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12. ELLA ERA UNA SERPIENTE PUTÓN

El mendigo entró en el comedor contempló el espectáculo de los indigentes comiendo sin respirar, pero sus ojos seleccionaron a Cayetano, sentado ante la comida humeante. Se puso en fila el recién llegado para que le llenaran de estofado el plato metálico unas monjas y bien provisto buscó sitio junto a Cayetano. Tenía los modales bruscos y Cayetano tuvo que apartarse, para hacerle sitio. El mendigo recién llegado olió desconfiado la comida y repasó su contenido con la cuchara, como si seleccionara sospechosos restos de otras comidas, con un ligero asco en la cara.

– Huele a nabos -nadie le contestó e insistió-Huele a nabos.

– Hay nabos -contestó Cayetano-Los nabos son baratos y alimentan.

– No soporto los nabos -pero comió como todos los demás-Un día de estos me dedico al coco y adiós -volvió a comer y examinó a Cayetano-Se nota que tu has sido otra cosa.

– Aquí todo el mundo ha sido otra cosa.

El mendigo forastero hizo un repaso visual desdeñoso de todo el entorno humano.

– Es posible, pero poca cosa. Yo llevo cuatro semanas en la calle. El gobierno socialista me arruinó el negocio y este nuevo gobierno me da tanto asco como el anterior. Los políticos son los enemigos de los hombres de negocios. A este del bigotillo alguien tendría que afeitarlo.

– ¿Quién es el del bigotillo?

– Aznar

Cayetano enseñó sus encías sin dientes desde la decidida voluntad de sonreir.

– Bien venido a la morgue-respondió Cayetano.

– Dirás la mugre. No soporto la mugre.

Al acabar de comer, salieron Cayetano y el mendigo al exterior. Cayetano recuperó su carro cargado de cartones y tesoros de contenedor. Caminaban silueteados contra el horizonte de Pueblo Nuevo. Cayetano se detuvo y sacó una botella roñosa de entre el variopinto contenido de su carrito, la destapó y bebió amorrado a la botella. Chasqueó la lengua con satisfacción.

– Orujo. No se que haría yo sin el orujo. Mi exmujer bebía grappa, pero donde se ponga el orujo-tendió la botella a su nuevo conocimiento y adivinó su prevención-No tengo el SIDA.

– ¿Cómo lo sabes?

– Cada vez que me detiene la pasma, me interrogan en pelota. No sabes lo desnudo que te quedas cuando te obligan a quedarte desnudo, tío. Yo siempre pillo un mal malo, me hospitalizan, los análisis son de pintura. No tengo nada. Ni colesterol. No hay nada como la miseria para estar sano.

El reservón bebió un largo trago de orujo ante la alarma de Cayetano.

– ¡Te la vas a acabar!

Llegaron a un horizonte de vertederos y buscaron las ruinas de lo que había sido un poblado de chabolas derribadas para una urbanización alto standing, leyó Cayetano en inglés con acento madrileño. Se sentaron en lo que había sido suelo de chabola.

– Cuando tengo a la policía encima me esfumo del centro de Barcelona. Yo no me trabajo el centro porque hay mucha competencia y la gente en el centro tiene demasiada prisa, en este país todo el mundo tiene demasiada prisa-dijo Cayetano.

– ¿Que quería de ti la policía?

– Buscan a quien mató a la Palita.

– ¿La Palita?

– Fue mi compañera, un putón, una serpiente putón.

– Serpiente putón.

– Serpiente vaca y putón vaca. Era una como una vaca. La apuñalaron y la dejaron seca en el metro. No. No bajo al centro. Sólo voy a que me den algo de comer. Porque les gusta dar de comer a los mendigos. A veces como sin hambre, pero te tienen cariño se les dejas ser caritativos. También iba la Palita, por lo mismo, aunque ella tenía muy mala leche y cuando estaba borracha la armaba.

– ¿Quien pudo matarla?

– Se abría de piernas para todos los del oficio pero a veces era muy suya y no se abría le dieras lo que le dieras, aunque fuera una paliza. Tuvo que ser eso. Un joputa que quiso follársela y ella no se dejó-el silencio del otro incitó a Cayetano a volver a hablar-Tal vez aquel antiguo novio, no era de los nuestros. Venía a comer con nosotros pero no era de los nuestros.

Se tumbó a mirar el cielo y cerró un ojo mientras con el otro examinaba a su compañero.

