Bienzobas tenía la oratoria eficaz y la gesticulación condicionada por el total esfuerzo de que el cuaderno no se le despegara de los ojos. No soportaba que se le recomendara ponerse gafas, sobre todo desde que en una reyerta le habían roto las que mejor le habían ido en su vida, encontradas en un contenedor del paseo de Gracia. Las gafas estropean la vista, sostenía, y las graduadas aún peor, porque las hacen mal ex profeso, para que gastes en óptico y en oftalmólogo. Así que se pegó el papel a los ojos e improvisó un resumen en función de los datos en presencia.
– Lo más productivo ha sido lo de las basuras. Hemos examinado las que hemos podido, dentro del circuito que nos señalaste, Cayetano. Las de Vía Layetana nos han demostrado que esa gente no escarmienta y hay notas del jefe en las que comenta las relaciones con un tal Aquiles y los riesgos de recomponer operativos paralelos hispano-argentinos. Es el borrador de una nota que envía al delegado del gobierno de España. De los restos dejados por el llamado Aquiles en el hotel Juan Carlos se ha hecho cargo la hija del Careto, que está allí de limpiamierdas de lujo. También tenemos las llamadas desde el hotel de Aquiles a Argentina. Se le ha seguido en sus conexiones con los chulais de la cabeza rapada y la moto. Lo del detective privado eso ha sido mascao. Le desparrabaron el despacho y dedicamos a tres compañeros a hacer el inventario de las virutas. De ese percha lo sabemos todo, también de su pinche y de una tal Charo, que era puta de teléfono y ahora está en Andorra de recepcionista, enchufada por un alto cargo de la Generalitat. Olavarría y Osorio, van detrás del gordo como los sobrinos del pato Donald detrás del pato Donald. En cuanto a la Samuelson, se ha dado puerta con el artista de la Villa Olímpica y están escondidos en una casa de Vallvidrera de la que sólo salen papeles escritos en latín y declaraciones de renta y potes que huelen a lomo adobado. Bref, como se dice en francés, dispones, Cayetano, de un triángulo de evidencias que es la rehostia: el argentino Aquiles, la cúpula político-policial y los fachas musculitos cabezas rapadas. Por sus desperdicios les conoceréis.
– Bien, muy bien, lo de siempre -había tomado la palabra Reme-. ¿Y ahora qué? ¿Los desperdicios son pruebas? ¿Qué juez admitirá las basuras como pruebas?
– No hacen otra cosa -opuso Bienzobas.
– Imaginemos que Cayetano se traga el marrón. ¿Cómo vehiculamos esa información?
Cayetano carraspeó y se sacó un papel de barba redoblado, lo desplegó, su boca desdentada anunció:
– Aquí está todo por escrito y en papel de barba y con una póliza de tres pesetas.
– ¿Por qué de tres pesetas?
– Porque levanté una partida de pólizas de tres pesetas descoloridas, de mal enganchar, del container aquel de Rambla Cataluña, el de delante del notario.
– Lo que no tenga ése.
La Reme y Cayetano caminaron juntos hasta el parking de la Garduña, allí la mujer se metía en la Boquería en busca de sardinas rotas que le guardaba una pescadera para sus gatas. Insistía la Reme en que lo primordial era Organización, Organización y Organización, siempre y cuando la organización respondiera a un Programa, Programa, Programa, porque un día u otro los mendigos deberían pasar por una fase constituyente.
– De cualquier moco te hacen una ONG. ¿Por qué no nosotros?
La Reme había militado en un partido más comunista que el comunista y se le notaba, pensaba Cayetano mientras se acercaba al lugar de la detención, donde guardaba el carrito con sus bienes, lugar conocido también por Lifante. Allí estaban esperándole como buitres convocados por el olor a carroña. Le dijeron las chorradas de siempre, con la sorna de siempre y se sorprendieron cuando Cayetano dijo muy serio:
– Como es una detención y además reiterativa, exijo la presencia de mi abogado de oficio.
Si es de oficio es que no tienes abogado, por lo tanto no es correcto decir mi abogado de oficio.
Bienzobas tenía la oratoria eficaz y la gesticulación condicionada por el total esfuerza de que el cuaderno no se le despegara de los ojos.
Ya en comisaría, Lifante introducía las precisiones lingüísticas, mientras Celso Cifuentes canturreaba a veces y otras gritaba:
– ¡Marchando, un abogado de oficio!
