Литмир - Электронная Библиотека
so tenderly…

La canción acabó con un arpegio cristalino y estalló una salva de aplausos que hicieron que Rulfo girara la cabeza. La anciana se inclinó y le envió un beso aéreo que él devolvió encantado. Cuando retornó a la ventana, alguien había corrido las cortinas.

Una pregunta, sin embargo, comenzó a asediarle. Una duda largamente postergada. Tenía mucha relación con lo que acababa de contemplar.

Deseoso de saber la respuesta, buscó a su alrededor y vio a un hombre gordo de cabellos blancos bebiendo champán. Se acercó a él, abrió la boca y emitió algunos sonidos desarticulados. El tipo lo miró con cierto desprecio y se apartó. Rulfo se maldijo a sí mismo por olvidar que había perdido la capacidad de hablar.

Alguien en el salón había empezado a recitar «El gusano conquistador» de Poe. En ese momento se sintió muy mareado. La luz comenzaba a ser derogada de sus ojos. Anduvo algunos pasos trastabillando hasta tropezar con otro hombre que no vestía de esmoquin sino una especie de largo caftán. El hombre le dijo algo y Rulfo intentó pedir disculpas, pero descubrió que ni siquiera sabía cómo hacerlo. Cayó al suelo de rodillas, entre una nubada de palabras inglesas. Mientras cerraba los ojos pensó en la pregunta que no había podido hacer.

Cada vez le parecía más urgente responderla, como si fuera vital, como si de eso dependiera su felicidad y su futuro y la felicidad y el futuro de muchos como él.

Siempre eran doce.

Doce.

Faltaba una.

Quería que alguien le dijera dónde estaba la que faltaba.

48
{"b":"87867","o":1}