– ¿ En qué curras? ¿Cómo te llamas?

– Llámame Curro, ya que hablas de currar. De momento estoy orientándome. He currado en el taller de La Modelo y tengo cuatro cucas para ir resistiendo mientras examino la situación y el pongo el ojo a algún belén. En mis buenos tiempos yo me dedicaba a pasar morenos, moros y africanos, pa Francia, que allí falta gente y sin intermediarios como nosotros es que no se podría vivir en España de tanto moreno. Pero ahora quiero orientarme. No cometer errores. No me gusta el trullo.

A Cayetano le dio la tos y no podía parar.

– ¿Te encuentras mal?

– Ni mal, ni bien.

– ¿Te ha calentado la pasma?

Cayetano puso en marcha a Curro tras sus pasos y dio la vuelta al cementerio de Pueblo Nuevo para desembocar en los límites de la Villa Olímpica

– No. Te soban con mala leche y te hablan como si fueras un perro. A veces cogen a un vagabundo y lo utilizan como cobaya, más de uno se les ha quedado en el sitio. ¿Quién lo va a reclamar?. La Palita me contó cosas terribles de Argentina, de Uruguay, martirizaban a los vagabundos para entrenarse a torturar rojos y todo eso. Me soban. Me aprietan la cara. Me amenazan los huevos con la punta de la rodilla. Tendría derecho a un abogado. Déjame que me ría. La Constitución permite que los vagabundos reclamemos la presencia de un abogado. Tú pídelo y te harán la vida más imposible de lo que es. Si me soban no me duele. Ya no sé lo que me duele. A veces creo que ya no me dolerá nunca nada. Me pincho con un cuchillo la mano y no me duele, si quiero no me duele. El alma me duele. El corazón. Lo de la Palita. Y que apareciera ese novio antiguo husmeando, dando el pego de que por ella estaba dispuesto a vivir su vida, mi vida, de estar sin un clavel, como tú, como yo, y era un hombre de cultura. Argentino

– ¡Un sudaca!

– Rocco. Se llama Rocco.

– ¿Ha sido él quien la ha matado?

– No. Seguro que ni se ha enterado de que ha muerto. Yo quisiera decírselo, pero tengo miedo que la policía me siga y me lleve hasta él.

– Si quieres te acompaño y vigilo que no nos sigan.

Se le encendió una bombilla en cada ojo a Cayetano y se puso en pié entre crujidos reumáticos. Puso en marcha a Curro tras de sus pasos y dio la vuelta al cementerio de Pueblo Nuevo para desembocar en los límites de la Villa Olímpica. Pero se alejó de ella en dirección a las chimeneas de la Térmica del Besós y cuando parecía que hacía allí iba su rumbo, dio un giro a la derecha y se fue a por el barrio de la Mina, la galaxia gris de cubos grises para poblaciones residuales.

– Cuantas vueltas.

– Nunca hay que ir directo a las cosas.

– Así que la Palita era una serpiente putón.

– Lo era. Tenía el coño caliente, tierno, como de miga de pan.

– Y sabía cosas sobre torturas a vagabundos.

– Me dijo que por eso huyó de su tierra, de Buenos Aires.

No sé si por lo que sabía de vagabundos, pero por algo muy gordo porque tenía pesadillas y hablaba en sueños, hablaba en un argentino rarísimo que yo no entendía y lloraba, lloraba de miedo, como si los sueños le dieran miedo. Y tuvo más malos sueños desde que apareció su exchorvo por última vez. Él la había acompañado en su huida a España, luego la dejó, estuvo por Europa, por Estados Unidos, era profesor el tío, no sé de qué leches. Pero volvió hace unos meses y ella no volvió a ser la misma y tanto dejó de ser ella misma que hasta se dejó matar.

Reía ahora Cayetano y renegó Curro.

– Me cago en el copóns, que raro eres, tío. Me lloras la muerte de tu serpiente putón y ahora te echas a llorar.

– Que poco sabes tú de mendigos. Somos así. La mierda nos ha creado como una coraza sobre el cuerpo y el alma. Cuando bebo un poco más de la cuenta me gusta reflexionar sobre mi condición. A la Palita le gustaba que yo hiciera filosofía de la vida bajo el sereno. Tu deberías de haber estudiado, Cayetano, insistía. Hasta habrías conseguido saber qué es una paradoja y sobre todo qué son dos paradojas. ¿Qué sabes tú de las paradojas, Curro?

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