Llegó el abogado que era abogada. Rubita, tan joven que iba con el carnet de identidad en la boca, tan tímida que apretaba el bolso con las dos manos, no fueran a robárselo los policías; tan blanca que parecía víctima de los peores soles de los peores barrios de la ciudad y tenía una voz de campanita de cristal, en fin, pensó Cayetano, de buten, de buten, al comprobar el efecto sedante que la muchacha provocaba en los policías. Pidió permiso para sincerarse con su abogada de oficio y Lifante le dejó hacer.
– Habla. Habla. Todo está más claro que el agua.
Era respeto y miedo lo que la muchacha sentía por aquel sucio andrajo antropomórfico, sin dientes y con los ojos enrojecidos por el sueño y la malicia.
– Señorita, quieren que me coma un marrón.
– Ni marrones, ni hostias.
Dijo la rubita con determinación pero patinando en la segunda ese de hostias, como si no soliera emplear la palabra.
– ¿Cómo se llama Vd.?
– Cayetano Álvarez del Pas y Ruiz Urdiales. ¿Y usted, señorita, su gracia?
– Margarita González.
– A Vd. la tengo vista yo por Nou Barris.
– Vivo allí con mis padres.
Cayetano se tocó los codos y le guiñó un ojo.
– Yo conozco a media Barcelona, porque yo les veo a Vds. y Vds. o no me ven o no quieren verme, ¿comprende, señorita? Durante una época me dediqué a lo de pedigüeño moribundo, con un perrito dormido y un cartelón donde decía ¡Tengo hambre! Los perritos excitan la piedad de la gente, más que nosotros. Un buen perro patético, de esos de ojos grandes y tristes, es una mina. Pero yo quería decirle, señorita, que mientras te haces el longuis puedes observar la reacción de la gente, llegas a conocerles y memorizas muchos rostros. Con que de Nou Barris ¿eh? Una hija del pueblo, se lo ha ganado todo a base de codos. Me gusta. Siga mi juego, señorita. De hijo del pueblo a hija del pueblo, no se escandalice, no se asuste por nada, que Cayetano tiene muchas noches al sereno sobre sus espaldas y al sereno es como se conoce el sentido de la vida, señorita. Vd. debe tener amigos en la prensa. Periodistas jóvenes, de su edad, sin malear. ¿Puede movilizarlos? Los vagabundos no tenemos prensa.
Se impacientaba Lifante, ya estaba su amanuense ante la máquina a la espera del verbo de Cayetano.
– Vas a colaborar, Cayetano, porque tenemos horas y horas y las cosas están claras. Tú y la Palita formáis una sociedad digamos que de negocios y amatoria, de pronto se presenta el argentino ése, os rompe la pareja y tú venga aguantar, hasta que se te acaba la paciencia, se te cruzan los cables y se te nubla la vista.
– Locura transitoria.
Aporta Celso Cifuentes.
– Ya encontrarán algo más espectacular. Cayetano. Te arrastras todo el día por la calle. Te van a meter en chirona años ¿tres? No más. A cuerpo de rey.
Sonreía Cayetano, negaba con la cabeza, ofrecía su mejor sonrisa desdentada a su abogada. De pronto, se echaba a reír. Luego lloraba.
– Es que es una persecución, no hay día que no me detengan y me pongan en cueros.
– ¿En cueros? ¿Estás en cueros, ahora? ¿Te creces porque tienes a tu abogada?
– Siempre me dejan en pelota, señorita, y es cosa sabida que en la cárcel te has de proteger el culo y en comisaría los cojones.
Hizo una seña Lifante a la abogada para que le siguiera y en un rincón de la estancia le habló protector.
– La cosa está clara, señorita. No lo ha admitido todo porque está Vd. y lo más lógico es que Vd. le aconseje que colabore. Aquí entre nosotros, es un caso menor, entre gente que está fuera de juego. ¿Qué interés tenemos en cargarle a este tío de cadenas? ¿Y el juez? Le va a dedicar diez minutos.
Pero la mirada de Lifante se ha agudizado, por encima del hombro de la rubia ha visto a Carvalho buscando algo o a alguien por el pasillo.
– Disculpe.
Va Lifante a por el detective, pero repiensa su movimiento y reclama su atención con un chist que alerta a toda la brigada. Carvalho se acerca a la extraña pareja compuesta por el semiólogo y la muchacha descolorida.
– ¿Turismo?
– Cadáveres. Lo de Pepita de Calahorra clama al cielo. Este caso se le complica, Lifante.