿Qué te dije, eh? ¿Qué te dije, Biao?

– Que no fuera detrás de Lao Jiang y de usted por mucho que la Joven Ama me lo ordenara.

– ¿Y qué has hecho tú, eh, qué has hecho? -Me había puesto como una fiera. Sólo de imaginarlos bajando por los puentes de hierro me hervía la sangre.

– Seguir al maestro Jade Rojo -contestó humildemente.

– ¿Cómo? -chillé.

– No se enfade tanto, tía -me pidió Fernanda usando un chapucero tonillo condescendiente-. Usted le ordenó que no siguiera ni a Lao Jiang ni a usted y él lo ha cumplido. Ha seguido al maestro Jade Rojo.

– ¡Pero ¿y tú, desvergonzada?! Te prohibí terminantemente que te movieras de allá arriba.

– No, tía. Usted me ordenó que me quedara con Biao. Me dijo textualmente: «Si no te quedas con Biao te meteré interna en un colegio de monjas francesas.» Yo sólo he hecho lo que usted me dijo. Me he quedado con Biao todo el tiempo, se lo prometo.

¡Por el amor del cielo! Pero ¿qué les pasaba a aquellos dos niños? ¿Es que no tenían conciencia del peligro? ¿Es que no sabían lo que era obedecer una orden? Y ahora que ya estaban aquí no podía ordenarles que volvieran a subir. Además, ¿cómo habían bajado los puentes? ¿Cómo habían sabido qué camino tenían que seguir?

– Les estuvimos viendo bajar -me explicó mi sobrina- y Biao dibujó la ruta en su libreta.

– ¡Devuélveme mi libreta y mis lápices ahora mismo, Biao!

El niño desapareció de mi vista para reaparecer por los pies, descendiendo lentamente travesaño a travesaño. Cuando llegó a mi lado le tendí una mano imperiosa y él, acobardado, me entregó mis cosas. Cogí el cuaderno, busqué la última hoja utilizada y descubrí el dibujo. El esquema era correcto, estaba bien trazado y presentaba marcas de flechas que indicaban el cambio de sentido de la energía en los niveles impares. Eran muy listos aquellos dos pero, sobre todo, eran desobedientes y la más desobediente de ambos era mi sobrina, la cabecilla del equipo. Aquél no era el momento para hablar sobre lo sucedido ni tampoco para pensar en un castigo magistral e inolvidable, pero ese momento llegaría, antes o después llegaría y Fernanda Olaso Aranda se iba a acordar de su tía durante el resto de su vida.

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