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13. EL SILENCIO DEL CORDERO EN SALSA DE ALCAPARRAS

– Fue Rocco, en efecto. Hacía muchos, demasiados años que no le veía y se me presentó aquí. Con la extraña pretensión de que le ayudara a encontrar a Helga, antes que los otros. Lo repitió varias veces. Antes que los otros.

– ¿Quienes eran esos otros?

Dorotea se ha encogido de hombros y aprovecha el descubrimiento de que hay tres cubiertos sobre la mesa para salir de la conversación.

– Esperamos un invitado ¿no?

– Mi vecino Fuster. He hecho hoy un plato que quiero dárselo a probar. Antes de que llegue. No se quede otra vez con media verdad de la media que me ha dicho. ¿Quienes eran los otros? ¿Qué aterrorizó tanto a Helga como para venirse a España? ¿Y su hijo? ¿Es pura coincidencia que su hermana la siguiera hasta aquí? ¿Por qué?

Pero Dorotea tiene la lengua tan paralizada como los ojos y es el momento escogido por Fuster para llamar a la puerta y forzar a Carvalho a abandonar el salón e ir a abrirle, intercambiar falsas indignaciones contra la lluvia, presentarlo, servir bebidas y quedarse a la espera de que la argentina y el de Castellón pongan de acuerdo lo que tanto le gusta al cabeza de huevo de Lifante, sus sistemas de señales. Carvalho se asoma a la ventana para ver llover sobre la ciudad, especialmente el desafío de las aguas con las torres de la Villa Olímpica, junto al charco del mar, gris, inútilmente relavado por la lluvia.

– ¿Sabéis por qué me gusta tanto mirar por la ventana?. Los mediterráneos amamos los balcones, las azoteas, las ventanas, nos gusta asomarnos al exterior.

– Me interesa más que me expliques esa fórmula del cordero al Languedoc.

El comentario de Fuster le saca de la ventana y da la cara a sus dos invitados. Dorotea trague algo sin alcohol y pone cara de nostalgia y sufrimiento cada vez que justifica por qué no toma alcohol y cree necesaria una justificación a cada sorbo. Como toda su generación había bebido demasiado, eso era todo. Ahora espera las explicaciones del anfitrión desde la sospecha de que sigue siendo un bluf su conocimiento culinario.

– Según creo, el cordero con salsa de alcaparras es una receta del Languedoc, aunque podría ser perfectamente italiana, incluso española si los españoles supieran hacer con el cordero algo más que quemarlo a la brasa o marearlo en los asadores rotatorios. Hay que trocear el cordero, preferentemente pata delantera o trasera. Saltear escalonias en grasa de oca, aunque si repugna la grasa animal, puede ser sustituida por aceite aromatizado por una punta de grasa de oca. Se retira la escalonia y en el aceite aromatizado se saltea la carne, se le añade ajo, perejil, las escalonias, se espolvorea con harina, se sazona con sal y pimienta, se vierte el vino blanco en la proporción que exija la carne y no pasa nada si hay que añadir más vino, pero sin emborrachar el guiso. Según también lo callada que esté la bestia, según lo que dure el silencio de la carne, ha de cocer de media a una hora de cocción. Aparte se hace un puré con acederas y espinacas y si no se tienen acederas, como es el caso, pues bastan las espinacas y a este puré se añade el jugo de la cocción y de tres a cuatro cucharadas de alcaparras según lo partidarios que sean del asunto los comensales. SE sirve el cordero separado de la salsa de alcaparras. ¿Os gustan las alcaparras?

– No pienso en otra cosa.

– La alcaparra es uno de los frutos más humildes de la tierra y en conserva alcanza uno de los sabores más delimitados. Nada sabe a alcaparra. Sólo las alcaparras.

Fuster no está de acuerdo y aduce que la alcaparra es fruto para ensaladas y que si ha entrado en algunas cocinas españolas es a través de la influencia italiana. Mediterránea, corrige Carvalho, tanto en Mallorca como en Menorca o Murcia la alcaparra es algo más que una nota de amargura en las ensaladas.

– Ieienus raro stomachus vulgaria temnit. Un estómago en ayunas raramente desdeña los alimentos más vulgares-sentenció Fuster desdeñosamente.

