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XV

Por fin me encuentro a solas otra vez, ya se fue y no volverá; quizá, a lo sumo, de visita y siempre acompañado: lo más probable es que las entrevistas sean incluso una delicia, sedadas e interesantes. Unas manos femeninas y amorosas lo depositaron, insensatas, en mis brazos; y ahora otras, también acariciadoras, me lo sacan de encima, lo apartan de mi existencia restituyéndome la libertad y confirmando así su inusitada capacidad de elasticidad. Pero la elección de ambos momentos no ha sido la acertada; por el contrario, han constituido sendos errores ya irreparables; era antes, y no ahora, cuando más me atormentaba. Y aún es más: este giro, el desenlace, lejos de proporcionarme el alivio y el consuelo, lejos de devolverme mis energías y cerrar el paréntesis demorado de mi falta de talento, ha echado a perder mi última obra, que hoy, con él ausente, se me aparece como carente de sentido y de antemano condenada por mi torpe imprevisión; mis esfuerzos, no por lacónicos y poco perceptibles menos denodados, se han desperdiciado y malgastado; y mi voluntad, una vez más, se ha visto contrariada y defraudada: cuando los lazos que me ataban ya se habían aflojado, cuando su roce era más benévolo, menos doloroso y compulsivo, cuando mi integridad empezaba a desgastarse (maltratada por la continua adversidad, por el cansancio del desdén practicado sin interrupción a lo largo de los años), cuando el entenebrecido progreso se veía atemperado, es entonces cuando un corte brusco me concede, gratuitamente, lo anhelado; de manera súbita y sin escrúpulos, lo priva de todo su atractivo y lo rebaja, y es entonces, sólo entonces, cuando me es entregado sin que yo dé nada a cambio: cuando el deterioro ya ha alcanzado una cota irremediable, cuando él, por el contrario, se eleva irresistible en su veloz carrera, cuando el tiempo se desvanece y a mí, apuntalado, sólo me queda relatar el desengaño a mi manera y constatar la injusticia del reparto.

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