El plato mereció el entusiasmado batir de palmas de Dorotea que acostumbraba a comer cualquier cosa porque una mujer sola ¿ para qué va a ponerse a cocinar?. Cuando hablaba en exagerado se le escapaba la eufonía de todos los pijos de la tierra, con las vocales cansadas de tanto soportar el peso de las consonantes. ¿Vino Marqués de Griñón?. ¿Lo compra Vd. porque le gusta la nobleza?

– No señora. Compro este Cabernet Sauvignon, Marqués de Griñón, porque el señor marqués tiene que pasarle una pensión a Isabel Preysler y así le ayudo a pagarla.

Dorotea se permitió inicialmente tomar un vasito, sólo un vasito de vino, pero dejó de autocontenerse y le dio a la botella como si se preparara para cantar un corrido. Carvalho decidió encender la chimenea y se sentó ante la arquitectura de la leña. Tenía un libro entre las manos. Era Tahipí, paraíso de los mares del sur de Melville.

– ¿De que va hoy?-Fuster.

Quemo como un bárbaro, me preocupo de la selección. Antes era diferente. Los quemaba porque los había leído, muchos años después de leerlos

– Sobre la mentira del sur. No lo sé. Quemo como un bárbaro, ni me preocupo de la selección. Antes era diferente. Los quemaba porque los había leído, muchos años después de haberlos leído.

– ¿Cuántos libros tenías?

– Diez mil.

– ¿Diez mil?-a Dorotea le gustaba sentirse sorprendida, pero casi lanzó un alarido de avestruz degollado cuando Carvalho destrozó el libro y lo situó en el centro de la futura fogata. Prendió fuego al papel y las llamas subieron hacia el tiro de la chimenea, poniendo sombras discontinuas en el rostro aun pasmado de la mujer que miraba el fuego y luego pedía respuestas a Fuster, desentendido o a Carvalho sólo pendiente del buen hacer de las llamas. Dorotea se dedicó a examinar los libros supervivientes, acariciándolos con las yemas de los dedos, como si les animara a resistir las pruebas que les esperaban.

– Diez mil libros. Veo que tiene un libro que hoy poca gente conoce La Imaginación Liberal, de Trilling

Carvalho asintió.

– Debí haberlo quemado hace tiempo. Déjelo a la vista porque lo usaré en la próxima fogata.

– ¿Me lo da?

– No. Aprecio sus buenos sentimientos indultadores pero, no. El que quemé de Trilling fue La mitad del camino una novela. Era el retrato del miedo de los materialistas dialécticos e históricos al fracaso. Recuerdo que los comunistas nunca aceptábamos los fracasos, eran sólo errores. ¿Cómo íbamos a aceptar entonces la muerte?

Dorotea parecía desconcertada por el desvelamiento cultural de Carvalho.

– La muerte, ahí está el fracaso, la evidencia de la estafa-continuó Carvalho.

– ¿Y qué tiene que ver todo ese discurso con la quema de libros?. La cultura es el único consuelo frente a la muerte.

¿Tú también Fuster me traicionas por la espalda?. Carvalho quiso explicarse. A la hora de la verdad es preferible hacer caso a boleros, a los tangos. Los libros no enseñan a vivir. Sólo te ayudan a enmascararte. Sonó el teléfono. Biscuter hablaba con embarazo y carraspeaba demasiado.

– ¿No está solo?

– No.

– ¿Visitantes incómodos?

– Desde luego, jefe.

– ¿Policías?

– ¿Quién si no?

Pero a Biscuter algo o alguien le apartó del teléfono y Carvalho asistió al estreno mundial de sus relaciones telefónicas con Lifante. Le conminaba a descender a Barcelona inmediatamente porque había evidentes síntomas de que estaba interfiriendo la acción de la justicia. Hablando casi nunca la gente se entiende, opuso Carvalho. Fue cuando Lifante citó a Roland Barthes.

– Como dice Barthes, hay que distinguir entre Lengua, Habla y Lenguaje.

– Precisamente esta noche la he dedicado al silencio, al silencio de los corderos balsamizados por la salsa de alcaparras.

– ¿Viene o no viene?

– Mañana será otro día. Pasaré por su negocio.

– ¿Está con Vd. la ciudadana argentina Dorotea Samuelson?

– ¿ Por qué?

– Dígale que nos tememos que le haya pasado algo a Rocco, Rocco Cavalcanti.

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